Ritos de madurez, de Octavia E. Butler

Ritos de madurezPuestos a inventar epítetos, uno útil o más o menos divertido podría ser ‘ciencia ficción orgánica’. Selvática también funcionaría. Pero ‘orgánica’ queda mejor, creo, sobre todo para incluir derivas del género en las que el novum es más cárnico que tecnológico, más biológico que científico. La novela Las estrellas son legión, de Kameron Hurley, que no me entusiasmó, fue la segunda en mi personal historia lectora, de todos modos, en proponer un imaginario tan orgánico, tan biológico y fagocitador que lo dominaba todo, y me pareció que estaba, como digo, por segunda vez ante un libro de lo que no podía calificar mejor que de ciencia ficción orgánica. La primera lectura fue el Amanecer de Octava Butler, primera novela de la trilogía Xenogénesis.

Acabada ahora esta Ritos de madurez, que es la segunda parte, ocho o nueve años después de leer la primera (espero no tardar tanto en ponerme con la tercera), he vuelto a tener la misma sensación de estar ante unas páginas de ciencia ficción orgánica. Sí, está la nueva carne cronenbergiana, pero no es eso: es que la carne y la vida son aquí en sí mismas y sin prótesis metálicas de ninguna clase lo que es cienciaficcionesco. Su metabolismo y su manera de funcionar, su evolución y sus necesidades y urgencias son de otro mundo. Para nosotros que leemos, un espectáculo. Y es un hallazgo natural, además, alejado de la carga de horror que predomina en Cronenberg o en Tetsuo, de Shinya Tsukamoto, donde la carne está entretejida en una maquinaria nueva, heridora, y es esa aleación la que hace de novum de terror.

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De la nueva carne a la nueva naturaleza

No lo oculto: este artículo se construye como una excusa para recomendar tres de los libros que más me han impresionado en los últimos meses. Se trata de Cero, de Kathe Koja, El alfabeto de fuego, de Ben Marcus, y Fafner, de Daniel Pérez Navarro, todos de reciente publicación en nuestro país, aunque escritos en un amplio espacio de tiempo entre 1991 y 2017.

Existe un vínculo posible entre estas tres remotas novelas, más allá de que se adentren por el territorio de lo fantástico y lo inquietante; tiene que ver, por un lado, con su apuesta por el relato físico, por la corporeidad como escenario y como código expresivo; por otro lado, los tres libros comparten una atmósfera de condición póstuma (término que tomo muy libremente de la filósofa Marina Garcés). Todos sus protagonistas se enfrentan a la certeza de un tiempo que se acaba: se acaba el amor en Cero, se acaba la familia en El alfabeto, se acaba el mundo tal y como lo conocemos en Fafner. La idea de extinción, íntima o colectiva, atraviesa el núcleo de estas tres novelas como una revelación fatal, un aprendizaje sin recompensa.

Videodrome

Clive Barker, fundador de la nueva carne junto con David Cronenberg a mediados de los ochenta, decía que sus historias no eran censuradas tanto por el exceso de violencia como porque amenazaban la integridad y la dignidad del cuerpo humano. Era necesario, para el ojo censor, preservar los límites de lo que se puede o no se puede hacer al cuerpo y con el cuerpo. Contra ese tabú, desde ficciones como Videodrome, Libros de sangre, la literatura cyberpunk o incluso el splatterpunk se abrió la veda para especular con todo tipo de transgresiones corporales, degradaciones, violaciones, mutaciones o hibridaciones que coincidió con la época dorada de los videoclubs y la efervescencia de cierta subcultura hecha en trastienda del mainstream.

Jamás he encontrado disfrute en el gore, pero en lo que se refiere a la exploración de lo físico siempre me ha atraído más el camino del terror que el de la ciencia ficción, quizá porque pone más el foco en el padecimiento humano que en el novum especulativo. Y padecimiento es otra palabra clave que vincula estas tres novelas, de las que solo Cero puede adscribirse al fenómeno de la nueva carne. Por supuesto, lo excepcional de estos tres títulos no proviene de la crudeza con que muestran la corrupción, el sexo o la violencia, sino de cómo consiguen que nos importe. El truco, como sucede siempre con la gran literatura, está en el lenguaje. Marcus, Koja y Pérez Navarro trabajan concienzudamente la prosa, en unos casos más lírica y en otros más directa o asfixiante, para sumergirnos en las tribulaciones emocionales y físicas de los protagonistas hasta lograr nuestra total identificación.

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Japón especulativo, selección de Grania Davis y Gene van Troyer

Japón especulativoHay que felicitar a Satori Ediciones por recuperar esta colección de cuentos, traducida al inglés y lanzada en el año 2007 coincidiendo con la celebración de la 65 WorldCon en Yokohama. Una puerta abierta a la ciencia ficción japonesa de los años 60 y 70, aderezada con varios textos de acompañamiento: una introducción de David Brin, breves comentarios de los antólogos Gene Van Troyer y Grania Davis y uno de Asakura Hisashi sobre cómo se abordó la traducción. Aunque mantengo alguna reserva que expresaré más adelante, recomiendo mucho su lectura. Japón especulativo ofrece una inmersión en una ciencia ficción diferente donde, además de una ambientación local, sobresale un enfoque basado en unos códigos propios. Como testimonio de ello, lo primero que me viene a la cabeza son los relatos más largos aquí reunidos: “¿A dónde vuelan ahora los pájaros?” y “La leyenda de la nave espacial de papel”. De la quincena de ficciones seleccionadas es donde mejor percibo ese aroma singular exigible en una antología de este tipo.

“¿A dónde vuelan ahora los pájaros?”, de Yamano Kōichi (1971), es desde un punto de vista estructural la pieza más elaborada. El autor parte de un hilo de acontecimientos y lo fracciona en diversos pasajes, desordenados y recolocados en una secuencia que sitúa al lector in media res y le obliga a recomponer la cadena de principio a fin. Este recurso, lejos de ser gratuito, va en consonancia a la confusión de sus personajes, obligados a enfrentarse a una invasión sutil que se desenvuelve en un plano metafísico: unas criaturas que dan pie a una realidad en descomposición. No contento con esto, Kōichi también se desenvuelve con soltura por la historia de universos paralelos, la pequeña distopía y la búsqueda personal gracias a leves pinceladas que imprimen una deliciosa complejidad.

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