Hablemos de la Eurocon 2016

EuroCon 2016

Hablemos de la Eurocon 2016 (1). Aunque más que de la Eurocon como un ente bien definido (2) y objetivo (3), hablaré de mi Eurocon (4). Lo de la experiencia en Barcelona se parece a la gota de agua que tira Jeff Goldblum en Jurassic Park: cada vez coge un camino diferente (5). Como hubo varias salas con programaciones simultáneas (6), además de múltiples eventos fuera de los recintos oficiales (7), a los que habría que sumar los que tuvieron lugar en cafeterías (8) y restaurantes (9), sólo veo dos maneras de resolverlo: con un juego de replicación e interdimensionalidad que nadie va a creerse o siendo pobremente subjetivo (10). Además, ¿para qué resumir por escrito los contenidos, si hubo streaming? (11). El mundo entero ha podido seguir cada acto a través de la red, y como todo está grabado, todo ese mundo puede volver a deleitarse con cada golpe de tos y cada palabra mal pronunciada. ¿Tiene sentido entonces resumir ahora lo que cada gota de Goldblum escuchó en las salas? (12) Esta gota vio y escuchó a algunos escritores interesantes y famosos, como Sánchez Piñol, Joe Haldeman, Brandon Sanderson o Richard Morgan (13). No se acercó a pedirles una firma. La gota no es fetichista (14), así que nada de eso puede enseñar. Lo mejor será tirar por la calle de en medio y soltar como breve resumen: fue guay (15)

(1) El título lo tomo prestado de David Foster Wallace, que no está entre los vivos para quejarse. Si alguno de sus herederos o editores sugiere que esta manera de escribir, con continuas anotaciones y un tono prolijo y desenfadado, lo imita pobremente, se puede alegar como defensa cualquier excusa que suene a posmodernismo: intertextualidad, intermedialidad, interdiscursividad, absorción literaria, procedimiento explícito, etc.

 

Colectivo Juan de Madre

(2) Ya que menciono lo que está bien definido, querría señalar que entre esos millones de saludos pendientes que no se produjeron, estuvo el de ese ente poco definido llamado Colectivo Juan de Madre. Juro por el dios de la mecánica cuántica que hubo un momento en el que al salir de un wáter me encontré con un tío tímido, callado y con barba y durante un par de segundos me dije: ese es Colectivo o al menos una de sus partes. El presentimiento mágico se fue como llegó. Eso sí, el primer día, por la mañana, colgué una foto en Instagram en la que se ve la portada de la novela de Colectivo sobre el barbero de Superman (2.1), que tiene una pinta estupenda. De alguna manera estuve con él, en espíritu o algo similar.

 

(2.1) Perdón, no se puede citar a Superman por derechos de imagen. Superhombre que vive en Manhattan. Es como lo del señor Esponja que sale en Rec3, que se apellida Esponja pero no se llama Bob.

 

(3) Para ser objetivos, objetivos de verdad, habría que decir que la madre de todas las madres de la Eurocon fue Cristina Jurado. Anduve perdido al llegar, durante un par de horas, deambulando de un stand a otro como un caniche que busca donde dejar la marca, hasta que la encontré. Para los reservados, Cristina es un bote salvavidas. Y no sólo lo fue para mí. Menuda reunión de gente sigilosa. Está claro que no se puede leer tanto ni permanecer tanto tiempo pegado a los juguetes electrónicos (3.1). Pero hablaba de Cristina Jurado. No sé si le gustó mucho cuando le dije que, para mí, ella era algo parecido a la Diáguilev de la literatura fantástica española (3.2). Quizá porque se lo dije la noche en la que ella necesitaba reivindicarse como autora de ficción y como articulista (3.3). Como escritora de relatos es buena, y si alguien quiere un ejemplo que se lea Vanth, y como dinamizador de un grupo es insuperable. A lo que voy es a que me pegué a ella como una lapa que no tiene donde agarrarse, porque no conoce al personal, y eso me permitió ser testigo de que yo no era un caso aislado: la convención se podía definir como una colección de almas perdidas en busca de Cristina. Puedo asegurar que nadie hizo más presentaciones, entrevistas ni moderó más que ella. No sé cómo no se volvió loca ni cayó agotada. Yo no lo habría soportado, a la media hora habría gritado: ¡Dejadme en paz, cabrones!

 

(3.1) Nadie con quien me encontré en esos días mencionó el capítulo de moda de Black Mirror, el de la esclavitud del móvil, el de un sistema de puntuaciones de 0 a 5, el de un futuro regido por algo que se parece a un moderno Facebook. La red parece el sitio adecuado para posicionarse a favor o en contra de la serie, lo que de nuevo suena a juego posmodernista. En el mundo real (no, no pienso abrir un apartado 3.1.1 para discutir sobre lo que es real), la discusión parece que esté en claro fuera de juego.

 

(3.2) Para quien no lo conozca, Diáguilev fue un dinamizador de la música durante el primer cuarto del siglo XX. Hablamos de alguien que tuvo el olfato y la habilidad de reunir a figuras de la talla de Stravinski, Prokofiev, Debussy, Ravel, Poulenc, Rimsky-Kórsakov o Falla, entre muchos otros. Sin Diáguilev, no tendríamos Consagración de la primavera, ni Pájaro de Fuego, ni Petrouchka, y eso sólo con el primer Stravinski. La lista de obras que nació gracias a él es muy larga. El interesado puede tirar de Wikipedia. Y antes de que los tiquismiquis se echen encima de este subapartado: es una manera de hablar, una metáfora pija: los autores españoles no nos acercamos al genio de Igor ni al de Maurice.

 

(3.3) Y lo logró. Ough Yeagh.

 

(4) El tema del Yo-Mí-Me-Conmigo da para bastante más que una breve nota. Ya lo sabemos. Afecta a todos los que están encantados de conocerse, ya sean escritores, reseñistas, ensayistas, blogueros, editores o lectores con La Gran y Definitiva Opinión, pero no es eso de lo que quería hablar. En la entrevista a Sánchez Piñol, el autor de La piel fría dividió a los escritores en dos tipos: antropólogos y misioneros. Para Sánchez Piñol, antropólogos son los que se dedican a observar y curiosear acerca de los demás, de manera que cuando luego relatan historias y dibujan personajes, vuelcan lo que han aprendido, todo eso que han vivido fuera. Misioneros serían aquellos autores que poco aprecio sienten por lo que no sea su religión, su dogma y sus costumbres, de manera que a la hora de contar miran dentro de su ombligo y a la hora de diseñar personajes buscan también dentro de ellos, con lo que todo lo que escriben se parece. Porque hay un modelo único. Le doy la razón al bueno de Sánchez. Tenemos muy pocas cosas que decir, y no muy originales, que repetimos y repetimos. Y nuestro yo heroico, en sus diversas modalidades y apariencias, el protagonista de todas nuestras historias, acaba cansando. Sánchez Piñol lo contó con mucha más gracia. Fue un espectáculo escucharle. Hablaba como si él estuviera en el sofá de casa y tú fueras su invitado. Esa división resulta injusta con aquellos escritores que aunque hablen de ellos y presenten una y otra vez al mismo personaje (voy a poner dos ejemplos respetables y fuera de esta onda, Thomas Bernhard y Don DeLillo), lo hacen muy bien, e incluso esa reducción forma parte del sello personal que tienen. Los hay, en cambio, que se amoldan a la perfección a la definición de plasta aburrido y engreído, y aquí no voy a poner ejemplos ni daré ideas. Me he propuesto ser tan luminoso y correcto como lo fue el autor de Pandora en el Congo.

 

(5) Otra metáfora buena, ¿eh?

 

Narrativas Transmedia

(6) Si tenemos en cuenta la variedad de edificios y salas en la que los asistentes estuvimos desperdigados al mismo tiempo -lo cual resultó fantástico, está muy bien eso de la variedad a la hora de escoger-, casi resulta milagroso que algunos llegáramos a saludarnos. Se daba un fenómeno curioso. Reconocías en algún euroconero a otra gota de Jeff Goldblum que había tomado los mismos caminos que tú. Como era un completo desconocido, te abstenías de hacer otra cosa que pasar de él o, como mucho, dedicarle esa sonrisa social de solidaridad y mutuo reconocimiento (6.1). Juro por la capa de invisibilidad de Harry que he visto fotos, en redes sociales, que dejan claro un inquietante enigma: personas a las que quería saludar se hallaban en el mismo recinto que yo y no nos vimos. Y aún más extraño. La distancia de alguna foto sugiere que esa persona a la que quería conocer y yo nos hallábamos bastante cerca, pero ninguno de los dos lo percibió. Esto implica inquietantes paradojas del tiempo y del espacio que prefiero no tomarme en serio. También se dieron casos en los que ambos decidimos evitar el reconocimiento, ya fuera por timidez, porque no había confianza, porque en ese momento no teníamos muchas ganas de entablar conversación (6.2) o porque, qué coño, un ferviente seguidor de Tolkien no le va a dirigir la palabra a un gusano pro Martin que en Facebook llamó moñas a Gandalf.

 

(6.1) Como hemos quedado en la nota 3, los asistentes somos mayormente bibliófilos con graves problemas comunicacionales que deambulan de un lado a otro a la caza de una cara conocida. Eso cuando Cristina Jurado no se halla cerca.

 

(6.2) Nada hay peor en estos casos que una crisis de migraña. Quien las padezca, sabrá de lo que hablo.

 

SuperSonic

(7) La fiesta de SuperSonic en Norma Cómics me permitió conocer –por fin- a Francisco Jota-Pérez. Sin estos actos, los euroconeros se habrían perdido buena parte de la diversión (7.1). Ya sabemos que las redes sociales son una máscara, pero aunque lo sabemos, fui el primero en caer en la trampa del perfil. Allí comprobé que Francisco es un trozo de pan (7.2), más cerca del monje que del guerrero. No sé por qué esperaba que después de que se bebiera una cerveza, por supuesto de un trago, me soltara algo como: Bueno, tío, ¿salimos a la calle y quemamos un par de contenedores? No fue el único al que puse cara (7.3), pero lo nombro a él primero porque había ganas, y desde hace demasiado tiempo. Siempre culpo de estos retrasos a la misantropía y a las obligaciones. Beatriz García Guirado también estuvo allí. Si el perfil de Francisco Jota-Pérez es dionisíaco y nocturno, el de Beatriz me parece opuesto, apolíneo y diurno. Al hablar con ella, el personaje preconcebido desde la red también se desvaneció (7.4). Probad a ponerle frases a las caras de vuestra red social, que no vais a acertar. Ni una vez.

 

(7.1) Voy A Mi Charla-Me Voy Cuando Termina Mi Charla parece lo más eficiente, pero resulta muy poco efectivo. Incluso aunque la mentalidad fuera la de Voy A Lo Que Me Conviene, mi impresión es que eso no resulta práctico. A nadie le molan las torres de marfil. La mayor parte de las conversaciones animadas tienen lugar cuando baja el telón. Habría que echar números para comprobar qué porcentaje de proyectos interesantes nacen fuera de escena. Y hablamos en términos puramente mercantiles, algo que a la mayoría me parece que le importa poco. Si incluimos la diversión, no hay color.

 

(7.2) Definición de Cristina Jurado. Pan negro, supongo.

 

(7.3) No sé cuántas caras puse en la fiesta de SuperSonic. Muchas. En la mayoría de los casos, la experiencia se limitó a comprobar cuánto se parecían al de la foto. Demasiadas conversaciones a la vez. Demasiada gente con la que hablar. Los encuentros fuera de escena se parecían a los de la Eurocon oficial en lo de que resultaba imposible escuchar a todo el mundo. Resulta un poco frustrante. No dedicas el tiempo que quisieras a cada uno con el que te encuentras. Y cuando empiezas a conocer a alguien con quien parece que encajas mejor o te interesa lo que dice, zas, la gota de Goldblum tira para la derecha o para la izquierda y apareces de repente en otro escenario. De eso va esto. De quedarse con ganas. Uno de esos cambios de situación resultó genial: nadie se puede imaginar lo que da de sí una cena con Weldon Penderton, la Sabina Urraca del fantástico español (9).

 

(7.4) Leed su novela El silencio de las sirenas. En Salto de Página. Beatriz García Guirado pertenece a esa recomendable especie que describe la parte visible del iceberg y deja entrever lo que se puede hallar bajo la superficie. Y no es la única. Esta reunión de pastores de 2016 destaca por haber hecho un santo y seña del protagonismo femenino. Más allá de cuotas de género en las antologías, llama la atención cómo se normalizan ciertos contenidos. Los textos no necesitan ser tan reivindicativos como antes. Y hay algo más. Una sutil -o no tan sutil- diferencia. Cuando nado en una piscina pública y no queda otra que compartir una calle con otro usuario, el comportamiento es diferente según te toque un hombre o una mujer. Mi manera de moverme dentro del agua se parece a la de las ballenas. Voy a mi ritmo, despacioso y constante, tranquilo, y procuro que no haya salpicaduras. En eso me parezco a las féminas. Ellas más sirenas, claro, y con más estilo. ¿Habéis compartido la calle de una piscina pública con un hombre? Se parece a adelantarlo por una autovía. Se pega a ti cuando os cruzáis. Fuerza al límite los espacios. Agita los brazos como si no hubiera un mañana. Le da unos meneos al agua que ríete. Salpica todo lo que puede. Más que a nadar, se parece a gritar. Y el caso es que tanta agresividad acuática no se traduce en una mayor efectividad a la hora de desplazar el cuerpo. Y algo más: este despliegue de ruido y testosterona a veces encuentra el aplauso de un amigote que nada una o dos calles más allá: ¡Cómo le das, campeón! ¡Así, así, que no se diga!

 

CCCB(8) El ambiente en la cafetería del CCCB -al menos el que respiró quien escribe- fue de distensión, aperturismo, buen rollo y muchos nombres nuevos. Supongo que porque me encontré con personas abiertas (8.1) que buscaban conocer a los otros y divertirse (8.2). Seguro que quedaría mejor de cara a lo académico o a lo biográfico soltar algo como que hubo acercamientos profundos que sacudieron lo más intimo de nuestro ser y nos hicieron meditar largamente sobre una serie de interesantes temas, pero esta ballena andaba más pendiente de olvidar la rutina y de pasarlo bien que de otra cosa. Tuve la suerte de encontrar a quienes planeaban algo parecido. Oxígeno en las cantidades apropiadas y baja cantidad de anhídrido carbónico.

 

(8.1) Lo voy a llamar el grupo de Israel Alonso (8,1.1), porque voy a quedar muy mal si intento recordar los nombres de todos, además de que, como en cualquier grupo abierto que se precie, la composición del mismo iba cambiando. Entré en una conversación en la que Israel medio se declaraba enemigo de la literatura weird, al menos hasta que esa Cristina que estaba en todas partes le advirtió que la soflama anti-raros se la estaba soltando a una ballena verde. Enseguida cambió de tercio. Dialogamos, y muy bien, sobre David Lynch, lo que viene a demostrar que si se quiere, se puede. Sólo hay que encontrar los puntos comunes. Somos dos tíos del sur perdidos en Cataluña (8.2): arsa, illo, cómo no íbamos a encontrar de qué hablar.

 

(8.1.1) Lo voy a llamar así por pura connivencia entre andaluces. Además, era el que más hablaba.

 

(8.2) El misterio de los misterios es cómo Carmen Moreno, otro espíritu conciliador que también viene del sur, un motor siempre en marcha, estaba en todas partes y no la veías por ninguna. Esa es la grandeza y la miseria de estos eventos, como aprendí.

 

(9) Tengo que hacer un serio esfuerzo para contenerme, de lo contrario la cena improvisada que siguió a la fiesta de SuperSonic, en la que compartí mesa con Cristina Jurado, Roberto Bartual y Weldon Penderton, amenaza con convertirse en un ramal loco de subapartados y sub-subapartados interminables. Y no puede ser, el breve comentario para C se me está yendo de las manos. Creo que el encuentro daría para una novela. Weldon es un espectáculo. No conozco en persona a Sabina Urraca, sólo lo que escribe, pero me da que si los juntaras en una mesa, os podrían ocurrir dos cosas: que alguien llamara a la policía o que acabarais entrevistados por el psiquiatra de guardia de una Unidad de Agudos. Eso sí, tengo que disculparme por haber relatado con todo lujo de detalles cómo se manifiesta clínicamente una hemorragia digestiva aguda a través del ano, en forma de melenas y después de atravesar los metros de intestino, descripción que llevé a cabo mientras Weldon se comía sus alitas de pollo. Deformación profesional. Insensibilidad de quien se pasaba las guardias hospitalarias masticando un sándwich mientras hacía preguntas como la siguiente al compi de al lado: Oye, ¿el de la sonda vesical ha dejado ya de echar coágulos de sangre o no? Pero bueno, los escritores, los editores, la gente del fantástico en general, está más que curtida en  lo referente al vertido de hematíes.

 

(10) Supongo que a estas alturas da lo mismo que emplee el epígrafe del 10 para hablar de lo que me dé la gana. Pues eso. Guillem López tiene aura. Aunque no seas religioso ni creas en la magia, lo puedes notar. Es un halo como el de los santos. Le puse el siguiente ejemplo a Beatriz Guirado. Si en medio de aquel subsuelo poblado de stands a cualquiera nos regalaran un micrófono, es probable que después de darle un par de toquecitos con el dedo, nos dirigiríamos al de mantenimiento y le preguntaríamos: ¿Puedes bajar el volumen un poco? Guillem agarraría el micro y antes de que dijera ¡Hola!, todo el mundo dejaría lo que estaba haciendo y se prepararía para escuchar. Tiene desparpajo. Irradia. Percibe y lo sabe traducir luego con palabras (lo de los antropólogos de Sánchez Piñol).

 

(11) Alguien de la organización nos contó que el streaming se había chupado la cuarta parte del presupuesto. Lo daban por bien gastado. Emilio Bueso estaba a favor de la novedad. El futuro hecho presente. Una manera de llegar al público potencial, y no sólo a los cuarenta o noventa gatos que pueden entrar en una sala (11.1). Una vez más, la paradoja de la Eurocon (7): Emilio, inmisericorde y pesimista destructor de la humanidad, se mostró muy positivo.

 

(11.1) El que supo ver este futuro fue Glenn Gould. El pianista canadiense abandonó las salas de conciertos para encerrarse a grabar. Opinaba que la manera de llegar al verdadero y más amplio auditorio era a través de los discos.

 

(12) No.

 

Brandon Sanderson(13) Brandon Sanderson fue la estrella de rock, el divo, el de las colas kilométricas para firmar (13.1). No voy a contar lo que dijo, hemos quedado en que lo puede ver y escuchar todo aquel al que le interese. Voy a describir lo que presencié desde la parte de atrás de la sala durante los primeros 20 minutos, ya que luego me salí para escuchar a Joe Haldeman (13.2). ¿Os acordáis de esos anuncios de la Chispa de la Vida en la que la gente saca sus mecheros y levanta la mano? Lo mismo pero con móviles. Brandon Sanderson entró en la sala con una chupa como las de Matrix (13.3) e inmediatamente los móviles se alzaron por encima de las cabezas para empezar a grabar. Un espectáculo casi pirotécnico. Decenas de pantallas convertidas en estrellas cibernéticas y cuadrangulares. La entrevista me recordó a las que hacen en El Hormiguero. La simpatía de Sanderson casi era la de Tom Cruise.

 

(13.1) Kafka escribió un relato terrorífico acerca del fin del mundo y un sacerdote que no se puede preparar para lo que viene, ya que por obligaciones contractuales debe atender a miles de personas que quieren que les perdone en el nombre de Dios. Él querría convencerles de que es tan humano y falible como ellos y de que también necesita que a su vez alguien le escuche y le perdone (muy postmoderno todo, otra vez), pero a la gente eso le da igual. Esta historia de Kafka la cuento porque cada vez que me dicen que Brandon Sanderson tuvo que atender una cola de cientos de personas y que tardó varias horas en firmar alrededor de un millar de libros, en lugar de envidia me entra ansiedad. Os lo podéis creer o podéis pensar que exagero. Yo ya lo he soltado. Se debe a la deformidad profesional (9). Mi trabajo actual consiste en atender una larga lista de pacientes que tarda varias horas en quedar reducida a cero. Y esa lista me ve como yo veo al dependiente de un McDonalds cuando quiero un McFlurry: Sírveme rápido, chaval. He soñado varias veces con el relato de Kafka. Cambia sólo una cosa: el protagonista es un facultativo en lugar de un cura. Por lo demás, los de la cola que no termina sólo quieren que alguien los atienda. Cuando sea mundialmente famoso, voy a tener un problema.

 

Joe Haldeman(13.2) Toca ponerse serio, porque Joe Haldeman nos ganó a los que estuvimos allí con su sencillez, claridad de ideas, tranquilidad, grandeza y modestia. Se respiraba un silencio de expectación durante las breves pausas entre pregunta, respuesta y traducción. Y hay que mencionar otra vez a la Jurado. Lo que diferencia a un entrevistador de otro, y eso se nota enseguida, es si se lo ha preparado a conciencia, si se ha releído o no antes alguna de sus obras, si ha repasado anteriores entrevistas para no repetirse, si siente o no empatía hacia la figura con la que se dispone a dialogar. Fue un dúo para piano y violín.

 

(13.3) Hace una década estuve a punto de comprarme la chupa de cuero de Matrix. En un outlet, me probé una y le pregunté a un par de féminas qué opinaban. Una hizo un mohín de desagrado. La otra me dijo que eso ya no se llevaba. Ahí terminó mi carrera como doble de Morfeo.

 

(14) En el stand de la editorial Nevsky, me encontré por casualidad con Karin Tidbeck. Los relatos de Jagannath me habían gustado mucho y estaba hojeando su nuevo libro. En ese momento dio la casualidad de que Karin se acercó a hablar con Marian y James Womack (14.1), sus editores. Fue una escena extraña. Karin Tidbeck se quedó esperando, por si le pedía una firma. Los editores también esperaban, por si me decidía o no a llevarme el ejemplar que tenía entre las manos. Yo me quedé mirando a Karin un poco cortado, sonriendo bobaliconamente y sin hablar. Acabé comprando su nuevo libro, Amatka, pero cuando ella se marchó (14.2). No soy fetichista con lo de las firmas. Más bien lo contrario, un maniático de libros impolutos. Esa es la racionalización que empleo como excusa.

 

(14.1) Lo de coincidir con los dos editores a la vez en el stand fue un golpe de suerte. Durante dos días quise coincidir con Hugo Camacho de Orcinny Press. Quería comprar Ciudad revientacráneos de Jeremy Robert Johnson. Si el azar de la Eurocon me concedió la gracia de que tuviera en las manos Amatka cuando la autora se acercó al puesto de Nevsky, con Orcinny sucedió todo lo contrario. Cada vez que decía o pensaba: Voy a por Ciudad revientacráneos, me cruzaba al editor cuando se acababa de marchar del stand. Hay destinos muy caprichosos. Me llevé el libro de todas formas. Con ese título, quién no. Y hablé un poco de Anna Stabironets con Marian y James Womack. Se les notaba la pasión que sienten por ella. Y quién no.

 

(14.2) Karin Tidbeck me impone y me atrae físicamente, a partes iguales. Me recuerda a una diosa nórdica o a un personaje de Tim Burton. Alta, pálida, de pelo corto negro y con un halo muy misterioso. Se parece a sus historias (misteriosas y con algo mitológico rondándolas, no en lo del pelo). Delante de ella, no acerté a decir ni good morning. Con Anna Stabironets me habría pasado lo mismo. Con las dos presentes a la vez, alguna de mis arterias cerebrales habría sufrido un espasmo.

 

(15) ¿Qué esperabais? ¿Bilis embotellada? ¿Sangre? ¿Reflexiones? ¿Abstracciones intertextuales? Pues claro que no.

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