Casa de soles, de Alastair Reynolds

Casa de solesLos (contados) nostálgicos de La Fucktoría de Ideas, sección ciencia ficción, se hacen notar ocasionalmente en las redes sociales con un suspiro “ya no hay editoriales que apuesten por la cf como ellos”. Un lamento-desiderata que se puede compartir hasta que emergen detalles que harían hoy inviable aquella iniciativa. Primero, el derrumbe del mercado de lectores de cf más sostenida en la aventura y apegada a la base científico-tecnológica. Y, después, todo lo aparejado a unas ediciones entre lo mejorable y lo intolerable, con todo tipo de trapacerías en el trato a traductores y correctores, chapuzas editoriales de diversa índole… Dicho lo cual, de vez en cuando me leo alguno de los libros pendientes que tengo en la estantería y comparto esa desazón por la falta de un sello donde se publiquen libros como Casa de soles.

Alastair Reynolds vuelve a exhibir su ambición en la escala de espacio, tiempo y los elementos de los que se sirve para construir el relato. La trama principal abarca seis millones de años y tiene como protagonistas a Purslane y Campion, dos miembros del clan Gentian; un grupo de clones que viaja por la Vía Láctea negociando con información y creando diques que contienen estrellas cuya secuencia puede llevarlas a estallar. La primera parte del libro cuenta sus peripecias previas a una reunión de todo el Clan; el momento en el cual, tras 200.000 años, los shatterlings del grupo se juntan en un lugar prefijado para compartir/conjugar sus vivencias durante ese tiempo, antes de una nueva diáspora. A esa cita van a llegar con unas décadas de retraso, lo que les expone a una reprimenda. Sin embargo, este hecho desafortunado termina convirtiéndose en bienaventurado. En ese encuentro los Gentian van a darse de bruces con la posibilidad de su completa aniquilación.

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Plomo al cuadrado, de Stark Holborn

Plomo al cuadradoEl formato novela corta goza de buena salud entre un pequeño grupo de editoriales que le dan cancha pasando de puntillas sobre su mayor handicap: la relación entre el número de páginas y el precio. Su extensión, entre las 20000 y las 40000 palabras, es la mar de resultona. Permite desarrollar aspectos más propios de la novela (personajes con una cierta profundidad, tramas elaboradas) manteniendo la precisión en el desarrollo de las ideas sin caer en la reiteración y el agotamiento. También es un formato complicado y para justificar la apuesta debe mantener un equilibrio que en muchos casos cuesta encontrar. Esto es lo que me ha pasado con esta Plomo al cuadrado, novela corta sobre 25000 palabras donde Stark Holborn plantea un universo narrativo en el cual el western se cruza con las Matemáticas. Así, con mayúscula.

Su argumento se encuadra en el relato pulp. Una historia de a duro de aquellos bolsilibros de los 60 y los 70 cuyo principal atractivo está en vestir una trama típica de los relatos de vaqueros, bastante alocada, con unos ropajes alejados de ese mundo. En este caso los forajidos no son buscavidas perseguidos por su participación en diversas tropelías sino matemáticos cuya habilidad es aplicable a la realidad hasta el punto de convertirles en seres extraordinarios. Dotados de una escuadra, un transportador de ángulos y un revolver no fallarán un tiro, por poner uno de los escasos ejemplos de los que Stark Holborn se sirve (en varias ocasiones).

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Comedias parcas en humor

Avenue 5 y Space Force

Heard the sound of a clown who cried in the alley
Bob Dylan

Comedias que no hacen reír o películas de terror que no dan miedo. ¿Y qué hacemos cuando pasa esto? Aparte de lo relativo que es todo –lo que a ti te hace gracia a mí quizá no, y lo que a mí me da miedo igual a ti no– hay comedias que no hacen reír mucho, que no hacen mucha gracia, y parece que eso mismo sea ya la intención en la misma medida en que hay películas de terror más centradas en eviscerar el trauma humano que en asustar. En hacer metáforas de nuestros miedos que en hacernos saltar de la butaca.

Con las comedias, de todos modos, se complica más la cosa. Hay una ligereza en el tono y en la composición, un lenguaje transparente y directo, y hay situaciones, quizá, fuera de lo normal, que nos pueden hacer sonreír, pero el conjunto, como comedia en sí, queda algo limitado en su alcance. Entendemos por qué se publicitan como tal género porque parece que, como mínimo, tienen la intención de hacer reír y porque se ve en la puesta en escena y en los diálogos (y en la interpretación), pero todo está como a medio gas. Son comedias parcas en humor.

Series como Space Force y Avenue 5 son dos buenos ejemplos de este tipo de comedia. La primera, de Steve Carell y Greg Daniels (que ya trabajaron, respectivamente, en las espléndidas y, estas sí, muy efusivamente cómicas The Office y Parks & Recreation), es tan sólo tangencialmente de ciencia ficción, y es una comedia pero sobre todo una historia de familias quebradas y gente intentando ser feliz. Con episodios de media hora de una ciencia ficción suave, para todos los públicos, con algunos momentos estelares (como poder ver a John Malkovich cantando una divertida paráfrasis de amor de ‘What a Wonderful World’, o a Steve Carell bailando y cantando al son de ‘Kokomo’ de los Beach Boys), es una serie simpática y fresca. Momentos como esos no nos harán reír pero nos llenarán de alegría, de simpatía y frescura, hasta de una ternura ilimitada que ya acercan la serie a la comedia parca en humor. No todo tiene que ser humor para ser comedia.

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2001 entre Kubrick & Clarke. La génesis, autoría y creación de una obra maestra, de Filippo Ulivieri y Simone Odino

2001 entre Kubrick & ClarkeEste libro reúne tres textos relacionados con 2001. El primero trata la búsqueda de Kubrick de un nuevo proyecto tras el rodaje de Teléfono rojo. Es interesante para profundizar en su gusto por la ciencia ficción, qué facetas le resultaban más atractivas. El segundo, el más extenso, es un pequeño almanaque de la pre-producción, la producción y la post-producción de 2001, repleto de detalles sobre cómo contactó a los profesionales que terminaron colaborando con él, la evolución de la historia desde la primera versión del guión, las dificultades de un rodaje que se alargó más de lo previsto… Ambos funcionan como un excelente recuerdo de toda la complejidad detrás de la creación de una obra cinematográfica. Sin embargo, ha sido el tercero el que he encontrado más sugerente. A partir de la correspondencia escrita por Kubrick y Clarke, y algún otro documento, Filippo Ulivieri y Simone Odino plasman la relación entre ambos creadores, particularmente reveladora una vez el guión estaba más o menos finiquitado y comenzaron las discusiones sobre la novela.

No tenía ni idea de su acuerdo para una redacción conjunta, algo lógico en el campo del guión tal y como fue escrito, con Clarke encargándose del borrador y Kubrick modelándolo con sus impresiones, las imágenes que quería crear…; pero no de la escritura de algo mucho más extenso. Los días de Kubrick, enfrascado en terminar a la vez la producción y la postproducción de una película que acumulaba ya un retraso de varios meses, no tenían ni un minuto para dedicarle. Además estaba su tácito deseo de impactar a los espectadores del film sin proporcionar pistas, algo difícil si el libro hubiera salido con el estreno de la película. Esta demora ocasionó serios problemas a Clarke dejándolo al borde del colapso. El mejor acuerdo editorial que se le había presentado ($160000 con Dell) desapareció por no cumplir con las fechas. Y Kubrick tuvo que prestarle dinero. Este contratiempo ofrece una visión de Clarke vulnerable, alejado de la confianza arrolladora que manifestaba (y continuó exhibiendo una vez la película fue un éxito), y un Kubrick resiliente, obstinado en sacar adelante 2001 a su manera, casi ciego a las necesidades de los demás y cualquier tipo de presión.

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El nacimiento del ciberpunk. Influencias externas (3 de 4)

Neuromante

En la introducción de Storming the Reality Studio: A Casebook of Cyberpunk and Postmodern Science Fiction, libro que reúne una magnífica selección de textos y artículos sobre la corriente, Larry McCaffery define el ciberpunk como “la respuesta del arte al entorno tecnológico que está produciendo la cultura posmoderna en general”. Buscar el campo de influencia externo del que se alimentó el movimiento invita a detenerse en figuras clave de la posmodernidad y la contracultura, los dos grandes elementos ajenos a la naturaleza de ficción del nuevo subgénero, fundamentales en la confección de su espíritu ideológico y motivo por el cual el ciberpunk logró trascender las fronteras de la ciencia ficción. No es extraño que el movimiento y su narrativa sintonizaran perfectamente con el espíritu de la época, que tuvieran eco en el trasfondo cultural de entonces, pues de él habían extraído su razón de ser.

Ya vimos que la literatura ciberpunk es narrada en numerosas ocasiones en clave de novela negra, y que de ella parte la configuración y manera de ser de muchos de sus personajes y entornos urbanos, como el Case del Ensanche en Neuromante o el Marîd Audran del Budayen en Cuando falla la gravedad, pero lo cierto es que el origen de esas actitudes y desarrollos es dual. Esas interpretaciones sintonizan también con la naturaleza de los individuos y arquitecturas de la posmodernidad. Los protagonistas ciberpunk son individualistas, carecen de preocupaciones sociales y se ven empujados por fuerzas externas, arrastrados por la marea de los acontecimientos e impelidos a escudarse en la ética del superviviente. Son personajes desencantados que pugnan por sobrevivir en remedos futuristas de las viejas junglas de asfalto. En ocasiones repletas de enormes edificios antiguos, a veces situadas en entornos urbanos exóticos, como ciudades orbitales o de ambientación no occidental, abigarrados, repletos o vacíos, pero siempre generosos al mostrar una tecnología deshumanizadora al servicio de la decadencia social.

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El nacimiento del ciberpunk. Influencias internas (2 de 4)

Neuromante

En cuanto a los materiales de ciencia ficción que utiliza, la literatura ciberpunk no es, en cierto modo, original. La mayoría de sus conceptos proviene de una cf clásica actualizada, adaptada a su presente y pasada por el tamiz de la posmodernidad. Neuromante no inventa nada, o tal vez sí lo hace, precisamente, a la manera posmoderna, la misma que a lo largo de este siglo XXI ha trufado el mercado del arte con reinterpretaciones, resignificaciones, remakes y reboots. La novela de Gibson, y el ciberpunk en general, proponen una mezcla de géneros y tropos que une elementos dispares y reutiliza viejos conceptos, abordados en conjunto desde una nueva perspectiva. Dada la enorme herencia que recoge el nuevo subgénero, no es difícil encontrar la impronta de autores y obras precedentes, que proceden de diversos nichos.

Dime Detective MagazineEl repaso al cúmulo de influencias que concentra Neuromante ha de comenzar, sin embargo, por un género distinto. Es necesario viajar de nuevo a la época de las revistas pulp, y más concretamente a cabeceras como Black Mask o Dime Detective Magazine. De la mano de autores como Dassiel Hammet primero y Raymond Chandler después, la novela hard boiled se sofisticó, añadiendo elementos morales, crítica social y un alcance que, terminada la II Guerra Mundial, gracias a la Série Noire de Gallimard, le ganaría el respeto de la literatura general, lo cual la ciencia ficción siempre envidió. De ahí procede uno de los elementos más atractivos con los que cuenta la novela de Gibson, su tono noir. La misión de Case, la oscuridad del entorno urbano en el que se mueve, la violencia y la narrativa realista con la que se describe ese futuro próximo se corresponden con la novela negra. Incluso la tecnojerga y las referencias coloquiales a las drogas de diseño, que aportan ese aroma tan peculiar a la narración, son un eco del slang utilizado en muchos de sus relatos. La naturaleza marginal del protagonista, fuera de la legalidad, sitúa la narración en los terrenos de la crook-story, el subgénero que puso en duda el maniqueísmo dentro de la novela criminal, lo cual es normal teniendo en cuenta el carácter punk de gran parte de sus narraciones.

Dentro del territorio de la ciencia ficción, cuando se buscan influencias del pasado en una obra o corriente presuntamente original siempre se acaba dando con la monumental figura de Alfred Bester. En los años 50, el escritor norteamericano concibió en sólo dos novelas, El hombre demolido (1952) y Las estrellas mi destino (1956), gran parte de las ideas que años más tarde explotarían como nuevas las siguientes generaciones de escritores. Gracias a la fuerza desenfrenada que empuja sus tramas, estas dos obras han soportado bien el paso del tiempo. En ellas, especialmente en la primera, se pueden encontrar tanto el origen de la corporatocracia que impera en las sociedades del ciberpunk, dirigidas por todopoderosas multinacionales que deciden el destino de los ciudadanos, como el marginalismo que determina la composición y fisonomía de sus ciudades. Los Tessier-Ashpool de Gibson proceden de los D’Courtney o los Presteign besterianos, familias cuyo poder empresarial hace que estén por encima del sistema. Las tramas policíacas de estas novelas, la arquitectura de sus ciudades y la tecnología cercana, parca en lo futurista, también han marcado el imaginario ciberpunk.

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El nacimiento del ciberpunk (1 de 4)

Confundimos con videncia
del futuro la capacidad de reconocer
la extrañeza de la actualidad.

William Gibson

Neuromante se publicó por primera vez el 1 de julio del año 1984, una cifra significativa para la ciencia ficción. Dada la magnitud del éxito e influencia que tuvo la novela, auténtica biblia del ciberpunk, sorprende el hecho de que en origen fuera un libro de encargo. Entre 1981 y 1983, William Gibson había escrito varios cuentos para la revista Omni. A Terry Carr, el reputado antólogo y ensayista, le gustaron, y le pidió a Gibson que formara parte de un proyecto que tenía entre manos. Tiempo atrás, Carr había sido el responsable de la primera serie de la colección Ace Science Fiction Specials, un portento del que salió un buen puñado de premios mayores de la ciencia ficción. Ahora iba a iniciar una tercera entrega en la que pretendía publicar sólo primeras novelas de autores emergentes que estuvieran destacando gracias a sus relatos. En ella iban a aparecer escritores como Kim Stanley Robinson, Lucius Shepard y Howard Waldrop, y Carr quería contar también con él. Gibson aceptó y empleó dieciocho meses en escribir Neuromante en su vieja Hermes 2000, manteniendo en la historia el tono y el trasfondo de sus cuentos, principalmente “Johnny Mnemonic” y “Quemando Cromo”, e incluso algunos de los lugares y personajes incluidos en ellos. La novela, una vez publicada, se convirtió en la piedra angular de una pequeña revolución.

Neuromante es considerada uno de los hitos del género, y es debido en gran parte a sus valores literarios. La apariencia de originalidad que supuran sus páginas, la sensación de estar leyendo algo nuevo y fresco proviene, en primera instancia, de la fascinante prosa de Gibson. El lector tiene la impresión de estar asistiendo a un presente a pocos minutos de distancia, un indefinible presentefuturo. Eso se debe, en parte, a la mezcla de elementos llamativos e innovadores: la parafernalia cibernética, los contornos urbanos oscuros, las drogas, el ciberespacio. Pero su impacto proviene, principalmente, del particular estilo narrativo, fresco, ágil como el de la novela negra pero detallista en las descripciones, en muchas de las cuales Gibson sustituye los nombres de los objetos por los de marcas bien reconocibles, parámetros reconocidos por el lector, aferrados a su presente pero que ya entonces comenzaban a sonar a futuro. Por sus valores literarios, la obra cuenta con una calidad incontestable, pero la enorme trascendencia de Neuromante procede de su condición de obra seminal del ciberpunk, a la par un movimiento y un subgénero de la ciencia ficción que, cuarenta años después de su nacimiento, impregna la atmósfera cultural y social de nuestros días.

Si repasamos el pasado con atención, veremos que Neuromante fue el núcleo de un fenómeno irrepetible, único en la literatura de ciencia ficción. Dentro del amplio acervo del género, a día de hoy supera en influencia y alcance a todas las pequeñas revoluciones, pasadas y presentes, que se han dado a lo largo de su historia. El ciberpunk generó un movimiento de escritores y aficionados, creó escuela en lo literario y anticipó el camino de nuestra sociedad mejor que ningún otro subgénero, respondiendo a un momento de cambio en el progreso de la humanidad tal como había hecho la propia ciencia ficción en sus orígenes. Si ésta surgió como reacción intelectual a la revolución industrial, el ciberpunk se gesta como respuesta a un nuevo cambio de paradigma en la historia de la humanidad, a un futuro abierto por los primeros pasos de la revolución informática que comenzaba a transformar el mundo. En resonancia con la definición que hizo Isaac Asimov de la ciencia ficción, podría decirse que el ciberpunk buscó en sus ficciones, más que ninguna otra corriente, la respuesta humana a los cambios tecnológicos de su tiempo.

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¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!, de Harry Harrison

¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!En la reconstrucción de su catálogo de clásicos, Minotauro nos ha pillado por sorpresa con la inclusión de Harry Harrison. El guionista de buena parte de las historias de Flash Gordon entre los 50 y los 60, es sobre todo recordado como un artesano de la ciencia ficción a caballo entre la acción y el humor (la grandísima Bill, Héroe Galáctico y La rata de acero inoxidable). Sin embargo, el título con el cual figura en la mayor parte de guías de lectura es ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!, adaptada al cine en 1973 por Richard Fleischer en Cuando el destino nos alcance. El guión de Stanley R. Greenberg incorporaba una serie de cuestiones que desplazaban su argumento original de la base de Harrison y, desde un giro efectista introducido para conseguir la venta a la MGM, lograban una película memorable. Sin embargo, aunque lo más recordado no aparece en la novela, esta mantiene una serie de valores que la hacen atractiva medio siglo después de su escritura, aun cuando su escenario ha sido superado.

Publicada en 1966, ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! surge del caldo de cultivo del cual habían crecido relatos como “Bilenio“, de Ballard, o “Hacia el anochecer“, de Silverberg, mientras se adelantaba a novelas como Todos sobre Zanzíbar o El mundo interior. Ese miedo a que la explosión demográfica llevara a una superpoblación que agotara los recursos planetarios y abocara a un futuro apocalíptico en el cual el ecosistema planetario colapsara y la lucha por los recursos destruyera el tejido social. Harrison incardinaba la cuestión en un argumento de novela negra, con sus protagonistas viéndose obligados a sobrevivir en los márgenes de un mundo corrupto, resiliente a cualquier intento de cambio. Una visión tremendamente pesimista que recorre el texto de principio a fin.

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Lengua materna, de Suzette Haden Elgin

Lengua maternaLa revolución conservadora de principios de los 80 suele caracterizarse a partir del auge desregulador y el desmontaje del estado del bienestar iniciados en el Reino Unido por Margaret Tatcher. Este cambio de concepción económica que se extendió por Europa y Norteamérica, tuvo en EE.UU. una vertiente que suele olvidarse a pesar de su huella en la esfera cultural: la reacción hacia la segunda ola de feminismo. La transformación desatada tras la llegada de Reagan al poder tuvo efectos visibles en el cambio de marea respecto a los derechos de la mujer, capitalizados por el bloqueo del partido republicano de la enmienda de igualdad de derechos que pretendía incorporarse a la constitución y que continúa abandonada en una cuneta medio siglo más tarde. Este contexto explica la aparición de El cuento de la criada que, como prácticamente toda la ciencia ficción, lejos de obedecer a dinámicas predictivas se sustenta en acciones en la sociedad de su época. Un año antes de la publicación de la novela de Margaret Atwood, Suzette Haden Elgin (pseudónimo de Patricia Anne Suzette Wilkins) publicaba Lengua materna, con obvios puntos comunes con El cuento de la criada e inicio de una trilogía de la que sólo los dos primeros libros cuentan con traducción.

Si en el libro de Margaret Atwood la anulación de los derechos llegaba a través de unas necesidades reproductivas vinculadas a una faceta religiosa fundamentalista, Haden Elgin une su opresión a (unas supuestas) habilidades para la traducción y la interpretación. Así, en este futuro a 200 años vista, el 50% de la población vive supeditada a la otra mitad alrededor de una visión cercana a la de la Antigua Roma. Las mujeres están esposadas a unos maridos que desempeñan un papel similar al pater familias: hacen y deshacen a voluntad dentro de una unidad familiar de tamaño variable. Esto se plasma a través de la familias dedicadas a la comunicación con especies alienígenas, un negocio sobre el cual descansa el peso económico y el progreso tecnológico de esta sociedad futura. La clave de la traducción se fía a niños que se ponen en contacto con los alienígenas durante sus primeros años para adquirir su lengua como su lengua materna. De esa manera podrán dominarla de manera más eficiente en las comunicaciones que se establezcan en los años siguientes. Posteriormente las jóvenes que han participado en ese contacto serán utilizadas para alumbrar a las nuevas generaciones de intérpretes y criarles, antes de pasar a su retiro.

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El ascenso de Senlin, de Josiah Bancroft

El ascenso de SenlinTodavía me sigue sorprendiendo que haya libros que alcancen la fama sin el respaldo de una editorial que los promocione. Además los escritores que optan por este sistema de publicación suelen ser completos desconocidos, lo que convierte fenómenos como El marciano, de Andy Weir, en auténticos milagros. Me estoy refiriendo a los libros autopublicados. Pero para que un prodigio de este tipo se produzca tiene que haber siempre un primer lector, alguien que libre de prejuicios y que sin más información que la que proporciona la sinopsis se anime a leer la novela. Supongo que hubo un tiempo en que yo también era así de atrevido. Tenía que serlo para entrar en las librerías y escoger un libro sin apenas saber nada de él, salvo lo que decía en la contraportada, y comprármelo solamente porque era de ciencia ficción y me gustaba el título o la portada. Ahora, antes de decidirme a leer algo de un autor extraño leo reseñas, críticas, tengo en cuenta la editorial que lo publica y a veces incluso prefiero esperar un tiempo para no dejarme contagiar por el entusiasmo que ha provocado en las redes sociales.

Este rollo entre trivial y melancólico viene a cuento de que El ascenso de Senlin fue en un primer momento un libro autopublicado. Gran parte de su éxito se debió a que ganó en 2016 el SPFBO (Self-Published Fantasy Blog-Off), un premio concedido a libros autopublicados dirigido por Mark Lawrence. A pesar de las reservas iniciales con las que lo comencé he de reconocer que poco a poco la historia me fue atrapando, y más tarde, cuando llegué a la parte final, me sentí como si me hubieran transportado a la sala de un cine en mitad de la proyección de una película de piratas. Aclaro que los piratas sólo aparecen al término del libro y que en lugar de surcar los mares vuelan en zepelines y en grandes globos aerostáticos, lo que tampoco está mal.

El protagonista de la novela, al contrario de lo que con frecuencia suele suceder en el género fantástico más actual, no ha padecido una infancia tristísima ni ha sido maltratado por la vida. Senlin es un sensato director de escuela, un tipo timorato no exento de mojigatería, confiado en exceso y con unos principios morales muy firmes. Su única debilidad parece ser la atracción que siente por la Torre de Babel, la cual, por otra parte, tiene muy poco que ver con la que se menciona en la Biblia, aquella por la que Nuestro Señor, haciendo alarde de su gran sentido común así como de su inclinación por lo dramático, castigó a los habitantes de Mesopotamia a hablar idiomas diferentes condenándolos como consecuencia de ello a no entenderse. De ella Joshia Bancroft sólo ha tomado el nombre.

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