Light Chaser (Surcaluz), de Gareth L. Powell y Peter F. Hamilton

Light ChaserEl primer capítulo de Light Chaser (Surcaluz) apela a lo que me atrae en la space opera contemporánea. En una decena de páginas se asiste a una serie de tensas maniobras en las que los dos tripulantes de una nave se abocan a su propia muerte. Para describir el proceso, Gareth L. Powell y Peter F. Hamilton utilizan un lenguaje plagado de neologismos cuyo significado se intuye por el contexto, unas situaciones impensables con la tecnología actual. Apelan al hambre de sentido de maravilla y estimulan la curiosidad por descubrir los motivos detrás de esta acometida suicida. Una vez concluido el preámbulo, se toman las 130 páginas restantes para exponer el por qué de ese curso de acción, y coquetean con un tratamiento de la aventura espacial más apegada a la estética de la fantasía medieval. Por hacer un símil con las novelas de La Cultura, se alejan de Pensad en Flebas para sobrevolar Inversiones.

La protagonista es Amhale. Esta surcaluz se desplaza por los mundos que conforman el Dominio recogiendo unos collares que ha entregado a una serie de personas (nobles, artistas, mercaderes, campensinos…) un milenio antes. A modo de cronista, los dispositivos graban la vida de sus poseedores y almacenan unas experiencias que Amhale transporta de vuelta a su planeta de origen; el único lugar del Dominio con la capacidad para viajar en unas naves a velocidades relativistas. Así, se desplaza de sistema en sistema en un trayecto de siglos sacando partido de la dilatación temporal y las modificaciones a las que se ha sometido. En estos trayectos Amhale se imbuye en las vivencias recopiladas en los collares. Un día se encuentra con una mensaje directo a lo La Rosa Púrpura de El Cairo; como si durante la proyección de Casablanca uno de los figurantes se girara hacia nosotros y nos hablara. Es la puerta de entrada a la gran intriga detrás de su trabajo y, prácticamente, la arquitectura social del Dominio.

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Historias de Xuya, de Aliette de Bodard

Historias de XuyaEste es el primer libro en papel de Aliette de Bodard publicado en España. Hasta hoy apenas contábamos con los dos editados en formato digital por Fata Libelli allá por 2014: la colección de relatos El ciclo de Xuya y la novela corta En una estación roja, a la deriva. El primero no lo he leído todavía, pero el segundo me parece una de las space operas más satisfactorias de este siglo XXI. Su escenario en las antípodas de las coordenadas culturales más extendidas es una fuente de extrañeza y maravilla sin, por ello, distanciarse de su contexto humano. El entramado de una sociedad heredera de las del sudeste asiático y las relaciones entre sus personajes daban pie a una vívida semblanza sobre el poder y la idea de progreso escrita con una contención y una elegancia que enfatizaban esa ambientación exótica para el lector occidental.

Historias de Xuya regresa a este universo y a esas relaciones desde dos novelas cortas con tramas más convencionales y, supongo, potencialmente atractivas para el gran público. “La maestra del té y la detective” y “Siete de infinitos” se articulan alrededor de intrigas criminales que, en el primer caso, tienen una orientación detectivesca mientras que en el segundo gira hacia la novela negra. Me ha interesado sobremanera esta última. Bodard dialoga con mayor profundidad con las rigideces de un sistema social particularmente hostil para quienes no siguen la norma o son castigados a vivir en sus márgenes, cuando no son expulsados de él. Este es el riesgo que se cierne sobre Vân. Debido a su origen humilde, la familia que la ha contratado como tutora de una de sus hijas más prometedoras, Uyên, pone en entredicho su idoneidad para ejercer esa función. Por si este riesgo no fuera suficiente aparece en los aposentos de su alumna un cadáver. De llevarse a cabo una investigación oficial, sería conducida por una milicia poco sutil; un riesgo para Uyên y la propia Vân, entre cuyos pecados de juventud está el haber creado un implante de memoria clandestino. Con la ayuda de una nave mental, Bosque sombrío, oculta el cadáver y se dispone a indagar en las causas de su muerte.

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El rastro del rayo, de Rebecca Roanhorse

El rastro del rayoSi El rastro del rayo fuera una película, no hubiera tardado ni medio segundo en encontrar la palabra exacta para describirla: «palomitera». Y este adjetivo implica, claro, varias cosas. Por un lado, que se trata de una historia entretenida, escrita con solvencia y repleta de diálogos ágiles y personajes molones, lo que no es poca cosa. Por otro, que no hay en la novela demasiado que rascar más allá de esa diversión, un tanto facilona, que ofrece. Lo que no deja de llamarme la atención, tratándose de una obra ambientada en una Tierra devastada por el cambio climático y cuyos personajes pertenecen a una minoría oprimida. Ninguno de estos temas es, sin embargo, abordado en sus páginas, más allá de la mera enunciación.

El libro, primero de la saga de fantasía urbana «El sexto mundo», ganó en 2019 el Locus a mejor primera novela (en la portada se mencionan también los premios Hugo y Nebula, que la autora, Rebecca Roanhorse, recibió por un cuento anterior, «Bienvenido a su auténtica experiencia india»). La acción se desarrolla en una reserva navaja, uno de los pocos territorios que quedan en pie tras un apocalipsis climático (el Agua Grande) que inundó gran parte de los continentes y fue precedido por un conflicto bélico a gran escala (las Guerras de la Energía). El territorio está protegido del Agua Grande y otros peligros exteriores por la muralla de quince metros de altura que lo rodea, pero tiene sus propios problemas: los seres que pueblan las leyendas navajas, no siempre amables y bondadosos, han cobrado vida. Paralelamente, algunos humanos desarrollan poderes sobrenaturales relacionados con los atributos de los clanes a los que pertenecen.

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