Hermana roja, de Mark Lawrence

Hermana RojaLas novelas de internados británicos constituyen una tradición arraigada en la literatura y cuentan con una cohorte numerosa en los terrenos de la fantasía, la ciencia ficción y el terror. Desde las peripecias de Harry Potter en Hogwarts a la escuela de batalla de El juego de Ender, pasando por la sorpresa constante de Jitanjáfora o los crímenes de El jardín del tallador de huesos, las academias de enseñanza se han mostrado como un campo abonado para historias de aventuras con vértices en el relato romántico, la competencia entre pares, el salto generacional, los ritos de paso, el acoso entre compañeros o las conspiraciones de diversa índole. En muchos casos con una fuerte componente juvenil desde el momento en el cual las cuestiones más truculentas o la faceta de crecimiento y maduración pueden terminar arrinconadas. Hermana roja es el primer libro de la trilogía del Ancestro y parece cortada con este patrón, aunque cambia los colegios para hijos del Imperio por un convento en otro planeta. El recinto en el cual jóvenes con habilidades profundizan en ellas mientras se inician en el culto a una deidad, el Ancestro, que es de suponer tenga su relevancia en las siguientes entregas.

Mark Lawrence exhibe ingenio a la hora de vestir y manejar la historia para alejarse de esos lugares comunes que podrían arrinconarla en la rutina o el manierismo. El planeta en el cuál se sitúa su argumento pertenece a un sistema cuya estrella agoniza. La vida más desahogada solo es posible en una estrecha banda ecuatorial: El Pasaje. El frío, el hielo y la nieve condicionan la supervivencia al norte y al sur de esta franja; condenan a sus habitantes a un modo de vida límite.

De uno de estos pueblos procede Nona, rescatada del patíbulo por Vidrio, la abadesa del convento de la Dulce Misericordia. Sus condiciones la hacen ideal para incorporarse a las Hermanas y recibir formación en diversas artes. Las más comunes, relacionadas con el combate. Las más extrañas, vinculadas a un potencial mágico denominado la Senda. Esto da pie a una serie de contratiempos con las estructuras políticas y religiosas que, junto a ese aprendizaje, prefiguran la estructura de la narración alrededor de la superación encadenada de retos crecientes. No se ajusta del todo a lo que Alberto Cairo etiquetaba como novela videojuego en “El camión de medianoche“, pero se le asemeja.

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Mandíbula, de Mónica Ojeda

“¿Qué es lo que pasa cuando vemos algo blanco?”, le preguntó Annelise a Fernanda sin esperar respuesta. “Que sabemos que se va a manchar”

MandíbulaEste brevísimo fragmento resume como pocos el leit motiv de Mandíbula, una siniestra novela en la que Mónica Ojeda escarba en las inseguridades y miedos de la adolescencia. Esos años de certezas resquebrajádonse y de nuevos valores abriéndose paso, impulsados por una educación que actúa por varias vías. El resultado conduce a una abracadabrante xenogénesis desencadenada por un entorno ciego, insensible a las consecuencias de su acción sobre esa personalidad extremadamente plástica. Este terreno, ya de por sí atractivo, viene en Mandíbula acompañado de una característica que imprime un jugoso amargor: cómo el relato se apoya en lo cotidiano para acariciar el horror cósmico, sin llegar a penetrar en los transitados caminos de lo preternatural y lo ominoso. Unos adjetivos que, de tan manoseados, han perdido resonancia y parte de su sentido.

Ya desde su estructura, Ojeda se muestra perspicaz. Huye del relato cronológico para acudir a una sucesión de textos enhebrados con ingenio. Las entrevistas de una joven con su psicólogo, breves diálogos entre dos adolescentes, un ensayo escrito por una alumna… se integran entre una terna de narraciones más convencionales. En la primera, en una cabaña perdida en las afueras de una ciudad ecuatoriana, una estudiante ha sido atada a una silla por su profesora. En las otros dos se rememoran las historias que propician ese trágico acontecimiento: la de Clara, la profesora de literatura que sufrió un asalto unos meses antes y ha terminado perpetrando un acto semejante; y la de Fernanda y sus compañeras de un colegio del Opus, entregadas a las exploraciones habituales de su edad sin complejos, con amplias exhibiciones de falta de empatía y desprecio por cualquier autoridad.

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