El primer capítulo de Light Chaser (Surcaluz) apela a lo que me atrae en la space opera contemporánea. En una decena de páginas se asiste a una serie de tensas maniobras en las que los dos tripulantes de una nave se abocan a su propia muerte. Para describir el proceso, Gareth L. Powell y Peter F. Hamilton utilizan un lenguaje plagado de neologismos cuyo significado se intuye por el contexto, unas situaciones impensables con la tecnología actual. Apelan al hambre de sentido de maravilla y estimulan la curiosidad por descubrir los motivos detrás de esta acometida suicida. Una vez concluido el preámbulo, se toman las 130 páginas restantes para exponer el por qué de ese curso de acción, y coquetean con un tratamiento de la aventura espacial más apegada a la estética de la fantasía medieval. Por hacer un símil con las novelas de La Cultura, se alejan de Pensad en Flebas para sobrevolar Inversiones.
La protagonista es Amhale. Esta surcaluz se desplaza por los mundos que conforman el Dominio recogiendo unos collares que ha entregado a una serie de personas (nobles, artistas, mercaderes, campensinos…) un milenio antes. A modo de cronista, los dispositivos graban la vida de sus poseedores y almacenan unas experiencias que Amhale transporta de vuelta a su planeta de origen; el único lugar del Dominio con la capacidad para viajar en unas naves a velocidades relativistas. Así, se desplaza de sistema en sistema en un trayecto de siglos sacando partido de la dilatación temporal y las modificaciones a las que se ha sometido. En estos trayectos Amhale se imbuye en las vivencias recopiladas en los collares. Un día se encuentra con una mensaje directo a lo La Rosa Púrpura de El Cairo; como si durante la proyección de Casablanca uno de los figurantes se girara hacia nosotros y nos hablara. Es la puerta de entrada a la gran intriga detrás de su trabajo y, prácticamente, la arquitectura social del Dominio.
Además Amhale no parece ser consciente de sus recuerdos más allá de lo sucedido en sus viajes anteriores. Cualquier vivencia previa queda oculta tras un oportuno olvido. La magnitud detrás de ambas incógnitas se desvela en el tramo final. Hasta entonces Powell y Hamilton se preocupan de soltar sus migas de pan mientras Amhale ve “vídeos”, descubre detalles sobre esa persona que le alimenta con información sesgada y se aliena del sistema para el cual lleva milenios trabajando.
En esa dinámica se describen sus experiencias en algunos de esos mundos, bien mientras Amhale vive en ellos y desempeña su función, bien mediante fragmentos en los que se imbuye en las vivencias de la persona que recibe el mensaje destinado a ella. Estas secuencias entran de lleno en ese entorno pre-revolución industrial, con una vasta tradición en la ciencia ficción de aventuras (Jack Vance, ¡Qué difícil es ser Dios!, Inversiones…) de una manera a mi modo de ver poco memorable. Aunque hay un motivo para enfatizar el estancamiento del progreso, no lo hay en la amplitud de ese tratamiento; apenas se avanza de lo ya visto en el primer tercio. Salvo las páginas durante las cuales Amhale regresa a su mundo, todo lo que llega con posterioridad es una vuelta de tuerca a un entorno atrasado sin expandir las causas detrás de la historia.
Tanto se distancia Light Chaser (Surcaluz) de ese sentido de la maravilla postsingularidad que le cuesta retomarlo durante el clímax final. Y en el trayecto, el uso de un entorno tecnológico para controlar a sus habitantes y mantenerlos en el nivel de desarrollo deseado se deja una fracción de su lustre. Un novum potente que Powell y Hamilton articulan por partida doble a través de una estructura de matriuskas (la intraestructura de El Dominio, el papel de Amhale) y formulan sin necesidad de conectarlo explícitamente con nuestro presente. Aciertan a establecer los vínculos mediante el contexto sin inmiscuirse más allá de que las implicaciones caigan por su propio peso.
Mi recuerdo inicial a la serie de La Cultura no era gratuito. Más allá de ser un space opera y venir del Reino Unido, observo en Light Chaser (Surcaluz) una voluntad por explorar la problemática de la utopía tecnológica. Aunque por su composición, se pasa de puntillas por la grandeza del escenario y se apuesta por un cariz admonitorio-distópico. De ahí que vea esta novela corta como una piedra de toque interesante para lectores con escaso bagaje en el space opera que puede funcionar peor en quienes anhelen una zambullida decidida en la estética de la postsigularidad.
Light Chaser (Surcaluz), de Gareth L. Powell y Peter F. Hamilton (Red Key Books, 2023)
Traducción de Jesús Cañadas
152 pp. Rústica. 19,95 €
Ficha en la Tercera Fundación