La estrella de Pandora es un tochazo. Cerca de 800 páginas en la edición que lanzó en España, allá por 2008, La Factoría de Ideas (con un cuerpo de letra no muy recomendable para miopes, según tengo entendido, aunque la versión que yo he leído, y que comento aquí, es la original en inglés, publicada por Random House en 2004). Pero supone apenas la mitad de un megatocho más grande todavía, porque su historia continúa en Judas desencadenado y la “Saga de la Commonwealth”, integrada por ambos libros, no es en realidad una saga, sino más bien una única novela publicada en dos volúmenes. La estrella de Pandora no tiene un desenlace como tal —la trama se interrumpe de forma abrupta— y finalizarla no te deja esa satisfactoria sensación de “continuará, pero el primer capítulo está zanjado” que te puede asaltar al terminar los primeros volúmenes de otras series como, qué sé yo, Dune, Los Heeches o Hyperion. Así que adentrarse en esta novela no de 800 páginas, sino más bien de 2.000, requiere que el lector, de entrada, esté dispuesto a invertir en su lectura una cantidad de tiempo mucho mayor que la que suele demandar cualquier otro libro. Y quizá este sea el motivo por el que hoy, apenas quince años después de su publicación, ambos títulos sean tan escasamente mencionados en los mentideros del fandom, a pesar de que esta obra del británico Peter F. Hamilton es monumental, ambiciosa y está sobrada de todo lo que se le presupone a una buena space opera: sentido de la maravilla, aventuras espaciales y una trama muy adictiva. Puro divertimento aderezado, además, con algunas reflexiones muy interesantes —la novela es más profunda, creo, de lo que aparenta— sobre la condición humana.
En cualquier caso, es posible darle la vuelta a la tortilla y convertir la desventaja más evidente de esta novela / saga —su hipertrofia— en una de sus principales virtudes. Porque, una vez te adentras en él, el universo de la Commonwealth te atrapa como pocos, y buena parte de su capacidad de inmersión se debe precisamente a la prolijidad del texto y la manera en la que el autor va desgranando la historia y dibujando el paisaje, descendiendo a detalles —sobre los diferentes mundos colonizados por la humanidad, las extrañas criaturas con las que se encuentran, las motivaciones de los protagonistas o los entresijos del nuevo sistema social— en los que hubiera sido imposible detenerse si el autor se hubiera sentido encorsetado por limitaciones de espacio, especialmente teniendo en cuenta la enorme cantidad de subtramas, escenarios y personajes que pueblan la novela.
El arranque es memorable y describe, desde el punto de vista del capitán Wilson Kime, la primera misión tripulada a Marte: la solemnidad de un momento cuyos protagonistas saben que pasará a la historia de la humanidad, la tensión por conseguir que todo salga a la perfección, la excitación de encontrarse en un lugar nunca antes hollado por el hombre… y el anticlímax de la tripulación cuando descubren que allí, en la superficie del Planeta Rojo, hay ya dos personas esperándolos: parecen un par de hippies, visten trajes de astronauta obviamente fabricados por ellos mismos y son los inventores de un nuevo sistema para generar agujeros de gusano que permite el transporte instantáneo a lugares situados a años luz de distancia.
La novela propiamente dicha comienza después, tras un salto temporal de varios siglos, y nos sitúa en una época en la que los agujeros de gusano generados de manera artificial se han convertido en el andamiaje de la “Commonwealth”, como se conoce a la red de cientos de planetas que han sido colonizados por la humanidad. Las sociedades que viven en estas tierras lejos de La Tierra están, además, marcadas por una serie de descubrimientos clave: cristales extraíbles en los que cada persona va almacenando sus memorias, procesos de rejuvenecimiento a los que los individuos se someten periódicamente cada treinta o cincuenta años, y laboratorios capaces de crear clones de personas fallecidas en los que posteriormente serán insertados la personalidad y conocimientos del difunto. En definitivas cuentas, los habitantes de la Commonwealth disfrutan de inmortalidad y eterna juventud —las calidades, eso sí, varían en función del grado de cobertura de sus seguros médicos—, y esto plantea un sinfín de interesantes reflexiones: su repercusión en instituciones básicas como el matrimonio y la familia nuclear, el irremediable surgimiento de nuevas oligarquías, los traumas que podría acarrear una reencarnación inesperada o los factores que determinan nuestra individualidad (¿sigue una persona siendo ella misma si se trasplantan sus memorias a un cuerpo nuevo, aun cuando se eliminen algunos recuerdos indeseados o se corrijan los rasgos menos atractivos de su personalidad?).
En un planeta situado en la periferia, un astrónomo, Dudley Bose, descubre que el confinamiento de dos sistemas estelares vecinos conocidos como el Par de Dyson (llamados así porque ambos se encuentran atrapados en sendas esferas de Dyson, gigantescas estructuras capaces de albergar un sistema solar entero) se produjo de forma instantánea. ¿Qué clase de tecnología podría permitir la construcción, en un abrir y cerrar de ojos, de un artefacto tan monstruosamente grande? ¿Fueron las esferas de Dyson levantadas por los seres que habitan en su interior o, por el contrario, ellos están confinados allí, contra su voluntad, a manos de una civilización más avanzada? Y, en cualquiera de los dos casos, ¿qué situación podría haber justificado una medida tan drástica? Los humanos, lógicamente, deciden investigar —abrir la caja de Pandora—, lo que acabará poniendo a nuestra especie al borde del abismo.
Paralelamente al argumento troncal se va desplegando una miríada de subtramas tan nutridas y diversas que es casi un alivio comprobar al final que, efectivamente, el autor sabía lo que se hacía: todas las piezas acaban encajando. Inteligencias sentientes, alienígenas que se drogan utilizando las emociones humanas como si fueran heroína, terroristas atormentados por sus acciones, sociedades secretas conspiranoicas, seres cuya comunicación está basada en la luz ultravioleta, policías modificados genéticamente para ser incorruptibles, senderos inaprehensibles que permiten realizar viajes estelares a pie, suplantación mental al más puro estilo de La invasión de los ultracuerpos y crímenes casi perfectos desfilan a lo largo de La estrella de Pandora y Judas desencadenado. Hamilton, que escribe con oficio, coquetea con distintos géneros (novela negra, intriga, fantasía, thriller), inserta en la novela narraciones con entidad suficiente como para haber sido publicadas como relatos independientes, y hace todo esto sin despeinarse y con tanta naturalidad que en ningún momento se resiente la percepción de la obra como un todo.
La “Saga de la Commonwealth” es maravillosa, pero no es perfecta. Ciertos aspectos de los personajes no me terminan de convencer, como la evolución de alguno de los protagonistas (o, más bien, la falta de ella). El remate final me dejó una sensación agridulce porque me resultó, quizá, demasiado convencional para las altas expectativas que me había ido generando la novela. Pero pocas spaces operas hay tan solventes, ambiciosas, deslumbrantes y divertidas como esta. Y es un tochazo, sí. Dadme más como este.
Pandora’s Star, de Peter F. Hamilton
Random House, 2004
851 pp. eBook. $9,99
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Judas Unchained, de Peter F. Hamilton
Tor Books, 2005
1200 pp. eBook. $9,99
Ficha en Kobo