Recupero –adecentado para C–, un antiguo texto sobre la adaptación al cine de El marciano, de Andy Weir, aprovechando que se publica la traducción al castellano de Project Hail Mary, su nueva novela. Parafraseando al Rodrigo Fresán de El fondo del cielo, cuando matizaba que la suya no era una novela de ciencia ficción sino con ciencia ficción, podemos decir que Marte no es una historia sobre el planeta rojo, sobre sus características y potencialidades, sino ubicada en Marte. Nada más. De ciencia ficción tiene poco.
Es tanto el rigor, tanta la ciencia que desprenden las páginas de la novela, que lo imaginado no es un descabellado salto al vacío sino los siguientes pasos, muy documentados, de lo que la ciencia actual permitiría. Weir estudió la realidad de nuestro tiempo, el estado de las ciencias duras, llegó hasta el límite mismo de lo posible, y dio sólo un pasito más. Con eso y, sobre todo, con el sorprendente talento que tiene para la recreación literaria de la personalidad humana, consiguió una de las mejores novelas de ciencia ficción dura de lo que llevamos de siglo.
Artemisa, su siguiente novela (auténticamente soporífera), se centraba demasiado en los supuestos enigmas de una trama de contrabando y sabotaje, de corrupción y crímenes, que no acababa de funcionar: era aburrida y las páginas avanzaban sin gracia, salvo, otra vez, por la imantadora personalidad de su personaje principal, Jazz, que era carismática y chispeante. Weir dio un paso más en sus atrevimientos imaginativos, y así como en su ópera prima, como digo, se empapó de la última ciencia puntera y dio el siguiente paso lógico, autorizado por el conocimiento, respaldado por la empírica ciencia de sus estudios, para orquestar su situación de supervivencia en Marte, en Artemisa se atrevió a crear una sociedad lunar, dando así un buen salto imaginativo con respecto a la realidad contrastable.
Pero volviendo a su estreno, no era raro, dados los ingredientes de la novela (situación de supervivencia en Marte, personaje central fuerte e instrumental científico avanzado, que siempre luce mucho en pantalla), que fuera adaptada al cine, como también, y por motivos parecidos, lo fue Ready Player One, de Ernest Cline. Los responsables de esta película se posicionan abiertamente: (también) hay bondad en el ser humano. Es una película sobre la solidaridad, sobre el amor al prójimo, una película en la que la colaboración y la complicidad entre personas (o entre programas espaciales enfrentados, como el americano y el chino), pautan el comportamiento humano. Reorientan los proyectos espaciales, suspendiéndolos o modificándolos para salvar la vida de una única persona, y prevalece esta solidaridad sobre cualquier otro objetivo. No todas las visiones de la humanidad tienen que ser trágicas y desesperadas.
Como siempre pasa, Ridley Scott y Drew Goddard (director y guionista, respectivamente), amputan algunas partes de la novela. La traslación al cine es impecable, la verdad, pero algunos detalles omitidos hubieran configurado mejor el dibujo de los personajes. Pienso en la mención, sucinta pero absolutamente emocionante, a los padres del astronauta Watney, o en las pullas internas entre los trabajadores, inconcebiblemente listos, de la NASA, o en la decisión que toma la comandante de la nave respecto a su tripulación en el caso de no conseguir su objetivo. Otro ejemplo de amputaciones desacertadas: molesta ver cómo han edulcorado el lenguaje soez de Watney. En la película podría haber sido tan hilarante y revelador como lo es en la novela.
Como también hay algunos personajes secundarios que quedan desaprovechados si los comparamos con la gracia, con el salero que tienen en la novela (pienso en Mindy). El caso es que se han querido centrar en el protagonista, cosa comprensible si pensamos que en Mark Watney tenemos a uno de los mejores personajes literarios del siglo XXI, si percibimos que es una fuente de personalidad y de carisma. (Estuve días, al terminar el libro, echando de menos su actitud, su constructiva personalidad). En la película llega también esa fuerza, aunque deslucida.
No es, yo diría, y aquí creo que difiero de algunas críticas, una película en la que se perciba la maestría de Scott tras las cámaras. Si hay empuje y decisión es gracias al guion de Drew Goddard y su excelente condensación de la novela, pese a que, como digo, se echen de menos algunos detalles. No quiere lucirse Ridley Scott como hizo, cuanto a apartado visual se refiere, en Prometheus. Lo dijo Javier Ocaña en su crítica y estoy de acuerdo: ha querido rebajar el tono trascendente, cerebral, de películas como Gravity, Interstellar o su propia, renqueante, Prometheus, para acercar su historia a los zarandeos de los relatos de aventuras. En Marte, dice Ocaña, “hay una clara idea de apartarse del camino de las explicaciones simbólicas, místicas y hasta metafísicas” de esos títulos. Scott no ha movido la cámara con la incisiva intencionalidad con la que lo hizo en otras películas. Pero tiene sentido: no es una película atmosférica ni orquestal: es el retrato circunstanciado y contextualizado de un náufrago en tierra extraña. Una aventura de supervivencia y amor a la vida.
Scott ha encontrado el equilibrio entre la dirección compacta, ceñida a la realidad, y el tono épico. El diseño de producción de los interiores es un buen ejemplo de esta vocación contenida: ya no hay desvíos electrónicos futuristas, flotantes y lumínicos. Todo está calculado con tecnología del presente. Y Marte, como han señalado otros críticos, luce en pantalla con ese brillo colorado, frío, que le presuponemos sin haberlo pisado nunca, llegándonos como si lo hubiéramos pisado hace ya décadas.
Con esta película, por otra parte, Matt Damon consigue que nos olvidemos de El caso Bourne y sus secuelas, de El indomable Will Hunting, Persiguiendo a Amy y casi diría que hasta de Infiltrados. Como Tom Hanks en Náufrago, se encuentra ante un papel que es todo desafío: le falta la contrapartida de la réplica. No tiene a un personaje delante que estimule o potencie su talento, que matice sus gestos, que module sus inflexiones, que complemente sus silencios, que colabore para crear un binomio interpretativo. El personaje que (no) tiene delante es una fría cámara sin ojos, así que todo tiene que autogenerarlo él. Así nos llega su divertida alergia a la música disco y su irreverencia con el mismo vigor con que nos llegan su nerviosismo, su inquietud y su inventiva. Su pasión por vivir estalla sin afectación alguna. Esta película ha sido para Matt Damon lo que para Sandra Bullock fue Gravity.
Andy Weir implanta en la novela unos narradores múltiples que son los mimbres de una historia que crece, que se hace grande, que nos hace conocedores de datos que el protagonista aún ignora (ah, ironía dramática), con el estómago encogido y una sonrisa en la cara. La traducción cinematográfica es el montaje en paralelo de las escenas marcianas con las terrestres, logrado sin altibajos en el ritmo, uniendo palabra e imagen con la maestría colaborativa del mejor cine.
Qué alegría, en definitiva, ver a todo un Ridley Scott, aliado con Drew Goddard, emocionado con la idea de contarnos una historia de aventuras en Marte.
Es curioso este fenómeno que se empieza a dar con el género de ciencia ficción debido a la revolución tecnológica que vivimos. Historias de cf que la realidad va sacando del género, convirtiendo su elemento de probabilidad en el de hecho consumado. Ocurre con Gravity, que no cuenta con ningún elemento inexistente más allá de los de la trama, ha ocurrido con Contagio, que la pandemia ha sacado de la categoría de cf en los catálogos de las grandes cadenas televisivas y ocurrirá en breve, si todo va bien, con El marciano, que sólo es ciencia ficción porque aún no hemos pisado Marte.
Y, por cierto, qué descanso supone ver que no arrastra el consabido asunto del acierto o desacierto predictivo.
Totalmente de acuerdo. En el texto sobre “Rendición”, de Ray Loriga, decía que algún día la ciencia ficción se hará realidad, y que ese día dejará de existir. Empieza a pasar, sí, con esos títulos que mencionas. O como con algunos detalles de la película “Her”, por ejemplo, que, cuando se estrenó, parecían extravagancias de ciencia ficción, como toda esa gente hablando por teléfono sin que se viera teléfono alguno, y hoy se ve todos los días.
Estas cosas pueden pasar, claro, pero las novelas y películas que se vean superadas por los inventos de la realidad perdurarán por lo bien escritas y estructuradas que estén.
Y, sí, como dices, qué descanso ver que no “arrastra el consabido asunto del acierto o desacierto predictivo”. Asunto que, como mucho, puede ser una curiosidad.
Un saludo!
Mario