Lengua materna, de Suzette Haden Elgin

Lengua maternaLa revolución conservadora de principios de los 80 suele caracterizarse a partir del auge desregulador y el desmontaje del estado del bienestar iniciados en el Reino Unido por Margaret Tatcher. Este cambio de concepción económica que se extendió por Europa y Norteamérica, tuvo en EE.UU. una vertiente que suele olvidarse a pesar de su huella en la esfera cultural: la reacción hacia la segunda ola de feminismo. La transformación desatada tras la llegada de Reagan al poder tuvo efectos visibles en el cambio de marea respecto a los derechos de la mujer, capitalizados por el bloqueo del partido republicano de la enmienda de igualdad de derechos que pretendía incorporarse a la constitución y que continúa abandonada en una cuneta medio siglo más tarde. Este contexto explica la aparición de El cuento de la criada que, como prácticamente toda la ciencia ficción, lejos de obedecer a dinámicas predictivas se sustenta en acciones en la sociedad de su época. Un año antes de la publicación de la novela de Margaret Atwood, Suzette Haden Elgin (pseudónimo de Patricia Anne Suzette Wilkins) publicaba Lengua materna, con obvios puntos comunes con El cuento de la criada e inicio de una trilogía de la que sólo los dos primeros libros cuentan con traducción.

Si en el libro de Margaret Atwood la anulación de los derechos llegaba a través de unas necesidades reproductivas vinculadas a una faceta religiosa fundamentalista, Haden Elgin une su opresión a (unas supuestas) habilidades para la traducción y la interpretación. Así, en este futuro a 200 años vista, el 50% de la población vive supeditada a la otra mitad alrededor de una visión cercana a la de la Antigua Roma. Las mujeres están esposadas a unos maridos que desempeñan un papel similar al pater familias: hacen y deshacen a voluntad dentro de una unidad familiar de tamaño variable. Esto se plasma a través de la familias dedicadas a la comunicación con especies alienígenas, un negocio sobre el cual descansa el peso económico y el progreso tecnológico de esta sociedad futura. La clave de la traducción se fía a niños que se ponen en contacto con los alienígenas durante sus primeros años para adquirir su lengua como su lengua materna. De esa manera podrán dominarla de manera más eficiente en las comunicaciones que se establezcan en los años siguientes. Posteriormente las jóvenes que han participado en ese contacto serán utilizadas para alumbrar a las nuevas generaciones de intérpretes y criarles, antes de pasar a su retiro.

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Señales que precederán al fin del mundo, de Yuri Herrera

Señales que precederán al fin del mundoDel año que viví en McAllen, Texas, no sólo me llevé un montón de experiencias y recuerdos. En aquellos doce meses a la orilla del Río Grande me empapé de todo lo que significa vivir en una zona tampón. El hecho de que en cualquier viaje a Corpus Christi o San Antonio debiera atravesar el puesto de Falfurrias, un paso de frontera interior, ya define la excepcionalidad de un lugar que pertenece a EE.UU. desde el final de la guerra mexicano-estadounidense de 1848. No es ya que el 97% de la población sea originaria de la región, apellidos como González, Garza, Ramírez o Suárez sean dominantes, y haya multitud de referencias a la Colonia de Nuevo Santander, una curiosa carambola para este nacido en La Montaña. Tras casi 200 años la cultura mexicana mantiene su arraigo, no sólo por el tránsito de los emigrantes hacia el resto de EE.UU. y Canadá. La comida, la música, las costumbres asociadas al tiempo libre, el uso del español y sus giros hermanados con los de México, los vínculos arraigados entre ambos lados de la frontera… mantienen una identidad, con ligeras disonancias, claramente reconocible y fascinantemente similar a la recogida en este Señales que precederán al fin del mundo.

Desde la primera palabra Yuri Herrera pone de manifiesto esa naturaleza a través del uso del lenguaje. Para abordar la escritura se abastece de toda la jerga, modismos y coloquialismos imprescindibles para retratar un lugar narrativo fronterizo, esencial para entender a los personajes y sus respectivas historias personales. Este arsenal lingüístico además imprime a su relato de una atractiva ambigüedad que deja un conjunto de detalles abiertos a interpretación, comenzando con el propio escenario donde acontece su argumento. Aunque existe alguna pista que contribuye a situar la acción (la mina de plata bajo la ciudad donde se inicia), Señales que precederán al fin del mundo carece de referencias geográficas. Esa ausencia de marcas permite extrapolar la peripecia a otros lugares, impulsada por temas que van más allá del paisaje a los dos lados de la divisoria entre EE.UU. y México. Sin embargo esta universalidad tampoco es óbice para apreciar la soberbia caracterización de los vínculos entre ambos países.

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El informe Monteverde, de Lola Robles

El informe Monteverde¿De qué manera está condicionado el lenguaje por quienes somos y el entorno en el que vivimos? ¿Cómo afecta nuestro idioma a nuestra forma de pensar? ¿Qué mecanismos hacen que una lengua evolucione hasta acabar convirtiéndose en otra distinta? Y, a la inversa, ¿hasta qué punto es el lenguaje una herramienta al servicio de las élites, un perpetuador del statu quo? Indagar en el cómo y los porqués de la lengua es siempre un ejercicio fascinante y por eso lo es la lectura de El informe Monteverde (Lola Robles), una novela corta que fue publicada por primera vez 2005 y ha sido reeditada ahora —con ilustraciones de Marina Vidal— por la editorial Crononauta.

El libro narra la estancia de seis años de una lingüista —Rachel Monteverde— en el planeta Aanuk para recabar la mayor cantidad posible de información sobre los idiomas de sus habitantes: los aanukiens, un pueblo nómada, sencillo, despreocupado y alegre, y los fihdia, una misteriosa comunidad formada por ciegos que viven en cuevas y cuya sociedad está organizada mediante una rígida jerarquía religiosa. La estructura de la obra no es lineal, sino que a lo largo del relato se van intercalando fragmentos de la entrevista que una investigadora le hace a Monteverde con extractos del informe que da título al libro y las notas que la protagonista fue tomando sobre el terreno. Los textos, al entrelazarse, construyen una imagen poliédrica del planeta, sus características, su historia y, sobre todo, el idioma y la cultura de sus habitantes. Porque la sal de El informe Monteverde son esas descripciones, ese sumergirse en el mundo de Aanuk, mientras que la acción propiamente dicha (lo que allí le sucede a la protagonista, los problemas que surgen y cómo los soluciona, sus relaciones con distintos habitantes del planeta) queda relegada a un segundo plano.

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El alfabeto de fuego, de Ben Marcus

El alfabeto de fuegoLa extrañeza es un valor a la baja entre mis lecturas. Esas historias que transcurren en las zonas fronterizas donde las marcas de género se difuminan y ciertos detalles del escenario, el uso de sus elementos o el comportamiento de los personajes dan alas a una incomodidad reconfortante. Esta es una de las muchas razones por las cuales El alfabeto de fuego me ha resultado tan satisfactoria; cómo Ben Marcus ha jugado con mi concepción de lo que es o no ciencia ficción, retorciendo y empujando ciertas ideas previas a la manera de, en una acertada comparación de Ismael Martínez Biurrun, David Cronenberg en varias de sus películas. Sin duda el director de ExistenZ e Inseparables podría realizar una adaptación capaz de inducir en el espectador un nivel de desasosiego equiparable al que alienta su lectura.

El contexto de este drama familiar es desolador. Una degeneración física y psicológica asociada al lenguaje se extiende sin freno entre la población adulta de EE.UU. Mientras los niños continúan despreocupados con su día a día, la creciente incomunicación deteriora una convivencia ya de por sí complicada. El narrador, un padre en el área metropolitana de Nueva York, da testimonio de la desintegración de su familia, y por extensión de toda una sociedad. Una situación agravada por la entrada de su hija en la adolescencia y las rebeliones asociadas a esa etapa. El uso del tiempo pasado deja entrever que el proceso se ha detenido, si no revertido, y en el presente se conserva alguna forma de comunicación lingüística. Las 400 páginas que le lleva establecer su relato son su memoria de ese período apocalíptico.

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Sobre Incrustados, de Ian Watson, y por qué merece la pena reemplazar nuestro ejemplar de Empotrados

Incrustados y otros delirios racionalistasA pesar de las arrugas y las canas, todavía encuentro su encanto al zambullirme en una novela previa a la década de los 80. Allá cuando los libros de más 250 páginas eran una excepción, las presentaciones jamás se dilataban, los desarrollos entraban con rapidez en vereda y no existían los continuarás. Quizás muchos personajes pecaban de un cierto descuido, pero se apreciaba una espontaneidad que echo en falta en gran parte de la ciencia ficción actual, en ocasiones demasiado apegada al metrónomo, los bloques y patrones aprendidos en talleres de escritura. Esta sensación se ha reforzado tras leer Incrustados, conocida en España como Empotrados y buque insignia de Watsonianas. El proyecto de la editorial Gigamesh cuyo objetivo es recuperar la obra de Ian Watson en castellano.

Incrustados se encuentra en las tres listas de títulos fundamentales de ciencia ficción más conocidas en España: la de David Pringle, la de Miquel Barceló y la coordinada por Julián Díez. Como explicaba Alfonso García en su completa reseña, es una de las novelas esenciales sobre el problema de la comunicación con un enfoque muy diferente a las escritas anterior… y posteriormente. Frente a Babel-17, Los lenguajes de Pao o Lengua Materna, libros desarrollados alrededor de la hipótesis Sapir-Whorf, de nuevo boga tras el impacto de La llegada, Watson plantó su argumento sobre el innatismo postulado por Chomski y el concepto de la incrustación. Esa manera que tenemos de incorporar información relevante en el lenguaje a base de subordinadas y que, a mayor amplitud y profundidad, más dificulta la asimiliación; especialmente en el lenguaje oral cuando el cerebro no es capaz de absorber las ideas al ritmo que suelen fluir. Watson modela este sustrato mediante tres historias: unos científicos experimentan el potencial de la mente humana para tratar con la información a través de unos niños en un laboratorio; un antropólogo convive con una tribu amazónica cuyo uso de la incrustación tiene ramificaciones sociales y filosóficas; y unos alienígenas se interesan por las lenguas terrestres en un primer contacto. Cada una desde perspectivas complementarias, realimentadas entre sí a medida que Watson profundiza en su elaboración del marco de Chomski.

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