Un apunte sobre Meridiano de sangre y la expansión hacia el oeste

Meridiano de sangre

Tuvieron que avanzar hacia el oeste. Así lo pareciera. Que fuera por fatalidad. El ir con mercenarios, ex soldados o fanáticos en cruentas batidas para ensanchar el territorio, para extender las fronteras y por tanto la dominación, pareciera cosa del destino. Pero ¿cómo se hizo? ¿Por qué esa expansión? ¿Qué argumentario se usó para justificar la aniquilación de los pueblos autóctonos y la posterior anexión de sus tierras?

Quizá tengamos una idea y una imagen juntando libros de dos autores a primera vista tan inconexos como Cormac McCarthy y Noam Chomsky.

Meridiano de sangre –estremecedora novela de los años ochenta tan bien pensada, tan bien escrita, tan atmosférica y tan gráfica a la vez, con personajes tan sobrecogedores que su presencia, apuntada a veces sólo con un par de palabras, modifica tu ánimo hasta pasado el tiempo de la lectura– explota en tus manos exacerbando todo lo que cabe en el largo espectro de la imaginación. Y es tan fascinante en su imaginario y tan intimidante en sus implicaciones y responsabilidades históricas que otorgarle el membrete de obra maestra parece casi un desdoro. Y si ahí tenemos, sobre todo, el imaginario de esa expansión hacia el oeste, en Estados fallidos. El abuso de poder y el ataque a la democracia, de Noam Chomsky, tenemos, entre otras cosas, la explicación de las motivaciones que llevaron a los blancos a expandir su voluntad anexionista y genocida, la demostración de que siempre se ha dado igual, y así, quizá, sumando lecturas, seguramente podamos encontrar también el común origen del que venimos todos.

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Fracasando por placer (XXV): Revista Omni nº 14, diciembre de 1987

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Como ya comenté al hilo de la revista Alien, ese breve experimento fue un intento de remedar a la española el éxito tremebundo de la revista Omni en Estados Unidos, que llegó a vender millones de ejemplares combinando temas del Muy Interesante, de la Nave del Misterio esa, y alguno incluso cercano a la actual Wired, con relatos de ciencia ficción. Nunca la cf “estándar”, no franquiciera, ha conseguido una audiencia regular tan grande como en esa publicación desaparecida en 1995. Con el mérito adicional de que la mayor parte del material que Ellen Datlow y Robert Sheckley eligieron, sobre todo a partir de la consolidación de la revista, no caminaba por el territorio trillado de los nombres archicomerciales, sino que apostaron por autores en desarrollo o florecimiento en ese instante, como William Gibson, George R. R. Martin, Orson Scott Card o Robert Siliverberg.

Omni tuvo varias ediciones internacionales y la española comenzó a finales de 1986, bajo los auspicios del Grupo Zeta. La compra de los fondos de Bruguera llevó a un periodo expansivo del holding de Antonio Asensio, fundamentado en las sólidas ventas y relevancia social por entonces de Interviú y El Periódico. Se llegó incluso a especular incontables veces con la creación de su propio canal televisivo. En el territorio que nos es próximo, por entonces nació la colección Nova, que se consolidó muy rápidamente gracias al éxito inmediato de los dos primeros libros de Ender. Las sucesivas reediciones dieron a Miquel Barceló crédito suficiente como seleccionador para ir publicando a otros autores de su gusto.

Compré en su momento puntualmente esta Omni, pero sus páginas de divulgación, en las que ahora he podido comprobar que además se incluían más elementos paranormalitos de los que recordaba, me sabían a muy poca cosa ya con menos de veinte años (y con un criterio no muy experto: el Muy Interesante no me parecía especialmente mal). Una década después, revisando una biblioteca que se iba convirtiendo en desagradablemente aparatosa, decidí copiar algo que le había leído a Asimov: recortar los relatos y tirar el resto para ganar espacio. Puse todos los cuentos en una carpeta. Luego, me mudé cuatro veces en seis o siete años (tres de ellas, nada menos, con el equipo completo a cuestas), y la carpeta debió quedarse en alguno de los caminos.

Después del articulito sobre Alien, busqué algún ejemplar de la Omni española en iberlibro para escribir al respecto. Elegir el número catorce tuvo una doble motivación: estaba muy barato y me constaba que contenía un relato que me impresionó poderosamente en su momento, “Permafrost”, de Roger Zelazny, que había ganado el premio Hugo pocos meses antes de su traducción.

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Sobre Incrustados, de Ian Watson, y por qué merece la pena reemplazar nuestro ejemplar de Empotrados

Incrustados y otros delirios racionalistasA pesar de las arrugas y las canas, todavía encuentro su encanto al zambullirme en una novela previa a la década de los 80. Allá cuando los libros de más 250 páginas eran una excepción, las presentaciones jamás se dilataban, los desarrollos entraban con rapidez en vereda y no existían los continuarás. Quizás muchos personajes pecaban de un cierto descuido, pero se apreciaba una espontaneidad que echo en falta en gran parte de la ciencia ficción actual, en ocasiones demasiado apegada al metrónomo, los bloques y patrones aprendidos en talleres de escritura. Esta sensación se ha reforzado tras leer Incrustados, conocida en España como Empotrados y buque insignia de Watsonianas. El proyecto de la editorial Gigamesh cuyo objetivo es recuperar la obra de Ian Watson en castellano.

Incrustados se encuentra en las tres listas de títulos fundamentales de ciencia ficción más conocidas en España: la de David Pringle, la de Miquel Barceló y la coordinada por Julián Díez. Como explicaba Alfonso García en su completa reseña, es una de las novelas esenciales sobre el problema de la comunicación con un enfoque muy diferente a las escritas anterior… y posteriormente. Frente a Babel-17, Los lenguajes de Pao o Lengua Materna, libros desarrollados alrededor de la hipótesis Sapir-Whorf, de nuevo boga tras el impacto de La llegada, Watson plantó su argumento sobre el innatismo postulado por Chomski y el concepto de la incrustación. Esa manera que tenemos de incorporar información relevante en el lenguaje a base de subordinadas y que, a mayor amplitud y profundidad, más dificulta la asimiliación; especialmente en el lenguaje oral cuando el cerebro no es capaz de absorber las ideas al ritmo que suelen fluir. Watson modela este sustrato mediante tres historias: unos científicos experimentan el potencial de la mente humana para tratar con la información a través de unos niños en un laboratorio; un antropólogo convive con una tribu amazónica cuyo uso de la incrustación tiene ramificaciones sociales y filosóficas; y unos alienígenas se interesan por las lenguas terrestres en un primer contacto. Cada una desde perspectivas complementarias, realimentadas entre sí a medida que Watson profundiza en su elaboración del marco de Chomski.

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