Como ya comenté al hilo de la revista Alien, ese breve experimento fue un intento de remedar a la española el éxito tremebundo de la revista Omni en Estados Unidos, que llegó a vender millones de ejemplares combinando temas del Muy Interesante, de la Nave del Misterio esa, y alguno incluso cercano a la actual Wired, con relatos de ciencia ficción. Nunca la cf “estándar”, no franquiciera, ha conseguido una audiencia regular tan grande como en esa publicación desaparecida en 1995. Con el mérito adicional de que la mayor parte del material que Ellen Datlow y Robert Sheckley eligieron, sobre todo a partir de la consolidación de la revista, no caminaba por el territorio trillado de los nombres archicomerciales, sino que apostaron por autores en desarrollo o florecimiento en ese instante, como William Gibson, George R. R. Martin, Orson Scott Card o Robert Siliverberg.
Omni tuvo varias ediciones internacionales y la española comenzó a finales de 1986, bajo los auspicios del Grupo Zeta. La compra de los fondos de Bruguera llevó a un periodo expansivo del holding de Antonio Asensio, fundamentado en las sólidas ventas y relevancia social por entonces de Interviú y El Periódico. Se llegó incluso a especular incontables veces con la creación de su propio canal televisivo. En el territorio que nos es próximo, por entonces nació la colección Nova, que se consolidó muy rápidamente gracias al éxito inmediato de los dos primeros libros de Ender. Las sucesivas reediciones dieron a Miquel Barceló crédito suficiente como seleccionador para ir publicando a otros autores de su gusto.
Compré en su momento puntualmente esta Omni, pero sus páginas de divulgación, en las que ahora he podido comprobar que además se incluían más elementos paranormalitos de los que recordaba, me sabían a muy poca cosa ya con menos de veinte años (y con un criterio no muy experto: el Muy Interesante no me parecía especialmente mal). Una década después, revisando una biblioteca que se iba convirtiendo en desagradablemente aparatosa, decidí copiar algo que le había leído a Asimov: recortar los relatos y tirar el resto para ganar espacio. Puse todos los cuentos en una carpeta. Luego, me mudé cuatro veces en seis o siete años (tres de ellas, nada menos, con el equipo completo a cuestas), y la carpeta debió quedarse en alguno de los caminos.
Después del articulito sobre Alien, busqué algún ejemplar de la Omni española en iberlibro para escribir al respecto. Elegir el número catorce tuvo una doble motivación: estaba muy barato y me constaba que contenía un relato que me impresionó poderosamente en su momento, “Permafrost”, de Roger Zelazny, que había ganado el premio Hugo pocos meses antes de su traducción.
Aunque he disfrutado su relectura, admito que esperaba más. Por añadidura, la traducción es deficiente, algo especialmente perjudicial considerando que Zelazny era un estilista de primera. Un cotejo rápido con el original, que tengo en una antología tardía de los Hugos de Asimov no traducida, confirma que el vocabulario y la expresividad del cuento quedaron en castellano achatados. En una de las grandes líneas de trabajo de Zelazny, la historia retrata un conflicto épico, a máxima escala, entre fuerzas de la naturaleza y humanas en un planeta remoto. El cuento incluye mucho manierismo nuevaolero (iteraciones, onomatopeyas, capitulitos con diferentes tipos de tropos y estructuras), más del habitual en un Zelazny que era por lo general más contenido que el resto de su generación.
Zelazny firmó al menos otra obra maestra en ese periodo final de su carrera, “24 vistas del monte Fuji, por Hokusai”, también Hugo como lo fue un par de años antes el ameno pero menor “La variante del unicornio”. Mientras, peleaba por hacerse un hueco en el terreno comercial firmando material progresivamente paupérrimo relacionado con su único éxito comercial verdadero, la serie de Ambar, o cofirmando como secundario trabajos con autores de menos valía que la suya, caso de Fred Saberhagen.
Siempre he pensado que la historia de Zelazny es el más triste “what if” del género. Es habitual mencionar a fallecidos prematuros de corta y brillante producción para su momento, en particular Stanley Weinbaum (muerto a los 33 años), Cyril Kornbluth (35), Henry Kuttner (42), o Tom Reamy (42). Sin embargo, la forma en la que la adscripción al género recortó el potencial de Zelazny me parece singularmente triste. Recuerdo muchas veces que un periodista de Sports Illustrated, que pasó una semana con Pau Gasol durante su periodo de plenitud en Los Angeles Lakers, le definía en su reportaje de una manera singular: “Es el único deportista de elite que he conocido que podría haber tenido el mismo éxito en cualquier otro orden de la vida en el que se lo hubiera propuesto”. Zelazny habría sido un escritor de talla en cualquier otro campo (cosa que no puedo decir de otros que me gustan tanto como él o casi, pongamos Harlan Ellison, Isaac Asimov o incluso Philip K. Dick, y sé cuán discutible puede ser esta afirmación), pero se metió en una espiral de etiquetado y dependencia económica y social de la que no pudo salir. “Permafrost” es, quizá, su canto del cisne: en los nueve años finales de su carrera, hasta su prematura muerte con 58 años (a partir de cierta edad, mejor dejar que un médico nos meta el dedito, amigos), prácticamente no publicó nada destacable. Cualquiera que lea la antología El amor es un número imaginario coincidirá conmigo en que quien escribió esos relatos con poco más de veinte años tenía el potencial de haber desarrollado una carrera totalmente distinta. Que Neil Gaiman le haya señalado como su mayor influencia es una notable prueba de ello.
Admito que, pese a mis buenas intenciones iniciales, he revisado buena parte del resto de la revista en diagonal. Creo que cabe comprender que temas con títulos como “Simo 1987: Que viene la informática” o “Extrañas huellas circulares: un misterioso fenómeno invade los campos de cereales del sur de Inglaterra” no inviten a la lectura. La combinación entre ciencia y pseudociencia como si tal cosa sigue activa de la mano de Iker Jiménez, pero hoy no me imagino a Noah Chomsky o un científico de su talla accediendo a aparecer en el mismo territorio en que se da cabida a la noticia “Espiritismo para curar el sida”, como ocurre literalmente aquí. Por cierto, la entrevista a Chomsky está muy bien y es una de las veces que he comprendido mejor ciertas sutilezas de sus teorías lingüísticas.
Con todo, soy consciente de que decepcionaría a mi reducido pero exclusivo público si no incluyera al menos alguna frase destacable espigada del hojeo rápido. Mis favoritas:
- Los abogados entran en el juego una vez ha nacido un niño subnormal.
- Poco a poco van desapareciendo los prejuicios científicos que excluían a las mujeres de los estudios médicos (se refiere a ser objeto de los estudios. De hacerlos ellas aún ni hablamos).
- ¿Es un fraude el cadáver de Hitler? ¿Escapó el Führer a Argentina?
- Las mejorías en el mundo laboral y la exploración del espacio son otras de las perspectivas que inyectan un poco de optimismo a los pronosticadores.
- Charles Rappleye, periodista de L.A. Weekly, realizó recientemente una investigación sobre la epidemia satánica. “Descubrí que, una vez los niños cuentan esas horribles historias, se vuelven hiperactivos, se masturban con frecuencia, juegan con sus excrementos y se convierten en sujetos de impredecibles ataques de rabia.
- (Edith) Fiore señala que la posesión podría ser la causa de múltiples trastornos de la personalidad, del homosexualismo y del travestismo. Cuando alguien dice que se siente como una mujer atrapada en un cuerpo de hombre, podría ser literalmente cierto (…) El poseedor puede ejercer su influencia en el poseído, induciéndole a beber en exceso o fumar marihuana.
- Hicimos un concurso público y en un concurso público ganó. Si no hubiésemos hecho un concurso público seguramente no se hubiese presentado, y por supuesto, no habría ganado.
Mención aparte merece el reportaje “El año que nos espera”, con predicciones acerca de 1988: una apuesta suicida que sólo puede hacerse cuando piensas que tu revista estará muerta en unos meses (como fue el caso) o das por hecho que todos los ejemplares acabarán en la basura incluso antes. “No nos hemos acercado, ni por casualidad, a una bola de cristal, un adivino o una echadora de cartas. Era demasiado fácil”, dice la entradilla. Seguidamente, se nos presentan las predicciones de una serie de expertos entre los cuales se incluyen las astrólogas Marisol González y Geraldyn Waxrowsky, “representantes en España de la Asociación Internacional Planet-Art”, porque hombre, adivinos no, pero el zodiaco, eso sí que es otra cosa. Entre sus comentarios, “el periodo más crucial de la historia de la humanidad nos aguarda entre los años 1989 y 1990” (esa caídita del Muro: minipunto para González y Waxrowsky), pero también “en siete años aparecerán nuevas estructuras políticas universales (…). Felipe González jugará un papel destacado en la futura globalización de la política en la búsqueda de un gobierno mundial”. Entre otras anticipaciones más serias señaladas por científicos, pueden citarse las televisiones privadas, la puesta a la venta de un cigarrillo sin humo, o un aterrador programa informático alemán capaz de determinar la ideología de los ciudadanos repasando a qué publicaciones está suscrito. Es bonito que Salvador Hernáez, el periodista malagueño que firma el reportaje, termine ese apartado con una cita de François de la Rochefoucauld que parece escrita esta mañana pero tiene casi cinco siglos: “Aquel a quien cuentas tu secreto llega a ser dueño de tu libertad”.
Además del relato de Zelazny y la entrevista con Chomsky, parecen fuera de lugar en este batiburrillo un par de buenos artículos: “Vida cotidiana en el espacio”, de Gerard K. O’Neill, y “¿Podemos comunicarnos con las estrellas?”, de Charles Sheffield, divulgativos y en la línea bien documentada que cabría esperar de ambos.
He leído que la editorial de Penthouse ha intentado en un par de ocasiones resucitar Omni, pero no estoy seguro de que este modelo tenga mucha validez en la actualidad. Creo que, en general, el sector de la información sólo tiene futuro en nichos más o menos especializados: medios para fascistas que se creen liberales, medios para gente de izquierdas que quieren reforzar sesgos de confirmación, medios para amantes de las plumas estilográficas o de los memes de gatitos. La combinación de ciencia un poquito sensacionalista, ciencia algo más seria, pseudociencias y ciencia ficción no tiene sentido cuando cada público cuenta con sus propios vehículos, sin contar que además son grupos que no necesariamente simpatizan entre sí.
Nota: Cubierta de Revista Omni nº14 proporcionada por La tercera fundación.
Que quieres que te diga?
yo compré 4 números en su día.
hoy he comprado toda la colección en páginas de coleccionismo.
me gusta ver desde la distancia lo que se pensaba del futuro.
algunos artículos eran más serios que otros. pero bueno, era una revista diferente a lo que había en los kioscos.