Para los números de aniversario de F&SF, mi revista estadounidense favorita del género, el editor de turno solía guardar grandes nombres con los que adornar el sumario, pese a que fuera con contenidos de menor entidad. Aunque en esta ocasión estamos ante una celebración modesta (38) y en el índice hay más viejos conocidos para los ratones de revista como yo que auténticos titanes del género.
Las dos firmas principales son las de los columnistas fijos de la época. Isaac Asimov continuaba con su serie de artículos científicos, iniciada en 1958 y que se prolongaría sin falta durante casi 35 años y un total de 499 piezas. Son bien conocidos por la traducción de algunas recopilaciones de ellos en distintas editoriales, como Bruguera, Alianza o Plaza & Janés. El esquema es siempre el mismo: una anecdotilla personal da paso a la disquisición científica, cuya complejidad Asimov sabía dosificar de forma magistral. En este caso el ensayo trata de un tema fetiche de Asimov, el de la Luna, que le dio pie a dos de sus artículos más memorables: «La tragedia de la Luna» y «El triunfo de la Luna», los dos en el volumen de Alianza al que da título el primero. La excepcionalidad de la Luna como satélite (demasiado grande, demasiado alejado de su planeta) aparece en diferentes ocasiones en la obra de Asimov, incluyendo un rol muy protagónico en el desenlace de la serie Fundación. Aquí Asimov se centra en las teorías pasadas o del momento sobre el origen de la Luna.
El otro articulista estrella era Harlan Ellison, que salteó durante varios años una sección de cine titulada «Harlan Ellison’s Watching», en la que básicamente hacía lo mismo que yo aquí: con la excusa de comentar algo (en su caso, una película), escribía de lo que iba surgiendo. Excuso decir que él lo hacía con más gracia. Ellison era una personalidad de una relevancia extraordinaria, que nunca ha sido debidamente representada en la edición en castellano porque sobre todo publicó cuentos. Sí se tradujo la antología que reunió en 1967, Visiones peligrosas, que fue bandera de la renovación del género en la época y desde la perspectiva actual contiene tanto hitos memorables como flipadas importantes. También era un señor pequeño, raruno y machirulo, amante de resolver casi cualquier cosa en los tribunales, y que terminó haciendo cosas tan peregrinas como convertir su nombre en una marca registrada, lo que no facilita precisamente que lleguemos a ver más cosas suyas en español.
En esta ocasión, se explaya a partir de Las brujas de Eastwick, de George Miller, recién estrenada en 1987 y que los que entonces éramos adolescentes recordamos con especial cariño debido a la presencia del casi insuperable trío de brujas compuesto por Cher, Michelle Pfeiffer y Susan Sarandon. De forma bastante juiciosa, Elllison contrasta al «exquisito» trío femenino con el supuesto conquistador Jack Nicholson, (en un casting heteropatriarcal que hoy merecería reprobaciones más bien justificadas), recuerda con cariño al gran Fritz Leiber y su Esposa hechicera y le pega un palo a Rob Bottin por diseñar siempre los mismos monstruos.
F& SF contaba por entonces con un dúo de reseñadores de libros también estelares. Algis Budrys llevaba en ello desde 1975 y creo, sinceramente, que es el tipo que mejor ha escrito este tipo de textos en publicaciones especializadas (además de autor de unas pocas novelas breves y contundentes). Aquí disecciona Misery, de Stephen King, con su característica capacidad para advertir detalles que el lector medio pudo pasar por alto y algunas interesantes reflexiones sobre el rey del terror, en varios sentidos proféticas. King siempre tuvo mucho peso en las páginas de esta revista, en la que inició su carrera y vieron a luz por ejemplo los primeros textos de la serie de La Torre Oscura.
El otro reseñador, de menos profundidad, es Orson Scott Card, entonces en los primeros compases de su carrera aunque ya un nombre de relieve tras la publicación de El juego de Ender. Más allá de su discutible talento literario (en realidad creo que sí lo tiene pero lo malgasta), Card era como reseñador uno de esos tipos que da la impresión de ser la persona más afortunada del mundo: cada mes leía tres, cuatro o cinco libros memorables, históricos, formidables, únicos. En este número, cierra su reseña de Memory Wire, de Robert Charles Wilson, afirmando: «Lea este libro por pura diversión y quedará encantado. También puede que, sin darse cuenta, cambie por dentro (…). Wilson tiene un toque sanador». Sobre Pennterra, de Judith Moffet, concluye: «Esto es narrativa de primer orden. Los personajes y acontecimientos de Pennterra formarían parte de mí para siempre». Y termina su sección con The Illyrian Adventure, de Lloyd Alexander: «Ojalá hubiera tenido este libro a los doce años. Pero igualmente me encanta leerlo ahora que soy mayor». En efecto: tan buenos no pueden ser esos tres libros cuando ninguno de ellos se ha reeditado en inglés ni traducido al español. Pero estoy seguro de que Card volvió a tener muchísima suerte al mes siguiente. Al menos la tuvo cada vez que he leído una de sus columnas.
El plato fuerte de este número de aniversario es una novela corta de Keith Roberts, «The Tiger Sweater», que forma parte de la serie de historias protagonizadas por una muchacha con imán para los líos poco corrientes llamada Kaeti. Roberts acababa de publicar un primer volumen reuniendo relatos del personaje, Kaeti & Company, y este texto formaría parte del segundo, Kaeti on Tour (1992), además de resultar finalista del Nebula. Siempre me llama la atención esto de que las revistas estadounidenses de cf publiquen relatos de series sueltos, sin que importe que el lector no conozca el resto de aventuras relacionadas.
La elección del texto y del propio Roberts para protagonizar este número aniversario es poco corriente (aunque no se le conceda ningún privilegio en la portada, como suele ser habitual para la narración más extensa). Autor (y buen ilustrador) de carácter mercurial y prosa bastante rica, mi impresión es que su poca fama se debe a que su libro más conocido, Pavana, es recordado por su escenario (una Inglaterra conquistada por la Armada Invencible) pero resulta una lectura algo decepcionante según las expectativas con que se haga al no tratarse de una ucronía convencional. Esta historia en sí es bastante atractiva, ubicada en un Londres singular, y escrita con buen pulso.
El otro texto más largo del número es «Judgment Call», de John Kessel, que afronté con las mayores expectativas porque es un autor que disfruto en formatos cortos. Pero mi gozo cayó en un pozo leyendo la propia introducción del cuento: trata sobre béisbol. Los atractivos místicos de este deporte se me escapan, por mucho que haya tragado páginas y páginas de Paul Auster al respecto, y además no le tengo en general mucha fe a los relatos de cf sobre deportes (ni siquiera a los de baloncesto que repetidamente publicó Vance Aandahl en esta misma revista). De forma que abandoné su lectura, sin entender gran cosa, a las pocas páginas. Debe tener cierto interés, porque ha sido reeditado varias veces, entre otras en la antología conmemorativa del 40 aniversario de F&SF que se publicó un par de años después.
Entre los relatos cortos, me quedo con el primero que Delia Sherman publicó en esta revista, y el tercero de toda su carrera, «The Maid on the Shore». Demostrando buen olfato, el editor Ed Ferman incluyó a esta escritora desconocida entonces entre las firmas de uno de los prestigiosos números aniversario. El cuento (que también recibió la portada) es una historia de exquisito estilo anticuado sobre una sirena-bruja solitaria y un barco que la visita en la costa de Nueva Inglaterra. Sherman empezó a publicar ya bastante madura (tenía 35 años cuando apareció este relato), cosa que se nota mucho por la riqueza del léxico y la fluidez del ritmo de esta historia. Fue reeditado en alguna antología de lo mejor del año. A Sherman en España la conocemos por un par de libros que tradujo Bibliópolis, uno de ellos en colaboración con su esposa, Ellen Kushner. Pero en todo esto debe haber algunas falsedades, porque es bien sabido gracias al testimonio de gente que no estaba allí que hace 35 años las mujeres estaban absolutamente marginadas en el género. De las homosexuales ni hablemos.
Hay otras dos autoras más en el sumario, dos damas importantes, pero sus cuentos no están a la misma altura. Kate Wilhelm juguetea con la idea heinleniana del investigador autodidacta capaz de llegar más y más lejos en «The Dissambler», en este caso aplicándolo al campo de la biología. El cuento tiene la excelente factura que cabe esperar de ella pero me deja frío. Lisa Tuttle aporta «The Colonization of Edward Beal», que es un cuento de repertorio, de correcta redacción pero que nos pone una vez más ante el problema de leer las revistas estadounidenses del género.
Y es que en ellas se publica mucho relato escrito por gente que es profesional, y que debe producir de forma continua. A veces, sin ideas especialmente brillantes, sin nada de especial que contar. Este relatito va de una invasión extraterrestre que le sale del cuerpo a un señor que emplea su tiempo libre a prepararse para el apocalipsis. El mismo comentario puede aplicarse a «Drummer’s Star», del tristemente olvidado Edward Bryant. En este, un grupo musical se queda sin batería para una actuación y un tipo llegado de la nada llena el vacío con un ritmo y forma de tocar extraños; al final, el manager del grupo le despide mirando a las estrellas, convencido de que es un marcianete. Como es fácil de deducir, ninguno de estos dos relatos valen absolutamente para nada, e inciden en algo que he comentado alguna vez: el nivel más bajo de las revistas estadounidenses del género está bastante por debajo del que han tenido las mejores publicaciones españolas. Vamos, que si me lo hubiera enviado un autor nacional, esto no habría aparecido en Gigamesh o Artifex cuando yo estaba en ellas ni aunque me hubieran pagado. Pero cuando hay escritores a tiempo completo que deben pagar facturas y revistas que deben llenar más de dos mil páginas cada año, se producen fenómenos así. El pobre Bryant, de hecho, acabó prácticamente en la indigencia pese a haber sido una figura muy esperanzadora a fines de los setenta, cuando ganó premios, se tradujeron un par de antologías suyas al castellano, y luego tener un papel destacado en la renovación del terror y en el núcleo de autores residentes en Colorado, donde fueron creciendo nombres tan destacados como los de Dan Simmons y Connie Willis.
También hay un cuento de tres páginas de Avram Davidson y un poema de Jane Yolen. Como me estoy alargando realmente demasiado (¿sigue alguien ahí?), me limitaré a permitir que sigan en un piadoso olvido para no mancillar el recuerdo de dos buenos escritores. De lo de los poemas en las revistas de ciencia ficción ya hablo otro día. O mejor no.
Este número tiene de todas formas un pequeño lugar en la historia de la revista. En él se hicieron unos pequeños cambios de diseño que salvo detalles (en particular la tipografía de portada que hoy es bastante más infantiloide) se conservan hasta hoy. La ilustración de cubierta, bastante chocante, es de Anita Kunz, una pintora canadiense de estilo naif que ilustró varios números de la revista a lo largo de un par de décadas. Las obras de Kunz hoy se exponen en distintos museos relevantes y ella ha recibido los principales reconocimientos artísticos y civiles en su país. Porque conviene recordar una cosa para terminar: puede que la historia convencional del género coloque a Astounding en la cima del imaginario del fandom, puede que Asimov’s haya sido la revista que ganó más premios durante décadas, puede que New Worlds construyera una revolución ella sola, pero la publicación que ha estado más años en la cima, la que ha ofrecido de forma consistente mayor calidad y ha contado con colaboradores más brillantes, esa ha sido (y sigue siendo) la vieja F&SF, que este año cumple siete décadas. Pachucha como cualquier publicación en papel, pero prestigiosa y llena de sustancia.
Casualmente, el día antes de que se publicara esta nota (escrita hace semanas), se anunció el sumario del número del septuagésimo aniversario de la revista. Esta es una de las veces que tiran la casa por la ventana: Paolo Bacigalupi, Ken Liu, Robert Silverberg, Kelly Link, Maureen McHugh, Michael Moorcock, Michael Swanwick, Gardner Dozois, Esther Friesner, Elizabeth Bear…
Pues no estaría nada mal, para el futuro, una columna sobre ese número. Como fan de esta serie que te estás marcando, siento curiosidad sana por leer lo que piensas de algunos de esos nombres.
Cada día me gusta más “Fracasando por Placer”