Blood, Sweat&Chrome, de Kyle Buchanan

Blood, Sweat & ChromeMad Max: Fury Road es la única película que he visto en el cine dos veces durante su primer pase desde que tengo acceso a internet de banda ancha. En este tiempo en el cual la mayoría de los blockbusters me aburren desde sus guiones de taller de escritura de regional preferente; plagados de efectos especiales dominados por una animación digital de videojuego; construidos alrededor de arcos dramáticos equiparables a los de una película del ciclo don’t fuck with Liam Neeson, Fury Road abre las ventanas y llena la habitación de un aire vigorizante con su manera de presentar un lugar narrativo; la secuenciación de unas escenas magnéticas; el encadenamiento de imágenes icónicas… Treinta años después de la última película de Mad Max, George Miller volvió a su universo cinematográfico para sorprender con un film excepcional.

Esta singularidad se puede desarrollar desde muchas vertientes. Una de ellas es la existencia de Blood, Sweat&Chrome. Una historia oral publicada siete años después de su estreno que abarca la concepción de la película; el dilatado proceso de preproducción a lo largo de varios lustros; un rodaje extenuante, a niveles que el testimonio de los participantes no llega a transmitir del todo; una fase de postproducción repleta de obstáculos… Esta polifonía de testimonios de todas las personas significativas involucradas en el proyecto han sido entretejidos por Kyle Buchanan hasta construir una absorbente radiografía de la parte sumergida del iceberg que pudimos ver en la gran pantalla.

Aquí hay relatos fascinantes, como lo cerca que estuvo de rodarse una película con Mel Gibson a inicios del siglo XXI, con coches ya construidos y mandados destruir porque la Fox cerró el grifo de la pasta; la construcción de la narración a partir de un storyboard apabullante que privó a la película de un guión propiamente dicho; la elaboración de toda la parafernalia (vehículos, ropajes); el proceso de construcción de cada personaje y las interpretaciones alrededor de ellos; el día a día en Namibia durante el rodaje… Y, cómo no, los problemas surgidos sobre el terreno, centrados en la estancia durante seis meses en un lugar precioso y, a la vez, inhóspito; la dificultad de algunos actores para introducirse en sus papeles; cómo ambas cuestiones afectaron a las dos estrellas sobre las cuales descansaba el peso de la producción; los torpedos lanzados desde la propia productora para salvar/hundir la película… Un dulce irresistible para quien sienta devoción por Fury Road.

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Fracasando por placer (V): The Magazine of Fantasy & Science Fiction, octubre de 1987

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Para los números de aniversario de F&SF, mi revista estadounidense favorita del género, el editor de turno solía guardar grandes nombres con los que adornar el sumario, pese a que fuera con contenidos de menor entidad. Aunque en esta ocasión estamos ante una celebración modesta (38) y en el índice hay más viejos conocidos para los ratones de revista como yo que auténticos titanes del género.

Las dos firmas principales son las de los columnistas fijos de la época. Isaac Asimov continuaba con su serie de artículos científicos, iniciada en 1958 y que se prolongaría sin falta durante casi 35 años y un total de 499 piezas. Son bien conocidos por la traducción de algunas recopilaciones de ellos en distintas editoriales, como Bruguera, Alianza o Plaza & Janés. El esquema es siempre el mismo: una anecdotilla personal da paso a la disquisición científica, cuya complejidad Asimov sabía dosificar de forma magistral. En este caso el ensayo trata de un tema fetiche de Asimov, el de la Luna, que le dio pie a dos de sus artículos más memorables: «La tragedia de la Luna» y «El triunfo de la Luna», los dos en el volumen de Alianza al que da título el primero. La excepcionalidad de la Luna como satélite (demasiado grande, demasiado alejado de su planeta) aparece en diferentes ocasiones en la obra de Asimov, incluyendo un rol muy protagónico en el desenlace de la serie Fundación. Aquí Asimov se centra en las teorías pasadas o del momento sobre el origen de la Luna.

El otro articulista estrella era Harlan Ellison, que salteó durante varios años una sección de cine titulada «Harlan Ellison’s Watching», en la que básicamente hacía lo mismo que yo aquí: con la excusa de comentar algo (en su caso, una película), escribía de lo que iba surgiendo. Excuso decir que él lo hacía con más gracia. Ellison era una personalidad de una relevancia extraordinaria, que nunca ha sido debidamente representada en la edición en castellano porque sobre todo publicó cuentos. Sí se tradujo la antología que reunió en 1967, Visiones peligrosas, que fue bandera de la renovación del género en la época y desde la perspectiva actual contiene tanto hitos memorables como flipadas importantes. También era un señor pequeño, raruno y machirulo, amante de resolver casi cualquier cosa en los tribunales, y que terminó haciendo cosas tan peregrinas como convertir su nombre en una marca registrada, lo que no facilita precisamente que lleguemos a ver más cosas suyas en español.

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