Tuvo que ser difícil enfrentarse a Blade Runner. Esa estética decadente, ese urbanismo opresor, la velocidad de todo, la convivencia con replicantes en la ciudad, toda la mecanización de la vida que se veía en la película condicionó a un joven William Gibson a reescribir la historia que tenía en mente. O, más que la historia, el imaginario. Porque Gibson, con Neuromante, no tuvo una idea sino una imagen. Y tuvo que alejarse del diseño de producción de Blade Runner para erigir su propia concepción del futuro, de lo que les esperaba en los ochenta si seguían como siguieron. De nuevo como en sus cuentos, Gibson supo ver las inercias humanas latentes y les puso imaginario.
Hay dos títulos de los años ochenta –Menos que cero y Neuromante– que tienen un estatus parecido de clásicos instantáneos de su tiempo. Si han resistido el paso de las décadas es ya otro tema. En ambas se ve esa alienación hiperurbana, la violencia que define nuestras vidas. La de Bret Easton Ellis llegó, diría, un poco más lejos en sus logros que la de Gibson, porque además de una imagen social contaba con un ritmo trepidante, pero Neuromante consolidó una estética en verdad perturbadora, que no es poco.
Sabemos que Gibson es capaz de articular un buen puñado de piezas maestras breves; pero en Neuromante, como he sugerido, la trama es confusa y simplona, lo que tampoco es raro ni invalidante: el valor de la novela no está en lo que narra. La novela es más una estética que una historia, la consolidación definitiva y para siempre de la estética ciberpunk. Ya vimos en el propio Gibson antecedentes del imaginario urbano, ya le vimos escribiendo sobre tráfico de información, sobre ciborgs y sobre una alienación social que era la excrecencia de la tecnología mal enfocada. Pero la clave de Neuromante está en la fusión de realidades y en algunas descripciones. No tengo muy claro que haya resistido el paso del tiempo (como sí creo que lo hace Menos que cero o, por citar otra novela ochentera de ciencia ficción, Pensad en Flebas, que no se le parece ni por asomo), pero ¿por qué no?
Mi hipótesis es que ha sido tan sumamente influyente, que ha sido tan arrebatadoramente pregnante, que, si, como puede ser el caso, la leemos después de Matrix, Ghost in the Shell, Existenz y de cuantas películas queramos más, llegamos a Neuromante para ver el origen del mundo, y, sí, lo reconocemos, vemos su cualidad de precursora, sus talentos visionarios y su imaginería avanzada, pero, literariamente, la habilidad de Gibson como narrador queda descolorida. Vemos que todo lo que sabíamos sobre ciberpunk estaba ya en esta novela de los ochenta, y reconocemos ese valor (y otros que ahora menciono), pero no disfrutamos la novela como quizá deberíamos. No es por pereza que no resumo el argumento. Es que no tiene gran cosa. Lo noir está bien entretejido pero tampoco es esa la clave del libro.
¿Por qué ha quedado esta novela, si tampoco es tan entretenida (sí, entretenida)? Porque, como digo, consolidó una estética, un imaginario, y nos dio neologismos como ciberespacio o ese perdurable constructo virtual-real llamado la matriz. Es cierto que se escribió en años pre-internet, y que el impacto de entonces, sin Ghost in the Shell, sin Matrix y sin la propia Neuromante, tuvo que ser –fue– meteórico. Leerla ahora sigue siendo una experiencia tonificante por todo lo que tiene de alarde imaginativo, por la osadía de confundir los límites del ciberespacio con los de lo que llamamos realidad, porque leerla es ponerte unas gafas de realidad virtual. Por la frialdad, como si las calles, los neones, la velocidad de los coches, los edificios y la porquería acumulada emanasen de la ciudad misma, como un acre sudor de la ciudad que condiciona la vida en la ciudad. Y por ver cómo todo ello se espejea en la matriz. Cuál es aquí la realidad de verdad, o cuál es más real. La matriz en la realidad, o la realidad en la matriz. En esa hibridación está el auténtico logro de Gibson en Neuromante.
Que, con la nueva traducción de David Tejera, el diseño (y la textura rugosa, encerada) de la cubierta y la contracubierta, la edición y hasta el gramaje del papel, luce, y demuestra el esmero, el trabajo de Minotauro que, con esta serie de Esenciales, está fabricando futuros coleccionables con clásicos del género.
No quiero caer en esa actitud condescendiente que te puede dar el tiempo, la ventaja que te da para valorar una obra: Neuromante es una obra capital. Pero lo es por motivos que hoy la han relegado a condición de radiante precursora, nada más. De rareza en el tiempo. Como imagen sigue viva, pero creo que, a medida que se vayan sumando décadas y títulos al imaginario gibsoniano, Neuromante se irá desdibujando, o anclándose cada vez más en su condición de precursora, de ‘primera en decir’. Pero no de novela que sigue leyéndose hoy por el valor de su influencia y, además, por su valor literario (que es el caso de otra novela también influyentísima y, esta sí, mejor trabada, como La Tierra permanece). Gibson es perfectamente capaz de superar los caprichos del tiempo, como sabemos por Quemando cromo, pero Neuromante igual hubiera funcionado mejor como novela corta, más de lo que ya es.
Neuromante, de William Gibson (Minotauro, 2021)
Neuromancer (1984)
Traducción: David Tejera
Rústica. 304pp. 17,95€
Ficha en La tercera fundación
Esa ilustracion alternativa deberia hacer pensar a la editorial en Espana que los libros se pueden envolver con una imagen mas moderna y calida.
Todo lo que mencionas me pasa con Woody Allen. Cuando he visto sus películas más señeras he tenido la sensación de que ya lo había visto antes. En realidad lo había visto después, pero claro, el humor de Woody Allen se ha convertido en parte tan intrínseca de la cultura (pop o no) que es imposible acercarse virgen a sus películas y disfrutar de ellas con los ojos del que las vio por vez primera en su estreno.
Con Neuromante creo que pasa eso. Nos suena a visto, pasado de moda y poco menos que curiosidad arqueológica porque en realidad ha tenido tanto éxito que se ha convertido en parte del zeitgeist y cuando te acercas a verlo notas solo lo que no funciona porque toda su brillantez y sus aciertos han sido copiados y (las menos veces) mejorados y (las más veces) convertidos en tópicos tan vistos que ya nos parece todo simplón.
Por cierto que la comparación Easton Ellis me parece muy pertinente. Lo de las menciones continuas a las marcas y otras afectaciones de la época (que resuenan bastante 35 años después, quizá porque vivimos en un mundo muy del estilo de los ochenta) demuestran que Gibson no era de esos que solo miraba hacia dentro del género.
“Cada escritor crea a sus precursores”, como dice Borges que hace Kafka. Creo que estamos ante un fenómeno parecido.
No exactamente lo mismo, pero parecido. De alguna manera, parecería que “Neuromante” es una consecuencia de “The Matrix”, como una obra digna, destacable, pero sin duda menor al lado de la madre.
Sin ánimo de crear un flame, las ediciones que tenemos en España (ya no de neuromante, sino de casi cualquier cosa) son ediciones que viven en los años 80. La otra imagen que compartes, con la ilustración de Josan Gonzalez (https://deathherald.tumblr.com/) para la edición brasileña se mea en todo lo que se publica de ciencia ficcion en nuestro país.
Solo se preocupan por la maquetación y el diseño gráfico algunas editoriales muy pequeñitas, a las ya asentadas con tener un becario mileurista y poner los libros en el carrefour ya les vale.
Lo interesante de tu comentario es, diría, lo que apuntas, hacia el final, sobre las condiciones de trabajo en el ámbito editorial, o, ya puestos, en el cultural. La cosa es que “becarios mileuristas” jamás los hubo en el mundo cultural (ni en el otro). Sería una dorada utopía. El mileurismo es hoy un sueño inalcanzable.
Un saludo,