Fracasando por placer (XIX): Antologías que más o menos pretendían ser globales y/o definitivas

New Está lleno de estrellas

Voy a ir un paso más en el comentario previo acerca de esa obsesión por hacer antologías tan propia de la ciencia ficción, centrándome en las que se han consagrado a presentar el género en su conjunto. Hay unas cuantas. Supongo que por un lado tienen gancho comercial dentro, y por otro pueden atraer a algún curioso completista de fuera. El caso es que van unas cuantas, y aunque ya hablé extensamente de la que tal vez sea la primera, Adventures in Time and Space, permítaseme un repaso breve a todas las que poseo, que creo que podrá ser útil a algún lector con el mismo tipo de trastorno psicológico (en realidad, lo hago porque seguro que aparece alguien que conoce otras que me faltan), o bien para quienes vayan a escribir un ensayo para un medio generalista sin tener ni idea de la historia del género y quieran tener la honradez intelectual de informarse mínimamente leyendo alguno de estos tochos.

Excluyo de este repaso a las antologías muy limitadas de alguna forma (a un año, a una revista, a un premio, a una temática), para ir a las que se supone que han escogido a calzón quitado los mejores relatos de la historia, o de un periodo suficientemente amplio, al parecer del seleccionador. También me salto las que han sido bautizadas en español con títulos rimbombantes pero en realidad se corresponden a contenidos menos ambiciosos: el caso más notable es el de Los mejores relatos de ciencia ficción, prologados por Narciso Ibáñez Serrador, que tuvo varias ediciones en Bruguera y se correspondía a dos antologías de buenos cuentos escogidos por Groff Conklin, puestas una detrás de otra.

Y no, no las he leído todas enteras, pero sí son para mí un muy útil material de referencia, por supuesto. Las coloco por orden de publicación original, aunque en muchas ocasiones tengo ediciones posteriores. Me abstengo de mencionar la ocasional inclusión de Cordwainer Smith por no insistir siempre en lo mismo.

Prepárense para el chaparrón de namedropping, estimados amigos, porque esta vez va a ser de órdago.  Sigue leyendo

Fracasando por placer (XVIII): Isaac Asimov Magazine nº 11. Forum, 1986

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Si sumáramos las cinco encarnaciones que ha tenido la Isaac Asimov’s Science Fiction Magazine en castellano, resultaría ser la segunda revista con más números de la historia, sólo por detrás de Nueva Dimensión. Sin embargo, esa suma sería totalmente ficticia: cada una de esas etapas fue llevada por una editorial distinta, con propósitos y resultados dispares, sin casi nada más en común que el hecho de que el material anglosajón traducido en ellas fue publicado originalmente en la homónima estadounidense.

También coinciden en el empeño en hacer constar el nombre de Asimov bien gordo, como si fuera un talismán que, obviamente, nunca tuvo gancho suficiente como para llamar la atención de lectores ajenos al género y hacer viable el proyecto. Ya mencioné en otro artículo la extraña obsesión de los editores españoles durante varias décadas por pagar para contar con ese apellido que sólo ha tenido eficacia comercial dentro de la cf cuando se trataba de alguna obra «mayor». Y fuera de él, apenas en contados casos (pienso en la magnífica, al menos para mí como lego, Introducción a la ciencia, los muy amenos tomos de historia aparecidos en Alianza, e imagino que las primeras selecciones de ensayos en Bruguera). El resto, diría que tres cuartas partes largas de las versiones de publicaciones con la rúbrica Asimov en su portada, ha terminado más bien indignamente en las pilas de saldos, fueran antologías, novelas desarrolladas en su universo creativo y apadrinadas de manera discutible o ensayos científicos.

En el caso de las revistas, casi nunca dieron tampoco buenos resultados literarios. En sus números siempre parece haber material procedente del mismo lapso temporal, como si en el acuerdo con la editorial estadounidense, Davis, se incluyera alguna condición al respecto. La consecuencia es que lo traducido es muy irregular, como lo son en sí las revistas americanas de género, que publican tanto cada año que deben tener una manga mucho más ancha que una publicación española que pueda escoger lo que quiera de la fuente que desee siempre que pueda pagar la traducción. El caso extremo es el de la primera encarnación de Asimov’s en español, la de Picazo en 1979-80, que recogía de manera íntegra volúmenes estadounidenses, concretamente los doce primeros. Mala idea a varios niveles, porque la revista americana nació en 1977 y tardó varios años en cobrar fuste; estos números de arranque fueron pestilentes casi de manera íntegra. En 1983, Shawna McCarthy sustituyó a George Scithers, un viejo amigo de Asimov, y arrancó una orientación «literaria» de la publicación obviando totalmente la supuesta herencia del autor que daba nombre a la revista; un giro al que daría continuidad Gardner Dozois desde 1985. Asimov comentaría en alguna ocasión que no acababa de entender muy bien la revista en sus últimos años, pero que le parecía todo bien.

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John Brunner e Idiocracia

Idiocracia

Como ya comentaba en un texto anterior, finalmente he terminado por llegar a la conclusión de que sólo hay dos respuestas de la cf a nuestra situación actual que mantengan alguna vigencia: parte de la obra de John Brunner y la semiolvidada película Idiocracia (aunque tenga cierto carácter de culto).

Sobre John Brunner, para hacerlo bien, debería sentarme y releer sus cuatro novelas fundamentales: Todos sobre Zanzíbar, El rebaño ciego, Órbita inestable, y El jinete en la onda del shock. También convendría un estudio un tanto serio sobre cómo un profeta vivió disfrazado de garbancero, o cómo un garbancero devino en profeta. En el origen de su carrera, que comenzó muy joven, enhebró una serie de aventuras espaciales de tercera que no le hacían destacar especialmente de otros autores británicos del momento (tipo Colin Kapp, J.T. McIntosh etc.). Escribía deprisa para poder ganarse la vida, y amontonaba publicaciones con títulos tan esperpénticos como Los súper bárbaros, Esclavistas del espacio o La amenaza psiónica. Sin embargo, ya con treinta años, la publicación de algunos textos más sofisticados como El hombre completo (1964) y Las casillas de la ciudad (1965) hacían suponer que podría ser algo más, una especie de Silverberg menor. Pero no anticipaban el aldabonazo que supondrían esas cuatro obras posteriores del periodo 1968-1974 (que se siguieron alternando con material adocenado de supervivencia).

Brunner no es el más grande, ni el mejor escritor, y de hecho en balance le veo inferior a Silverberg, por el que siento debilidad; pero por alguna razón ha terminado por ser el más pertinente de los autores de ciencia ficción. Este es un concepto que manejo con frecuencia, la pertinencia, en el sentido de capacidad de un texto de ciencia ficción de seguir siendo relevante y efectivo para un lector independientemente del momento en que se lea la obra, de la evolución de la sociedad, la edad del lector o cualquier otro factor.

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Fracasando por placer (XVII): El Péndulo nº 5, Segunda Época. Ediciones de La Urraca, noviembre de 1981

El Péndulo

Aunque el cuerpo principal de publicación de El Péndulo tuvo formalmente 15 números (1981-1987), lo cierto es que hay otras 19 publicaciones que son también El Péndulo: dos pioneras bajo el título de Suplemento de Humor y Ciencia Ficción en junio y julio de 1979, los cuatro números de la primera etapa de El Péndulo entre octubre y diciembre de 1979 (estas con formato revista-revista), los dos números de El Péndulo Libros (1990-91, con un formato idéntico al de la revista previa)… Y también, obviamente, aunque no se reconozca en ninguna parte, los once números de la segunda etapa de Minotauro, entre 1983 y 1986, años en los que no se publicó El Péndulo.

El denominador común de todos ellos es la dirección de Marcial Souto. En el caso de El Péndulo, nominalmente bajo las órdenes de Andrés Cascioli, humorista y editor al mando de Ediciones de La Urraca. Todas estas revistas cuentan con el mismo esquema, tienen los mismos colaboradores, traducen prácticamente a los mismos autores y alcanzan similares cotas de calidad, más allá del brillo de algún contenido puntual. En su conjunto, esos 34 números forman el mejor exponente de las revistas de ciencia ficción en castellano; Nueva Dimensión fue más longeva e influyente, estoy orgulloso de muchas de las cosas que conseguí en mis siete años en Gigamesh, pero El Péndulo es, simplemente, mejor por término medio, una calificación de 7 mínimo, siempre.

Pensaba que tenía todos los ejemplares (salvo los dos primeros como Suplemento) leídos, pero recientemente me di cuenta de dos cosas: que no tengo el número 11 de Minotauro (que, de hecho, no sabía ni que existía), y que no me había leído el número 5 de El Péndulo. La razón es que en su momento, en los lejanos noventa, cuando atesoré estas revistas, el ejemplar que me compré tenía un cuadernillo en blanco. Hay ocho páginas que no están impresas, afectando nada menos que a un cuento de R.A. Lafferty y un artículo de Pablo Capanna. Busqué reponer el ejemplar durante algún tiempo, pero terminé por olvidar el asunto supongo que en algún momento de mi mudanza de vuelta de Barcelona a Madrid.

Sin embargo, recordé al instante ese número 5 pendiente cuando nuestro imprescindible José Faraldo me informó de la existencia de ejemplares en pdf de montones de revistas argentinas en la web www.ahira.com.ar. Ahí es posible encontrar no sólo El Péndulo, sino la primera etapa de Minotauro de los años 60, la mítica Más Allá de los cincuenta (incluyendo los tres números que nunca he conseguido encontrar: no tardará en caer alguno por aquí), así como otras publicaciones del género aparecidas en Argentina. Para quienes tengan un muy razonable escrúpulo respecto a las copias digitales de origen incierto, decir que esta web está impulsada por el Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. El hecho de que no estén ahí todas las revistas de cf argentinas (no están Pársec o la segunda Minotauro), me viene a confirmar que sólo han recogido aquellas que, por algún motivo, puedan ser reproducidas de forma legal. En la web puede encontrarse también un agradable articulito sobre la historia de la publicación a cargo de Soledad Quereilhac, una de las investigadoras del Instituto Ravignani.

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Seis planteamientos inconclusos

En un tiempo como éste, las ideas bullen en la cabeza. No falta tiempo; falta impulso ante la sospecha de que todo es más bien inútil, que la única posible consecuencia de un esfuerzo analítico es el desahogo, darnos de cabezazos contra las paredes.

Aquí presento ideas anotadas en mi libreta, que no tengo ánimo para desarrollar o investigar a fondo, pero que supongo serán representativas de lo que sienten otros lectores, y tal vez den pie a que alguien se extienda al respecto.

Aquel mes de marzo de 2020

1. La primera verdadera situación de cf (que yo haya vivido)

Cuando fui a comprar por primera vez a un supermercado tras el inicio del confinamiento, sufrí un shock escénico como no recuerdo otro igual en mi vida. Santiago Moreno presentó una situación similar en esta misma web, yo cuento la mía. Vivo en medio del campo; mi entorno siempre está casi vacío. Pero de repente, la siguiente vez que fui a comprar a la ciudad, días después del comienzo del confinamiento… La cola de gente cabizbaja aguardando turno para entrar en el centro comercial, las miradas huidizas, como si el contacto visual contagiara; los lineales con productos básicos vacíos; las mascarillas de algunos, el encogerse al paso de otros, gente con bufandas y guantes de fregadero… Caí de golpe en un mundo escondido en mis pesadillas, pero presentado con toda la falta de uniformidad y de épica propia del mundo real. Sabía de antemano que iba a encontrarme algo así, pero no es lo mismo que tenerlo delante, tras días de aislamiento en el que todo había cambiado. La última vez que había estado allí faltaba papel higiénico, pero todo lo demás era como siempre.

Fue la primera vez en mi vida que de verdad me sentí en un escenario de ciencia ficción.

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Fracasando por placer (XVI): Selecciones de pequeñas obras maestras Géminis 6. Ed. Géminis, 1968.

Geminis CF

El reciente artículo del propietario de esta casa acerca de una antología de Robert F. Young me abrió la curiosidad por leer «Little Dog Gone», el único cuento con el que consiguió ser finalista del Hugo. Cuando me disponía a ello en inglés, descargando el enlace a un pdf que un amable lector había remitido en los comentarios, se me ocurrió hacer una búsqueda por si estaba en castellano; en particular, porque no me resulta cómodo del todo leer revistas en la tablet, soy así de viejuno. Y en efecto, había una versión, pero también estaba ahí una de las peores noticias posibles: la traducción era de F. Sesén, un nombre que despierta en mí escalofríos, llanto y crujir de dientes.

Como el volumen en cuestión estaba literalmente al alcance de mi mano, la estiré. Y tras leer unas líneas no pude dejarlo; es lo que tienen los confinamientos, que uno se aferra a cualquier pasarratos. Una vez terminado el cuento, me dije: creo que no he leído esta antología. A ver el resto. Es el tipo de caprichos por el que sí hago esta sección irrelevante en vez de leerme las últimas novedades, que fue una obligación que afronté muchos años y ahora no me apetece casi nada. Prefiero que me recomienden, pero encuentro que prácticamente sólo aquí en C hay consejos fiables que no son de amigos que se deben favores o quieren procurárselos, con lo que me pierdo muchas cosas.

Sesén tradujo el relato como «El perrido», porque a lo largo de su carrera profesional hizo cosas mucho peores y tampoco pasó nada. Sin embargo, la versión esta vez resulta legible, lo que me animó a seguir leyendo. Es uno de esos cuentos amables de Young, con elementos «cultos» para lo que es el género, en el que un actor fracasado se reinventa vagabundeando por esos planetas de Dios con una suerte de Lucy Lawless (la de Xena, la princesa guerrera) que se encuentra en un tugurio, así como un perro extraterrestre que se teletransporta. Una muy típica historia de redención, con los bien dosificados detalles emotivos propios del autor, pero que se cae a cachos de convencional en su escenario espacial «far west» y la caracterización muy obvia de los personajes. Sin embargo, entiendo la razón por la que el cuento llamó la atención: el final es realmente inesperado y conmovedor. No es uno de los cinco mejores cuentos de Young que he leído, pero la conclusión es que tampoco puedo darme por decepcionado. El Hugo lo ganó a la postre una cosa de los Dorsai de Gordon Dickson, con lo cual tampoco habría sido raro que se lo dieran. Si bien ese mismo año se publicó algún que otro cuento con mayores méritos, caso de «Playa terminal», de Ballard (ese autor que dibujó nuestro presente y que jamás fue ni siquiera finalista del Hugo), «El hombre en el puente», de Aldiss, o «El collar de Semley», de Le Guin.

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Fracasando por placer (XV): Antología de novelas de Anticipación XIX. Ediciones Acervo, 1973

Antología de novelas de anticipación

Acervo fue durante una década larga el referente principal del comprador de libros de ciencia ficción en España. El fichaje de Domingo Santos como asesor/traductor llevó a que esta pequeña editorial barcelonesa, que empezó con la publicación de antologías, pasara a publicar novelas de cf: títulos tan significativos en la historia del género como Dune, Todos sobre Zanzíbar o La luna es una cruel amante, en sus primeras traducciones.

La positiva experiencia de las antologías caras, de la que ya hablé hace unos meses, le había enseñado a Acervo que podía correr el riesgo de publicar volúmenes gruesos y caros en tapa dura. Se convirtieron durante un tiempo en una suerte de santo grial de los aficionados. Cuando yo, con quince años, fui por primera vez a una librería del centro de Madrid a buscar libros de cf (hasta entonces, me alimentaba de la biblioteca y de los Bruguera o Ultramar que llegaban a los kioscos del barrio), quedé fascinado por esos gruesos volúmenes de precios inalcanzables, cercanos a las mil pesetas; los autores de los que había leído cuentos sueltos que me habían fascinado (Niven, Brunner, Dick) tenían novelas enteras a las que algún día quizá podría llegar a acceder, como a las de Asimov o Clarke. En la posguerra, según nos transmitió el cine español de los noventa, se entró en la madurez viéndole los pechos por una rendija del pajar a Maribel Verdú; yo creo que uno de mis momentos de acceso a la edad adulta en los ochenta fue acariciar, con la sensación de que jamás podrían llegar a ser míos, aquellos librotes cuyo diseño hoy me parece tan tosco y entonces encontré el súmmum de la sofisticación.

La relación de Acervo y Domingo Santos se fue deteriorando por impagos y detalles feos numerosos; al parecer, la señora Ana María Perales, que quedó dueña del lugar, era una dictadora de tomo y lomo. Luego llevó esa teoría a campos más prácticos dedicándose a la publicación de textos de veteranos nazis o simpatizantes, notablemente el militar-aventurero Otto Skorzeny. En cf, una vez que se marchó Santos, se limitaron a comprar lo que salía como lo más vendido en las listas de Locus. Pero la progresiva mala distribución, unas portadas que ya iban más allá de lo feo para adentrarse en lo grotesco y el desinterés por entonces del lector español por la fantasía hizo que autores como Stephen Donaldson, Terry Brooks o Anne McCaffrey, de grandes ventas fuera, nunca terminaran de cuajar aquí. El que sean bastante malos (bueno, démosle un aprobado a McCaffrey) igual también tuvo que ver. Pero otros muchos escritores malos han arraigado, así que quién sabe.

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Fracasando por placer (XIV): The Magazine of Fantasy & Science Fiction, julio de 1998.

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Este es un número especialmente apetecible de F&SF porque pretendía poner el dedo en la llaga de una vieja cuestión: la relación entre cine y literatura de ciencia ficción. Desde el propio editorial, en el que el muy moderado y amable Gordon van Gelder (al que nunca dejaré de agradecer la ayuda que brindó a Gigamesh cuando yo la dirigía para conseguir contactos y relatos, en una época en que internet estaba en pañales) no deja claro por qué elegir una estructura tan singular para tratar la cuestión, se percibe el aroma del fastidio y el rencor: hay gente por ahí forrándose con la cf y nosotros seguimos siendo cuatro gatos marginados. Esta última parte hoy quizá ha ido a mejor, pero de la primera lo mantenemos creo que casi todo, multiplicado por el boom de las series que de momento apenas ha beneficiado a la fantasía.

Van Gelder cita sólo dos adaptaciones satisfactorias del papel a la pantalla: 2001, cuyo texto como es sabido en realidad es una especie de novelización rara, y La naranja mecánica. Limitándome a la cf, pues no creo que pueda dar una opinión tan razonada sobre las versiones de Tolkien, Martin, Lewis o ahora Sapkowski, creo que hacia ese 1998 podría haber sumado tranquilamente alguna más: El increíble hombre menguante, La invasión de los ultracuerpos, La hora final, Fahrenheit 451, Cuando el destino nos alcance, Solaris (versión rusa), Blade Runner (con sus carencias respecto al libro) y la adaptación de Volker Schlondorff de El cuento de la criada. A mí me gusta mucho Contact, también, pero la dejo aparte porque sé que estoy bastante solo. Desde ese 1998 en que apareció este ejemplar de la revista, sumo Hijos de los hombres, El truco final, La carretera, Los juegos del hambre, la increíble y durísima Qué difícil es ser dios de 2013, La llegada y High-Rise. Más las adaptaciones televisivas de El cuento de la criada y The Expanse, producto con aspecto muy pensado para su conversión (lo siento, me aburrí con la primera temporada de El hombre en el castillo).

Sin embargo, me gustaría llamar la atención sobre lo anómala que es esa lista que acabo de hacer. En primer lugar, aunque todas me parecen buenas películas, apenas incluye cuatro o cinco que señalaría entre las mejores del género en su historia: quizá sólo 2001, La naranja mecánica, Solaris, Hijos de los hombres, Qué difícil es ser dios y La llegada. Por otra parte, es inevitable señalar que la presencia de libros que no son de autores «pata negra» del género es mayoritaria: Burgess, Shute, Atwood, Finney, P.D. James, McCarthy, Suzanne Collins… Al igual que es necesario indicar que entre los adaptados apenas hay contados libros candidatos para figurar entre los cincuenta mejores de la historia de la cf: quizá sólo Solaris, Fahrenheit 451, La carretera y Qué difícil es ser dios. Picnic junto al camino es mejor como novela, pero encuentro Stalker una película un tanto fallida, por herético que resulte.

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El futuro visto desde 1998

Planeta Humano 36Hace unas semanas presenté un texto sobre la Worldcon de 1998 que preparé por encargo de la revista Planeta Humano, pero no fue el único que surgió de ese viaje. Además de conseguir varios contenidos publicados en Gigamesh en números sucesivos (desde una entrevista con John Clute hasta el premio Hugo al mejor cuento concedido en esa convención, «Vamos a bebernos un pescado», de Bill Johnson), hice preguntas concretas a unos cuantos autores sobre el futuro de la humanidad. Después, las trasladé también a varios escritores españoles, y el resultado apareció en el número 11 de Planeta Humano, el correspondiente a enero de 1999.

 


 

«Entramos en una era de incalculables novedades». Robert Silverberg, uno de los más notables escritores de ciencia ficción, lo explica con claridad: «El mundo del 3000 será tan distinto al nuestro que alguien a quien de repente enviáramos allí sólo podría preguntarse en qué planeta se encontraba». La evolución del ser humano en los próximos mil años puede alcanzar cotas difícilmente predecibles, que otro escritor, James Stevens-Arce, planteaba con un sencillo ejemplo: «Mi abuela vivió la invención de la bombilla y el viaje a la Luna. Y se calcula que el conocimiento humano se duplica cada dos años. Es imposible intuir hacia dónde vamos a partir de esos supuestos».

Es tal la velocidad de los cambios, que se puede llegar a plantear incluso si en el año 3000 existirá una civilización. Al respecto hay división de opiniones entre escritores españoles, más pesimistas, y anglosajones, mucho más optimistas. Así, César Mallorquí cree que el desarrollo de la bioingeniería permite que cualquier estado o incluso un particular pueda producir enfermedades epidémicas atroces. «Este es el peligro real. Un 90 por ciento de la población autóctona americana murió a consecuencia de las enfermedades importadas por los conquistadores».

El optimismo de los escritores anglosajones, en cambio, se sustenta en la capacidad de la especie humana para adaptarse a circunstancias difíciles y sobrevivir. Como explica Connie Willis, una escritora centrada en los cambios sociales, «la estupidez cobra todos los días nuevas formas y es cada vez más fuerte, pero ya llevamos siglos derrotándola y podemos seguir haciéndolo». El inglés Stephen Baxter, de sólida base científica, también está convencido de que «el futuro inmediato será el momento más difícil, porque en él deberemos enfrentarnos al fin a todos los problemas conocidos: agotamiento de recursos, polución, superpoblación…. Pero creo que tenemos un futuro real por delante una vez superemos este mal momento».

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Fracasando por placer (XIII): Los mundos de Jack Vance. Ed. Martínez Roca, col. Super Ficción nº 69, 1982

Los mundos de Jack Vance

Como ya comentaba hace unas semanas, siento un creciente desapego por mi colección de viejunidades de cf por tener el sencillo problema de resultar ilegibles. Es natural, por supuesto, que haya libros que se salven de la quema por razones prácticas o sentimentales. Nueva Dimensión y el resto de antologías, por supuesto. Ultramar, que compraba ilusionado en los quioscos de mi barrio. La segunda Nebulae y Super Ficción de Martínez Roca eran las otras colecciones cuyo precio se podía permitir de vez en cuando mi paga quincenal de adolescente. Pero es esta última la que conservo con mayor cariño, pese a sus muchos defectos: traducciones deficientes, textos mutilados, la presencia de algunos títulos apestosos…

Tardé algún tiempo en darme cuenta de la razón. Y resultó ser tan simplona como que me gustaba su apariencia. Ese negro mate, la tipografía de palo grueso chocante, y las imágenes extrañas, coloridas de aerógrafo, de un peculiar estilo que yo calificaría como «minimalismo futurista naif», que firmó Horacio Salinas Blanch.

No digo en absoluto que fuera mejor que los grandes portadistas de la época (Garcés, Chichoni, Aguilera…), pero todos los demás han sido ampliamente reconocidos, mientras que el trabajo de Salinas Blanch me da la impresión de que sólo ha cobrado su verdadera importancia, sólo ha realzado su estrafalario encanto, con el paso de los años. En una ocasión pensé incluso en buscar algún original suyo, por si estuviera al alcance limitado de mi bolsillo; no lo había, ni tampoco prácticamente ninguna información, salvo que nació en 1954 (es decir, era muy joven cuando empezó con estas portadas: la primera es de 1976, las anteriores de la colección son de David Pelham, compradas a Penguin), apenas hizo algunas otras ilustraciones para Argos Vergara, y no hay ni rastro de él.

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