Fracasando por placer (XXI): The Best Science Fiction of the Year 3, selección de Terry Carr, 1974

The Best SF of the Year 3

Terry Carr fue un nombre importante en el género durante una temporadita larga, creo que no sería injusto incluso decir que fue quien claramente partió el bacalao, a la manera de John Campbell décadas antes y Gardner Dozois después de él mismo, al menos durante un breve periodo, entre los años setenta y comienzos de los ochenta. Fanzinero experimentado, se convirtió en editor profesional de la mano de Donald Wollheim, con el que co-editó a lo largo de los sesenta las antologías World’s Best Science Fiction de Ace Books. Cuando los dos partieron peras al parecer no del todo amigablemente, Carr retomó la idea de Damon Knight de hacer antologías de textos originales (que había arrancado con Orbit), que pagaban mejor que las revistas, y comenzó la serie Universe, así como sus propias recopilaciones anuales de material escogido. Ambos proyectos terminaron con su prematura muerte, a los 50 años, en 1987.

Mi impresión, desde fuera, es que Carr tuvo una influencia decisiva en la consolidación de una tendencia que podríamos calificar como «post new wave», que corrió paralela al cierto neoclasicismo de los setenta, una década protagonizada por el retorno a primera línea de los clásicos (Asimov con Los propios dioses, Clarke con Cita con Rama, Bester con Computer Connection…) y autores de corte más sobrio que los nuevaoleros anteriores, digamos neoclásicos  (George R. R. Martin, John Varley, Orson Scott Card y C.J. Cherryh podrían ser los más destacados, sumados al protagonismo de Larry Niven).

Esta «post new wave» llevaría el experimentalismo de la corriente precedente a la capacidad de situar historias «en inmersión», en escenarios no justificados ni reconocibles, y en particular con el uso de personajes totalmente alejados ya de los estereotipos del género. En líneas generales, yo diría que son sobre todo deudores de nuevaoleros «independientes» como Roger Zelazny y Ursula Le Guin, y no me parece menos significativa la reivindicación en ese contexto de un autor que parecía en una posición un tanto de outsider pese a llevar publicando desde finales de los cuarenta, como era Jack Vance. Los dos nombres más relevantes que quedarían de ese periodo serían dos de características muy disímiles como Gene Wolfe y James Tiptree Jr, si bien el dominador de estos años y de esa tendencia fue un viejo zorro que había sido también protagonista en ciclos previos, Robert Silverberg.

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Visiones de James Tiptree, Jr.

Alice SheldonDespués de practicarle la eutanasia a su marido, Alice B. Sheldon, que logró esconderse bajo el pseudónimo literario de James Tiptree, Jr. durante veinte años, se cubrió la cabeza con una toalla y se pegó un tiro. De pequeña vivió en África y en la India; durante la Segunda Guerra Mundial salió de su casa un día y se alistó en el ejército; ocultó su homosexualidad y canalizó su tenebrosa depresión crónica a través de su obra; e hizo y deshizo en sus personajes lo que no pudo hacer y deshacer consigo misma. Todo en ella es fascinación, pero sería un error creer que todo en ella es fascinación por los hechos trágicos de su vida, que con tanto cuidado, por otra parte, biografió Julie Phillips en Alice B. Sheldon (James Tiptree, Jr. The Double Life of Alice B. Sheldon); así que si digo, por tercera vez, que todo en ella es fascinación, es porque en sus cuentos vemos –aumentada– toda la extrañeza del mundo, y todo el caos de la mente humana –la suya– convertido en espectáculo visual por una imaginación capaz de metabolizar sus propios dolores hasta convertirlos en imágenes mesmerizantes, de tan cienciaficcionescas.

Los temas que permean su obra son la sexualidad, la violencia, la soledad, el sufrimiento como elemento constitutivo diferencial del ser humano, la conflictiva relación con el otro, la desesperanza y, aunque en menor medida, la esperanza y el amor. El feminismo de “Las mujeres que los hombres no ven” o “Houston, Houston, ¿me recibes?”, es un discurso que, cuando escribía protegida por su pseudónimo, sorprendía gratamente a escritoras como Joanna Russ o Ursula K. Le Guin. Por otra parte, la otredad, como he dicho, es en Tiptree una presencia conflictiva, sí, pero no porque sea vista como una amenaza sino por el miedo a no ser aceptada por ella: después de tanto rechazo, los personajes de Tiptree lo que necesitan es ser aceptados sin condiciones. A veces, la más cercana otredad es la que te censura; el consecuente descubrimiento es que solo hay paz y amor en la lejana, pero más acogedora, otredad de las especies no humanas del firmamento. No es raro pues que su habilidad para meterse en mentes alienígenas, y describirnos desde su óptica, haya sido tan elogiada (como en esa maravilla de impacto y decepción que es el cuento “We Who Stole the Dream”, de Out of the Everywhere, & Other Extraordinary Visions).

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