Seis planteamientos inconclusos

En un tiempo como éste, las ideas bullen en la cabeza. No falta tiempo; falta impulso ante la sospecha de que todo es más bien inútil, que la única posible consecuencia de un esfuerzo analítico es el desahogo, darnos de cabezazos contra las paredes.

Aquí presento ideas anotadas en mi libreta, que no tengo ánimo para desarrollar o investigar a fondo, pero que supongo serán representativas de lo que sienten otros lectores, y tal vez den pie a que alguien se extienda al respecto.

Aquel mes de marzo de 2020

1. La primera verdadera situación de cf (que yo haya vivido)

Cuando fui a comprar por primera vez a un supermercado tras el inicio del confinamiento, sufrí un shock escénico como no recuerdo otro igual en mi vida. Santiago Moreno presentó una situación similar en esta misma web, yo cuento la mía. Vivo en medio del campo; mi entorno siempre está casi vacío. Pero de repente, la siguiente vez que fui a comprar a la ciudad, días después del comienzo del confinamiento… La cola de gente cabizbaja aguardando turno para entrar en el centro comercial, las miradas huidizas, como si el contacto visual contagiara; los lineales con productos básicos vacíos; las mascarillas de algunos, el encogerse al paso de otros, gente con bufandas y guantes de fregadero… Caí de golpe en un mundo escondido en mis pesadillas, pero presentado con toda la falta de uniformidad y de épica propia del mundo real. Sabía de antemano que iba a encontrarme algo así, pero no es lo mismo que tenerlo delante, tras días de aislamiento en el que todo había cambiado. La última vez que había estado allí faltaba papel higiénico, pero todo lo demás era como siempre.

Fue la primera vez en mi vida que de verdad me sentí en un escenario de ciencia ficción.

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Fracasando por placer (XIII): Los mundos de Jack Vance. Ed. Martínez Roca, col. Super Ficción nº 69, 1982

Los mundos de Jack Vance

Como ya comentaba hace unas semanas, siento un creciente desapego por mi colección de viejunidades de cf por tener el sencillo problema de resultar ilegibles. Es natural, por supuesto, que haya libros que se salven de la quema por razones prácticas o sentimentales. Nueva Dimensión y el resto de antologías, por supuesto. Ultramar, que compraba ilusionado en los quioscos de mi barrio. La segunda Nebulae y Super Ficción de Martínez Roca eran las otras colecciones cuyo precio se podía permitir de vez en cuando mi paga quincenal de adolescente. Pero es esta última la que conservo con mayor cariño, pese a sus muchos defectos: traducciones deficientes, textos mutilados, la presencia de algunos títulos apestosos…

Tardé algún tiempo en darme cuenta de la razón. Y resultó ser tan simplona como que me gustaba su apariencia. Ese negro mate, la tipografía de palo grueso chocante, y las imágenes extrañas, coloridas de aerógrafo, de un peculiar estilo que yo calificaría como «minimalismo futurista naif», que firmó Horacio Salinas Blanch.

No digo en absoluto que fuera mejor que los grandes portadistas de la época (Garcés, Chichoni, Aguilera…), pero todos los demás han sido ampliamente reconocidos, mientras que el trabajo de Salinas Blanch me da la impresión de que sólo ha cobrado su verdadera importancia, sólo ha realzado su estrafalario encanto, con el paso de los años. En una ocasión pensé incluso en buscar algún original suyo, por si estuviera al alcance limitado de mi bolsillo; no lo había, ni tampoco prácticamente ninguna información, salvo que nació en 1954 (es decir, era muy joven cuando empezó con estas portadas: la primera es de 1976, las anteriores de la colección son de David Pelham, compradas a Penguin), apenas hizo algunas otras ilustraciones para Argos Vergara, y no hay ni rastro de él.

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ORA:CLE, de Kevin O’Donnell

ORA:CLEEs muy curioso cómo ciertos libros adquieren más prestigio en uno u otro país. Por dar otro ejemplo cercano, antes de entrar en materia con éste, citaré el caso bien conocido de Muerte de la luz, la primera novela de George R. R. Martin. Recuerdo que hubo un tiempo turbulento del fandom en el que Juanmi Aguilera, siempre en su papel de mediador, preguntaba al personal que circulaba por las hispacones cuáles eran sus cinco novelas favoritas. A quemarropa, sin pensar. Y junto a ciertas sospechosas habituales fáciles de imaginar, aunque también muy características de la visión española de la cf (Las estrellas mi destino, Pórtico, Dune…), aparecía con relativa frecuencia Muerte de la luz. Entonces Martin no era, ni de lejos, el escritor superventas de hoy; sólo un buen autor al que se solía colocar a la altura de John Varley, porque ambos se dieron a conocer por aquí casi simultáneamente. Pero Muerte de la luz estaba ahí, había dejado su sello.

El caso de ORA:CLE, a menor escala, es similar. Kevin O’Donnell es muy modestamente famoso en Estados Unidos por su labor interna en la gestión de la Asociación Mundial de Escritores de CF. Ninguna de sus obras está en catálogo en la actualidad en ningún país del mundo. El único premio conocido que ganó fue una cosa llamada Prix Litteraire Mannesmann Tally precisamente con este libro; si se googlea, lo que se encuentra a primera vista de ese premio francés para obras relacionadas con la informática es que lo ganó ORA:CLE, nada más. Fallecido relativamente joven en 2012, después de 14 años sin publicar nada, O’Donnell es uno más de esos nombres oscuros que sacaron unas decenas de relatos en revistas y algunas novelas en bolsillo. Pero cuando en 2002 un grupo de críticos españoles hicimos un listado con las 100 mejores novelas de cf publicadas en castellano, ORA:CLE estaba ahí, sin mayores discusiones. Publicada quince años antes y nunca reeditada, fue de las novelas que pasaron el corte de inmediato.

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