Creo que ésta es la primera vez que escribo la crítica de una novela sin haber logrado terminarla (bueno, confieso que los últimos capítulos de Robopocalipsis o cómo se llamara aquello, me los leí en diagonal). Y es que he tenido que abandonar la lectura de Ancillary Justice a pocos capítulos del final, ya viéndome muy desfondado, hasta el punto de que me estaba provocando un curioso bloqueo de lector, una mezcla de hastío, enfado, sentimiento de culpa y rechazo a la palabra escrita. Algo similar a lo que le sucede a mi madre, que cuando era niña no tenía otra cosa que potaje de berzas para comer casi todos los días y ahora no soporta ver una berza ni en pintura.
Quizá me he adelantado demasiado con una valoración que debería ir al final del tocho, pero como estimo muchísimo el escaso tiempo del lector le ahorro un click: Ancillary Justice me ha parecido un tostón del quince. Dicho esto, y si todavía le quedan ganas, tras el salto de página van las desquiciadas argumentaciones.
Ancillary Justice es una space opera de corte muy clásico, construida alrededor del Imperio Radch, un Imperio galáctico totalitario de los de toda la vida, modelado sobre el Imperio pop por antonomasia; el Imperio Romano (aderezado con una generosa dosis del imperio colonial que el lector considere más hijoputa, en mi caso, el Británico). Una máquina de guerra que se expande por la galaxia siguiendo una venerable estrategia a prueba del tiempo y el espacio; “este territorio sólo estará seguro cuando conquiste el de al lado”. En el que la economía se basa en el esclavismo, metaforizado aquí en los ancillaries, cadáveres capturados durante las campañas, que, controlados por IAs, gestionan las naves espaciales, sirven de carne de cañón, o sus tareas más habituales en la novela; actuar de valet de chambre, cepillar uniformes y servir el té. Asimismo, la estructura social del Imperio, tremendamente rígida y clasista, se basa fuertemente en las gens romanas. Todo esto gobernado con mano de hierro en guante de seda de Aanander Miaanai, un Emperador compuesto de miles de clones del mismo tío desperdigados por el Radch, un modo algo pedestre de gobernar un inmenso Imperio galáctico centralizado.
Con este telón de fondo, Leckie narra la historia de Breq, un ancillary cuya nave, la Justice of Toren, ha sido destruida. Así que Berq es en realidad un cadáver, el recipiente de la IA que controlaba la nave, aniquilados el resto de ancillaries que la administraban. Breq logra huir en el último momento y toma la decisión de vengarse, vengarse del Imperio que le ha creado y del mismísimo Emperador, culpable de la destrucción de su nave. Pero, ¿cómo va a poder Breq matar a un Emperador que no es uno, sino miles de clones desperdigaos por la galaxia?
Así contado no tiene mala pinta, ¿verdad? Una historia de venganza suicida y rebelión contra un Imperio sin escrúpulos, El conde de Montecristo meets Espartaco en el espacio. Pero si esperabas una historia épica, vigorosa y con nervio, te jodes querido lector. No sé si por intención expresa de la autora, o por falta de recursos al desarrollar este argumento, pero el resultado es, ¿lo he dicho ya?, aburridísimo.
Los problemas que tengo con Ancillary Justice son básicamente tres. Primero, lo vetusto de la “puesta en escena”. El tema central de la novela, ese Imperio totalitario sostenido por un sistema clasista, corrupto e injusto que aplasta todo lo que se pone a su paso justificándose con el auto-otorgado estatus de “civilizado” y que, finalmente, se autodestruirá por esa dinámica perversa, se construye empleando metáforas de cf tremendamente anticuadas que recuerdan poderosamente a clásicos en la línea de La legión del espacio de Jack Williamson (¡Imperios galácticos muy chungos!, ¡Emperadores malvados!, ¡IAs que no han superado las leyes de Asimov!, ¡legiones del espacio!, ¡nativos de atrezzo haciendo bulto!…). La parafernalia de la novela es muy poco imaginativa y muy genérica, está muy mal vestida y pobremente ambientada. Y para acabar de arreglarlo, Leckie no es precisamente una estilista capaz de evocar el sentido de la maravilla con la belleza de su prosa. Asimismo, me han sorprendido mucho las alabanzas a la estructura de la novela, que alterna dos líneas temporales hasta más o menos la mitad del libro, cuando es un recurso que, por poner un ejemplo fácil, Iain Banks ha empleado en multitud de ocasiones, con la salvedad de que con Banks además te reías (snif).
Segundo; los personajes. El protagonista, Breq, una buena idea pero no tan original como afirman varios críticos anglosajones, carece de personalidad, de voz propia, de vida interior; un potaje de berza sería el equivalente culinario de Breq. El trauma, el conflicto que sufre sobre su identidad, (¿es Berq la IA Justice of Toren, queda en él algo de la anónima persona muerta convertida en ancillary o es algo completamente distinto?), se expone en un diálogo, como casi todos los conflictos de la novela, pero no se expresa adecuadamente en el comportamiento del personaje. Salvaría las dos o tres páginas donde la Justice of Toren sustituye a uno de sus clones muertos con un ancillary recién sacado del frigorífico, para mí, lo mejor de la novela, un momento muy breve de gélida emotividad, o así lo entendí yo, que no se vuelve a repetir de nuevo.
Con el resto de personajes secundarios ocurre algo similar; la teniente Awn, que logró auparse al alto rango militar en una sociedad rígida y clasista habiendo nacido en el arroyo, carece de voz propia y su conflicto, que podría ser de interés, resulta irrelevante. La doctora Strigan, que ha sufrido el efecto devastador del Imperio aplastando su cultura, tres cuartos de lo mismo. Quizá la teniente Seivarden, la compañera de viaje de Breq, una pija malcriada caída en desgracia, sea el único personaje con algún interés y cierta evolución y eso que es un tópico andante, pero por lo menos aparenta simular algo de vida. La novela fracasa gravemente al no saber dar entidad emocional a los personajes o a los colectivos (qué desaprovechados están los Orsianos del principio de la novela, no podía evitar recordar con nostalgia los primeros capítulos de Los tejedores de cabellos de Eschbach). Se podría alegar que este páramo se debe al “extrañamiento emocional”, es decir, que son personajes tan ajenos a nosotros que no podemos entenderlos. Pero por ejemplo, Visión ciega, de Peter Watts, una novela donde el extrañamiento emocional es una parte fundamental de la obra, los personajes son ajenos y complicados de entender, pero por extraña que sea su forma de ser, al menos tienen una apariencia convincente de vida interior, se expresan con claridad sus conflictos. Y en Ancillary Justice en ningún momento se apuesta por el extrañamiento o la inmersión, es más, el único personaje digno de tal nombre, la teniente Seivarden, no deja de ser un tópico algo manido.
Y sospecho que los personajes son así por mi tercer problema, el que hace que la novela sean tan aburrida; la decisión de Leckie de articular el desarrollo del argumento mediante múltiples escenas en las que los personajes dialogan mientras toman el té (un elemento tan vital en el universo Radch como pudiera ser la especia en Dune), leche o brebaje similar, al estilo de la novel of manners decimonónica. Diálogos con los que la autora comunica al lector las motivaciones de sus criaturas, lo que sienten, lo que piensan, lo que hicieron en el pasado y lo que van a hacer a continuación, discursos interrumpidos cuando hay que aclarar algún punto sobre el trasfondo y la naturaleza del universo que Leckie está poniendo en pie. Y claro, hablan muchísimo, tienen tanto que contar para poner la trama en marcha y hacerla avanzar, que apenas dejan espacio a escenas que dejen respirar a la novela, escenas donde los personajes muestren y no se vean ahogados por interminables diálogos expositivos, que además lastran la caracterización y el ritmo de la novela hasta convertirla en insufrible.
Finalmente, quisiera referirme al aspecto más polémico de la novela (polémico en Anglosajonia, acostumbrados a buscarle los tres pies a cualquier gilipollez), el hecho de que todos los personajes se nos presenten con el género femenino a no ser que el narrador nos indique lo contrario, puesto que en el Radch no se diferencian los géneros, sólo existe el femenino. Resulta interesante en un principio, siguiendo otro de los temas de la novela, la identidad (la identidad de Breq, la identidad cultural de las sociedades aplastadas por el Imperio, la identidad sexual en el Radch). En este caso, el sexo de los personajes sería una cuestión cultural y no biológica, el género como hecho social y no determinado por la anatomía. Pero como ocurre en otros aspectos de la historia, la cuestión queda ahí en un estado superficial, sin explorar ni aclarar el origen y su efecto en la sociedad Radch. Quizá la civilización Radch sea de origen matriarcal, quizá a Leckie le apetecía tocarle las narices a un subgénero tradicionalmente machista como la space opera, quizá se trate de un homenaje a la novel of manners o quizá se explique en las siguientes entregas de la serie. Dado que soy un tarugo, este detalle no me ha aportado nada en especial, por pura pereza mental acabé visualizando la historia como un viejo serial dramático británico tipo Arriba y abajo, pero protagonizado íntegramente por mujeres, incluyendo aquel entrañable y viejuno estilo visual de estudio. Es más, no entiendo a los lectores anglosajones que lo encuentran confuso y que se han quejado hasta el punto que la propia autora ha tenido que salir a dar explicaciones (alucino). Sí, la interacción entre personajes resulta confusa, pero es porque apenas tienen voz propia y diferenciada como hemos visto antes, no porque todos sean de género femenino.
De todos modos, algo bueno se puede decir de Ancillary Justice, que Leckie haya sido capaz de sacar adelante esta novela, en cierto modo tan personal, la novela de una fan de Jane Austen del medio oeste norteamericano aficionada a los clásicos de la space opera, impermeable y ajena a las tendencias e innovaciones del subgénero de los últimos, no sé, ¿cincuenta años?, y que haya arrasado en los premios, es de admirar. Pero para las dos entregas que quedan, que no cuenten conmigo.
Ancillary Justice (Orbit, 2013)
Ebook versión Kindle. 393 pp. 5,99€
IMHO y hablando de estas novelas hipermultipremiadas que lo petan últimamente, sólo se me ocurre decir que el gregarismo clasico de la ciencia ficción norteamericana, su fandomeo y sus desmanes (miren sino la polémica esa con la autora/troll que ha “aterrorizado” a más de un fandomita*) y sobre todo sus premios, peca de lo que peque el grupo en su conjunto, y en estos tiempos que corren (o en cualquier tiempo) peca sobre todo, creo yo, de endogamia y visión de túnel, amén de los males clásicos de todo grupo de juntaletras que se precie: el compadreo extremo y el autobombo pegajoso.
Y el caso es que lo que comentas en el último párrafo no creas que no me llama la atención y que no tiene su mérito.
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http://www.rifters.com/crawl/?p=5370
http://www.fantasticaficcion.com/index.php/entrevista-a-benjanun-sriduangkaew/
Lo que más me ha sorprendido del tremendo éxito de esta novela es una especie de amnesia colectiva en el caso de jurados y crítica, porque, aparte de que la novela te pueda parecer aburrida o no, que es algo subjetivo, es que es muy poco original, lo que cuenta AJ ya lo han contado antes otras space operas con mucho más arte, Banks sobre todo, Harrison, Eschbach. Lo original, y que puesto por escrito parece atractivo como bien dices, es que lo haya contado como si fuera una novela victoriana de las pelmas (de vez en cuando me acordaba de las insufribles escenas de combates psíquicos a la hora del té de la aburridísima “La guarida del gusano blanco”, de Bram Stoker). Entre unas cosas y otras a mí no me ha funcionado en absoluto y admito que muy probablemente estaré equivocado, pero oye, ole sus santos cojones, porque la propuesta me parece incluso anticomercial y arriesgada.
Me he leído por encima los dos enlaces que has puesto y he hecho una búsqueda rápida en twitter porque me sonaba un güebo haber leído algo sobre el tema hoy, y mira, me he descojonado; “acclaimed sf writer exposed as a notorius internet troll”. Madre mía, cómo están las cabezas. Me recuerda a aquel clásico de Ellison en Gigamesh sobre el fandom americano, sólo que ahora con internet el efecto se multiplica por varias unidades de magnitud. Me flipa toda esa peña que se autocalifica en fandoms, gamers y demás y se convierte en el centro de su vida.
Lo curioso del asunto es la unanimidad con la que se ha recibido, ganadora en premio “popular” como el Hugo, entre los escritores del gremio (Nebula y British) y para el jurado del Clarke. Se tengan o no los premios en consideración, se ha convertido en un hito… al menos para la próxima Guía de Barceló que va a publicar Nova. Es de esperar que aparezca mencionada. Por acumulación de premios y porque también va a ser publicada por, tachán tachán… #FIAWOL
Si en el prólogo de la edición española se menciona esta reseña con una indirecta, ¡¡¡LOGRO CONSEGUIDO!!!!
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Completamente de acuerdo contigo. Terminé ayer de leerla y me dejó una sensación casi de indiferencia por lo que la novela contaba, ya que en ningún momento, conseguí empatizar con su universo ni con sus personajes, pero sobre todo, sentí indignación que a una novela como ésta se le hayan otorgado todos los premios más importantes del género. ¿Tan bajo era el nivel el año pasado? ¿Qué está ocurriendo este siglo en la ciencia-ficción literaria que, excepto “La chica mecánica” de Paolo Bacigalupi no he leído ninguna que realmente mereciera estos galardones? Es evidente que la ciencia ficción literaria está en crisis desde que comenzó este siglo, por lo que puede resultar contradictorio, ya que estamos metidos en la era de la tecnología y la especulación, y bien podríamos encontrarnos con maravillas como “Los cantos de Hyperion” de Dan Simmons, o “La era del diamante” de Neal Stephenson, que son novelas de los ochenta y noventa, respectivamente. Pero no. Porque “Justicia auxiliar” ni siquiera llega al nivel de las novelas de Lois Mcmaster Bujold tituladas “Las aventuras de Miles Vorkosigan”, que sí mostraban un ritmo y un entorno mucho más digno de una space ópera. Y es que esto último también me ha dejado confuso en la novela de Ann Leckie: por mucho que me han vendido esta novela como space ópera, prácticamente no he visto nada de eso en toda ella, aunque soy muy consciente de que en realidad sí lo es, pero la autora no ha sabido o querido demostrarlo. Quizá por eso me sentido defraudado por la historia después de haberla terminado, y no puedo mas que resumir mi opinión sobre esta historia en una sola palabra que la define completamente: sobrevalorada.
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