La ciencia ficción, en la encrucijada del siglo XXI

Nota: Este artículo fue publicado en el número 217 de Revista de Literatura, correspondiente a Mayo de 2006

0043CFJDJimBurns.jpg El futuro ya está aquí. La mayor parte de los sueños de la ciencia ficción tradicional se han incorporado al imaginario colectivo, o han sido descartados como imposibles por la ciencia, o incluso se han convertido en realidad. El género tal y como se le conoció en sus primeros cincuenta años de vida ha quedado, en cierta forma, obsoleto. Parte de sus propósitos, aquellos que tomó de la literatura utópica anterior a su nacimiento, siguen en pie; pero la cf ha cedido esos intereses a la literatura general, que parece haber recobrado el interés por la prospectiva, por el distopismo.

Todo este fenómeno no es bueno ni malo. Desde dentro de la cf se ve en parte como un problema, en parte como una demostración más del rechazo del establishment cultural hacia el género. Algo que no es del todo cierto. Es verdad que se acumulan libros que tocan temas característicos de la cf pero que en su contraportada aseguran que el texto «trasciende la cf», algo que la mayor parte de las veces no es cierto. Pero también es verdad que la cf, debido a algunas características innatas, se ha convertido en un campo a veces difícil de seguir.

Quizá se deba al concepto de que el género de cf es ante todo una «literatura de ideas». Si lo importante son las ideas, cada nueva contribución al género debe dar un nuevo giro sobre las ideas conocidas. Y se ha llegado al punto de que parte de la cf se ha convertido en un giro sobre otros giros, una narración tan complicada y metarreferencial que no es fácil de seguir para un lego. No toda la cf es así, por supuesto; pero uno de sus troncos principales, quizá el más relacionado con las tradiciones del género, camina por esa línea.

Hyperion

Hyperion

Un hecho significativo en este curso de los acontecimientos puede ser el aplastante éxito de Hyperion, de Dan Simmons, seguramente la última novela que ha conseguido de forma más o menos únánime la etiqueta de clásico para la crítica y el público. Publicada en 1989, Hyperion recoge las historias de un grupo de peregrinos que van en busca de una especie de mesías oscuro, el Alcaudón. Cada relato es un homenaje a un subgénero dentro de la cf, y el conjunto pesa más que la suma de sus partes… si se tienen los referentes necesarios para comprender la ambiciosa labor sumatoria emprendida por Simmons. Hyperion es un libro sólo parcialmente disfrutable por los legos, sólidamente metarreferencial, y muy hermoso a su manera. El autor, siguiendo otra de las desafortunadas tendencias del género en estos momentos, diluyó el impacto de su obra original con una sucesión de continuaciones cada vez más difíciles de seguir, aunque también de calidad.

La cf metarreferencial se hace particularmente fuerte en un campo que siempre ha sido lateral en el género, pero que cobró protagonismo en parte de los años noventa: el hard, es decir, la ciencia ficción «dura», con especulaciones científicas complejas y sólidamente basadas en los conocimientos contemporáneos. A mi juicio, Ted Chiang –que sólo escribe cuentos cortos–, Stephen Baxter y Kim Stanley Robinson son los autores que han conseguido, a partir de esos presupuestos limitadores, obras de mayor calado en los últimos años. Otros escritores notables de esa corriente, como Robert L. Forward o Gregory Benford, llegan a resultar incomprensibles en buena parte de sus páginas para el común de los mortales sin una preparación científica universitaria.

El ojo de la mente

El ojo de la mente

De los subgéneros tradicionales de la cf, otros dos han mantenido energía en los últimos años. El primero ha sido el space opera, la aventura espacial. El refugio natural de este subgénero ha sido lo que se conoce como franquicias, es decir, novelas que continúan con fenómenos mediáticos narrando aventuras de sus protagonistas que no aparecen en las series de cine o televisión. Las de mayores ventas han sido, obviamente, las de Star Wars y Star Trek, aunque las hay también de los juegos de batalla espacial Warhammer 40.000 o Starcraft.  Además del hecho evidente de que este tipo de novelas no benefician a la cf con su imagen infantiloide, hay que señalar que el propio negocio en el que están basadas hace que jamás puedan tener calidad significativa. Por ejemplo, en ellas no pueden desarrollarse avances narrativos que contradigan después los posibles desarrollos de los productos audiovisuales, con lo que resultan siempre pobres. En el comienzo de este fenómeno, se produjo un ejemplo significativo al respecto. La primera continuación de La guerra de las galaxias, El ojo de la mente, se encargó a un correcto escritor, Alan Dean Foster. La novela, seguramente la mejor de las continuaciones de esta saga, resulta hoy inencontrable al haber sido prohibida su difusión por George Lucas. En ella, entre otras cosas, se inicia un romance entre Luke Skywalker y la princesa Leia, que en las películas resultan ser a la postre hermanos.

También dentro del género literario el space opera se ha desarrollado de manera importante, con dos escuelas: la estadounidense y la inglesa, de corte más ambicioso. La gran dama del space opera norteamericano es Lois McMaster Bujold, una escritora de notable simpleza literaria pero que ha conseguido atrapar a algunos lectores con la serie que sigue las aventuras de Miles Vorkosigan, un guerrero minusválido con reiterados guiños para la identificación del lector y que, por supuesto, siempre sale triunfante.

Naufragio en tiempo real

Naufragio en tiempo real

También pueden incluirse en este territorio buena parte de las novelas de Orson Scott Card, incluyendo el quizá mayor bestseller de la cf literaria en las últimas décadas: El juego de Ender. Una historia a la que el autor ha vuelto una y otra vez recontándola desde diferentes puntos de vista en sucesivas novelas. Card, además de su comercialidad descarada y su tendencia a las lecciones morales de tercera clase, aprovecha sus obras para publicitar su fe mormona. Sin duda, pese a su popularidad, Card y Bujold están bastante por detrás del vuelo imaginativo y la capacidad literaria de Vernor Vinge, un autor de obra poco extensa pero ciertamente memorable, en particular sus novelas Naufragio en tiempo real y Un fuego sobre el abismo. También son interesantes las obras de otros autores como C.J. Cherryh o John C. Wright, cuya trilogía La edad de oro es considerada por algunos críticos como «definitiva» en este campo.

Sin embargo, donde se concentra el mejor space opera es ahora mismo en Inglaterra, donde es un fenómeno relativamente nuevo: apenas se produjo esta clase de cf en décadas precedentes. El autor que abrió fuego en esa línea, y que se mantiene en cabeza, es el escocés Iain Banks, un escritor que lleva una «doble vida» como narrador general y creador de densas y complejas aventuras espaciales situadas en el universo de la Cultura: un futuro lejano en el que la abundancia de materias primas y bienes ha llevado a una sociedad vagamente comunista, en la que las máquinas tienen personalidades y derechos equivalentes a los humanos. También tienen intencionalidad política, aunque una calidad sustancialmente menor, las obras de Ken McLeod. Otros autores de esta línea de trabajo que pueden citarse y resultan más o menos recomendables son Alastair Reynolds, Peter F. Hamilton y Paul McAuley.

El otro subgénero con vida y salud es el ciberpunk, la aventura tecnológica en un futuro cercano a la manera, para entendernos, de Blade Runner. Aunque se le ha dado por muerto en diferentes ocasiones, el ciberpunk sigue vivo entre otras cosas porque los autores que le dieron forma en los ochenta son aún jóvenes y siguen produciendo historias a buen ritmo, como es el caso de los dos padres fundadores del movimiento, William Gibson y Bruce Sterling. A ellos se ha sumado en la cúspide de la popularidad Neal Stephenson, especialmente gracias a dos novelas como Snow Crash y La era del diamante, aunque en rigor hayan tenido mayor éxito obras posteriores, más extensas y un tanto fallidas como Criptonomicón. En los últimos años, un nuevo nombre ha causado impacto: el del inglés Richard Morgan, cuyo Carbono alterado fue seguramente el libro más llamativo publicado dentro de la cf en España en 2005.

Luz

Luz

Con la vitalidad de estos movimientos, no ha surgido más que uno nuevo en la cf en los años noventa: el llamado new weird. Determinar si este subgénero es o no cf resulta complejo, puesto que en rigor se trata de una fórmula mestiza. Al hilo de esa sensación de que «el futuro ya está aquí» y la cf está ligada a una visión del futuro demasiado tecnológica y, por tanto, con fecha de caducidad, el new weird introduce en su imaginería, con la misma jerarquía que los científicos, elementos procedentes de la fantasía pura –algo que ya llevaron a cabo en décadas previas el estadounidense Gene Wolfe y el inglés M. John Harrison– e incluso exageraciones bizarras procedentes del cómic, además de detalles y situaciones puramente surrealistas. La intención es mostrar un universo futuro sin la fecha de caducidad inherente a los avances científicos, y en el que el impacto sensorial prime para ofrecer mundos de imaginación totalmente desatada, casi sin reglas.

La estación de la calle Perdido, del inglés China Miéville –otro autor con una ideología notoriamente izquierdista–, es la piedra angular de este movimiento, ya anticipado por el estadounidense Jonathan Lethem y que tiene otros practicantes destacados en Jeff Vandermeer o Steph Swainston.

Sería injusto terminar este repaso sin mencionar algunos nombres destacados que no pueden inscribirse en ninguna de estas tendencias. Connie Willis, por ejemplo, es, cuando se encuentra en forma, la heredera más destacable de la cf «clásica», aunque funcione mucho mejor en formatos cortos que en novelas largas –con la excepción de su novela más conocida, El libro del día del juicio final–. El australiano Greg Egan navega a medio camino entre el hard y el ciberpunk para ofrecer obras muy personales y extrañas, aunque pierda algo el rumbo cuando se adentra en novelas extensas. Y Harry Turtledove ha liderado una revolución en el terreno de la ucronía, una rama de la cf tradicionalmente bastante menor que con su obra ha cobrado pujanza, por el momento con resultados más comerciales que literarios.

Este sería un balance en lo que hace al tronco principal «tradicional» de la ciencia ficción: es decir, el género consciente de sí mismo y escrito originalmente en inglés. Sin embargo, el lector atento de literatura prospectiva va descubriendo progresivamente que buena parte de lo mejor de la literatura encuadrable en lo que se ha conocido tradicionalmente como cf no pertenece a esos parámetros tradicionales. Para empezar, lo que desde el género se llamó slipstream, es decir, novelas de temática de cf pero escritas fuera del género, ha crecido exponencialmente en los últimos años para constituirse en una rama sustancial, más viva y más cercana al lector medio.

Realizar un estudio sobre este tipo de literatura fantástica prospectiva es complejo: está escrita casi siempre por autores que no tienen continuidad en sus esfuerzos en este terreno, y que no siguen una línea de influencias y temáticas coherentes, sino que llegan a esos temas de forma puntual y como respuesta a una preocupación por determinadas cuestiones de nuestra sociedad. Se trata casi siempre, en resumen, de obras de futuro cercano, que en ocasiones resultan ingenuas al no contar con el marco de referencia y los avances en técnicas narrativas de la cf, pero que en sus mejores ejemplos ofrecen miradas frescas, más cercanas a los ojos del lector medio, a temas que la cf ya ha dejado atrás, condicionada por su exigencia de novedades a causa de su lastre como «literatura de ideas».

Futureland

Futureland

Más que un análisis al respecto sólo cabe hacer una enumeración de obras puntuales que resultan sobresalientes en este terreno. A mi juicio, sería necesario nombrar Futureland, de Walter Mosley; El cromosoma Calcuta, de Amitav Gosh; Oryx y Crake, de Margaret Atwood; Una investigación filosófica, de Philip Kerr; o Happiness, de Will Ferguson. En España, donde autores como Gonzalo Torrente Ballester, Pedro Salinas, Vicente Blasco Ibáñez o Miguel de Unamuno ya entraron en el terreno de la «ficción científica» en el pasado, también se ha producido este fenómeno de manera más reciente, pero las sucesivas obras de autores como Suso de Toro, Ray Loriga o Luis Racionero sólo pueden calificarse como decepcionantes; algo más de interés tienen trabajos puntuales de Rafael Reig y, por supuesto, Eduardo Mendoza. Este último año, el fenómeno se ha intensificado con la publicación, con gran promoción editorial, de obras del género de grandes nombres de la literatura internacional como Michael Cunningham, Kazuo Ishiguro, Philip Roth, Michael Houllebecq o Jean-Christophe Ruffin, aunque aún no puedo ofrecer un juicio sobre ellas.

En cuanto a la expansión de la cf fuera de los territorios tradicionales anglosajones, es algo de lo que los lectores españoles vamos teniendo una visión parcial a través de ocasionales traducciones. El fenómeno, curiosamente, tiene su origen en el éxito de los géneros fantásticos en un país tan poco influyente sobre la cultura española como Polonia. De allí es el para muchos mejor escritor de cf vivo (1), Stanislaw Lem. Y de allí es uno de los autores de fantasía del momento, Andrzej Sapkowski. Su éxito editorial ha animado a explorar escritores del Este europeo, donde siempre ha existido un mayor respeto hacia la cf. Además, este fenómeno se ha visto incentivado por la organización de un evento europeo de cierto relieve, los Utopiales de Nantes, en los que escritores y editores del continente han podido compartir intereses en el contexto de un mercado que, como el francés, lleva ya bastantes años traduciendo obras europeas en detrimento de las anglosajonas.

La novela que posiblemente da arranque a este fenómeno es Los tejedores de cabellos, del alemán Andreas Eschbach. Sin embargo, a su nombre podemos sumar otras de interés similar: los de los italianos Valerio Evangelisti y Luca Masali, los franceses Jean-Claude Dunyach y Serge Brussolo, el serbio Zoran Zivkovic, el ruso Sergei Lukianenko, el portugués João Barreiros… A su vez, esta comunicación de la cf continental ha abierto las puertas al extranjero a varios autores españoles.

En cuanto a la situación de la cf en España en la actualidad, puede mirarse con un optimismo moderado. Ni es tan mala como generalmente lo ha sido, ni tan buena como debería ser a tenor de cómo funcionan las cosas en mercados vecinos como el francés o el italiano, donde las editoriales importantes cuentan con un sello de cf y la crítica de libros del género aparece de forma regular y sin complejos en todos los suplementos culturales.

La locura de Dios

La locura de Dios

Para empezar, la cf española cuenta en estos momentos con un ramillete de escritores en activo más importante de lo que tuvo jamás: Juan Miguel Aguilera, Javier Negrete, Rafael Marín o Rodolfo Martínez se encuentran en primera línea continental, y veteranos como Gabriel Bermúdez, Angel Torres Quesada o Domingo Santos siguen aportando a su vez. Y su trabajo no está aislado: regularmente se van sumando nuevos autores que cubren las bajas de escritores que, como César Mallorquí, León Arsenal o Elia Barceló, están derivando la parte principal de su tarea hacia otros campos. Nombres como los de Víctor Conde, Santiago Eximeno, Eduardo Vaquerizo, Daniel Mares o José Antonio Cotrina ofrecen un recambio de calidad.

Tradicionalmente, dentro de la cf en España se ha hablado de una serie de ciclos de ascenso y caída; la llamada «teoría del péndulo» (2), que explicaría por qué hay periodos en los que se publica menos cf. Personalmente, creo que hay elementos que dan que pensar que ese péndulo se detuvo ya, y que aunque habrá periodos en los que cierre alguna colección –actualmente estamos en uno– por pura selección natural del mercado, hay motivos para pensar que el «suelo comercial» de la cf es mucho más alto que nunca en el pasado.

Para empezar, la masa de lectores es mayor, y además la comunicación a través de internet hace que las noticias sobre publicaciones, premios etc. se difundan rápidamente, manteniendo un mercado cohesionado y fiel. Luego están los avances tecnológicos, que hacen posible que colecciones con apenas 2.000 ejemplares de tirada sean económicamente viables con una estructura empresarial mínima: buena parte de lo que se publica de cf en España, con las excepciones de los sellos Minotauro (Planeta) y Nova (Ediciones B), responde a ese modelo, aprovechando además éxitos puntuales que alcanzan los 10.000 ejemplares de venta para hacer crecer su tamaño. Y, finalmente, está la propia calidad de los autores españoles y su creciente presencia en mercados exteriores, que tarde o temprano terminará por romper la última barrera que parece sufrir la cf en España: la presencia continuada en los medios de comunicación, aún todavía inseguros de ofrecer lo que para la cultura establecida más rancia es un «subgénero» y, por tanto, no merecedor de espacio más que como reflejo de una realidad marginal.

La cf se encuentra, por muchas razones, en una encrucijada. Es obvio, dado el interés del público lector general por las obras prospectivas publicadas recientemente, que tiene un mercado. También está sometido a los peligros que supone un enroque en temáticas y una reducción progresiva de la «comunicación» con el exterior. En suma, está en una interesante época de cambio, de la que seguramente salgan buenas noticias.

(1) Este artículo fue escrito unos meses antes de que Stanislaw Lem muriese a finales de marzo de 2006, de ahí la referencia.
(2) Sobre la denominada teoría del péndulo, Julián Díez escribió en el año 2002 “Por qué el péndulo dejó de oscilar “, artículo publicado en Cyberdark.net

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