La situación de la ciencia ficción a fin de siglo a través de una Worldcon

Planeta Humano 7He sido una persona bastante afortunada con mi trabajo: soñé ser periodista y tuve una carrera llena de satisfacciones. Se terminó, por una serie de factores que sería prolijo explicar, pero tuve la oportunidad de acumular muchas vivencias estupendas. Y colaboré con muchos medios.

Al que guardo más cariño no es aquel en que me leyó más gente, en el que estuve más tiempo o me reportó más dinero. Fue un proyecto modesto en medios pero muy ambicioso en objetivos llamado Planeta Humano. Entre 1998 y 2001 publicó casi cincuenta números con la idea de ofrecer historias positivas, originales, pero no ñoñas; su eslogan era «Para los que creen que sí se puede hacer algo». Y todo al modo de las grandes revistas estadounidenses: textos exhaustivos, material fotográfico de calidad. Es la única publicación para la que he trabajado que tenía una productora: una persona encargada de organizar los viajes, hacer los contactos necesarios y hasta concertar citas, de forma que el periodista tenía una orientación clara de lo que el medio quería que cubriera y se ahorraba complicarse con temas logísticos.

No llegué a estar meses con un reportaje, como Gay Talese siguiendo a Frank Sinatra o Tom Wolfe con los surferos de California en ocasiones que devinieron en legendarias para mi profesión, pero sí es el único medio que me envío a preparar una historia durante varios días, a veces más de una semana. Conservo la colección completa de la revista y está llena de historias estupendas, muchas de ellas adelantadas a su tiempo, con colaboradores extraordinarios (José Saramago, José Luis Cuerda, Dominique Lapierre, José Luis Sampedro, Eduard Punset, José Carlos Somoza…) y bastantes de los mejores fotoperiodistas del momento. He encontrado varios rincones en la web en que antiguos lectores recuerdan Planeta Humano con la misma intensa simpatía que siento yo. Incluso mencionan alguno de mis textos de forma específica, como el que hice en el primer número sobre la única comunidad en que conviven israelíes y palestinos en igualdad, con los niños compartiendo escuela. Está sobre una colina entre Tel-Aviv y Jerusalén y se llama Neve Shalom/Wahat al-Salaam, sigue existiendo hasta hoy por lo que sé.

La razón por la que no habrán oído hablar de esta revista es que no tuvo buena distribución, al tratarse de un medio independiente. La mantuvo un tiempo un mecenas muy ilusionado con ella, un tipo encantador que intentó por todos los medios cumplir el sueño de hacer algo distinto a todo lo que había en los kioscos españoles, pero al cabo del tiempo y varios intentos que no terminaron de funcionar (cambios de diseño, regalos promocionales…), no aparecieron vías alternativas de financiación y cerró.

El hecho es que les propuse ir a una Worldcon, y aceptaron. Fue a la de 1998, en Baltimore, que tuvo a C. J. Cherryh como invitada de honor y en la que Joe Haldeman ganó el Hugo a la mejor novela por Paz interminable. También hubo un pequeño acto, escondido, a una hora poco concurrida, y al que acudí por casualidad. Se proyectaron veinte minutos de previa de una peliculita rodada en Australia, de directores desconocidos y protagonizada por una estrella entonces de capa caída, pero que terminaría por hacer historia: Matrix.

WorldCon

Yo había estado ya en dos convenciones mundiales (La Haya en 1990 y Glasgow 1995), pero esta la disfruté mucho más, con diferencia. Al ser en Estados Unidos, fue notablemente más concurrida tanto de público como de autores participantes. Aunque en las anteriores había hecho algunas entrevistas, esta vez acudía con una credencial de prensa en toda regla y tuve acceso libre a actos y lugares normalmente sin acceso para el público. Además, Connie Willis, que nos había visitado poco antes y con la que conservaba una muy buena relación, me presentó absolutamente a todo el mundo que le pedí. También conocía previamente a Gay Haldeman, la esposa de Joe, y a John Clute, que me echaron otros cables. Hice muchos contactos y conseguí mucho material para Gigamesh, tanto entrevistas como permisos para publicar cuentos.

En cuanto a Planeta Humano, el resultado fueron un par de reportajes, el primero sobre la propia convención, de doce páginas, aunque el texto no fuera tan largo porque había varias fotos a página completa. Merecía la pena dar relevancia a esos retratos a cargo de Mark Peters, excelente fotógrafo y mejor persona (esta vez es de verdad), de gente como Forrest J. Ackerman, Gene Wolfe o Stephen Baxter. Lamento no reproducirlas aquí, pero he perdido el contacto de Mark, con el que compartí muchas batallas. Una cosa es que ponga mi trabajo gratis a disposición de la gente en este amigable rincón y otra que pueda hacer lo mismo con el de los demás, por mucho que hayan pasado décadas y se trate de alguien con quien tuve una relación muy agradable. Lo que no es tan frecuente entre plumillas y foteros, aunque yo por lo general he sido afortunado.

Bien, reproduzco el texto como documento curioso y totalmente inencontrable. Como testimonio de un momento y una ilusión, plasmada en los muchos trabajos que hice en distintos medios intentando difundir nuestro género en una época menos receptiva que la actual, y como homenaje a una revista maravillosa: en este número 8 había también un reportaje con una tribu recién contactada en la Amazonia; una entrevista a Quino; otra con Monty Roberts, autor de El hombre que escucha a los caballos, su autobiografía; un reportaje de nuestra Adolfina García con el inventor de la fregona; y un análisis de las medidas de vanguardia de Amsterdam para responder a los retos de una gran ciudad. Todo contado por gente que iba a los sitios, a la Amazonia, a Amsterdam, a Buenos Aires, donde hiciera falta. Así de sorprendente era la revista, aún más desde la óptica de hoy; recientemente, una publicación de mucha, mucha mayor tirada me negó pagarme el desplazamiento a Medina del Campo para un texto largo, porque igual podía hacerlo por teléfono. Y vivo a un billete de tren de 8 euros de Medina.

Lo que incluyo al final, con titulitos propios, es lo que en la jerga periodística llamamos «despieces» o «apoyos», es decir, textitos colaterales sobre aspectos concretos que se quiere destacar, aunque el presentarlos separados cumple sobre todo una función estética, para dar variedad a la página. Por otra parte, sospecho que se hicieron algunos retoques de edición para hacer el texto más accesible (y la primera frase, con certeza, no es mía), pero no conservo el fichero original de hace más de veinte años.


BucConeer Logo

Uno no puede hacer lo que nunca se ha imaginado haciendo. De ahí que la ciencia ficción experimente un gran auge en este final de siglo de vertiginoso desarrollo tecnológico. Cada día hay más series y películas del género y cada vez son más los que acuden a las convenciones de ciencia ficción. En la última, celebrada en Baltimore, los expertos debatieron sobre los problemas inmediatos de la humanidad, los retos de la legislación ante el desarrollo científico o los viajes privados a la Luna. Y al mismo tiempo no tienen reparos en disfrazarse o en participar en tertulias en las que se plantea por qué si en Nueva York es imposible encontrar un taxista que hable inglés, todos los extraterrestres lo hablan.

La ciencia ficción ha anticipado todo tipo de inventos del siglo XX, desde el teléfono móvil hasta los satélites artificiales, pasando por las prótesis mecánicas, la clonación o la realidad virtual. Es bien conocida la historia de Cleve Cartmill, el modesto escritor que fue encarcelado en 1944 por describir con todo lujo de detalles un arma similar a la bomba atómica.

Sin embargo, la propia ciencia ficción menosprecia sus poderes adivinatorios. John W. Campbell, el director de la revista para la que escribía Cartmill, consiguió su liberación demostrando que los datos que él manejaba estaban a la vista de todos, en revistas científicas, y que Cartmill se limitó a atar cabos. Isaac Asimov comentaba jocosamente la existencia de un viejo relato en el que el primer hombre en la Luna se llamaba Amstrong… Y seguidamente hacía un cálculo aproximado de cuántos miles de relatos existían sobre un primer hombre en la Luna que no se llamara Amstrong. Y la ciencia ficción siente como un estigma su incapacidad para haber adivinado el impacto de los ordenadores personales.

Marte Azul

Pero lo cierto es que la ciencia ficción, como cualquier literatura, no trata sobre hechos ni sobre máquinas, sino sobre personas, sobre la reacción de seres humanos ante circunstancias insólitas. Como literatura característica del siglo XX, habla de nuestros miedos y nuestras esperanzas, de igual manera que la gran novela fundadora del género, el Frankenstein de Mary Shelley, habla en el fondo de los temores de una jovencita previctoriana ante el mundo que crecía a su alrededor. El propio Asimov, sin duda el escritor de ciencia ficción más popular de todos los tiempos, consideraba como su mayor éxito especulativo un relato en el que la carrera espacial se veía frenada por la oposición de la opinión pública al enorme gasto que supondría. Un relato, por cierto, escrito en 1940. Y es que entre las formas de crear ciencia ficción clásicas definidas por Robert A. Heinlein, existe una de especial interés: responder a la pregunta ¿qué ocurriría si esto sigue así…? Las respuestas han tocado todos los temas, desde las relaciones familiares hasta los sentimientos de una persona manipulada genéticamente, pasando por el futuro de la educación, la situación del tercer mundo, la religión, los cambios en la psicología interna de los seres humanos…

Con todo ello, la ciencia ficción se ha convertido en una avanzadilla del pensamiento, a veces frívola pero en otras muchas ocasiones mortalmente seria. No olvidemos que, por la ambición de sus planteamientos, la ciencia ficción es capaz de tratar con cierta facilidad acerca del gran personaje último, tantas veces perdido de vista por el arte: la humanidad en sí, el destino último del hombre, su desarrollo trascendente o su íntima naturaleza, puesta de manifiesto al ser enfrentada a problemas nunca vistos antes.

Entre los libros de ciencia ficción más elogiados del momento está la Trilogía de Marte, de Kim Stanley Robinson, en la que se detalla la conquista de Marte, pero no sólo desde el punto de vista tecnológico, sino planteándose cuestiones como la opción de crear en el nuevo planeta una sociedad capitalista o socialista.

Todas estas cuestiones se plantean en la Convención Mundial de Ciencia Ficción. Cinco días en los que la tecnología de vanguardia, la imaginación razonada y la diversión se dan la mano para formar un conjunto de difícil explicación. Baltimore acogió la edición número 56 de estos encuentros, bautizada en esta ocasión como BucConeer. Unos 8.000 asistentes se dieron cita para hablar de temas como la colonización de la Antártida, la viabilidad de la nanotecnología o la influencia de John Dos Passos en la literatura fantástica, pero también para disfrazarse como los protagonistas de Babylon 5 o Star Trek, ver adelantos de las películas de ciencia ficción del próximo año o escuchar historias de terror, contadas por sus propios autores, pasada la medianoche.

Cosplay 1998

Bridget Landry trabaja como analistas de sistemas en la NASA, pero nos acercamos a charlar con ella motivados por su extraño disfraz futurista. Charles Sheffield, maestro de ceremonias del evento, asistió vestido de pirata a la gala principal —con un loro incluso al hombro— y pocos podrían pensar que se trata del científico jefe de la Earth Satellite Corporation y ex presidente de la American Astronautical Society, además de escritor destacado. Stanley Schmidt, físico teórico y director de la más sesuda revista de la ciencia ficción mundial, Analog, presentó una banda de ragtime en la que toca la trompeta junto a otros cuatro científicos y escritores.

¿Extraño? Pocas cosas pueden sorprender cuando estamos hablando de una Worldcon, donde tampoco falta el empleo de materia gris en estos días de diversión. La mesa redonda sobre nanotecnología tuvo momentos de fuerte enfrentamiento entre los que esperan que este nuevo tipo de técnica solucione los problemas inmediatos de la humanidad y los que siguen creyendo básicamente en la necesidad de un control medioambiental. No menos duras fueron las discusiones acerca de las novedades que sería necesario introducir en el sistema legal del siglo XXI para enfrentarse al nuevo tipo de delitos que van surgiendo, con planteamientos tan desconcertantes como la pregunta que fue analizada por C.J. Cherryh, la escritora invitada de honor de la convención: matar a un clon de uno mismo, ¿sería suicidio o asesinato? La propia Cherryh, que ha publicado importantes obras sobre el tema, no fue capaz de dar con una respuesta precisa, aunque se inclinaba por el asesinato.

Se habló mucho también de las profundidades marinas, la Antártida o Marte, territorios que parecen asequibles con las tecnologías actualmente en desarrollo. Sin olvidar a la Luna, que es objeto de seguimiento siempre por parte del Programa Artemisa, una curiosa organización que merece mención aparte.

Programa Artemisa

El Programa Artemisa pretende abrir el espacio a la iniciativa privada con el establecimiento de una base lunar permanente a partir de la cual «explotar los recursos de la Luna para el futuro desarrollo del viaje espacial», según su propio folleto de presentación. Formar parte de Artemisa cuesta apenas 35 dólares al año y garantiza el derecho a tomar parte en las decisiones de la sociedad, además de asegurar la posibilidad de contar con un recuerdo del primer viaje lunar, previsto para la próxima década. Cuando se habla con el escritor Larry Niven, uno de los patrocinadores del programa, acerca de las dificultades de una iniciativa de estas características, él se limita a recordar a los hermanos Wright: «En un granero consiguieron algo que fue perseguido por los reinos más poderosos. El sueño está a nuestro alcance».

Sin embargo, ni siquiera toda la ciencia es seria en unos días que suelen ser el eje de sus vacaciones para los aficionados presentes. Entre las discusiones más divertidas estuvieron la titulada «Puedo explicarlo», en la que cinco científicos respondían a las preguntas disparatadas de la audiencia, con temas como «si en Nueva York no encuentro un taxista que hable inglés, ¿por qué los extraterrestres que se topan en Star Trek siempre lo conocen?» o «¿qué tenemos las chicas de la Tierra que vuelven locos a todos esos reptiles del espacio de las películas?».

Ese tipo de actos son el cuerpo principal de las Worldcons, el que originalmente componía las reuniones de los años cuarenta y cincuenta. Sin embargo, muchas cosas se han añadido para generar un espectáculo multitudinario. El testigo más excepcional de todo ese proceso ha sido Forrest J. Ackerman, un personaje legendario conocido como Mr. Science Fiction. Ackerman, el mayor coleccionista del mundo del fantástico, abre al público cada sábado que está en casa su mansión de California, donde muestra increíbles tesoros: algunos los lleva encima, como el anillo que Bela Lugosi, buen amigo suyo, lucía en la clásica versión cinematográfica de Drácula.

Entre otras cosas, Ackerman ha asistido a 55 de las 56 Worldcons y da su opinión sobre los cambios producidos: «Ahora es simplemente imposible abarcar la totalidad del fantástico como nosotros lo hacíamos en los años treinta. Más que masificarse, todo se ha diversificado: cada pequeño aspecto tiene ahora sus propios aficionados. Al menos se ha recuperado un cierto optimismo en el ambiente, que se perdió durante los años de las grandes crisis económicas y con el conocimiento de las catástrofes ecológicas venideras. Ahora, la gente cree que estos problemas pueden tener solución. Espero que estén en lo cierto».

Connie WillisEse optimismo queda patente también en las palabras de Connie Willis, otra de las escritoras destacadas del momento: «Una de las pautas de la historia es que la estupidez ha existido siempre. Otra es que nunca ha terminado por ganar guerras, pese a que haya vencido en muchas batallas. La estupidez es hoy muy fuerte, pero también nuestras armas para combatirla. Creo que saldremos de esta, una vez más».

Las Worldcons mientras tanto parecen tener continuidad asegurada por muchos años. Melbourne, Chicago y Filadelfia son sus próximos destinos. Pero ésta ha sido quizá la última para Jack Williamson, el decano de la ciencia ficción, al que se ofreció una fiesta en Baltimore porque se cumplían setenta años de la publicación de su primer relato de este género, aparecido cuando ni siquiera se llamaba ciencia ficción. Williamson, de noventa años, no cree poder viajar por mucho tiempo más. «Y no me importa. Gracias a la ciencia ficción y a tantos amigos que la han escrito, he viajado a lugares que la mayoría de la gente ni siquiera conoce. Estrellas lejanas, el pasado remoto, futuros inconcebibles… Mi mente ha estado en todos esos lugares. Ya me merezco descansar».


MEDIO SIGLO DE WORLDCONS

Las Worldcons nacieron en Nueva York en 1939, con unos 200 asistentes, y sólo han dejado de celebrarse desde entonces cuatro años, en el periodo bélico entre 1942 y 1945. Como toda la ciencia ficción, son de predominio fundamentalmente estadounidense: sólo se han celebrado once ediciones en otros países, y apenas dos de ellas (Heidelberg, Alemania, en 1970; y La Haya, Holanda, en 1990) en países no angloparlantes. Sin embargo, en el encuentro de Baltimore estaba presentes aficionados de unos treinta países llegados de los cinco continentes, incluyendo por primera vez una numerosa delegación sudafricana.

El cuerpo principal de una Worldcon está compuesto por las mesas redondas y charlas de escritores. En los cinco días de congreso, BucConeer acogió unos 500 actos de estas características, con las temáticas más variadas. Pero, sobre todo, la convención permite una relación directa entre los escritores y los lectores, entre los famosos y sus admiradores, que resulta verdaderamente única.


NUEVA BABILONIA

Uno de los atractivos de cualquier Worldcon es la zona de ventas. Un lugar en el que pueden encontrarse desde trajes originales de Star Trek hasta bonitos aliens sangrantes para lucir en el estómago, pasando por todo tipo de libros a un dólar, litografías de los mejores artistas del fantástico, carnets con los que demostrar que uno es un auténtico blade runner, o colecciones completas de cromos. Este año el dominio del merchandising correspondía la serie de aventuras espaciales Babylon 5, una producción televisiva con la que, según la crítica especializada, la ciencia ficción audiovisual ha llegado a la edad adulta… Aunque en España sólo se emitieran algunos episodios a las seis de la mañana de los sábados.


LA FRONTERA DE LA HUMANIDAD

En medio de los numerosos debates sobre literatura futurista, donde hubo un cierto acuerdo fue en la propia expansión de la Humanidad. El sueño del viaje más rápido que la luz parece descartado por casi todos de forma definitiva, consagrado como «la gran frontera física que limita las ambiciones de la humanidad», en palabras del inglés Stephen Baxter, representativas del pensamiento general de los escritores de ciencia ficción. Es general la convicción de que por muchas vueltas que se le dé a la teoría de la relatividad, el viejo sueño de trasladarse más rápido que la luz no seguirá siendo más que un sueño. Por este motivo, los ojos de los expertos se dirigen a otras alternativas. Entre ellas, dominar el mar, la Antártida o los planetas del sistema solar. Y es que la física conocida a día de hoy aún mantiene limitaciones.


¿POR QUÉ SE ROMPEN LOS GLOBOS?

El escritor y crítico Thomas M. Disch asegura que la ciencia ficción es una rama de la literatura infantil y que la afición a este género surge en la mayoría de los casos antes o durante la adolescencia. Quizá por eso en Baltimore se dedicó un apartado especial a las actividades para niños, en las que igual se les enseña a confeccionar máscaras de monstruos que a disfrazarse de piratas. Fue especialmente divertida la reunión que los asistentes más jóvenes mantuvieron con el veterano escritor Hal Clement, al que bombardearon con preguntas científicas del estilo de «¿por qué los globos se rompen cuando los pinchas?» o «¿es verdad que debo comer espinacas?».


EL PANEL DE LOS MENTIROSOS

El ritmo de las Worldcon puede llegar a ser fatigoso incluso para un aficionado; entre las diez de la mañana y las seis de la tarde, la media es de catorce actos simultáneos. Como simple ejemplo, el jueves a las cuatro era necesario escoger entre una demostración de juegos de cartas, un concierto de filk —peculiar estilo musical en el que se adaptan letras futuristas a melodías folk tradicionales—, una mesa redonda sobre descubrimientos científicos que fueron anunciados pero resultaron fallidos, otra sobre la viabilidad de las ideologías libertarias en el futuro, otra sobre escritores de fantasía poco reconocidos, otra sobre nuevas tecnologías, varios tés literarios con autores, el pase de una serie televisiva de anime, la proyección de varias películas, y «El panel de los mentirosos», en el que cuatro de los más notables escritores presentes —Connie Willis, Pat Cadigan, Joe Haldeman y el veterano Robert Silverberg— sólo respondían con embustes a las preguntas de los espectadores acerca de sus obras, lo que acabó con el reconocimiento por parte de Willlis de que ella era en realidad un seudónimo de Monica Lewinsky.

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