Soñar de otro modo. La reinvención de la utopía, de Francisco Martorell Campos

Soñar de otro modoEn un contexto en el cual la ciencia ficción sigue cómoda en brazos de la distopía (y lo apocalíptico), Francisco Martorell ha escrito un dueto de libros que propone enmendar esta primacía. Ya recomendé aquí Contra la distopía, un ensayo que alumbraba las trampas de este subgénero y su realimentación con ciertas ideas arraigadas (su censura del presente; su valor como herramienta de cambio…). Ahora he podido disfruta de Soñar de otro modo, un libro complementario que sugiere recuperar la utopía como lugar para contar historias. El texto original era anterior a Contra la distopía, y Martorell ha aprovechado lo aprendido en los cinco años desde su publicación para abordar una nueva edición; una actualización de peso, más allá de cambiar la ilustración de cubierta y modificar su introducción.

Para mi la utopía era un terreno resbaladizo. Mi concepción partía de la lectura de alguna utopía clásica, particularmente Noticias de ninguna parte y lo que pude aguantar de Erewhon y El año 2000. Más que ficciones dramáticas, libros de viajes a sociedades pretendidamente perfectas, muy densos y problemáticos. Como censura de la sociedad de su época tenían un pase; como propuesta de una nueva, su dogmatismo y sus ideas fundacionales me llevarían a situarlas en los campos de la distopía.

Martorell propone desprenderse de estos lastres mediante una resignificación de la utopía: eludir sus facetas dogmáticas para dar rienda a su papel de catalizador del anhelo de futuro. Las primeras se tratan en los tres grandes capítulos del libro: “La naturaleza”, “La historia” y “La sociedad”. Los segundos son un eje vertebrador que va y viene en una lucha contra paradigmas de nuestro tiempo como el fin de la historia, el no hay alternativa y el presentismo. Así, desde la posmodernidad y con una base marxista, Soñar de otro modo busca quebrar tradiciones arraigadas y plantea alternativas a partir de los (contados) casos prácticos que encuentra en la ciencia ficción contemporánea.

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Trouble on Triton, de Samuel R. Delany

En el ensayo sobre la utopía en la literatura de ciencia ficción, Soñar de otro modo. Cómo perdimos la utopía y de qué forma recuperarla, su autor, Francisco Martorell, señala una cuestión en principio sorprendente; a partir del trauma de la Segunda Guerra Mundial y el consecuente desprestigio de las utopías digamos “totalitarias” muy de moda a finales del siglo XIX y principios del XX, la ciencia ficción moderna apenas se ha ocupado de especular con otros mundos mejores o más justos de un modo que trascendieran dichas utopías decimonónicas, cuyas sociedades “perfectas” eran resultado de crudas operaciones de ingeniería social basadas en rígidas superestructuras que, en su propia naturaleza, albergaban la semilla de un sistema totalitario y opresor de la libertad individual, es decir, “el mundo según un iluminado”. Imaginar un sistema político, económico y social más justo e igualitario que no haya de estar reñido con las libertades individuales, que se encuentre en situación de cambio constante, y que no caiga en la prisión de la perfección y por tanto, del inmovilismo, parece una empresa a la que el género parece haber renunciado casi por completo. Martorell hace sus cuentas y en unos setenta años de ciencia ficción, apenas le salen tres obras que manejen estos parámetros; la Trilogía de Marte de Kim Stanley Robinson, la serie de La Cultura de Iain Banks (ésta pelín irrealizable de momento) y Los desposeídos de Ursula K. Le Guin. Da la impresión que la ciencia ficción se ha tomado más molestias en refutar la utopía o proponer distopías antiutópicas que en reformular sus propuestas para mejorar este asqueroso mundo. Parece como si los autores del género sólo fuesen capaces de tomarse la literatura utópica por lo literal en lugar de lo metafórico, un “espacio de las ideas” en el que proponer conceptos en un principio inconcebibles para el orden social imperante pero que con el tiempo fueran permeando en la esfera pública y social para finalmente mejorar nuestra vida como colectivo, por lo que uno se queda con la impresión (y la sospecha) de que si a la ciencia ficción “de toda la vida” le ha costado horrores imaginar un futuro posible diferente al capitalismo, el anarcocapitalismo o el libertarianismo es porque ha sido un género predominantemente conservador. Y aunque Trouble on Triton, la novela de Samuel Delany que he traído al especial anual “amojamado o solamente medio muerto”, comparte en cierto modo esta actitud antiutópica, en este caso los argumentos presentados por Delany, sobre todo filosóficos y literarios, resultan mucho más elaborados e interesantes que los de sus colegas más de centro sensato liberal, por lo que creo que es una obra que merece ser recuperada y revisada.

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Cuatro futuros, de Peter Frase

Cuatro futurosEl lunes publicamos una extensa reflexión de Julián Díez. Desde su bagaje como periodista y lector de ciencia ficción, invitaba a afrontar con optimismo el futuro tras La Pandemia. Un acontecimiento que nos ha arrollado mientras seguíamos mirando con displicencia al elefante en la habitación de las últimas décadas: la emergencia climática. Basta pensar cómo hemos pasado de observar los primeros casos a terminar encerrados mientas mueren cientos de personas sometidas a un triaje nivel hospital de campaña de la Primera Guerra Mundial. En seis semanas. Cuando Julián me pasó el texto, le comenté lo alineado que lo veía con este libro de Peter Frase publicado por Blackie Books unas semanas antes de la crisis desatada por el SARS-CoV-2. Con varias facetas bastante menos optimistas, pero escrito desde la misma inquietud de anticipar los caminos que pueden llevar a la humanidad durante las próximas décadas. No sé si con una cierta intención de empujar en la dirección más benévola para la mayor parte de la población y conjurar las líneas más tenebrosas.

Cuatro futuros expone cuatro escenarios diferentes en la intersección de dos ejes: el primero tiene en sus extremos la abundancia y la escasez mientras que el segundo está comprendido entre la igualdad plena y la desigualdad más absoluta. Antes de plantear cada uno, afirma en la extensa introducción que nada más lejos de su intención hacer un ejercicio de futurismo. Su propósito es partir de cuestiones clave en la actualidad (calentamiento global, renta básica universal, la propiedad intelectual, la segregación por clase social, el exterminismo…), para discutir cómo se articularía una sociedad ateniéndose a las condiciones de contorno de esas variables. Y cuáles serían los mayores problemas, en su formación y en su desarrollo.

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La situación de la ciencia ficción a fin de siglo a través de una Worldcon

Planeta Humano 7He sido una persona bastante afortunada con mi trabajo: soñé ser periodista y tuve una carrera llena de satisfacciones. Se terminó, por una serie de factores que sería prolijo explicar, pero tuve la oportunidad de acumular muchas vivencias estupendas. Y colaboré con muchos medios.

Al que guardo más cariño no es aquel en que me leyó más gente, en el que estuve más tiempo o me reportó más dinero. Fue un proyecto modesto en medios pero muy ambicioso en objetivos llamado Planeta Humano. Entre 1998 y 2001 publicó casi cincuenta números con la idea de ofrecer historias positivas, originales, pero no ñoñas; su eslogan era «Para los que creen que sí se puede hacer algo». Y todo al modo de las grandes revistas estadounidenses: textos exhaustivos, material fotográfico de calidad. Es la única publicación para la que he trabajado que tenía una productora: una persona encargada de organizar los viajes, hacer los contactos necesarios y hasta concertar citas, de forma que el periodista tenía una orientación clara de lo que el medio quería que cubriera y se ahorraba complicarse con temas logísticos.

No llegué a estar meses con un reportaje, como Gay Talese siguiendo a Frank Sinatra o Tom Wolfe con los surferos de California en ocasiones que devinieron en legendarias para mi profesión, pero sí es el único medio que me envío a preparar una historia durante varios días, a veces más de una semana. Conservo la colección completa de la revista y está llena de historias estupendas, muchas de ellas adelantadas a su tiempo, con colaboradores extraordinarios (José Saramago, José Luis Cuerda, Dominique Lapierre, José Luis Sampedro, Eduard Punset, José Carlos Somoza…) y bastantes de los mejores fotoperiodistas del momento. He encontrado varios rincones en la web en que antiguos lectores recuerdan Planeta Humano con la misma intensa simpatía que siento yo. Incluso mencionan alguno de mis textos de forma específica, como el que hice en el primer número sobre la única comunidad en que conviven israelíes y palestinos en igualdad, con los niños compartiendo escuela. Está sobre una colina entre Tel-Aviv y Jerusalén y se llama Neve Shalom/Wahat al-Salaam, sigue existiendo hasta hoy por lo que sé.

La razón por la que no habrán oído hablar de esta revista es que no tuvo buena distribución, al tratarse de un medio independiente. La mantuvo un tiempo un mecenas muy ilusionado con ella, un tipo encantador que intentó por todos los medios cumplir el sueño de hacer algo distinto a todo lo que había en los kioscos españoles, pero al cabo del tiempo y varios intentos que no terminaron de funcionar (cambios de diseño, regalos promocionales…), no aparecieron vías alternativas de financiación y cerró.

El hecho es que les propuse ir a una Worldcon, y aceptaron. Fue a la de 1998, en Baltimore, que tuvo a C. J. Cherryh como invitada de honor y en la que Joe Haldeman ganó el Hugo a la mejor novela por Paz interminable. También hubo un pequeño acto, escondido, a una hora poco concurrida, y al que acudí por casualidad. Se proyectaron veinte minutos de previa de una peliculita rodada en Australia, de directores desconocidos y protagonizada por una estrella entonces de capa caída, pero que terminaría por hacer historia: Matrix.

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La playa salvaje, de Kim Stanley Robinson

La playa salvajeMuchas cosas convergen en La playa salvaje, primera novela de Kim Stanley Robinson. Publicada en 1984, hoy no se tiene muy en cuenta ni se la recuerda como lo que es: una primera novela que no lo parece, crítica y autocrítica a la vez, y un despliegue de inventiva y novedad en un terreno, el postapocalíptico, cuyo imaginario es fácil dar por sentado por lo que tiene de manido y autoexplicativo. Robinson, ambicioso y con talento suficiente como para cumplir con las metas de su ambición, entreteje el paisaje y la idiosincrasia de las gentes con los motivos históricos que han ahormado esa realidad futura, y lo hace de manera creíble, y, por usar una palabra de Sánchez Ferlosio, circunstanciada. Insisto: no parece una primera novela.

Henry, el narrador, rememora su adolescencia en los restos de una playa (paisaje infrecuente en el subgénero), con sus elementos de historia de amistades que empiezan a abandonar la niñez y adentrarse en las recién adquiridas responsabilidades de la adolescencia. Nos muestra un mundo en el que los intereses egoístas, con la supervivencia como factor tutelar de sus vidas, priman sobre un mínimo sentido de la moral (pienso en esas visitas guiadas a los restos de las ciudades californianas, a las que ahora vuelvo), y a la –tal como la pintan– consoladora, reconfortante idea de la venganza.

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La ciudad, poco después, de Pat Murphy

Corrían los locos años ochenta y en la gran casa común de la ciencia ficción norteamericana las aguas bajaban revueltas entre las nuevas generaciones. Los bárbaros del cyberpunk habían irrumpido en el género con sus bromas de empollones, sus círculos de amigotes y unas ganas irreprimibles de meterse con todo el mundo, cayendo en gracia a crítica y público y conquistando hasta el último rincón del género. ¿Todo? ¡No! Una aldea de irreductibles humanistas resistían ahora y siempre al invasor; Kim Stanley Robinson, John Kessel, Orson Scott Card o Connie Willis, una caterva de escritores surgidos a principios de los ochenta que se negaban a darle un acabado de cuero negro y cromo brillante a sus futuros en los que, desde una óptica socialdemócrata o mormona, ofrecían una alternativa al callejón sin salida que encarnaba el nihilismo cyberpunk y sus Grandes Verdades Muy Jodidas Sobre Este Puto Mundo De Mierda. Esta alternativa humanista, heredera de Simak o Bradbury, recuperaría la esperanza en el futuro cimentada en las virtudes intrínsecas del espíritu humano, sus cuitas y sus cosas. Un pre-hopepunk, si gustan de tirarse el pisto en plan “bueh, esto ya lo descubrí yo en el 86”. Y es que está visto que los ochenta no se han ido ni se irán nunca.

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Luna nueva, de Ian McDonald

Luna nuevaSentía curiosidad por cómo Ian McDonald terminó siendo publicado en un sello tan a la contra de lo que ha sido sido su escasa obra traducida en España. A falta de un prólogo de Miquel Barceló, del cuál Luna nueva carece, son reveladoras las palabras de la editora del sello, Marta Rossich, en una de las entrevistas entre amigos de Jot Down Magazine. Acude a un argumento de peso que expone con honestidad una de las líneas editoriales de la nueva Nova: la CBS ha comprado sus derechos con vistas a una futurible adaptación televisiva. Ya se sabe, cualquier material susceptible de convertirse en bomba audiovisual es un imán para los buscadores del próximo fenómeno de ventas.

Construir identidad editorial lo llaman.

Y a poco hábiles que sean los productores, tal éxito no parece descabellado. Con Luna nueva McDonald ha urdido un culebrón de aúpa para uso y disfrute de los fans a las familias enfrentadas, el romance, las tensiones generacionales y los complots para hacerse con una posición predominante en la sociedad X, el mercado Y o el nicho Z. La materia prima que modeló Dallas, Dinastía, Los Colby o Falcon Crest, con las cuales no debería avergonzarnos relacionar una novela que acierta a explotar la fascinación por las puñaladas traperas, los odios enquistados y todo tipo de conspiraciones en la sombra, mientras los reviste con un ropaje de ciencia ficción tan meditado como la estructura de la propia narración. Un atractivo extra para cualquier ficción televisiva ahora que se busca un marchamo especial para diferenciarse en la sobrecargada parrilla del marasmo de cadenas y creadores de contenido estadounidenses.

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Aurora, de Kim Stanley Robinson

AuroraEl tema de los personajes en las novelas hard es un clásico en los debates de ciencia ficción. Utilizadas muchas veces como un vehículo para explorar ideas desde un rigor científico con mayor protagonismo casi que la propia historia, este aspecto ha sido criticado con regularidad desde dos extremos: bien cuando los personajes son vulgares caricaturas presentes por la simple necesidad de tener unos protagonistas para impulsar el argumento deseado; bien porque esos personajes pretenden ganar entidad a raíz de insuflar exceso en sus vidas. Un ejemplo evidente de lo primero sería Tau Cero, de Poul Anderson, tal y como la describe Alberto Cairo en su crítica en Bibliópolis. De lo segundo serviría cualquier novela de Robert J. Sawyer con sus indefectibles protagonistas bajo la presión de un acontecimiento traumático (una violación, acoso sexual, la sombra del adulterio, una enfermedad incurable…). Aunque en su caso no estemos ante un “hard” en sentido estricto.

Llevaba más de una década sin leer una libro de Kim Stanley Robinson. Sin entrar a valorar su competencia en este asunto, siempre le había tenido más como un practicante de lo segundo. Suele explotar el conflicto entre sus personajes desde múltiples niveles (políticos, sociales, personales) en aras de convertirlos en portadores de unas ideas por las cuales el lector sienta un interés, tome partido, cambie su percepción… Sin embargo tras la lectura de Aurora, da la sensación de haberse entregado sin ambages a lo que Alberto Cairo ponía de relieve en su texto sobre Tau Cero. Palabra por palabra.

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Dulces dieciséis y otros relatos, de Eduardo Vaquerizo

Dulces dieciséis y otros relartosVivimos un período de reivindicación de la ciencia ficción española y, en concreto, de la generación HispaCon. Entre lo publicado el último año tenemos dos ejemplos evidentes: la primera antología de Los premios Ignotus, que tengo la sensación ha volado por debajo del radar incluso del público más especializado, y la colección Cyberdark presenta, lanzada por el complejo Cyberdark/Alamut/Bibliópolis. Un sello llamado a poner de nuevo en el mapa los mejores relatos de autores surgidos del fandom en las décadas de los 80 y los 90; hasta ahora han aparecido tres libros, aunque en la presentación en la librería Gigamesh en Marzo Luis G. Prado anunciaba la posibilidad de que fueran veintena, incluyendo antologías temáticas. De llevarse a cabo daría forma a la colección más completa a la hora de entender (un parte de) la literatura fantástica hecha en España; ninguna otra ofrecería una radiografía tan exhaustiva de un periodo de tiempo determinado.

En este contexto, el nombre llamado a abrir la iniciativa, Eduardo Vaquerizo, no resulta para nada extraño. Como comenta Juanma Santiago, la mayoría de autores importantes que cultivaron el relato con asiduidad en aquel período ya han visto recogidos los más significativos, en colecciones generalmente aparecidas en editoriales pequeñas. Rodolfo Martínez, Elia Barceló, Daniel Mares, Armando Boix, Rafael Marín, Félix Palma… cuentan con uno o varios volúmenes en su haber. Los más avispados han podido reunir a través de ellos los relatos publicados en una miríada de fanzines, revistas o antologías. Si no me falla la memoria, apenas él y José Antonio Cotrina (del que llevamos más de una década esperando su particular Cotrinomicón) no habían visto un volumen con sus mejores relatos. He aquí la oportunidad de solucionar ese olvido.

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Paco Porrúa, In Memoriam

Paco Porrúa

No he conocido a tantas personas de las que se pueda decir sin asomo de duda que hicieron del mundo un lugar un poco mejor que si no hubieran estado por aquí. Paco Porrúa fue una de ellas.

Seguro que entre los que me lean habrá quienes no conozcan quién fue Paco Porrúa, fallecido esta semana. El fundador de la editorial Minotauro hace más de 60 años en Argentina y también editor de bastantes de los mejores escritores en lengua castellana mientras trabajaba para otras firmas. Una de las personas decisivas para entender la evolución de la literatura fantástica en nuestro idioma, durante décadas quizá el único valedor de la calidad literaria dentro del género en español.

Dado que le apreciaba y lamento mucho su muerte, quiero escribir un recuerdo personal. Traté a Paco con frecuencia durante los años que viví en Barcelona, a finales del milenio pasado. Él era el editor mítico de Minotauro, el hombre que había publicado Cien años de soledad y Rayuela. Pero me recibió en su oficina a mí, un periodista veinteañero que dirigía una pequeña revista de ciencia ficción, con total naturalidad. Ni siquiera creo que fueran decisivas la intercesión de Marcial Souto, que trabajaba con él, o de Alejo Cuervo, que siempre le ha admirado y con el que le visité por primera vez, creo que para darle un premio Gigamesh; mi impresión es que su naturaleza era intrínsecamente amable. Simplemente, Paco no tenía contacto con el mundillo del género porque no tenía tiempo; cuando más tarde le llegaron reconocimientos y premios, siempre los recibió con una socarronería en la que, con el tiempo, aprendí a reconocer una llamita de ilusión.

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