La hipótesis Saint-Germain, de Manuel Moyano

La hipótesis Saint-GermainHay libros que, cortos para lectores con un bagaje, no me importaría nada que se hicieran un hueco entre tanto bestseller estúpido. Esas narraciones sin el más mínimo sentido sustentadas sobre cimientos de goma eva que, por encadenar varios misterios en sus primeras páginas o poner de protagonista a un dios de la noche del trivial, concilian una atención que ni de lejos llegan a consumar en unos desarrollos y desenlaces inconsistentes si hay suerte, incoherentes un 90% de las veces. En La hipótesis Saint-Germain Manuel Moyano se viste el mono de escribir una de estas novelas fórmula y relata lo que durante muchas páginas se asemeja a un thriller pseudo-esotérico-sobrenatural, de esos que invitan a establecer un cordón sanitario en su perímetro.

Así, el editor de una revista prima hermana de Más allá o Año cero, Daniel Bagao, cuenta en primera persona cómo se ve empujado a una loca investigación en pos de un millonario que podría llevar vivo varios siglos. El susodicho habría estado involucrado en algunos de los avances científicos y tecnológicos más relevantes de nuestra historia reciente: la carrera espacial, la teoría de la relatividad… Mientras desgrana sus pesquisas, empujado por un seguidor de su revista con ínfulas que le lleva a quebrantar sus más arraigadas convicciones, su personalidad cobra relieve. Detrás de una fachada de respetabilidad se vislumbra a un cínico consciente de su condición; un tipo machista, ligeramente clasista y bastante ambicioso únicamente preocupado por las consecuencias de sus actos cuando es su acomodada existencia la que puede verse afectada.

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La mirada extraña, de Felicidad Martínez

La mirada extrañaCon permiso de Soy leyenda (que Richard Matheson arranca con esa escena inolvidable, Neville saqueando un supermercado relativamente tranquilo porque su reloj marca las tres de la tarde… hasta que un buen rato después vuelve a mirar la hora y comprueba que las manecillas siguen marcando las tres de la tarde), uno de los libros de comienzo más impresionante que recuerdo es Viaje al fin de la noche, de Louis-Ferdinand Céline. Cualquiera que lo haya leído sabrá a qué me refiero: el desconcierto y el miedo de sentirte repentinamente envuelto en un combate; la confusión, la sensación de vulnerabilidad, la ira. Pues bien, todas esas sensaciones están también presentes de alguna manera en el poderoso arranque de La mirada extraña.

“Aniquilador contuvo un grito de rabia y frustración al comprender lo que estaba sucediendo en el campo de batalla: el enemigo, los huesosfrágiles, los estaban masacrando”. Estas son las palabras con las que Martínez arranca al lector de su sofá para soltarlo, sin anestesia ni preámbulos, en medio de una refriega de la que no sabemos nada: ni quiénes son los contendientes ni por qué están enfrentados ni del lado de quién se supone que deberíamos ponernos nosotros. Martínez no tarda en desgranar parte de esa información… pero los datos que proporciona, lejos de satisfacer la curiosidad del lector, le suscitan muchas más preguntas. Como qué clase de seres son esos y dónde están. O cuál es su historia. O qué costumbres tienen y cómo se relacionan entre ellos. O incluso —maldita sea— algo tan básico como qué aspecto tienen.

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Homo Tenuis, de Francisco Jota-Pérez

Homo tenuisTrabajar con adolescentes te expone a una continua doctrina del shock. Frases hechas, música, lecturas, series de televisión, uso de la tecnología, neologismos… El lapso generacional es el pan de cada día. Uno de los momentos más extraños del curso pasado me golpeó cuando escuché a un grupo de primero de la ESO hablar del Slender Man y los creepypastas; ficciones de terror que pululan por foros de internet, se copian, modifican y pegan sin descanso, creciendo y alterándose como si viviéramos en Pripyat bajo la invisible acción radiactiva de Chernobyl.

Lo más chocante fue comprobar lo extendido del asunto. Pocos chavales desconocían la figura del Slender Man a través de alguna de sus múltiples manifestaciones: vídeos de internet, aparición en videojuegos, fotografías… Meses más tarde pude ver el documental sobre esta criatura estrenado en la HBO y me sacudió la dimensión real por el cual llegó a los medios de comunicación: la insólita historia detrás del apuñalamiento de una adolescente en EE.UU. por parte de dos compañeras. La emisión de ese documental fue precedido de la publicación por parte de Gas Mask de Homo Tenuis, de Francisco Jota-Pérez, con un mismo punto de partida y un formato muy cuidado. Sobre todo por una maquetación que ha afilado su personalidad gracias a unas ilustraciones y fotografías en blanco y negro, y un fantástico uso de las tramas. Posee una textura de fanzine underground en perfecta simbiosis con la hiperstición, el concepto sobre el cual gravita su contenido.

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Dentro del laberinto friki, de Cristina Martínez

Dentro del laberinto frikiIntentar poner un poco de orden en el caos de la subcultura, y en todas las ramas que se derivan de ella, es una tarea al alcance de muy pocos. Hay que tener un conocimiento profundo de la materia, sí, pero también una comprensión cabal de un fenómeno que va más allá de sus mitos, y que, con presencia en parcelas artísticas y culturales muy diferentes, está siempre en perpetuo cambio. La indisimulada presión social sobre el colectivo friki tampoco es fácil de soslayar. Pero la ensayista Cristina Martínez, especialista en la cultura de masas de nuestro tiempo (aunque no sólo de nuestro tiempo), ha conseguido lo que parecía imposible: escribir un ensayo que estructure, vertebre, dé forma e ilumine una masa social tan idiosincrásica, tan escurridiza, como el fandom y lo que desde hace años se conoce como ‘cultura friki’. Ha demostrado ser una excelente conocedora de las distintas tendencias y mutaciones tanto del frikismo internacional como del nacional, y saber pensarlas y contextualizarlas para su mejor entendimiento. Su libro es un análisis de lo friki, un repaso histórico y un intento constructivo –y logrado– de entender un creciente fenómeno social.

Lo primero que veremos al leer Dentro del laberinto es que la mirada de la autora es limpia: no hay condescendencia ni tolerancia voluntariosa, tampoco hay glorificación acrítica ni, desde luego, desprecio o clasismo cultural alguno. (A todos los clasistas culturales, por otra parte, les recomendaría perderse entre las páginas de Dentro del laberinto friki. Una mirada sociológica a la cultura friki en España, y, después, entre las páginas de Neoculto, un libro colectivo de 2012 sobre el nuevo cine de culto). Valiente, Martínez nos regala su propia definición de algo tan difícil de constreñir como el fandom (página 24), y un detenimiento particular para cada aspecto concreto del frikismo.

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La era del espíritu baldío, de Damián Cordones

El grupo pop avant-garde formado por globos oculares con cuerpo humano más famoso de todos los tiempos, The Residents, publicó a mediados de los años setenta su clásico The Third Reich´n`Roll, un disco en el que se proponía una lista de éxitos del pop que sonaría en el Reich de los Mil Años, lista formada por versiones de standards del acervo de la música popular norteamericana pero como retransmitidas desde el infierno a través un transistor de esos que llevamos los señores mayores para oír el Carrusel Deportivo durante el paseo de los domingos. El resultado es una sátira de la tiranía radiomusical, la música pop vista como ese puto ruidillo de fondo que suena a todas horas por todas partes, que banaliza y quita valor al acto de escuchar música. Pero, y tratándose de mí siempre hay un pero, al llevar este concepto a un extremo en el que la forma se ajusta al fondo como un guante de terciopelo forjado en hierro, el resultado es un pelín árido de escuchar, más cercano al arte conceptual que a la inmediatez de la música popular. Y me viene de perlas traer este disco a colación, porque la lectura de La era del espíritu baldío me ha recordado a la experiencia de escuchar el sarcástico elepé del grupo de chalados de San Francisco; la traslación implacable al papel de una serie de conceptos dificilillos y nada simpáticos, básicamente la disolución de nuestra realidad consensuada y los pilares que la sostienen como es nuestra propia identidad, la imposibilidad de entender un mundo del que los descubrimientos científicos arrojan una imagen cada vez más abstracta y refractaria a la percepción humana y el apocalipsis no como punto final, sino como transición hacia una nueva realidad totalmente ajena e incomprensible para los seres humanos que la habitan.

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Ejército Nuevo Modelo, de Adam Roberts

Ejército Nuevo Modelo¿Es posible la existencia de un ejército basado en una estructura horizontal? ¿Pueden los ejércitos convencionales, con su armamento avanzado y sus soldados profesionales, sucumbir ante grupos más pequeños y peor dotados pero con otra organización? ¿Cómo sería una contienda entre concepciones tan antagónicas de hacer la guerra en los aledaños de cualquiera de nuestras ciudades? Prácticamente todo Ejército Nuevo Modelo está orientada a responder estas preguntas, una búsqueda que la lleva a convertirse en una novela con tesis o, desde otra óptica, una tesis levantada sobre una novela.

Su narrador relata su enfrentamiento con lo más granado del Ejército Británico en los alrededores del área metropolitana de Londres como miembro de Pantegral, un Ejército Nuevo Modelo. Formado por unos miles de mercenarios, Pantegral ha sido contratado por el Parlamento de una Escocia Independiente para defender su nuevo Estado a través de una guerra de desgaste en el mismo núcleo de poder de su adversario. Pertrechados con armas ligeras, confían su fortaleza a una conexión en red donde cada miembro recibe y puede consultar la información de todo el teatro de operaciones en tiempo real. Sin una jerarquía al uso, con un funcionamiento plenamente democrático y la versatilidad de tomar decisiones para aplicarlas al instante, se convierten en un quebradero de cabeza para una organización más numerosa, en teoría mejor preparada pero incapaz de reaccionar ante su enemigo.

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Mañana cruzaremos el Ganges, de Ekaitz Ortega

Mañana cruzaremos el GangesNo recuerdo en boca de quien puso Ivá aquella frase de “si no hay disparos, maburro” para referirse a una película. Una de las muchas boutades que enriquecían semana tras semana las páginas de Makinavaja e Historias de la puta mili, y, para qué negarlo, una máxima que ha guiado la industria del entretenimiento desde que Anónimo dejara por escrito las andanzas del más sumerio de todos los reyes sumerios. La ahora medio olvidada distopía es otro campo donde esta afirmación ha alcanzado su máxima expresión. Basta recordar cómo el thriller y la acción han fagocitado una mayoría cualificada de narraciones etiquetadas así, como si dejar al descubierto los mecanismos políticos, económicos, culturales de una sociedad no fuera atractivo suficiente y necesitara de una trama llena de peripecia para arrear a los lectores los proverbiales puñetazos en el estómago. Con ese protagonista corriendo por su vida delante de las tropas del régimen, a tiro limpio y, a ser posible, con una memoria cuántico-cristalina en el bolsillo repleta de información destinada a hacer caer la tiranía. En este contexto de distopía rebajada dos-por-el-precio-de-uno, Mañana cruzaremos el Ganges apuesta por recuperar los sostenes clásicos de estas historias a medida que su narradora, Eva Warren, desnuda las facetas más tenebrosas de su hasta entonces apacible cotidianidad. Y lo aborda gracias a un desarrollo donde gran parte de esa tarea de andamiaje ocurre de manera tácita. No sólo se cuenta a sí misma y su entorno mediante descripciones pormenorizadas de sus acciones y pensamientos; en su labor de despiece son esenciales las renuncias u omisiones adosadas a su relato.

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Ursula K. Le Guin, In Memoriam

Ursula K. Le Guin

En cuanto los grandes iconos de la cultura popular han entrado en la senectud, las redes sociales se han convertido en un gigantesco velatorio. En su interior, es inevitable tomar conciencia de la dimensión de nombres concretos cuando las menciones, y las palabras, se acumulan. Entre sus seguidores, sus pares, los medios de comunicación, las empresas que difunden su obra… La muerte el 22 de Enero de Ursula Kroeber Le Guin ha deparado una de las explosiones de tristeza y admiración más extendidas y sostenidas desde que llegué a esto de internet. Pocas veces las palabras de elogio y recuerdo me han resultado tan justificadas. Frente al inevitable positivismo y la (ocasional) exageración consustanciales a toda añoranza, me ha quedado la sensación que con Le Guin el riesgo ha sido justo el contrario. Escasos autores de géneros tenidos por menores durante tantas décadas alcanzaron tal grado de reconocimiento sin contar con grandes adaptaciones en los mercados audiovisuales o una visibilidad en campos como el de la divulgación histórica, científica, tecnológica… Esta apreciación le llegó en exclusiva por su desempeño en la ficción escrita. En vida.

A diferencia de la mayoría de los escritores de ciencia ficción de su generación, cuyo bautismo tuvo lugar en las revistas y pequeñas editoriales de los 50, Le Guin tardó en publicar su primer texto. Como cuenta Julie Philips en este extenso artículo para The New Yorker, tras terminar la Universidad se volcó en la escritura de cuatro novelas que quedaron inéditas, incapaces de contentar a un mundo editorial a la búsqueda de temas, voces y patrones narrativos realistas a los que nunca tuvo interés en plegarse. Entre ese material no publicado comenzaban a tomar forma una serie de relatos y una novela situados en Orsinia, un imaginario país Europeo sobre el cual representaría pequeñas estampas vitales donde ya se intuían su preocupación por los mecanismos de cambio social o la represión desde las estructuras establecidas. Las ansias de libertad y dignidad.

Encontraría la ventana de oportunidad para llegar al público ya entrada la década de los 60. Su aliento imaginativo halló acomodo en el burbujeante panorama de la ciencia ficción en plena transición hacia la new wave. Una pequeña revolución que abrió las puertas a un género renovado que, según palabras de la propia Le Guin

the change tended toward an increase in the number of writers and readers, the breadth of subject, the depth of treatment, the sophistication of language and technique, and the political and literary consciousness of the writing. The sixties in science fiction were an exciting period for both established and new writers and readers. All the doors seemed to be opening

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La hemorragia de Constanza, de Damián Cordones

Siempre que encaro una colección de relatos, me surge la misma pregunta: ¿voy a encontrar vínculos más allá de la necesidad de un editor o del propio autor de ver reunida una parte de su ficción breve? La búsqueda de esas líneas que unan los puntos es a la vez un pequeño placer y una potencial fuente de frustración. Por el reto a tu comprensión, por cómo te expone ante tus limitaciones o el inevitable ridículo de terminar señalando conexiones que sólo figuran en tu cabeza. Para qué negarlo, la encrucijada donde me ha dejado La hemorragia de Constanza, de Damián Cordones. Según reza el texto de cubierta trasera, la primera colección de relatos del autor de La era del espíritu baldío.

La primero de las cuatro piezas que recoge, del mismo título de la colección, merece una detenida lectura; permite observar cómo construye Cordones su narrativa breve. Parte de una semilla argumental que puede antojarse una mera anécdota: un hombre entrado en años visita a una antigua pareja postrada en una cama. Con ambos enfrentando el tramo final de sus vidas, y ella en un estado vulnerable, fantasea con la posibilidad de recuperar ese viejo amor. Las primeras páginas cuentan la llegada del hombre a la casa, el tránsito por el pasillo hasta la habitación de la enferma, sin extenderse demasiado. Cordones se sirve de esta secuencia mundana y algunos pensamientos del personaje para levantar un ambiente incómodo que, lejos de amansarse con el esperado reencuentro, no detiene su crecimiento. No sólo por el motivo más evidente: la mujer está conectada a una máquina que extrae de ella un fluido abyecto. Se aprecia el peso de la relación con su doctor, observador silente del diálogo.

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Nick y el Glimmung, de Philip K. Dick

Nick y el GlimmungMuchos de los lectores sabrán que antes de dedicarse por completo a la ciencia ficción, Philip K. Dick escribió otras novelas que no llegó a publicar. Novelas realistas, deprimentes y alguna con cierto interés. Pero seguramente pocos sabían hasta hace poco que en 1968 también trató de publicar una novela juvenil: Nick y el Glimmung.

Esta breve novela de Philip K. Dick fue escrita en uno de sus periodos más lúcidos, en los años de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, Ubik o Gestarescala. Sobre todo, se pueden encontrar algunos puntos de conexión con esta última. Si alguien se pregunta el interés de Nick y el Glimmung más allá de conocer otra obra de Dick, la verdad es que es una novela entretenida con algunos momentos divertidos y el característico final de un autor que en demasiadas ocasiones parecía no prever el desenlace y lo cerraba como podía. Pero es innegable que tiene mayor interés para quien esté familiarizado con la obra del autor californiano.

Su premisa es sencilla. En una Tierra “extremadamente superpoblada” se prohíbe tener mascotas. Cuando descubren que la familia de Nick vive con su gato Horace, quieren llevárselo, por lo que deciden emigrar con la mascota al Planeta del Labrador. Tras viajar en nave espacial, encuentran un planeta boscoso con un hábitat ligeramente hostil donde varias especies interactuarán con ellos de distintas formas: habrá quienes sean claramente molestos, otros más cariñosos y algunos tratarán de hacer negocio con la familia humana. Para añadir mayor dimensión, hay especies que mantienen una antiquísima guerra entre ellos.

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