Muchos de los lectores sabrán que antes de dedicarse por completo a la ciencia ficción, Philip K. Dick escribió otras novelas que no llegó a publicar. Novelas realistas, deprimentes y alguna con cierto interés. Pero seguramente pocos sabían hasta hace poco que en 1968 también trató de publicar una novela juvenil: Nick y el Glimmung.
Esta breve novela de Philip K. Dick fue escrita en uno de sus periodos más lúcidos, en los años de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, Ubik o Gestarescala. Sobre todo, se pueden encontrar algunos puntos de conexión con esta última. Si alguien se pregunta el interés de Nick y el Glimmung más allá de conocer otra obra de Dick, la verdad es que es una novela entretenida con algunos momentos divertidos y el característico final de un autor que en demasiadas ocasiones parecía no prever el desenlace y lo cerraba como podía. Pero es innegable que tiene mayor interés para quien esté familiarizado con la obra del autor californiano.
Su premisa es sencilla. En una Tierra “extremadamente superpoblada” se prohíbe tener mascotas. Cuando descubren que la familia de Nick vive con su gato Horace, quieren llevárselo, por lo que deciden emigrar con la mascota al Planeta del Labrador. Tras viajar en nave espacial, encuentran un planeta boscoso con un hábitat ligeramente hostil donde varias especies interactuarán con ellos de distintas formas: habrá quienes sean claramente molestos, otros más cariñosos y algunos tratarán de hacer negocio con la familia humana. Para añadir mayor dimensión, hay especies que mantienen una antiquísima guerra entre ellos.
Aparte de tener el perfil estilístico habitual que Philip K. Dick mantendría hasta principio de los ochenta, donde cambiaría a un tono más espeso, en Nick y el Glimmung se pueden encontrar algunos de sus temas recurrentes. El control estatal se ve en un colegio donde todos los niños observan una pantalla en la que aparece su profesora, quien cual Gran Hermano observa a todos los alumnos y los amenaza con llamar a la policía si se comportan mal.
–Y no tendrías que venir a la escuela. Al menos no a esta clase de escuela, donde sólo ves a la profesora en una pantalla de televisión, donde no la ves ni hablas con ella de verdad. Y nos ha dicho que tiene otras nueve clases –dijo Donald para acabar.
–Me gusta la escuela –respondió Nick–. Y siempre he tenido la sensación de que la señorita Juth de verdad me ve y me habla directamente a mí.
También se hace mención a los artesanos y trabajadores que fabrican manualidades. Tema que trata en varias obras, entre ellas Gestarescala, donde muestra clara empatía hacia ellos. Aquí parece completar las insinuaciones o acciones –que no reflexiones– de esa novela y escribe frases como “En los viejos tiempos, había hombres, a los que llamaban artesanos, que creaban objetos hermosos con sus propias manos”.
Otro elemento en común con Gestarescala se observa en la aparición de un libro supuestamente sagrado que sirve de oráculo, aquí llamado “el libro de Glimmung”. Es una obra de origen incierto que muchos persiguen y puede predecir el futuro. Este libro será una constante en la segunda parte de la novela, causante y solución de varios de los problemas de Nick.
Es curiosa la inclusión de una amenaza que bebe claramente de Los ladrones de cuerpos, la famosa novela de Jack Finney que posteriormente Don Siegel adaptó al cine, ambas obras de la década anterior a esta novela. Del tronco de una especie de árbol se forman lentamente cuerpos que imitan a la familia de Nick con intención de reemplazarla. Tienen exactamente el mismo aspecto y sólo se los puede distinguir cuando hablan. ¿La manera de deshacerse de ellos? Quemarlos, evidentemente.
Dick, que siempre fue un amante de los animales, defiende su existencia y su presencia en la vida de los protagonistas. Para ellos, su gato Horace es esencial, no hay discusión, es una cuestión de principios. El autor se recrea en algunas ocasiones con divertidas anécdotas que delatan con claridad su cariño hacia los felinos y cómo pasó muchas épocas de su vida rodeado por ellos.
Durante un tiempo, sobre todo durante su primer año de vida. Horace había estado haciendo una Pregunta. Solía sentarse delante de una persona para luego levantar sus ojos verdes, sobresalientes y redondos, semejantes a unos botones de cristal cosidos a su piel, y la boquita un poco abierto, como si estuviera preocupado. Así, con la mirada levantada y la frente fruncida levemente, el gato musitaba un único maullido de barítono y luego esperaba una respuesta, una respuesta para una Pregunta que nadie era capaz de adivinar. (….) Poco a poco, con el paso de los meses, el gato dejó de hacer la Pregunta, aunque su perplejidad se mantenía intacta hasta ese día.
Esta empatía con los animales también parece sentirse hacia los habitantes que se inventa en el Planeta del Labrador. Opta por mostrar ternura por todos ellos, los hace encantadores. Incluso los hostiles muestran unas motivaciones y aristas emocionales más allá de su maldad que resultan reconfortantes. Quizá al ser una novela juvenil se elimina el pesimismo de gran parte de sus obras. Este es uno de los puntos más logrados. Lejos de la impostura que se puede encontrar en la creación de personajes buenos o adorables, que en muchos autores parecen sumamente irreales, aquí Dick crea a partir de matices y brochazos descriptivos unos seres que alcanzan al lector.
El gran problema de Nick y el Glimmburg aparece en la parte final de la obra, cuando ocurre un momento de ruptura narrativo y todo se desencadena en una decena de páginas para cerrarse de manera precipitada en otras pocas. Seguramente la obra hubiera ganado con algo más de extensión y cierta mesura en ese tramo, donde ocurren tantas cosas que el deus ex machina arrasa con la narración. Una pena si se compara con las primeras páginas y su tempo tan acertado.
No se pueden obviar dos motivos a agradecer. La edición de Minotauro es muy cuidada, con tapa dura y bonitas ilustraciones. Transforma la lectura en una experiencia más agradable. También que esta breve lectura esté traducida por Juan Pascual, quien demuestra ser un buen conocedor del autor y capta perfectamente el tono del texto.
Soy consciente de que el peso de la bibliografía de Dick me influye al valorar esta obra, pero creo que se puede afirmar que es divertida, agradable y sumamente imperfecta. Los errores son numerosos y hay un desequilibrio narrativo importante entre la primera y segunda parte, lo que no quita para que la lectura sea un bonito entretenimiento.
Nick y el Glimmung (Minotauro, Biblioteca Philip K. Dick, 2017)
Nick and The Glimmung (1988)
Traducción: Juan Pascual
Bolsillo. 128pp. 14,95€
Ficha en La tercera fundación
El sello de la casa PKD: “el característico final de un autor que en demasiadas ocasiones parecía no prever el desenlace y lo cerraba como podía”.
Interesante libro, como fan de él va a tener que caer sí o sí.