El grupo pop avant-garde formado por globos oculares con cuerpo humano más famoso de todos los tiempos, The Residents, publicó a mediados de los años setenta su clásico The Third Reich´n`Roll, un disco en el que se proponía una lista de éxitos del pop que sonaría en el Reich de los Mil Años, lista formada por versiones de standards del acervo de la música popular norteamericana pero como retransmitidas desde el infierno a través un transistor de esos que llevamos los señores mayores para oír el Carrusel Deportivo durante el paseo de los domingos. El resultado es una sátira de la tiranía radiomusical, la música pop vista como ese puto ruidillo de fondo que suena a todas horas por todas partes, que banaliza y quita valor al acto de escuchar música. Pero, y tratándose de mí siempre hay un pero, al llevar este concepto a un extremo en el que la forma se ajusta al fondo como un guante de terciopelo forjado en hierro, el resultado es un pelín árido de escuchar, más cercano al arte conceptual que a la inmediatez de la música popular. Y me viene de perlas traer este disco a colación, porque la lectura de La era del espíritu baldío me ha recordado a la experiencia de escuchar el sarcástico elepé del grupo de chalados de San Francisco; la traslación implacable al papel de una serie de conceptos dificilillos y nada simpáticos, básicamente la disolución de nuestra realidad consensuada y los pilares que la sostienen como es nuestra propia identidad, la imposibilidad de entender un mundo del que los descubrimientos científicos arrojan una imagen cada vez más abstracta y refractaria a la percepción humana y el apocalipsis no como punto final, sino como transición hacia una nueva realidad totalmente ajena e incomprensible para los seres humanos que la habitan.
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La hemorragia de Constanza, de Damián Cordones
Siempre que encaro una colección de relatos, me surge la misma pregunta: ¿voy a encontrar vínculos más allá de la necesidad de un editor o del propio autor de ver reunida una parte de su ficción breve? La búsqueda de esas líneas que unan los puntos es a la vez un pequeño placer y una potencial fuente de frustración. Por el reto a tu comprensión, por cómo te expone ante tus limitaciones o el inevitable ridículo de terminar señalando conexiones que sólo figuran en tu cabeza. Para qué negarlo, la encrucijada donde me ha dejado La hemorragia de Constanza, de Damián Cordones. Según reza el texto de cubierta trasera, la primera colección de relatos del autor de La era del espíritu baldío.
La primero de las cuatro piezas que recoge, del mismo título de la colección, merece una detenida lectura; permite observar cómo construye Cordones su narrativa breve. Parte de una semilla argumental que puede antojarse una mera anécdota: un hombre entrado en años visita a una antigua pareja postrada en una cama. Con ambos enfrentando el tramo final de sus vidas, y ella en un estado vulnerable, fantasea con la posibilidad de recuperar ese viejo amor. Las primeras páginas cuentan la llegada del hombre a la casa, el tránsito por el pasillo hasta la habitación de la enferma, sin extenderse demasiado. Cordones se sirve de esta secuencia mundana y algunos pensamientos del personaje para levantar un ambiente incómodo que, lejos de amansarse con el esperado reencuentro, no detiene su crecimiento. No sólo por el motivo más evidente: la mujer está conectada a una máquina que extrae de ella un fluido abyecto. Se aprecia el peso de la relación con su doctor, observador silente del diálogo.