 Por lo que sé, a día de hoy hay cerca de novecientas novelas de Star Trek. A primera vista, la idea misma de las novelas ‘tie-in’, o las que están vinculadas a un universo previo, ya establecido, con personajes y mundos ya creados, puede parecer un espanto profundo como opción lectora. Derivativo y coartado, es un fenómeno parecido, si no directamente idéntico, al que se enfrentó en su día –por poner un ejemplo– The Mandalorian. O, lucrativas, (todas) las precuelas. Te encaminas a un mundo anterior, bien definido, y eso condiciona las posibilidades de tu creatividad. O no. No lo sé. (Yo creo que hace las dos cosas a la vez: que limita y libera, como trataré de explicar un poco más adelante).
Por lo que sé, a día de hoy hay cerca de novecientas novelas de Star Trek. A primera vista, la idea misma de las novelas ‘tie-in’, o las que están vinculadas a un universo previo, ya establecido, con personajes y mundos ya creados, puede parecer un espanto profundo como opción lectora. Derivativo y coartado, es un fenómeno parecido, si no directamente idéntico, al que se enfrentó en su día –por poner un ejemplo– The Mandalorian. O, lucrativas, (todas) las precuelas. Te encaminas a un mundo anterior, bien definido, y eso condiciona las posibilidades de tu creatividad. O no. No lo sé. (Yo creo que hace las dos cosas a la vez: que limita y libera, como trataré de explicar un poco más adelante).
Es cierto que alguien que escriba una historia Star Trek, al menos en principio, no podrá tomarse grandes libertades, digamos, con las conocidas sinergias, con los jugosos tira y aflojas entre Spock y el Dr. McCoy, porque es una de las constantes de la serie, uno de esos identificativos que a los entusiastas les encanta reconocer (por el placer de reconocer y por el de sentirse parte, supongo, de una comunidad cerrada, algo ya bastante más objetable). Ya las conocemos y el público quiere (hasta podríamos decir que necesita), el confort de saber que sus personajes, tal como los conocemos en pantalla, estarán también en el libro. Pero a pesar de las inevitables limitaciones argumentales a que te constriñe el adentrarte en un mundo ajeno, la palabra puede llevar a nuestros personajes a lejanías multicolores, insospechadas en el despliegue televisivo.
Veamos.
 
			
 Siempre me ha resultado curiosa una opinión muy extendida sobre la figura de Michael Moorcock, me refiero a esa imagen de “Moorcock el garbancero”, un tipo capaz de escribirse en dos días una novela sobre torturados antihéroes albinos (que detestaba), para pagar las enormes deudas generadas por la revista New Worlds gracias a su pésima gestión financiera. Sin embargo, y sin negar que pudiera haberse ganado a pulso cierta reputación, la influencia de Moorcock en la ciencia ficción resulta capital; carismático y entusiasta, fue capaz de convencer y animar a diversos autores británicos (y más tarde norteamericanos) para embarcarse en la misión de demoler y transformar la ciencia ficción anglosajona que predominaba en aquella época de mediados/finales de los años cincuenta del s.XX, es decir, una serie de narraciones escritas de la forma más funcional posible, al margen de la modernidad literaria y cultural de su tiempo, en las que héroes positivistas superaban una serie de obstáculos para reafirmar la idea de que vivimos en el mejor de los mundos posibles y si no, ya lo arreglaremos gracias a la tecnología (generalización injusta quizá, aunque cuando uno es joven y se rebela contra sus mayores no suele reparar en matices). El resultado fue un movimiento literario conocido como New Wave y su órgano propagandístico, la revista New Worlds, una publicación de papel cochambroso que comenzó distribuyéndose junto a revistas porno, y que, guiada por un afán destructivo y plagado de episodios psicóticos, consumo de drogas, obligaciones familiares desatendidas, acreedores violentos, frustraciones sexuales, caradura sin límites y estrecheces financieras, fue el inicio de un largo camino que, desbrozado por autoras y autores posteriores, ha acabado por convertir a la ciencia ficción en un género lo suficientemente elástico como para albergar todo tipo de inquietudes e intereses temáticos y estéticos, completamente normalizado e integrado tanto en
Siempre me ha resultado curiosa una opinión muy extendida sobre la figura de Michael Moorcock, me refiero a esa imagen de “Moorcock el garbancero”, un tipo capaz de escribirse en dos días una novela sobre torturados antihéroes albinos (que detestaba), para pagar las enormes deudas generadas por la revista New Worlds gracias a su pésima gestión financiera. Sin embargo, y sin negar que pudiera haberse ganado a pulso cierta reputación, la influencia de Moorcock en la ciencia ficción resulta capital; carismático y entusiasta, fue capaz de convencer y animar a diversos autores británicos (y más tarde norteamericanos) para embarcarse en la misión de demoler y transformar la ciencia ficción anglosajona que predominaba en aquella época de mediados/finales de los años cincuenta del s.XX, es decir, una serie de narraciones escritas de la forma más funcional posible, al margen de la modernidad literaria y cultural de su tiempo, en las que héroes positivistas superaban una serie de obstáculos para reafirmar la idea de que vivimos en el mejor de los mundos posibles y si no, ya lo arreglaremos gracias a la tecnología (generalización injusta quizá, aunque cuando uno es joven y se rebela contra sus mayores no suele reparar en matices). El resultado fue un movimiento literario conocido como New Wave y su órgano propagandístico, la revista New Worlds, una publicación de papel cochambroso que comenzó distribuyéndose junto a revistas porno, y que, guiada por un afán destructivo y plagado de episodios psicóticos, consumo de drogas, obligaciones familiares desatendidas, acreedores violentos, frustraciones sexuales, caradura sin límites y estrecheces financieras, fue el inicio de un largo camino que, desbrozado por autoras y autores posteriores, ha acabado por convertir a la ciencia ficción en un género lo suficientemente elástico como para albergar todo tipo de inquietudes e intereses temáticos y estéticos, completamente normalizado e integrado tanto en  A finales de los 50 Robert Silverberg estuvo alejado de la ciencia ficción cinco años. Entre 1958 y 1962 reemplazó los ingresos de la publicación de relatos de este género con la escritura de todo tipo de artículos y ficciones para revistas de diverso pelaje, desde el esoterismo a la literatura erótica, hasta llegar al campo de la divulgación histórica donde comenzó a abrirse camino como autor de libros en 1962. A pesar de este alejamiento, continuó vinculado a la ciencia ficción con la publicación del remanente de cuentos escritos entre 1957 y 1958 y a través de su relación con varios autores y editores. Uno de ellos, Frederik Pohl, fue quien le alentó para regresar a la ciencia ficción desde una
A finales de los 50 Robert Silverberg estuvo alejado de la ciencia ficción cinco años. Entre 1958 y 1962 reemplazó los ingresos de la publicación de relatos de este género con la escritura de todo tipo de artículos y ficciones para revistas de diverso pelaje, desde el esoterismo a la literatura erótica, hasta llegar al campo de la divulgación histórica donde comenzó a abrirse camino como autor de libros en 1962. A pesar de este alejamiento, continuó vinculado a la ciencia ficción con la publicación del remanente de cuentos escritos entre 1957 y 1958 y a través de su relación con varios autores y editores. Uno de ellos, Frederik Pohl, fue quien le alentó para regresar a la ciencia ficción desde una  Corría el año 2004 de nuestro Señor cuando Susanna Clarke irrumpió en el género fantástico como un Leviatán en una cacharrería con su extenso novelón
Corría el año 2004 de nuestro Señor cuando Susanna Clarke irrumpió en el género fantástico como un Leviatán en una cacharrería con su extenso novelón 
 Hace algunos años descubrí a Robert Aickman gracias al
Hace algunos años descubrí a Robert Aickman gracias al