La muerte de Graham Joyce el pasado mes de Septiembre ha supuesto una pérdida irreparable para la literatura fantástica británica. Incluso me atrevería a decir que de un calibre similar a la de Iain Banks, con el cual compartía generación, militancia y relevancia dentro del entorno aficionado anglosajón (fuera ya es otro asunto). Su novela más conocida, Los hechos de la vida, fue su incomparable tarjeta de presentación en España y, a la postre, también un lastre: todo lo traducido posteriormente ha padecida la comparación con un libro polifacético que tanto funciona como retrato social de la Inglaterra tras la Segunda Guerra Mundial, saga familiar de personajes atractivos o leve recreación fantástica de la realidad. En su obituario para The Guardian, Christopher Priest comentaba que Joyce no gustaba de repetirse en sus novelas y eso es algo evidente a poco que se hayan leído El fin de mi vida, Amigos nocturnos o La tierra silenciada. Títulos traducidos que apenas comparten entre sí nada más de un sutil acercamiento desde la fantasía oscura a temas universales: la muerte, el paso de la adolescencia a la edad adulta, las relaciones entre generaciones… Requiem es un ejemplo más en una carrera truncada de manera desafortunada y prematura.
Su protagonista, Tom, llega a Jerusalem poco después de la muerte de su mujer, Kathy, para refugiarse en casa de su mejor amiga. Lo que en principio parecía una necesidad de cobijo para paliar su pérdida se revela como una huida de ciertos eventos ocurridos en su trabajo y su relación con Kathy. Mientras se aloja en un pequeño hostal durante sus primeros días en la ciudad, Tom conoce a un viejo judío que guarda un importante manuscrito del Mar Muerto. Un incunable atesorado con celo cuyo texto alberga otro enigma, esta vez relacionado con los últimos días de la vida de Jesús y el papel que su mujer, María Magdalena, jugó en los primeros días del cristianismo.
Joyce se aproxima en Requiem a las novelas de misterio sobre el origen del cristianismo, vertiente cómo se podaron sus raíces para esconder el papel de la mujer en sus orígenes y ajustarla a una sociedad patriarcal. Sin embargo este es un aspecto secundario de una historia que, un tanto superficialmente, también toca el cinismo detrás de unos lugares santos que nada tienen que ver con lo que puede haber de cierto en La Historia, la hipocresía detrás de su explotación como atracciones turísticas, y la tensión larvada en una Jerusalem posterior a la primera intifada. Un polvorín a un suspiro de estallar a pesar del sendero marcado por los acuerdos recién firmados entre Rabin y Arafat.
Más enjundia tiene la historia de Tom y su culpa. Ya desde las primeras páginas es perseguido por una presencia que tanto se materializa en mitad de la noche mediante unos golpes en la puerta como a través de una presencia fantasmal por las calles de Jerusalem. Mínimas irrupciones de lo imposible en su experiencia cotidiana que subrayan un paisaje interior convulso. Lejos de ser una experiencia sanadora, cambiar de escenario no le ayuda a expiar sus pecados y su peso le acerca inevitablemente al colapso. Es aquí donde gana peso el componente fantástico de Requiem; un extravagante sabio palestino, Ahmed, interpreta la desazón de Tom como el efecto de un Djinn. Espíritus que se alimentan de los pecados del pasado y son capaces de materializarse bajo determinadas condiciones o en ciertos lugares. Su posible existencia, su efecto sobre Tom y otros personajes o la aparición de alguien con una pequeña capacidad telepática representan la ambigua presencia de lo sobrenatural en la novela.
Lamentablemente, esta microhistoria sobre Tom y la macrohistoria alrededor del manuscrito y el origen del cristianismo no quedan del todo conectadas. Permiten ingeniosas y divertidas reflexiones como la comparación entre la trascendencia a la cual aspira toda religión y el sexo, y dan pie a tres o cuatro notables historias dentro de la historia, como cuando Ahmed desvela su pasado; un maravilloso relato en el cual Joyce vuelve a dar lo mejor de sí en este tipo de recursos. Pero la brillantez de muchos momentos no oculta la heterogeneidad de una narración con fragmentos y pasajes demasiado desconectados.
Aun así, Requiem me ha recordado algo que escribía Abuelo Igor en su análisis de The Tooth Fairy hace siete años.
¿Qué pasa con Joyce? ¿Por qué es una firma tan olvidada entre nosotros? Quizá por habitar una zona incómoda: a pesar de que su obra es susceptible de alcanzar a todo tipo de lectores, se le ha publicado casi siempre en editoriales y colecciones de género, pensando que su componente fantástico e imaginativo (que no obstante suele situarse en zonas grises de ambigüedad) alienaría a lectores “normales”. El resultado final está a la vista: editoriales finas como Anagrama, tan dadas a lo “british”, ignoran a Joyce, supongo que sin haber mirado ni por encima ninguno de sus títulos, mientras éstos se antojan demasiado normales y realistas a los que se ganan la vida publicando tochos de vampiros con priapismo y astronaves fálicas que eyaculan a velocidades mayores que la de la luz.
Sin duda Joyce es un escritor con talento para llevar al lector a través de toda la narración. Y ahora he sido más consciente de su capacidad para amoldar el lenguaje y su prosa al tipo de pasaje que esté escribiendo. La mencionada historia de Ahmed está contada con un registro muy evocador a lo cuento árabe, en las antípodas de, por ejemplo, cierto encuentro sexual relatado por Tom en un momento de la novela. Es sugerente cuando corresponde, muestra ingenio y sutilidad o se vuelve vulgar si es el caso. Y siempre toca temas generales con recetas amplias, ideales para un gran público para el cual aquí en España, apena reconocerlo, ha permanecido invisible. Supongo que, como con Requiem, me tocará leer en inglés Dark Sister, Indigo o Some Kind of Fairy Tale, las otras ganadoras del British Fantasy Award. Al menos es relativamente asequible… aunque me he perdido cosas.
Requiem, de Graham Joyce
Tor, 2006 (publicada originalmente en 1995)
310 pp. Bolsillo. £5,99