China Montaña Zhang, de Maureen F. McHugh

China Montaña ZhangYa es complicado afianzar un proyecto editorial en un mercado de lectores minúsculo aunque lo quieras nutrir desde las traducciones de esos nombres que copan los premios de ciencia ficción, fantasía o terror, las listas de ventas del año pasado y las recomendaciones de los influencers que-hay-que-seguir. Así que te puedes imaginar la quimera cuando tu catálogo se sostiene sobre títulos menores de autores caídos en desgracia, rarezas de las que apenas unos pocos han leído algún elogio o novelas de (muchos) años atrás sin demasiado caché. No contento con eso, le añades una serie de extras: los empaquetas bajo cubiertas horrendas; pones en circulación ediciones, por ser fino, muy mejorables; reservas tu mejor título para el estertor final de la lista de lanzamientos… Este cúmulo de avatares se juntaron hace quince años cuando Libros del atril se lanzó a publicar ciencia ficción y algo de fantasía en una colección ya olvidada: Ómicron. Vista con la perspectiva de los lustros, hay libros cuya publicación tenía un cierto sentido. Ahí estaba la nueva historia de fantasía de Lois McMaster Bujold, una novela de ciencia ficción del autor de El coloso en llamas, un Geoff Ryman con un par de premios menores… Pero se hizo todo tan mal que cualquier título que mereciera un cierto recorrido fue devorado por las pésimas decisiones editoriales. Si quitamos de la lista Spin, la víctima más evidente del despropósito fue China Montaña Zhang.

Escrita por Maureen F. McHugh a principios de los años 90, China Montaña Zhang tardó quince años en ser traducida. Un retraso entendible cuando su posible publicación se dio de bruces con la crisis editorial de mediados de los 90, aquella que nos dejó con apenas dos colecciones especializadas (Minotauro y Nova). Dadas sus cualidades era muy difícil que encontrara acomodo. A pesar del tiempo transcurrido, merece la pena recuperarla: treinta años más tarde mantiene su contundencia como carga de profundidad contra, primero, la China comunista en su reformulación capitalista y, segundo, las inequidades de los propios EE.UU. Algo en sí mismo nada contradictorio. Aunque pueda parecer que surja de la fobia a la competencia asiática de finales de los 80 y principios de los 90, McHugh es rotunda en su tesis: por muchas diferencias superficiales entre dos regímenes políticos, los resultados para los que se encuentran lejos de sus núcleos de poder son, en muchos casos, los mismos. Y se puede sobrevivir y tensar el sistema desde dentro, adaptándose sin negarse a uno mismo.

Estas ideas se establecen desde una historia de perdedores contada desde un costumbrismo que remite a 334. Sé que esta comparación puede ser estricnina para el público de ciencia ficción… si quedara alguien por aquí que recordara el título menos recordado de las cuatro grandísimas novelas de ciencia ficción escritas por Thomas M. Disch. Sin embargo, para mi es, además de marchamo de calidad, el símil ideal para describir un cierto tipo de aproximación a la manera de contar una historia a la cual McHugh se compromete.

China Mountain ZhangEn China Montaña Zhang hay un carácter coral manifiesto. Aunque tiene un protagonista indiscutible, el punto de inflexión de su vida se aborda desde una estructura próxima al fix-up. Entre fragmentos relatados desde una unidad argumental se sitúan relatos de otros cinco personajes que, de alguna manera, se hacen visibles entre las cuestiones que atenazan al protagonista y las realimentan. Contribuyen a formar una secuencia desde la cual se abarcan diferentes aspectos de un futuro distópico en unos EE.UU. tras una revolución comunista, con una sociedad entregada en cuerpo y alma a la dicotomía comunismo-capitalismo.

Zhang es hijo de un padre chino y una madre hispana. Física y culturalmente podría pasar por un chino no americano, pero este mestizaje limita sus posibilidades de progresar socialmente: haber nacido en la colonia no computa lo mismo que provenir de la metrópoli. Zhang es homosexual y tiene que vivir su identidad en la clandestinidad para evitar una represión que se intuye (y se verá) despiadada. En el ámbito público y en el privado, la negación de su persona lleva a Zhang a una serie de decisiones catastróficas que terminarán con él aceptando un trabajo que no desea en la isla de Baffin y padeciendo una crisis personal que, con pequeños ajustes, le llevarán a una redefinición para no dejarse quebrar por una máxima que descubre en ese exilio más allá del círculo polar:

Perlerorneq, la consciencia de la futilidad de todo. La desesperación.

McHugh no ofrece un gran relato de superación personal. Tampoco hay una gran rebelión contra el sistema, más allá de la que Zhang realiza con los pequeños actos de supervivencia para no claudicar. Su historia, y la del resto de personajes, evidencian la inhumanidad de dos sistemas, el capitalista y el comunista chino, que si ya son particularmente buenos a la hora de negar al individuo o quebrarlo, cuando actúan de manera combinada son si cabe más efectivos. Más si eres parte de una minoría o mujer.

Este aire despiadado puede llevar a algún lector actual a encontrarse con recodos argumentales dolorosos. De hecho hay una violación que seguro hoy levantaría la ceja de esos lectores amigos de la tea y la pira en su cámara de eco. Aparte, hay una cuestión que me ha mantenido en duda hasta el final. A pesar de lo que he escrito anteriormente, he tenido mis momentos con la idea detrás de la elección del escenario. El por qué meter al régimen chino cuando la homofobia, el racismo, el clasismo, la pobreza que se vinculan al régimen comunista obedecen a las que se vivían en los EE.UU. del postReaganismo; un caldo de cultivo del cual Octavia Butler o Jack Womack extrajeron grandísimas novelas. Lo que he tardado en verlo viene por un lado de mi tradicional cerebro anquilosado de espoleta retardada. Pero una parte deriva también de las sutilezas de McHugh. Huye de lo evidente, de la facilidad al establecer su corpus argumental, de los símiles directos, y trabaja desde aspectos en apariencia menores, ambiguos, ajenos a los clímax.

Maureen F. McHughInevitablemente, con este material, a ratos puede caer en una cierta monotonía, unos valles de los que McHugh recupera el relato y transmite la angustia de los diferentes personajes y su voluntad de no dejarse doblegar. También, de manera sorprendente, en esta primera novela demuestra un dominio de los mecanismos de la ciencia ficción, con ideas inseparables de este género como esas competiciones entre personas-cometa luchando por ser los más rápidos en sus carreras por los cielos de Nueva York; los soterrados duelos de poder entre las personas de una comuna en Marte; todo lo que rodea a la creación de edificios de las dos últimas secuencias de Zhang… Quien esté buscando facetas especulativas que se alejen de lo rutinario tienen en China Montaña Zhang elementos para la sorpresa.

De lo que no consigue recuperarse el libro es de ser un excelente resumen de todo lo que hubo mal en Ómicron. La traducción/corrección es deplorable, la imagen de marca cutre, el diseño de cubierta atroz, un sobreprecio injustificado (21 pavazos del año 2007)… Una pena para un libro que merecía mejor suerte y terminó en desastre de ventas ganado a pulso. Ahora, aparte de las copias de seguridad que pululan en la red, lo tienen a precios de risa en webs de material de segunda mano. Merece el esfuerzo de rescatarlo. Para mi entra dentro de la categoría de clásico contemporáneo.

China Montaña Zhang (Libros del atril, Col. Ómicron, 2007)
China Mountain Zhang (1992)
Traducción: Pedro Jorge Romero
Rústica. 320pp.
Ficha en la web de La tercera fundación

2 comentarios en “China Montaña Zhang, de Maureen F. McHugh

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