Uno de los aspectos más curiosos de la producción de relatos de género fantástico que se está produciendo en España en los últimos tiempos es el predominio del terror por encima de cualquier otro subgénero. Frente a una fantasía casi inexistente y una ciencia ficción en retirada, los cuentos de miedo van poco a poco haciéndose con la parte del león dentro de cada antología. Por eso, no deja de ser bastante agradable y hasta novedoso que el Volumen 3 de Artifex Tercera Época esté dedicado en exclusiva a la ciencia ficción. Ahí es nada, un libro de bolsillo con diez buenos cuentos de ciencia ficción, algo que en tiempos era de los más común y que hoy por hoy no deja de resultar, prácticamente, una rareza.
Y, por si fuera poco, no cualquier ciencia ficción, la mayoría de estos relatos tienen un carácter sociológico, cyberpunk y near future de lo más atractivo. La space opera más bullanguera y vacua no tiene hueco en este librito (lo que hace que la portada – una batalla espacial sacada de Star Trek- le deje a uno un tanto perplejo).
Y, como colofón final, en estas páginas se publican dos de los premios del último año: el Domingo Santos y el Alberto Magno.
Ahora bien, después de tantas excelencias y una vez leídos y disfrutados estos estupendos relatos hay que señalar una cuestión en la columna del debe: la falta de originalidad de casi todas las historias. Quizás es que ya he leído mucho a estas alturas de la vida pero la mayoría estos cuentos me sonaban de algo. Trataban tema y situaciones que ya han sido escritas muchas otras veces y, me temo, por autores mucho más competentes. Así pues, estamos ante una de esas obras que se pueden calificar de artesanales, sus autores no están intentando descubrir la pólvora sino entretenernos y advertirnos de la mejor forma posible y a fe mía que lo consiguen.
La historia más larga (una auténtica novela corta) es “Argos” de José Antonio Cotrina (Premio Alberto Magno 2005), un buen cyberpunk ambientado en la Praga de dentro de unos años, lleno de acción e intriga. Eso si, con el handicap ya comentado de la falta de originalidad: conexiones neurales a internet, ambientación bajos fondos, dos adolescentes listillos de protagonistas y una malo de cómic que se ha hecho con el arma definitiva para acabar con el mundo. Toda la novela respira un aura de cierta ingenuidad e incredulidad (demasiadas casualidades) que la sitúa claramente en el campo de la literatura juvenil más que de la adulta. Con todo, su magnífico ritmo hace que uno se enganche a la historia y no la pueda soltar hasta la última página, algo nada fácil de hacer. Lastima que el final sea demasiado abrupto y, me temo, inocente para que la obra resultase redonda.
“Morfeo verdugo” de Yoss (Premio Domingo Santos 2005) es otro cyberpunk pero más ligero. De hecho, este aspecto tiene más de ambientación que de otra cosa, el eje del cuento es un debate sobre la efectividad de la pena de muerte y su sustitución por una terapia de bloqueo cortical que hace que los que sufren este castigo mueran de verdad cuando sueñan que van a morir. Una cuento correcto pero con dos defectos básicos: uno, el chiste final que desvirtúa toda la historia; el otro, la falsa premisa de que la pena de muerte es necesaria para mantener la delincuencia a raya.
Pero el que, probablemente, sea el mejor cuento de todo el libro es “Víctimas y verdugo” de Eduardo Vaquerizo, una historia ambientada en el universo alternativo de su novela Danza de Tinieblas, sólo que en este caso la trama transcurre en las colonias amazónicas controladas por un ejercito español de dirigibles armados con napalm y ametralladoras. Es cierto que toda la historia no deja de estar inspirada a partes iguales en El corazón de las tinieblas de Conrad y Apocalypse Now de Coppola, pero esta vez, el viaje río arriba al corazón del mal tiene un regusto a horror preternatural que en las dos obras antes mencionadas apenas se esbozaba. Vaquerizo consigue crear una ambientación perfecta, plena de una atmósfera sofocante, donde casi sentimos la podredumbre de la selva y algo siniestro está en el aire. Por supuesto, cuando la magia negra de los indios ayumara hace acto de presencia uno no puede menos que estremecerse y repetir como Kurtz-Brando: “El horror…”.
También es destacable el breve “Bidesari” del casi novel José Ramón Vázquez, un valiente relato sobre las consecuencias reales de la independencia del País Vasco, ya era hora que alguien tocase el tema. Tanto hablar de la ciencia ficción como herramienta para explorar las posibilidades de nuestro tiempo y parece que aquí nadie se atreve a coger ciertos toros por los cuernos.
“No me pongas esa cara” de Tomás Donaire y “La última visita” de Iván Olmedo son los dos típicos relatos de advertencia sobre las posibles consecuencias del uso de las nuevas tecnologías. Tan cortos como incisivos.
“200” de Santiago Eximeno, aunque ciencia ficción tiene un regusto gore de lo más espantoso (en el buen sentido de la palabra). Un cuento del que es mejor no explicar demasiado, pero que retrata con gran eficacia un futuro que es casi nuestro presente deformado.
“La balada del hombre anuncio” de Alfredo Álamo no deja de ser un ejercicio de estilo, un intento de escribir un relato a lo New Wave con Harlan Ellison o Philip Jose Farmer en mente. Y, la verdad, el intento se salda con éxito aunque el modelo siga estando a la vista.
Un día en la vida de una mente despierta de Hernán Domínguez Nimo es una historia sobre la telepatía como maldición. Una idea que recuerda a Silverberg pero que está tratada más en la línea humanista, sensible y costumbrista de un Bradbury, un Sturgeon o un Simak. Probablemente sea el cuento mejor escrito de todos, una fábula de cara amable pero llena de una terrible amargura.
Por último, “Lo que significa tu nombre” de Víctor M. Gallardo es un buen cuento de ciencia ficción bélica. Un episodio de Terminator solo que en serio, pero que muy en serio.
En fin, una más que loable antología a pesar de los defectos ya mencionados. Únicamente desear que no tengamos que esperar tanto para volver a ver tantos y tan buenos cuentos de ciencia ficción juntos.