Entre las novelas de Iain Banks pendientes de traducción hay un título que nunca he entendido demasiado bien por qué permanecía inédito: The Crow Road. Tenida por una de sus mejores novelas, no es raro verla en listas como esta sobre 1000 novelas que debes leer, por delante de otros títulos como El puente. Incluso tuvo una adaptación de la BBC con unos resultados a la altura del material de partida. Tras haberla leído comprendo un poco mejor por qué.
The Crow Road pasa por se una de las novelas más “locales” de Banks. Toda la acción se encuentra tremendamente arraigada a una zona muy concreta de su Escocia natal, Argyll and Bute, con algunas ramificaciones hacia áreas cercanas (las Hébridas, la ciudad de Glasgow). Esa geografía física con sus pequeños pueblos, sus abundantes lagos, sus playas, viejos castillos y círculos de piedras ocupa un lugar casi tan importante como la diversidad de voces, íntimamente vinculada a la procedencia de cada personaje. Una puerta abierta a los localismos y acentos más típicos de esta parte de Escocia que enriquece su carácter de pequeña saga familiar.
Durante dos tercios de su extensión el creador de La Cultura intercala dos planos narrativos en los cuales se asiste al pasado y al presente de otras tantas generaciones de los McHoan. Uno de esos segmentos, en tercera persona, recuerda los hechos cruciales en la vida de los hermanos Kenneth y Rory McHoan, además de algunos familiares y amigos, entre la Segunda Guerra Mundial y los años 80. Mediante un narrador omnisciente se desgranan momentos fundamentales de ese pasado (la infancia en tiempos de guerra, parejas que se conocen, encuentros y desencuentros) que, por acumulación, retratan una docena de personajes. En esa construcción cobran relevancia los vaivenes que afectan a las carreras literarias de Kenneth y Rory, uno de los temas nucleares de The Crow Road a medida que diferentes vericuetos creativos y profesionales las modelan.
Poco se imaginaba el bueno de H.G. Wells que la parábola socialista escenificada por los morlocks y los eloi que el escritor inglés presentaba en su clásico La máquina del tiempo, acabaría convirtiéndose en metáfora de uno de los conflictos laborales más crudos y despiadados de nuestra contemporaneidad; la guerra soterrada que transcurre en las oficinas de todo el mundo entre los ingenieros y técnicos de IT, popularmente conocidos como “los informáticos”, y todos los demás. Así que por un lado tenemos a los eloi, los de contabilidad, ventas o marketing, que consideran a los trabajadores de IT poco más que un mal necesario, quejicas y rezongones a la hora de colaborar o solucionar entuertos, siempre presentando irritantes objeciones expresadas con una condescendencia apenas reprimida en el mejor de los casos. Y por otro lado los morlocks, los sufridos trabajadores de IT, atrincherados en el rincón más apartado de la planta baja, presas de un complejo de superioridad técnica e intelectual, pero cuyos conocimientos de cómo funciona la realidad de las cosas informáticas no son valorados en absoluto. Esclavos de horarios demenciales, sufren el desprecio y la incompetencia de los eloi quienes, atrapados aún en el pensamiento mágico en lo que a tecnologías de la información respecta, solicitan características imposibles de implementar en los sistemas, no se molestan en leer los putos correos de seguridad y encima imponen una serie de procedimientos y directrices administrativas absurdas que complican cada vez más el trabajo. Y mientras, se consuelan a la hora de comer; “ay, el día que hagamos huelga se lía, vaya si se lía…”