Descubrí a Elisa McCausland a través de su libro sobre Wonder Woman, un texto muy recomendable que, además de una descripción e interpretación de las historias del personaje, profundizaba en su condición de icono feminista. Desde entonces he disfrutado de su labor de estudio de la cultura popular, muy especialmente a través de los podcasts Perros verdes y Trincheras de la cultura pop. En este último comparte micro en solitario con Diego Salgado, crítico de cine junto al cual ha escrito esta historia feminista de la ciencia ficción audiovisual; un completísimo mapamundi de un universo creativo que apenas había visto cartografiadas en España pequeñas regiones, muy limitadas en el espacio y en el tiempo.
Esta ambición de glosar un panorama tan extenso supone la principal dificultad a la hora de dotar de estructura al ensayo. ¿Por dónde comenzar a desenmarañar la madeja? Temporalmente la cosa puede ser más clara, pero, una vez entran en juego las componentes temática y geográfica, la cuestión no resulta tan intuitiva. En este sentido creo que Salgado y McCausland han acertado de pleno. Dividen Supernovas en doce capítulos para, en cada uno, acercarse a una unidad más o menos temática, más o menos centrada en un país, más o menos extendida en el tiempo. Así, se dedican textos a tratar cómo la mujer bien ha cultivado la ciencia ficción, bien ha sido representada en Alemania, Japón o España, con un elemento vertebrador que va y viene y, en definitiva, otorga coherencia al ensayo: el acercamiento a la ciencia ficción creada en EE.UU a lo largo del siglo XX hasta llegar al XXI. Cómo han surgido y evolucionado allí ciertos iconos que después veremos reproducirse o ampliarse desde otras perspectivas. Esta elección difumina un poco el hilo conductor, especialmente al principio. Sin embargo, en cuanto se suceden las aportaciones y se entrelazan con las ya expuestas, el poder acumulativo del conjunto es incontestable.





Corrían los locos años ochenta y en la gran casa común de la ciencia ficción norteamericana las aguas bajaban revueltas entre las nuevas generaciones. Los bárbaros del cyberpunk habían irrumpido en el género con sus bromas de empollones, sus círculos de amigotes y unas ganas irreprimibles de meterse con todo el mundo, cayendo en gracia a crítica y público y conquistando hasta el último rincón del género. ¿Todo? ¡No! Una aldea de irreductibles humanistas resistían ahora y siempre al invasor; Kim Stanley Robinson, John Kessel, Orson Scott Card o Connie Willis, una caterva de escritores surgidos a principios de los ochenta que se negaban a darle un acabado de cuero negro y cromo brillante a sus futuros en los que, desde una óptica socialdemócrata o mormona, ofrecían una alternativa al callejón sin salida que encarnaba el nihilismo cyberpunk y sus Grandes Verdades Muy Jodidas Sobre Este Puto Mundo De Mierda. Esta alternativa humanista, heredera de Simak o Bradbury, recuperaría la esperanza en el futuro cimentada en las virtudes intrínsecas del espíritu humano, sus cuitas y sus cosas. Un pre-hopepunk, si gustan de tirarse el pisto en plan “bueh, esto ya lo descubrí yo en el 86”. Y es que está visto que los ochenta no se han ido ni se irán nunca.
Nueve años antes de la publicación original de Sirio llegaba a las librerías inglesas 