Cuatro futuros, de Peter Frase

Cuatro futurosEl lunes publicamos una extensa reflexión de Julián Díez. Desde su bagaje como periodista y lector de ciencia ficción, invitaba a afrontar con optimismo el futuro tras La Pandemia. Un acontecimiento que nos ha arrollado mientras seguíamos mirando con displicencia al elefante en la habitación de las últimas décadas: la emergencia climática. Basta pensar cómo hemos pasado de observar los primeros casos a terminar encerrados mientas mueren cientos de personas sometidas a un triaje nivel hospital de campaña de la Primera Guerra Mundial. En seis semanas. Cuando Julián me pasó el texto, le comenté lo alineado que lo veía con este libro de Peter Frase publicado por Blackie Books unas semanas antes de la crisis desatada por el SARS-CoV-2. Con varias facetas bastante menos optimistas, pero escrito desde la misma inquietud de anticipar los caminos que pueden llevar a la humanidad durante las próximas décadas. No sé si con una cierta intención de empujar en la dirección más benévola para la mayor parte de la población y conjurar las líneas más tenebrosas.

Cuatro futuros expone cuatro escenarios diferentes en la intersección de dos ejes: el primero tiene en sus extremos la abundancia y la escasez mientras que el segundo está comprendido entre la igualdad plena y la desigualdad más absoluta. Antes de plantear cada uno, afirma en la extensa introducción que nada más lejos de su intención hacer un ejercicio de futurismo. Su propósito es partir de cuestiones clave en la actualidad (calentamiento global, renta básica universal, la propiedad intelectual, la segregación por clase social, el exterminismo…), para discutir cómo se articularía una sociedad ateniéndose a las condiciones de contorno de esas variables. Y cuáles serían los mayores problemas, en su formación y en su desarrollo.

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La playa salvaje, de Kim Stanley Robinson

La playa salvajeMuchas cosas convergen en La playa salvaje, primera novela de Kim Stanley Robinson. Publicada en 1984, hoy no se tiene muy en cuenta ni se la recuerda como lo que es: una primera novela que no lo parece, crítica y autocrítica a la vez, y un despliegue de inventiva y novedad en un terreno, el postapocalíptico, cuyo imaginario es fácil dar por sentado por lo que tiene de manido y autoexplicativo. Robinson, ambicioso y con talento suficiente como para cumplir con las metas de su ambición, entreteje el paisaje y la idiosincrasia de las gentes con los motivos históricos que han ahormado esa realidad futura, y lo hace de manera creíble, y, por usar una palabra de Sánchez Ferlosio, circunstanciada. Insisto: no parece una primera novela.

Henry, el narrador, rememora su adolescencia en los restos de una playa (paisaje infrecuente en el subgénero), con sus elementos de historia de amistades que empiezan a abandonar la niñez y adentrarse en las recién adquiridas responsabilidades de la adolescencia. Nos muestra un mundo en el que los intereses egoístas, con la supervivencia como factor tutelar de sus vidas, priman sobre un mínimo sentido de la moral (pienso en esas visitas guiadas a los restos de las ciudades californianas, a las que ahora vuelvo), y a la –tal como la pintan– consoladora, reconfortante idea de la venganza.

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