Hellstar Remina, de Junji Ito

En 1985, el grupo de noise experimental japonés Hanatarash celebró un concierto en el club Tokyo Super Loft, durante el cual el cantante Yamantaka Eye (futuro fundador de los Boredoms) irrumpió en escena atravesando la pared de la parte posterior del local a los mandos de una excavadora. A continuación, arrancó parte del armazón de protección antivuelco del vehículo para lanzárselo al público, manipuló un martillo hidráulico como si fuese un guitar hero de la obra y finalmente varios miembros de la audiencia lograron evitar que arrojara un cóctel molotov sobre lo que quedaba del escenario; un caos de escombros, metal retorcido, amplificadores y la propia excavadora, cuyo combustible se derramaba por el suelo. Yamantaka fue detenido y así terminó otro típico concierto del alegre mundo del japanoise; en el cuartelillo.

Con esta obra cumbre de la performance, Hanatarash no hacían más que continuar con una venerable tradición del rock antes de que se convirtiera en un espectáculo de estadio para toda la familia, es decir, el ruidaco y la provocación escénica como representación del exceso, la pasada de rosca como impactante recurso expresivo y la destrucción como acto creativo. Equivalente a un corte de mangas al opulento mercado del ocio y el entretenimiento de su época, el concierto de la excavadora sería el reverso, mostrenco, povera y peligroso, del colorido j-pop de los ochenta, la edad dorada de las idols. Y leyendo el manga Hellstar Remina, la obra maestra de Junji Ito, enseguida me vinieron a la memoria Hanatarash, su excavadora y la poética de la sobrada.

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La maldición de Hill House, de Shirley Jackson

La maldición de Hill HouseMerced a sus adaptaciones a la gran pantalla (Robert Wise, 1963; la manifiestamente olvidable de Jan de Bont, 1999), La maldición de Hill House pasa por ser la obra más conocida de Shirley Jackson. Y junto a La casa infernal forma la dupla regente en el trono de la gran novela de casa encantada contemporánea. Tal consideración se debe a cómo manejan una serie de elementos recurrentes en estas historias: el grupo de investigadores reunidos para experimentar los sucesos paranormales; la caracterización de cada personaje se enriquece al ritmo de los encuentros con esas manifestaciones; se profundiza en el conocimiento del pasado de la mansión y sus antiguos habitantes… Sin embargo, a diferencia de la novela de Matheson (y los delirios de la adaptación de de Bont), La maldición de Hill House destaca por sus excelentes retratos psicológicos y su deliberada ambigüedad.

Dentro del grupo de exploradores de lo extraño, la posición central la ocupa Eleanor “Nell” Vance. Una mujer que vivió durante su infancia un supuesto suceso paranormal y, tras pasar años enclaustrada al cuidado de su madre, es incapaz de valerse por sí misma, sojuzgada a la voluntad de su hermana y su cuñado. Aunque La maldición de Hill House está contada en tercera persona, el narrador de Shirley Jackson sigue a Nell en todo momento. Es a través de ese acercamiento subjetivo mediante el cual entramos en contacto con el resto de personajes y sus experiencias en la mansión. Esta perspectiva deliberadamente sesgada fuerza al lector a preguntarse sobre la interpretación de numerosos acontecimientos, conversaciones o las relaciones entre unos personajes perfilados con maestría.

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Espectra, de Pilar Pedraza

EspectraEspectra es un descenso a las criptas de la literatura y el cine para estudiar cómo novelas, relatos, películas y artes plásticas se han acercado a la figura de la mujer muerta. Para centrar su ensayo, Pilar Pedraza divide este campo tan vasto en diversas parcelas: las mujeres que regresan de la muerte, las empusas, vampiras e hijas de vampiros, las mujeres sujeto de lecciones de anatomía, las muertas en brazos de vivos… Nueve clados enmarcados en otros tantos capítulos que funcionan como un pequeño catálogo de referencias inexcusables para los aficionados al fantástico.

La aproximación cronológica es la esperable. Aun así, en ese desglose de las raíces de cada una de las facetas estudiadas, en los relatos de la mitología griega o romana citados, las historias góticas de finales del XVIII o comienzos del XIX mencionadas,ya se vislumbra el talento de Pedraza. Por el conocimiento del fantástico desde sus mismos orígenes pero, sobre todo, por cómo utiliza cada una de las historias para trazar el recorrido por cada faceta e incorporarlo a un discurso homogéneo donde destaca una mirada feminista.

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Algunos apuntes sobre Stranger Things y el papel de la mujer en la ficción de horror

Stranger Things

Tengo que reconocerlo: mis hijos y yo lo pasamos genial viendo Stranger Things. La serie de los hermanos Duffer para Netflix nos encantó exactamente por las razones por las que fue diseñada para encantarnos: a mí por la nostalgia ochentera, a mis hijos por todo lo demás. Lo cual es digno de celebrarse, creo: comprobar que la (calculada) honestidad de la propuesta, totalmente libre de ironía, y ese sentido de maravilla más emocional que visual calan todavía en las mentes de los chavales a pesar de las miles de horas quemadas ante Hora de aventuras y la PS4.

Podemos lamentarnos por la falta de originalidad —el límite entre el homenaje mitificador y el refrito comercial es difuso—, pero lo cierto es que la fórmula narrativa de Spielberg sigue funcionando treinta años después. Vaya si funciona. Ahora bien, la naïveté que rezuman los personajes también se le exige al espectador para pasar por alto unos cuantos disparates de guión; pero recordemos que las películas de Spielberg nunca estuvieron dirigidas a cuarentones sino a chavales de la misma edad que los Goonies, y en aquel entonces lo único que pedíamos era una buena aventura.

La (aparente) ingenuidad del relato no evita que nos hagamos algunas preguntas sobre el contenido ideológico de la serie. Que lo hay, por supuesto. El envoltorio retro facilita de hecho la identificación de algunos valores tan estadounidenses como conservadores: por ejemplo, la idea de que el Estado está detrás de todas las grandes conspiraciones contra los ciudadanos y de que cada uno debe aprender a defender a su familia y a sí mismo. La navidad. La familia. El sheriff. La pequeña comunidad donde nunca ocurre nada malo. Etcétera.

Pero hay un aspecto en el que me interesa fijarme por encima de todo eso, y tiene que ver con el papel de la mujer y los estereotipos sexuales.

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Pesadilla a veinte mil pies y otros relatos espeluznantes, de Richard Matheson

Los cuentos fantásticos completos de Richard Matheson

Disponer en España de un sello como Valdemar es una bendición. En su cuarto de siglo de historia no sólo se ha aupado a la posición de editorial de referencia en el género de terror. Lo ha logrado reuniendo dos facetas complicadas de sacar adelante: terror y clásicos. Basta mirar su catálogo para ser conscientes de esta proeza, no exenta de sus encontronazos con la terca realidad cuando se han alejado de esa línea, caso de la tristemente abortada colaboración con Es Pop o el parón de la colección de terror contemporánea Insomnia. Analizada desde otra óptica, si se establece una comparativa con otros géneros, su existencia también tiene algo de maldición. Cada anuncio de un nuevo título de su colección Gótica (o Frontera) pone de relieve el desolador vacío alrededor de la edición sistemática de clásicos en la fantasía y la ciencia ficción, una línea de publicación con escaso eco entre el público y una mayoría de editoriales entregadas a la celebración de la novedad y en cabalgar de ola de expectación en ola de expectación como si no hubiera mañana. En este contexto cobra especial importancia el catálogo de Gigamesh más allá de las obras más o menos completas de George R. R. Martin… del cual Pesadilla a veinte mil pies y otros relatos espeluznantes es su última pieza. El segundo y último volumen de los cuentos fantásticos de Richard Matheson iniciada hace dos años con Nacido de hombre y mujer.

A priori, la división entre ambos tomos parece hecha con tiralíneas para conseguir dos libros de un número de páginas equivalente. Sin embargo en cuanto el lector comienza a pasarlas descubre cómo, aparte de una decisión cuantitativa o meramente cronológica, hay otros factores involucrados. Aquí se recogen cuentos publicados entre 1955 y 1970, quince años en los cuales el volumen de ficción breve escrita por Matheson se atemperó respecto al lustro anterior. En estos años el autor de Soy leyenda diversificó su actividad profesional y dedicó tiempo a otros campos que hasta entonces no había tocado: la novela, el cine, la televisión… De ese cambio dan fe la propia estructura de la mayoría donde gana peso un lenguaje menos descriptivo, más centrado en una narración reducida a la mínima expresión, o una emigración temática desde la ciencia ficción hacia el suspense y el terror.

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NOS4A2, de Joe Hill

nos4a2NOS4A2 es una novela larga, muy larga, y concentra sus rasgos más atractivos durante su primer tercio, justo a la hora de definir a sus dos personajes guía: la antiheroína Vic McQueen y su némesis Charles Manx. Manx recorre el país en su Rolls Royce Espectro en busca de niños aquejados de algún tipo de problema con sus padres. Su objetivo es “liberarlos” para conducirlos hasta Christmasland, una dimensión paralela donde espera sean felices por toda la eternidad. A su vez, Vic dispone de una bicicleta gracias a la cual puede conjurar un puente que le permite desplazarse a cualquier punto del país. Un poder que no entiende, utiliza de manera esporádica para encontrar objetos perdidos, y le causa efectos secundarios en la forma de un malestar directamente proporcional a su tiempo al otro lado del puente.

Joe Hill echa a rodar su historia como un LP triple tocado a 25 revoluciones por minuto. Tras un prólogo situado en 2008 donde presenta a Manx, sostiene NOS4A2 sobre la historia de Vic con muuuuucha calma. Esto le permite abordar su logro más notable: el relato de cómo una niña inocente se topa y convive con lo extraño, su relación con unos padres en conflicto y cómo todo ello modela su carácter. Es durante esa construcción, mientras Hill teje su carácter y sus circunstancias, cuando comienza a percibirse una atmósfera desasosegante alrededor de la pérdida de la inocencia y cómo descarrilan los sueños cuya mayor manifestación es la vida de Vic, a la que vemos madurar y padecer las secuelas de su infancia y adolescencia hasta convertirse en madre.

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Prayers to Broken Stones, de Dan Simmons

Prayers to Broken StonesSiempre me resultó curioso cómo, a comienzos de los 90, Dan Simmons se convirtió en una cierta garantía de ventas en España y su editorial, Ediciones B, no le dio la más mínima oportunidad al campo en el que había conseguido resultados más notables: el relato. Quizás la única colección con la que entonces contaba, Prayers to Broken Stones, ya hubiera visto traducida la mitad de su contenido; quizás imperó el miedo al desencuentro entre relatos y público; quizás influyera el asunto del elevado coste pagado por sus derechos, aireado por Miquel Barceló en una de sus entradas en su blog al comienzo de cada nuevo título de Nova Ciencia Ficción… Sea como fuere, un cuarto de siglo más tarde parece olvidado que, aparte de Hyperion y tochazos de más de 600 páginas, Simmons fue uno de los más reputados cuentistas de terror de la década de los 80.

Andaba temeroso de comprobar cómo me acercaba a varios de estos relatos con dos décadas más en el cuentakilómetros y varios galones de cinismo en el depósito. Historias con una cierta inclinación por lo macabro, capaces de hacer surgir el terror de situaciones cotidianas y con una afilada vena satírica, pero con espacio para narraciones más sensibles donde cada recodo rezuma sentimiento de pérdida. Tal es el caso del relato elegido para abrir Prayers to Broken Stones: “El río Estigia fluye corriente arriba”. El cuento con el cual Simmons impresionó a Harlan Ellison en un taller de escritura en Denver en 1981. Una carta de presentación difícilmente mejorable.

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El Rito, de Laird Barron

El Rito

En estos años de escribir crítica por internet así sin tener ni puta idea y a la buena de Dios, he descubierto que tengo una costumbre pelín inquietante y es que, a pesar de intentar mantener el máximo respeto posible por el autor o autora y su obra, hay novelas, tebeos y películas que poseen la virtud de ponerme de mal humor. Que nada más terminarlas y como poseído por el espíritu del dueño de la Mazmorra del Androide, siento el impulso irrefrenable de abalanzarme sobre el teclado para dejar muy clara mi imprescindible opinión en internet, ¡esto es una mierda, que lo sepa el mundo!. Lo inquietante, decía, es que me cuesta mucho más escribir sobre algo que me ha gustado que hacerlo sobre una obra que he odiado muy fuertemente. Este último caso resulta sencillísimo; poseído por el fuego purificador de la ira reprimida durante mi vida cotidiana, el odio fluye que da gusto, convirtiendo en ceniza los escrúpulos que intento mantener con otras obras que me han medio gustado o no me han convencido del todo. Vamos, una cosa ni medio normal en una persona sana mentalmente. Y no se ría, que sospecho que no soy el único.

Algo así me ha ocurrido con El Rito, de Laird Barron, un autor y una novela de terror muy influenciados por Lovecraft y de la que ya se ha hablado largo y tendido, casi siempre para bien. Se trata de la primera novela de Barron, un escritor especializado en relatos, con dos antologías ya publicadas, y del que había leído muchas cosas y todas buenas, así que le tenía bastantes ganas a esta novela, confiado en disfrutarla. Desgraciadamente no; me ha gustado poco, tirando a nada. Pero antes de empezar quisiera ofrecer mis disculpas al autor, su familia, los editores, el traductor, los de la imprenta, distribuidores, libreros y lectores a quienes les haya gustado mucho; si sois fans de El Rito parad aquí, porque me voy a despachar a gusto. Y voy a destripar la novela, ¡así que ojocuidao!

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El Rito, de Laird Barron

El rito de Laird BarronEl rito es la primera novela de Laird Barron después de una década publicando narrativa breve. Este tiempo dedicado a la escritura de relatos se deja notar en su estructura; está construida a partir de nueve capítulos que conforman cuatro historias interconectadas entre sí. Las dos más extensas comienzan en el tercer capítulo y se intercalan hasta el final en capítulos alternos para componer dos acciones en paralelo que suceden con 30 años de diferencia. En ambas somos testigos de cómo su protagonista, Donald (Don) Miller, se enfrenta al misterio que rodea a su esposa, Michelle. Una antropóloga de prestigio con un insólito gusto por hipótesis extravagantes como la Tierra hueca, con la que mantiene una relación basada en la pasión, el respeto y la independencia.

Michelle realiza viajes alrededor del mundo de los cuales Don tiene una información imprecisa. Barron las utiliza para sembrar semillas de sospecha. La más importante llega en el segundo capítulo, un viaje a México a finales de los años 50. Durante unos días de relax, Michelle recibe una llamada que la invita a acudir a unas excavaciones. Su ausencia desencadena el encuentro de Don con lo extraño, primero en un plano “real” a través de su cruce con unos personajes desconocidos con intereses vagos, y más adelante en un sorprendente giro sobrenatural. Son 40 páginas en las cuales se establecen las pautas de lo que será el resto de la novela, una historia coprotagonizada por una Michelle que como personaje es un gran interrogante, definida por sus ausencias y las consiguientes dudas de Don.

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D de Destructor, de Ramón Muñoz

D de Destructor

Una de mis muchas lagunas lectoras en cuanto a fantasía, ciencia ficción, terror, literatura fantástica en general, se refiere, es la de los autores españoles (aunque más lamentable aún es mi ratio de libros escritos por mujeres, actualmente se encuentra en un paupérrimo cinco sobre cincuenta reseñas escritas en total, de las cuales sólo una fue positiva). Desconozco la razón, quizá se trate de un mecanismo mental involuntario en mi anárquica forma de escoger lecturas, la asunción profunda a nivel inconsciente de la (falsa) premisa de que el fantástico es un género fundamentalmente anglosajón y qué mejor que ir al original. O es quizá envidia de que la misma persona que me precede en la cola del Mercadona abarrotado un sábado a las doce y media de la mañana pueda estar fabulando otros mundos mientras yo sólo llego a odiar muy fuertemente mi vida y las decisiones que me han llevado a ese preciso momento espaciotemporal. O mejor aún, como manda el tópico perezoso, todo crítico literario es un escritor frustrado y yo no iba a ser menos. Bueno, no del todo, aunque como casi toda persona muy lectora he intentado emular a mís ídolos, enseguida me di cuenta de que aquello no era lo mío, escribir un relato, una novela, es una cosa dificilísima completamente fuera de mi alcance.

Bueno, les largo todo este rollo en plan excusatio non petita, pero que sinceramente es algo que me reconcome, para celebrar que llego a las dos, DOS, reseñas de autores españoles en un sólo año. En este caso se trata de D de Destructor la antología de relatos de Ramón Muñoz que ha publicado Cyberdark en su colección de antologías de autores españoles. ¿Y por qué he escogido la antología de Ramón Muñoz?. Pues porque a finales de los noventa, en la revista Gigamesh, entre relato de Greg Egan y relato de Greg Egan, su cuento “Días de tormenta” me impactó muchísimo, un relato a la altura del mejor Lucius Shepard.

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