D de Destructor, de Ramón Muñoz

D de Destructor

Una de mis muchas lagunas lectoras en cuanto a fantasía, ciencia ficción, terror, literatura fantástica en general, se refiere, es la de los autores españoles (aunque más lamentable aún es mi ratio de libros escritos por mujeres, actualmente se encuentra en un paupérrimo cinco sobre cincuenta reseñas escritas en total, de las cuales sólo una fue positiva). Desconozco la razón, quizá se trate de un mecanismo mental involuntario en mi anárquica forma de escoger lecturas, la asunción profunda a nivel inconsciente de la (falsa) premisa de que el fantástico es un género fundamentalmente anglosajón y qué mejor que ir al original. O es quizá envidia de que la misma persona que me precede en la cola del Mercadona abarrotado un sábado a las doce y media de la mañana pueda estar fabulando otros mundos mientras yo sólo llego a odiar muy fuertemente mi vida y las decisiones que me han llevado a ese preciso momento espaciotemporal. O mejor aún, como manda el tópico perezoso, todo crítico literario es un escritor frustrado y yo no iba a ser menos. Bueno, no del todo, aunque como casi toda persona muy lectora he intentado emular a mís ídolos, enseguida me di cuenta de que aquello no era lo mío, escribir un relato, una novela, es una cosa dificilísima completamente fuera de mi alcance.

Bueno, les largo todo este rollo en plan excusatio non petita, pero que sinceramente es algo que me reconcome, para celebrar que llego a las dos, DOS, reseñas de autores españoles en un sólo año. En este caso se trata de D de Destructor la antología de relatos de Ramón Muñoz que ha publicado Cyberdark en su colección de antologías de autores españoles. ¿Y por qué he escogido la antología de Ramón Muñoz?. Pues porque a finales de los noventa, en la revista Gigamesh, entre relato de Greg Egan y relato de Greg Egan, su cuento “Días de tormenta” me impactó muchísimo, un relato a la altura del mejor Lucius Shepard.

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Dead Water, de Simon Ings

Dead Water

Dead Water

En 1928 el dirigible Italia, en ruta hacia el Polo Norte, se estrella en el desierto ártico. Entre sus tripulantes se encuentra el joven científico Lothar Eling.  Antes de embarcarse en esa aventura, Lothar se había topado con un fenómeno que, posteriormente, revolucionaría el campo de la física: a base de aguadillas en aguas noruegas descubrió que en el medio marino las capas de agua se superponen según las diferencias de densidad y temperatura (por ejemplo una capa de agua dulce “flotaría” sobre otra de agua salada sin mezclarse), cuya fricción genera el oleaje. Y cuando la hélice de un navío intenta propulsarse mientras permanece sumergida entre fluidos de distinta densidad, dicho navío apenas puede desplazarse, o lo hace a una mínima fracción de su velocidad normal, un fenómeno conocido como agua muerta.

Eric Moyse, un magnate que ha hecho fortuna con la caza de ballenas, encabeza una expedición para rescatar el dirigible y acaba encontrando el libro de notas de Eling, donde éste había anotado y desarrollado teóricamente su descubrimiento. Gracias a dicho libro de notas, el profesor Jakob Dunjfeld, maestro de Lothar Eling, enuncia posteriormente el teorema de circulación de Dunjfeld que, sumado a una revelación crucial durante un bombardeo en Londres en la II Guerra Mundial, permitirá a Eric levantar un imperio de transporte de mercancías por mar, inventando el sistema de contenedores en continua circulación por las rutas marítimas.

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