Islas en la red, de Bruce Sterling

Un artículo-tipo que aparece de vez en cuando en los sectores menos ilustrados y más feos del periodismo cultural, es aquel en el que se le reprocha a la ciencia ficción su incapacidad para la predicción exacta del presente en general y la cacharrería tecnológica que esté de moda en ese momento, en particular. “NOOOOOO, SO BURROOOOOOOOOOS”, me indignaba yo interiormente cuando leía en algún artículo la típica parida sobre los móviles en Neuromante, “la sagrada misión de la ciencia ficción es especular sobre el futuro a partir del presente, explorar la forma en que la tecnología influye en la sociedad y, A PARTIR DE TODO ELLO, REDEFINIR LA SITUACIÓN DEL SER HUMANO RESPECTO AL MUNDO” (en realidad estaba dando voces en la sala de espera del psiquiatra). Sin embargo, lo contrario también me parecía un poco trampa, es decir, no me resulta especialmente valioso que una novela de cf acertara en un detalle tecnológico u otro si luego el conjunto no estaba a la altura, literariamente hablando, o no cumplía los preceptos de la sagrada misión antes voceada, lo que no valía en una dirección no podía valer en la otra. Pero hete aquí que cayendo en una de mis innumerables contradicciones (o no teniendo nada mejor con lo que arrancar la reseña) he escogido Islas en la red para este clásico polvoriento porque lo acertó TODO sin que nos diéramos cuenta cuando la leímos en su día, aunque, y esto es, creo, clave de su caída en el semiolvido, sacrificaba parte de lo artístico (o literario) por el camino.

Bruce Sterling es un autor que no ha acabado de cuajar en España, aunque dado su prestigio en Anglosajonia se le ha venido editando de vez en cuando, imagino que con escaso éxito de público, quedando un poco como un autor de segunda a la sombra de su amigo y colega William Gibson, quien se llevó los laureles literarios del cyberpunk. Y es que Sterling es un autor rematadamente postmoderno que suele cultivar una cf prospectiva del futuro próximo, cuya querencia por la ironía, el conflicto entre culturas mediante la inmersión sin piedad del lector en valores y puntos de vista ajenos al suyo y la carencia de argumentos atractivos en sus novelas, no le convierten precisamente en un autor fácil. Sirva como ejemplo mi tortuosa relación con Islas en la red. Tras flipar fuertemente con Neuromante yo tenía que leer más de aquello como fuese, así que, gracias (otra vez) al primer número de la revista Gigamesh, acabé haciéndome con el otro pilar del ciberpunk ochentero, Islas en la red, la versión seria, respetable y sin macarradas pulp del movimiento. No entendí nada, desconociendo la obra y figura de Bruce Sterling a.k.a. Vincent Omniaveritas, agitador cyberpunk, futurólogo, careto de la primera portada de la revista Wired y azote de Kim Stanley Robinson, la novela me pareció la típica americanada, un thriller post-colonialista protagonizado por una petarda que recordaba poderosamente a la carne de cañón que gritaba “¡Soy ciudadana americana!” en las de Chuck Norris momentos antes de ser balaceada sin compasión por un colombiano, ruso, moro o chino malo. Confuso y desorientado por el aparente conservadurismo de la novela y su nulo aliento poético, y con cierto resquemor por estar convencido de no haberla entendido del todo, archivé el asunto en algún lugar de mi memoria hasta que pocos años después me topé de nuevo con Sterling y su antología, Crystal Express. Aparte de maravillarme con el fabuloso “Cena en Audoghast” o los fantásticos relatos ambientados en el universo formador/mecanista, encontré un cuento menor que me dio la clave, la llave para, no exagero, toda la obra de Sterling, el relato con el que aprendí a entenderle y hasta apreciarle; “Lo sublime y lo maravilloso”. En esta historia, protagonizada por artistas cabezahuecas un poco al estilo de los personajes de Oscar Wilde en El abanico de Lady Windermere, se plantea un futuro en el que es la sensibilidad artística y no el racionalismo científico, la tecnología o el poderío industrial, la fuerza que impulsa la sociedad. En un momento de la narración un decrépito astronauta y magnate industrial, completamente escandalizado ante su público de sensibles nenazas de Bellas Artes, lanza un discurso angry pollavieja del siglo XX que me hizo mucha gracia. Y allí estaba. En mi segunda lectura de Islas en la red todo encajó.

¿Y cuáles son las estas claves de la narrativa de Sterling? Pues muy sencillo, estimados lectores. Básicamente serían dos; el impacto sociocultural que la tecnología produce en las sociedades, generando nuevos valores y modelos de comportamiento, y segundo, los conflictos que la aparición de estas tecnologías provocan entre las diferentes generaciones y sistemas sociales, políticos y culturales. Por otro lado, Sterling emplea habitualmente una técnica digamos de “inmersión social”, siempre nos va a presentar estos temas desde el punto de vista de un personaje completamente integrado en su sociedad al que enfrentará con otros personajes de diferente generación o extracción cultural sin pronunciarse a favor de unos o de otros. Esta técnica también se refleja en la estructura; descartando voluntariamente el plot y convirtiendo a los personajes en una suerte de altavoces de valores culturales, Sterling suele escoger el viaje como argumento arquetípico para mostrar al lector la especulación prospectiva y el conflicto entre concepciones del mundo, que son los temas que constituyen el sustrato de sus obras. Muchas de las novelas de Sterling siguen más o menos estas líneas generales; Cismatrix, El fuego sagrado, Zeitgeist, The Caryatids… Y por supuesto, Islas en la red.

Islas en la red fue escrita en lo que podríamos llamar llegada a la “madurez” de Sterling, su primera novela de ciencia ficción de los próximos cinco minutos, alejada del espacio exterior y los ambientes exóticos, puesto que, según el propio Sterling, había llegado un momento en el que la información había superado a la imaginación. La idea central que anima la novela es la especulación acerca de un futuro cercano en el que las redes telemáticas, incipientes a mediados-finales de los ochenta (época de redacción de la obra), abarcaran el mundo entero, la visión utópica de los antiguos hippies de Silicon Valley sobre un mundo globalmente conectado sometida a una revisión crítica. El argumento de la novela recupera la misma estructura comentada más arriba, un personaje principal que actúa de cámara-testigo recorre un mundo en el que asistiremos a la redistribución del poder político y económico provocado por estas tecnologías telemáticas, su influencia en la sociedad y como los diferentes sistemas políticos y económicos se las apañan y relacionan en este futuro inmediato. Este personaje-guía, ironizando sobre la chusma que suele pulular por las historias cyberpunk, será Laura Webster, millenial de principios del siglo XXI, una mujer blanca de clase media-alta felizmente casada y con niña, una buena empleada/asociada de Rizome, una gran corporación global de buen rollo que alberga una conferencia de paz en un resort de Texas propiedad de Laura y su marido David. En esta conferencia auspiciada por Rizome, se dan cita los piratas de los paraísos de datos del futuro; la isla de Granada, Luxemburgo y Singapur, donde inmensos bancos de datos guardan todo lo que ocurre en la red, donde se lava dinero electrónico y del otro, y donde a oscuros y dudosos científicos locos occidentales se les otorga plena libertad de acción en ambiciosos proyectos tecnológicos (acabar con el hambre en el mundo en el caso de Granada, revitalización de la exploración espacial en Singapur) que además sirven como propaganda y aglutinador ideológico de la población, como Idea de confianza en el futuro. La reunión, ya tensa de por sí a causa de la rivalidad entre paraísos por quítame allá unos chantajillos, acaba como el rosario de la aurora con el asesinato, dron mediante, del patriarca granadino. Luctuoso suceso que sirve de excusa argumental para que Laura, primero acompañada de su marido e hija, y luego sola, comience un tour mundial, en un principio como relaciones públicas de Rizome, que acabará convirtiéndose finalmente en el arquetípico viaje de conocimiento sobre la naturaleza de ese mundo subterráneo que acecha bajo el aparentemente apacible nuevo orden mundial de las redes globalizadas, donde los restos más chungos del siglo XX se resisten a desaparecer, metaforizados, no demasiado sutilmente, en el viejo reproductor de vídeocasettes enterrado en la playa con el que Laura tropieza al comienzo de la novela.

Leída casi treinta años después, hay que decir que la novela mantiene el tipo sin alharacas, con un buen ritmo narrativo y un eficaz estilo directo sin complicaciones, con sus dosis de acción, su humor irónico, su riqueza temática e, incluso, su sentido de la maravilla (el superpetrolero granadino, por ejemplo). No se puede decir lo mismo sobre los personajes, al evitar la caricatura pulp ciberpunk, Sterling se ve obligado a desarrollarlos con unos conflictos personales de telefilm, que resultan tópicos y sin interés, al margen de su papel como voceras de los sistemas sociales y culturales a los que representan. Pero lo que más llama la atención, por supuesto, es la precisión con la que Sterling dibuja el panorama de las primeras dos décadas del siglo XXI. Desde Rizome, un conglomerado/empresa/organización colectiva cuyo régimen político de “democracia económica” anticipa con claridad la imagen progresista que tienen de si mismas compañías como Google, haciendo el bien por el planeta mientras suben al siguiente nivel del capitalismo, el de convertirse en entidades supra-autónomas de unos Estados nacionales en camino de la obsolescencia, hasta ese grupo terrorista globalizado, producto de las cloacas de esas mismas compañías de buen rollo, que mantiene al mundo en vilo amenazando con un pepinazo nuclear en cualquier parte y en cualquier momento. Pasando por los asesinatos selectivos con drones, la desaparición de la privacidad, los datos personales como recursos preciosos, la necesidad de estar constantemente conectados de los protagonistas (aunque, oh, todo va por mail. ¡Y por fax!), el final de la Guerra Fría, e incluso hasta la mentalidad de los millenials, producto de ese nuevo orden mundial sin cabezas nucleares amenazando el futuro. A pesar de que a ratos se pierde, o pierde al lector, mejor dicho, en cierta ambigüedad postmoderna, el ejercicio de prospectiva es medido, preciso, coherente y razonable y mirando hacia atrás hay que reconocer que no lo valoramos en su justa medida; afectado por una especie del síndrome de Casandra, es como si Sterling estuviese muy por delante de nosotros, pobres lectores. Es que claro, donde estuvieran los samuráis callejeros, los laberintos de neón del ciberespacio y el deslumbrante estilo de Gibson…

No quiero terminar sin detenerme en la protagonista de la novela, la para mí ya entrañable Laura Webster. Producto de las nuevas estructuras políticas y económicas globales surgidas del desarme nuclear, Laura posee unos valores culturales y morales ajenos a los del lector de la década de los cínicos ochenta del siglo pasado; una vez recuperada la esperanza en el futuro, Laura no comprende a nuestra generación y le repugnan cosas tan queridas por todos nosotros durante el último tercio del siglo XX como la violencia gratuita (genial la escena/metáfora en la que se pone a jugar a los marcianitos y no entiende nada), el materialismo, el hedonismo, el cinismo y el cortoplacismo y suele comportarse con una irritante mojigatería, como si tuviera un palo de superioridad moral metido por el orto. Pero, aunque a ratos acompañar a este personaje en su bildungsroman es como ser un señor cincuentón con el tuiter petado de millenials en constate estado de virtue signalling, Laura es una persona buena y compasiva, y el requerido esfuerzo del lector por empatizar con ella, o, al menos, por intentar entenderla y no despacharla como si fuera un personaje cargante o mal construido sin más, da a la novela un estimable toque postmoderno-humanista, acorde con el espíritu optimista de la novela y muy poco habitual en el cyberpunk.

Releer por tercera vez Islas en la red en el 2018 ha sido una experiencia curiosa que me ha dejado una sensación extraña, ahora mismo la novela parece la crónica de nuestro presente levemente alterado, de una realidad paralela a la nuestra. Paradójicamente, y a pesar de todo su poderío predictivo, uno se encuentra ante una especie de valle inquietante prospectivo, porque por mucho que Sterling haya acertado en sus especulaciones, la realidad siempre le va a ganar la partida predictiva a la ciencia ficción; el futuro es mucho más loco, más extraño y más extravagante de lo que un inteligente e informadísimo escritor cyberpunk podía predecir en uno de sus mejores esfuerzos. Y por eso quizá Gibson se llevó los laureles, porque al final, cuando la energía predictiva se desvanece, la literatura es la que tiene que sostener la obra y en eso Islas en la red es digna, estimable incluso, pero no brillante o transformadora.

Islas en la red, de Bruce Sterling (Islands in the Net, Arbor House, 1988)Premio John W. Campbell Memorial 1989, finalista Hugo, finalista Locus.
Editorial Destino-Col. Cronos Ciencia Ficción (1990)
Trad. de Domingo Santos
Rústica, 472 pp.

6 comentarios en “Islas en la red, de Bruce Sterling

  1. ¿En serio? Qué buen timing. El sábado estuvo dando una de sus increíbles charlas en Madrid. Estuvo guay. Puro torbellino, muy serio y divertido a la vez. En resumen: que la cultura está en alza y que en los 2020 empezamos a bailar al son del BIG BIO (no el yogur, sino la manipulación del cuerpo directamente a ver hasta dónde se puede estirar la cosa; esto ya lo lleva diciendo mucho tiempo, por ejemplo en “Tomorrow Now”, su libro de ensayos de pitoniso-futurólogo de hace unos años).

    ¿Alguien de por aquí estuvo?

    Comparto casi todo lo que dices sobre IELR, pero creo que a mí me gustó un pelín más que a ti. Cierto que a mí el plot me la Re-Fan-Fin-Fla mayormente.

    Yo soy de la opinión de que Sterling está extremadamente infravalorado (en la cifi, no así en el mundo del diseño/hackers/makers/arty/crypto/etc.) y que Gibson, por mucho que nos guste o disguste, está todo lo contrario, francamente sobrevalorado en mucho sentidos. Ni tanto el uno, ni tan calvo el otro. En una novela de Sterling debe de haber 100 veces más ‘contenido’ que una de Gibson, que es más de darle al botoncito del ‘ambiente, la atmósfera, la cosa etérea’, con cuatro frasecitas monas.

    Lo cierto es que ni uno ni otro se comen un colín en Ejpaña. Y esto no es que diga nada en contra de los autores.

    Plas, plas, plas, al reseñante (como de costumbre).

    • Muchas gracias!

      Yo no estuve porque me enteré el mismo día XD y me pilló en León, me hubiera gustado verle en directo y que me firmara mi copia de Crystal Express de Ultramar, jajaja. Si es la mitad de ingenioso que en las entrevistas, seguro que estuvo muy bien.

      En eso que dices sobre Gibson/Sterling, a pesar de lo que he escrito en la reseña, también tienes tu parte de razón. He leído varias novelas, tres volúmenes de cuentos y uno de ensayo de Sterling y me han gustado todos, pero salvo Cismatrix siempre me han cojeado por una cosa u otra. Es muy inteligente, muy potente en ideas pero eso, en las novelas le falta poética (o no le interesa), no sé como expresarlo. Pero vamos, que a mí me mola y la intención de esta reseña era reivindicar un poco “Islas en la red”, que creo aquí en España no se acogió, ni entendimos muy bien. Sigue sin parecerme un obrón mayúsculo, pero esta relectura ha sido la que más me ha gustado de las ya tres veces que la he leído, o sea, que aguanta a pesar de todo.

  2. Yo estoy seguro que la leí en su momento (quiero decir hace más de veinte años lo menos), y lo cierto es que no me acordaba de casi nada (supongo que cuando la leí la primera vez no estaba ni medio formado como lector para pillar la cosa en su justa medida). El caso es que la releí el año pasado (2017) y me encantó, con los defectos que bien señalas, defectos que podemos coger y darles la vuelta y son virtudes, ya me entiendes, pero sí, que le falta poética al @bruces, tal vez, pero lo compensa con otras cualidades (quedan cristalinas en la reseña) que otros autores ni se pueden plantear. Yo creo que en estos tiempos precisamente lo que ahí por ahí es mucha vacua poética y muy poca enjundia virguera.

    Lo de la tirria a Laura Webster lo entiendo (tampoco es que a mí me encante), pero no sé dónde dice que una novela tenga que estar protagonizada por un personaje que nos caiga simpático. De hecho creo que la novela mola más precisamente por eso. Imagino que en su día un personaje como este era lo último que uno se podía imaginar de prota en una novela *cyberpunk*.

    Tengo mucha curiosidad por leer ese relato de Juanma. ¿Cómo se titula y en qué número del Giga salía?

  3. Pingback: Conferencia de Bruce Sterling en Tentacular - Blog de Ekaitz Ortega

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