El desbordamiento de los muros del gueto de la ciencia ficción a principios de este siglo trajo consigo, entre muchas cosas positivas, la diversificación editorial. Compañías nuevas o alejadas de este género comenzaron a publicar sus obras, aunque en muchos casos renegando de la etiqueta, ocultándola o adulterándola. Aun así, el aumento del número de libros de cf publicados en el exterior hizo que comenzaran a caer viejos conceptos macerados en el prejuicio. La primera víctima fue una etiqueta añeja y, en contra de lo que pregonaba, excluyente. Me refiero al slipstream, una categoría presentada (no acuñada) por Bruce Sterling que consiguió cierto predicamento a finales del siglo XX y con la que algunos críticos y autores buscaban referirse a una nueva literatura del extrañamiento, una sensación situada en los límites, ni dentro ni fuera del género fantástico. En realidad, un poco lo que hace unos años intentaron los generacionales españoles de turno para levantar en nuestro país la llamada Nueva Literatura Extraña. Al final, el uso de aquel anglicismo devino en otra cosa, en un eufemismo con el que diferenciar toda aquella obra de fantasía y ciencia ficción forastera que se publicara en los márgenes editoriales o, directamente, fuera del mundillo. Una etiqueta, en realidad, más divisiva que integradora, que separaba las obras de género cuya sangre no era lo suficientemente pura.
La normalización de la ciencia ficción acabó con esa categoría. Desde hace años se publica cf sin pausa en grandes y pequeñas editoriales “de fuera”, con lo cual ya no es necesario discriminar a ese tipo de libros, separarlos con un apelativo diferenciador como si fueran una rareza. Las obras de cf editadas por Anagrama, Tusquets, Seix Barral, Alfaguara o Mondadori en los últimos años superan la centena. Su presencia en el catálogo de novedades de esas grandes marcas se ha convertido en algo rutinario. Tanto que ya hace años que cayó otro mito, aquel viejo chascarrillo de Norman Spinrad que algunos validaban como definición. “Ciencia ficción es todo aquello que se publica en las colecciones de ciencia ficción”, decía. Aunque alguna vieja momia del género seguirá teniéndola como doctrina, lo cierto es que esta frase dejó de tener razón de ser hace bastantes años. Publicar cf ha dejado de ser un deporte de riesgo (aunque aún haya miedo a citar la cosa), por lo que no solo los grandes sellos han estado incluyendo este tipo de literatura en sus cuentas, además se ha dado una proliferación de pequeñas editoriales que subsisten en el espacio intermedio entre las colecciones de género de toda la vida y los grandes transatlánticos de la publicación. Lo interesante de estas compañías más modestas es que no le hacen ascos a nada que muestre cierta calidad. Nutren su catálogo de libros de diversa procedencia, tanto de operas primas escritas por noveles fuera del radar como de obras ganadoras de algún premio de la ciencia ficción.
En estas editoriales suelen encontrar acomodo libros que hubieran podido pasar desapercibidos en las antiguas colecciones importantes “de dentro”, obras que utilizan la cf como escenario, alejadas del hard, que no profundizan en el novum sino que buscan su vía en el mestizaje con otros ámbitos, como el de la novela romántica o el del thriller. Son obras poco comprometidas con su origen genérico, que sitúan tramas convencionales en los subgéneros de la cf más populares. En el campo de los viajes en el tiempo, por ejemplo, han aparecido obras de distintas calidades, como la extraordinaria La mujer del viajero en el tiempo, la interesante Las primeras quince vidas de Harry August y algunas otras de lectura agradable, que te hacen pasar un buen rato a pesar de (o quizás debido a) su ligereza. Es el caso de El mar de la tranquilidad.