Gracias a Lola Mérida conocí, hace ya unos meses, la novela Los tejedores de cabellos, del alemán Andreas Eschbach. El extraño planteamiento de la historia, con esa referencia, ya en el mismo título, a esa suerte de sastres del cabello humano, me sorprendió por su rareza y esa rareza se daba porque no entendía qué eran esas alfombras ni cómo se podía erigir toda una historia con una premisa así. Luego vi que la novela, que tiene un inicio muy leguiniano, nos va planteando, en pequeñas teselas, una historia de dominación y credulidad. El Emperador, figura legendaria, es obedecido y a él se le dedica en ceremonia solemne la tarea de toda una vida: las alfombras tejidas con cabellos humanos, en intrincados diseños geométricos, son ofrenda y señal de fidelidad y devoción. Todos creen en el poder absoluto del Emperador, y todos creen, devotos, que le deben la vida. Nadie piensa nada más.
Pero la historia, sofisticada, no es una alegoría. A medida que esas teselas van aumentando, crece el radio de acción de la novela, y vemos las conexiones entre hechos y personajes que, al principio, nos parecían aislados. No es un disfraz cienciaficcionesco que recubre la religión y la iglesia como los (evidentes) instrumentos de control de masas que son; no es el dibujo de una sociedad futura que define la nuestra. Es un canto al pensamiento crítico como ariete contra el poder en un mundo alejado, fascinante, donde el planeta en el que los humanos siguen tejiendo esas alfombras nos fascina como también lo hacen unos personajes que, conscientes de la caída del aún venerado Emperador, aterrizan desde el espacio para descubrir un pensamiento subdesarrollado y romo –bloqueado por la fe– y unas costumbres primitivas en ese planeta desconocido. Es una oda a la crítica como liberación y como desobediencia ilustrada.
Me encanta ese doble movimiento de la narración. Presenciamos unas costumbres serviciales que nos dejan, por así decirlo, de piedra, y luego descubrimos sus orígenes y aumenta nuestra fascinación: entendemos el porqué de la obediencia y las implicaciones sociales que tiene y ese es uno de los golpes mayores de la novela. Algunos tramos hablan de que la zona que se nos había presentado al principio de la novela llevaba miles de años olvidada por el Imperio, que los visitantes (unos visitantes), perciben partículas radiactivas en el aire, prueba de que una guerra nuclear arrasó con el planeta hace, también, miles de años. Y eso aumenta, de nuevo, la fascinación, porque reconfigura la imagen que del planeta y sus gentes nos habíamos hecho al principio.
La novela de Eschbach se toma su tiempo en avanzar, con esa estructura teselada, porque cada tesela añadida te hace volver a lo anterior para resignificarlo en un contexto nuevo, ampliado. Como cuando aprendemos de donde vino la voz que introdujo la cuña del pensamiento crítico en ese mundo de adoración al Emperador. La sorpresa de los personajes es también la nuestra. Descubrimos más detalles de ese mundo, y el hecho fundacional, esa tradición de hacedores de alfombras, adquiere un significado nuevo. Eso también hace que las atrocidades, las crueldades, ocurran en elipsis.
Que también se pueda leer Los tejedores de cabellos como libro de cuentos habla mucho de la defensa que hace el propio libro, como tal, de la cuña al autoritarismo de lo taxonómico. Yo entiendo el libro más como novela porque esa estructura que no paro de mencionar como teselada me gusta y la creo creativa y pertinente, pero si alguien me dijese, con el índice alzado, que no, perdona, Los tejedores de cabellos es un libro de cuentos, pues tampoco rechistaría demasiado. Algo diría, supongo, pero sin hacer grandes reparos, y no tardaría mucho en admitir que se puede leer, también, como libro de cuentos entrelazados, con sus vinculantes guiños interiores. Y alguno de esos cuantos-tesela, si los queremos llamar así, son pinceladas preciosísimas como el de la soledad del Emperador, donde percibimos el silencio de esa nada arrasada descrito con unos trazos que son excelsos detonantes del ya muy mentado sentido de la maravilla de la ciencia ficción.
Se puede leer como novela o como cuentos trenzados, y por tanto el libro no quiere imponer un modelo de lectura y de interpretación, sino que es flexible, dúctil, consecuente con la oposición a ese futuro que vemos cayéndonos como losa entre las páginas de ese mundo futuro.
Los tejedores de cabellos (Alamut, 2019)
Die Haarteppichknüpfer (1995)
Traducción: José María Faraldo
Tapa dura. 264pp. 22.95 €
Ficha en la Tercera Fundación