Uno de los debates más interesantes leyendo la contraportada de esta edición de The Question Mark surge en la insistente línea difusa existente entre distopía y utopía. En apenas cinco líneas es capaz de pasar de definirnos este libro como una utopía a denominarlo un libro fundacional de la distopía. Y, de paso, incluir el añadido de que se trata de un “fantástico trabajo de ciencia ficción literaria”, que lo “literario” siempre asusta un poco menos al lector incauto. En cualquier caso, y sin entrar al debate, todos tenemos clara la diferencia entre ambas, pero supongo que desde un punto de vista comercial sigue siendo más sencillo referirse a los habituales George Orwell o Aldous Huxley que a una obra H.G. Wells, por poner un ejemplo y sin tener en cuenta cualquier utopía clásica del siglo XIX.
Si me permitís la anécdota os voy a contar cómo dos hechos aparentemente separados terminaron por provocar que esta novela de Muriel Jaeger cayera en mis manos. Por un lado, desde hace cinco años se está llevando a cabo una colecta para encargar una estatua a tamaño real de Virginia Woolf para colocarla en algunas de las zonas por las que la escritora paseó cuando vivió en la zona de Richmond, Londres, en el momento de escribir estas líneas mi lugar de residencia. Durante ese tiempo, de 1914 a 1924, Woolf fundó junto a su marido Leonard la editorial Hogarth Press, en honor al nombre del edificio en el que vivieron en esta localidad ahora integrada en la gran urbe londinense.
Por otro lado, en un reciente viaje a Bristol me encontré con una de las múltiples librerías de segunda mano que por suerte resisten en el difícil ecosistema económico actual. Todos los libros de la tienda, ya fueran de tapa blanda o dura, antiguos o bastante recientes, valían £3. En la sección de fantasía y ciencia ficción se encontraba una pequeña selección de los libros que la British Library ha publicado este último lustro. En esa línea han ido recuperando viejas antologías y novelas, además de creando sus propias selecciones. Mirando unos y otros terminé llevándome The Question Mark porque, además de ser un libro de los géneros que nos ocupan y nos gustan, incluye en su primera página la carta de aceptación de la novela por parte de Leonard Woolf, el marido de Virginia, y que Jaeger terminaría por aceptar, siendo la novela publicada en la mencionada Hogarth Press a mediados de los años veinte del siglo XX.
Contada esta curiosidad lo cierto es que The Question Mark no es una novela que tenga un especial valor como ficción, aunque sí lo tiene en cuanto a su valor histórico y simbólico. Publicada en 1926, la historia nos lleva a nuestro mismo mundo doscientos años en el futuro. El protagonista se llama Guy, un nombre bien apropiado por su significado en inglés ya que se trata de justamente eso, un tipo corriente frustrado por tener unos estudios superiores que de momento apenas le han permitido un aburrido trabajo como empleado de banca. Su único disfrute y donde realmente se siente cómodo es pasando el tiempo en un club socialista. Este detalle abre la puerta a lo que vendrá a continuación.
Tras una de esas noches en la Londres de postguerra, Guy vive una especie de experiencia religiosa y/o espiritual que hace que aparezca doscientos años en el futuro. Al despertar se encuentra al doctor Weyland quien parece ser el culpable de que Guy haya aparecido en esta época. Una época donde el socialismo es una realidad y toda la humanidad vive bajo unos parámetros donde el dinero ya no es lo que distingue a las personas y la sociedad no se divide por ello. Todo el mundo tiene sus necesidades básicas sobradamente cubiertas. De hecho, la única diferenciación que Jaeger propone en The Question Mark es entre intelectuales y normales. Los primeros dedican su tiempo a la investigación por el bien común o al arte, mientras que los segundos no tienen apenas propósito en la vida, ya sea por incapacidad intelectual o por deseo propio.
Con esta premisa donde nadie necesita ser esclavizado o atarse a un trabajo para poder sobrevivir, alguien podría pensar en una sociedad ideal en la cual todo sea solidaridad, amistad y porvenir. Pero la propia división intelectual también encuentra resquicios que generan tensión en el día a día o desprecio al otro. Ahí es donde Guy se encuentra con un mundo que, como el que vivía a principios del siglo XX, tiene sus puntos fuertes y también débiles. ¿Qué hacen los humanos cuando su vida no tiene ninguna obligación y pueden dedicarlo a hacer lo que más les apetezca? ¿Qué hacen aquellos que se sienten despreciados por ser normales? Un porcentaje de ellos tendrán buenas ideas mientras que otros seguramente no tanto.
Esta visión del futuro permite catalogar a The Question Mark como utopía con un importante componente filosófico lo que hace que la visión tecnológica del futuro no sea su punto fuerte. Es lógico pensar que Jaeger viese los periódicos como algo importante en el futuro, aunque su relevancia en el mundo de Guy resulte chocante en nuestro tiempo habiendo recorrido la mitad de camino que el protagonista. Por otro lado, como si de una referencia a Wells o Verne se tratase, Guy se encuentra con aerociclos o unas extrañas cajas capaces de proveer energía ilimitada.
Todos estos elementos se van mostrando alrededor de una trama que por momentos toma tintes de novela victoriana, con amplias casas y jardines, tramas familiares y amoríos. Algo que encajaría con la época en la que esta novela fue escrita originalmente y el contexto literario británico. En otros la historia nos presenta temas como el de la eutanasia y cómo se aplica en este futuro utópico en el que los criminales son llevados a unas especies de cámaras donde se les duerme para siempre. Un sistema que también puede ser utilizado por quien decida acabar con su vida antes de un final natural. Un debate ético que la autora imagina aún presente en su futuro relativamente lejano y que, en ciertos momentos, hace dudar de si The Question Mark es una utopía o distopía, algo que sigue quedando en el debate visto lo que comentaba al inicio de este texto.
Resulta llamativo el alto componente religioso que Jaeger imagina para nuestro futuro en el siglo XXIII. La falta de un elemento monetario provoca que la sociedad, tanto normales como intelectuales, pero sobre todo los primeros, vuelva al abrigo de la iglesia y de falsos salvadores. Esto crea otra división social que nuevamente genera un ambiente enrarecido que rompe la teórica paz de esta utopía sin dinero. Una de estas escenas religiosas tiene lugar en Richmond Hill, a pocos minutos andando de donde Virginia Woolf residió durante su estancia, lo que hace pensar que se trata de otro guiño a la autora británica.
Comentaba anteriormente que Guy es un tipo normal. Precisamente esa normalidad hace que su personalidad sea anodina y su función en la historia de The Question Mark sea simplemente ser llevado de acá para allá sin tomar decisión alguna. En este sentido la novela no se mueve en unos parámetros de tensión o suspense, sino que, como si fuera una utopía clásica, en casi su totalidad su trama se centra en mostrarnos el mundo alrededor de Guy y cómo este recibe la información de otros personajes. Cada capítulo se va centrando en distintos aspectos que la autora quiere poner sobre la mesa y para ello utiliza a Guy como reflejo del lector que se hace preguntas sobre su impacto en la vida diaria. Una novela, en definitiva, con mucha mayor importancia en la exposición y reflexión que de toma de decisiones, hechos y consecuencias.
La edición de la British Library, publicada 2019, incluye una fantástica introducción de Mo Moulton. Este texto describe por un lado el contexto social, con un mundo recién saludo de una guerra y con el interés por el espiritismo en auge. Por otro nos habla de la vida de Jaeger, sus años de universidad en un momento en que Oxford no daba títulos a las mujeres y su lucha por salir adelante como mujer soltera. Algo que consiguió hasta su fallecimiento en 1969. De The Question Mark, por cierto, no he conseguido encontrar ediciones posteriores a la de su publicación original en 1926 hasta la que nos ocupa, lo que da cuenta de lo olvidada que estaba.
Aprovechando el concepto de “Clásico o polvoriento” en el que se engloba esta reseña mi opinión es que The Question Mark tiene algo de ambos: es un clásico con algo de polvo. El futuro imaginado resulta poco ambicioso teniendo en cuenta que novelas anteriores ya habían imaginado novedades tecnologías que aquí parecen lejos de hacer acto de aparición. El ritmo pausado y por momentos aburrido es otro punto en contra. Por otro, es un clásico porque tanto su autoría, la condiciones sociales y personales de la autora (quien siguió publicando ficción especulativa posteriormente a esta obra), unido a su visión utópica socialista del futuro a doscientos años vista, crean una combinación que, como comenta Moulton en la introducción, la costó más de un disgusto personal.
The Question Mark, de Muriel Jaeger. Introducción de Mo Moulton.
The British Library, 2019 – originalmente publicada por Hogarth Press en 1926.
Rústica, 208 pp.