Bosque Mitago me parece una de las novelas de fantasía más importantes del siglo XX. En un momento en el cual la fantasía heroica y su degeneración en franquicias arrasaban en las listas de ventas, Robert Holdstock consiguió un éxito en una zambullida brutal en los arquetipos fundacionales ingleses. Pocas novelas han explorado las raíces del mito desde la multiplicidad de niveles de su desarrollo, y por ese motivo se llevó el Premio Mundial de Fantasía. En una de esas carambolas inesperadas, las votaciones la auparon a la categoría de mejor novela junto a otra obra; un título que en España se tradujo dos décadas más tarde. Aunque no pasó desapercibida, no alcanzó su fama y un poco ha terminado en el cementerio de los libros olvidados. Su título es Puente de pájaros y, si no la conocen, deberían buscarla: es una de las narraciones más divertidas e insólitas que he leído años.
Su originalidad se debe en gran parte a la peculiaridad de su autor, Barry Hughart. Puente de pájaros se editó cuando Hughart contaba con cincuenta años y supuso su debut. En un contexto que recuerda al de R. A. Lafferty, Hughart se dedicó a la escritura en un momento tardío de su vida con una serie de influencias bastante alejadas de las habituales en los 80: Stevenson, Swift y, claramente, Twain se dan cita con una de las grandes historias de la China medieval: El romance de los Tres Reinos. Un extravagante punto de encuentro que resume un poco su idiosincrasia.
Resulta complicado definir Puente de pájaros sin dejarse nada fundamental fuera. Sin duda, es un enorme relato de aventuras en la China del Imperio Medio entre lo mundano y lo legendario. Sus dos protagonistas, el sabio Li Kao y su acompañante y narrador Buey Número Diez, se embarcan en la misión de salvar a los jóvenes del pueblo de este último de un extraño mal que los mantiene en coma. Su periplo les lleva a recorrer distintos dominios y enfrentarse a los grandes poderes de una China mítica con las armas que tienen más afiladas: su ingenio y su fortuna. Y bien que los necesitan cuando encaran poderosos gobernantes, intrincados laberintos, lugares peligrosos o criaturas descomunales. En ese recorrido encuentran ladrones, prostitutas y timadores, que terminan de imprimir en Puente de pájaros la impronta de la picaresco. Su pareja protagonista se ve envuelta en todo tipo de trapacerías subrayadas por la manera en que Hughart cuenta su historia. Una ironía omnipresente en las palabras de Buey Número Diez, con una cadencia cuidada hasta el extremo de que cada palabra aporta matices a diversos niveles, excelentemente trasladados por la traducción de Carlos Gardini
Era increíblemente viejo. No podía pesar más de noventa libras y sus frágiles huesos habrían sido más adecuados para un páragro grande. Moscas ebrias se tambaleaban en charcos de vino derramado y se arrastraban por la calva del viejo caballero, y caían por las grietas arrugadas de un rostro que podría haber sido un mapa en relieve de toda China, y se enredaban en una desflecada barba blanca. Pequeñas burbujas crecían y reventaban sobre los labios del viejo, cuyo aliento apestaba.
Bonita manera de presentar a Un sabio con un ligero defecto de carácter
Como todas las narraciones con un cariz oral, Hughart enhebra historia tras historia dentro del relato principal y erige una mitología que, durante gran parte de la extensión, hace pensar que las correrías de los protagonistas tienen mucho de excusa para dar pie a ese arsenal de afluentes más o menos importantes. Siempre divertidos de leer pero, inevitablemente, con algo de las notas al pie de Jonathan Strange y el Señor Norrell. Afortunadamente se vislumbra un gran cuadro en construcción con los lugares, las leyendas, los personajes y esas vidas contadas que atan y dan consistencia a Puente de pájaros.
El sentido del humor de Hughart, analizado desde una perspectiva contemporánea, con los problemas habituales para entrar en esta categoría si no hay conexión, puede dar más de una patada a los que afrontan las lecturas con el lapicero rojo. La iconoclastia lleva a que muchos personajes tengan connotaciones negativas, patéticas e incluso grotescas. Abundan virtudes como el engaño, la manipulación, la ineptitud… El final de algunos de estos personajes, con mucho de justicia poética, es inevitablemente violento y obliga a aceptar que se puede hacer este tipo de humor. Asimismo, Hughart participa de una visión heterodoxa de esa China medieval. Una reconstrucción con herramientas muy parecidas a la que Avram Davidson utilizó en The Phoenix and The Mirror para recrear un lugar maravilloso, el Mediterráneo de los tiempos de César Augusto, y una peripecia sin atarse a lo histórico. Aquí con una narración menos centrada en contar las características de ese mundo idealizado, más focalizada sobre el sentido de la aventura, unos personajes encantadores y esa incesante ironía.
Aunque ha habido un par de momentos en que una cierta iteración del argumento y las formas me han asediado, rápidamente se han desvanecido. Puente de pájaros es una grandísima historia de fantasía en la que, si aceptas las reglas que Hughart pone en el primer capítulo, es fácil terminar entusiasmado. Y con intención de leer las otras dos historias de Li Kao y Buey Número Diez que también aparecieron en Alamut/Bibliópolis. En algún momento de los próximos meses sabrán de ellas aquí.
Puente de pájaros (Bibliópolis, col. Bibliópolis fantástica nº52, 2007)
Bridge of Birds (1984)
Trad. Carlos Gardini
244 pp. Tapa Blanda. 18,95€
Ficha en La Tercera Fundación