Justicia auxiliar, de Ann Leckie

Justicia auxiliarHugo, Nebula, British, Arthur C. Clarke… El arsenal de galardones acumulado por Justicia auxiliar es apabullante. Si atendemos a un criterio puramente cuantitativo en función de los premios recibidos, durante 2014 se convirtió en la novela de ciencia ficción más destacada de la historia. Sin embargo aquí en C, apoderados por ese espíritu iconoclasta que nos caracteriza, Alfonso García firmó uno de sus afilados análisis cargando contra los numerosos puntos débiles de una novela que se puede tomar como evidencia de la mediocridad de las novelas durante su año de publicación en el interior de ese cortijo llamado fandom. Como su reseña es excelente y apenas puedo añadir cuatro detallitos menores, he enfocado este texto como un resumen de los errores de concepto en los que he caído durante mi acercamiento al libro, y cómo quedaron tras su lectura.

El primer error con el que llegué parte de su ilustración de cubierta, la misma de su edición original en inglés: Justicia auxiliar es un space opera, pero olvídense de naves espaciales combatiendo entre sí o situaciones más grandes que la vida. Tampoco se puede decir que derroche “molonio“. Esta novela pertenece a otro tipo de aventura espacial, más cercana a las correrías por superficies planetarias y viajes entre sistemas a lo Jack Vance, sacrificando ese punto exótico y extravagante tan característico del autor de Los príncipes demonio o El planeta de la aventura en favor de rasgos a lo historia de costumbres de las novelas de Miles Vorkosigan creadas por Louis McMaster Bujold, más amanerada y extirpando por completo el humor, o una C. J. Cherryh cargada de diazepán hasta las cejas.

Porque Justicia auxiliar es una historia seria.

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Aniquilación, de Jeff Vandermeer

Aniquilación

Recuerdo que una reseña de Joan Carles Planells a la antología de Robert Bloch Escalofrrríos comenzaba con una frase del estilo: “Este libro debería titularse Bosteeezos”. Le he dado vueltas a cómo empezar este texto sobre Aniquilación con un chiste en la misma línea, a lo que el título de esta novela invita tanto como su contenido, pero temo que ninguna de mis ocurrencias estaría a la altura del maestro.

Me llama la atención lo poco que se ha escrito sobre lo que supone este libro. Porque es algo así como la respuesta desde el interior del género a bastantes tendencias imperantes. Porque, seamos claros: en un mercado editorial benévolo como nunca en la historia con los géneros fantásticos, George R.R. Martin es el único de la familia, de LOS NUESTROS, que ha pillado cacho de verdad. Que si Patrick Rothfuss, que si Suzanne Collins, que si Max Brooks; advenedizos a los que leen por todas partes gente que verdaderamente no entiende del asunto. Bueno, Sapkowski también es un poco de los nuestros, pero lo suyo sigue otro derrotero distinto.

El pedigrí de Jeff Vandermeer, que se lo lleva currando unos cuantos añitos, está en cambio fuera de toda duda: escribió en fanzines, está casado con la que fuera editora de Weird Tales, ha sido finalista de unos cuantos premios del género e incluso ha ganado alguno. Hasta ha enseñado en Clarion. Es, definitivamente, uno de los nuestros. Pero también es un tipo avispado. Así que ha construido un producto a medida para conseguir esos lectores de fuera, aprovechando además que tiene un pie muy bien puesto dentro. Como ha confirmado ganando el Nebula con esta novela.

El problema es que se le ve demasiado el plumero.

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Los premios irrelevantes de un género obsoleto

Hugo AwardDoy por supuesto que quienes me lean conocen ya la polémica en torno a las candidaturas a los premios Hugo de este año, los considerados tradicionalmente como más relevantes en el campo de la literatura de ciencia ficción. Para no repetirme, remito a quienes aún no estén al corriente a las explicaciones brindadas de forma bastante completa en:

Bien, lo que me sorprende una vez más es que la mayor parte de los análisis que he leído sobre lo ocurrido se queden en lo superficial. Por descontado, resulta bastante molesto, y dañino, que unos premios con cierta trayectoria y prestigio caigan en manos de grupos organizados, sean una banda de simpatizantes de la Asociación del Rifle (los Rabid Puppies) o un grupo de añorantes de lo tiempos en que la cf era tan, tan chachi y supermaravillosa (los Sad Puppies). Sin embargo, creo que la equivocación están en considerar lo sucedido como enfermedad y no como síntoma. Porque los Hugo vienen pochos de tiempo atrás. Hace mucho que no son los galardones que una vez premiaron de forma consecutiva a Los propios dioses de Asimov, Cita con Rama de Clarke y Los desposeídos de Le Guin. Esto no es más que la constatación del desastre.

Recapitulemos.

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El imperio de Yegorov, de Manuel Moyano

El imperio de YegorovConfieso que soy seguidor del Premio Herralde de Novela. Cada año estoy atento a los ganadores y finalistas por si hay alguno de mi interés. Suele ser una fuente de sorpresas, es de los pocos premios grandes que todavía se permite arriesgar en sus elecciones y lo hace con buen criterio. En esta ocasión un buen amigo me hizo llegar el libro finalista de la última edición, El imperio de Yegorov, de Manuel Moyano. Tras leerlo en dos tardes puedo reafirmar mis ideas.

El imperio de Yegorov es una historia sobre el ansia de vivir eternamente y la corrupción del poder. Tras encontrar en un aislado ecosistema de Papua-Nueva Guinea la fórmula para no envejecer, una empresa decide comercializarla a estrellas de cine y personas poderosas. Es una fórmula tramposa, necesita tomarse constantemente o se fallecerá antes de una semana. Partiendo de esa base, nace el deseo por guardar el secreto, la sumisa y persistente necesidad de los clientes, el afán de poder y un análisis del sistema capitalista: ¿qué no estarían dispuestos a dar o hacer las personas más poderosas por alargar su vida?

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Ancillary Justice, de Ann Leckie

Leckie_AncillaryJustice_TP-692x1024Creo que ésta es la primera vez que escribo la crítica de una novela sin haber logrado terminarla (bueno, confieso que los últimos capítulos de Robopocalipsis o cómo se llamara aquello, me los leí en diagonal). Y es que he tenido que abandonar la lectura de Ancillary Justice a pocos capítulos del final, ya viéndome muy desfondado, hasta el punto de que me estaba provocando un curioso bloqueo de lector, una mezcla de hastío, enfado, sentimiento de culpa y rechazo a la palabra escrita. Algo similar a lo que le sucede a mi madre, que cuando era niña no tenía otra cosa que potaje de berzas para comer casi todos los días y ahora no soporta ver una berza ni en pintura.

Quizá me he adelantado demasiado con una valoración que debería ir al final del tocho, pero como estimo muchísimo el escaso tiempo del lector le ahorro un click: Ancillary Justice me ha parecido un tostón del quince. Dicho esto, y si todavía le quedan ganas, tras el salto de página van las desquiciadas argumentaciones.

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Umbría, de Santiago Eximeno

Umbría, de Santiago EximenoHace un par de meses escribía por aquí sobre Umbría, una región ficticia creada por César Mallorquí, Elia Barceló, Armando Boix y Julián Díez para situar varias de sus historias. Da la casualidad que otra Umbría también es un lugar narrativo importante en la obra de otro escritor español: Santiago Eximeno. A lo largo de la última década ha escrito una serie de relatos alrededor de una abominable región imaginaria con ese mismo nombre; un purgatorio que se cruza en la trayectoria de personajes quebrados por dramas ocultos, puestos de manifiesto y acentuados por su influencia. En sus manos, Umbría funciona como un catalizador de su sufrimiento, con unas cualidades ciertamente tortuosas.

Este volumen recoge (supongo) todas esas historias, entre las cuales figuran varias ya publicadas en antologías como Paura, Artifex o su colección Bebés jugando con cuchillos. En su mayoría están protagonizadas por personajes con familias rotas o en el punto de ruptura: maridos que han discutido con sus parejas de manera violenta, se acaban de separar de ellas o las han perdido traumáticamente; padres alejados de sus hijos por disputas e incapaces de reconciliarse. Sus relaciones han sucumbido a la erosión del tiempo, un desgaste que ha producido una serie de heridas amplificadas cuando Umbría o sus pobladores aparecen ante ellos. En este sentido, Umbría me ha supuesto un amargo contrapunto a la reciente lectura de La hormiga que quiso ser astronauta, de Félix J. Palma; todo lo que con el tiempo amenaza una relación y aterra a su protagonista (¡y a quién no!).

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