Todo lo que muere, de John Connolly

Todo lo que muereEl detective Charlie “Bird” Parker ha abandonado el departamento de policía de Nueva York tras la muerte de su mujer y su hija a manos de un asesino en serie: El Viajero. Alcohólico en fase de secano, sus antiguos compañeros lo tienen por un jugador solitario de alguna manera responsable de la muerte de su familia. Él arrastra ese bagaje como un náufrago amarrado a un lastre y está en un imposible proceso reconstrucción interior durante el cual realiza pequeños “trabajitos”. Después de sobrevivir a uno que termina con cadáveres de por medio, es contratado por una mujer para encontrar a la novia de su hijastro; un tipo relacionado con una familia mafiosa tras la cual andan la policía y el FBI. Ahí arranca una investigación con insospechadas ramificaciones que le terminará llevando a reencontrarse con el responsable de su purgatorio.

Al inicio de Todo lo que muere, John Connolly entremezcla el “presente” de Parker con una serie de escenas donde se recuerda el asesinato de su familia: el descubrimiento de los cadáveres, el informe del forense o el interrogatorio al que fue sometido. Un encadenamiento que sirve de excelente presentación tanto del personaje como de su gran conflicto interno. Después llega un remanso en la forma de una narración más convencional; la presentación de los personajes participantes en la trama criminal de la primera mitad de la novela y los lugares de los que han surgido o en los que han medrado, a través de los diversos encuentros de Parker, siguiendo una estructura muy marcada. Por fortuna, esa “automatización” del relato se desvanece cuando “Bird” abandona la ciudad y viaja hasta la Virginia rural para investigar la desaparición en el pueblo de origen de la desaparecida. La narración se vuelve más dinámica, los hechos se suceden a un ritmo creciente y se acumulan las revelaciones (y los cadáveres) hasta llegar el primer gran clímax. La resolución de ese primer caso y el engarce con el segundo, a desarrollar desde el ecuador hasta el final de Todo lo que muere.

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Víbora, de Andrzej Sapkowski

VíboraAndrzej Sapkowski es el autor de una de las mejores sagas de fantasía de todos los tiempos, o eso dicen, porque un servidor, que no es un ávido lector de esa fantasía que podríamos llamar «de capa y espada», de «héroes y gestas», «épica», no la ha leído, y si me he animado con esta Víbora es porque se presenta como una rareza dentro de la producción del polaco.

Víbora es una novela pegada a la realidad (aunque la cubierta del libro, precisa y paradójicamente por la literalidad con que ilustra una escena de la novela, pueda hacernos pensar lo contrario). En ella Sapkowski retrata someramente las desventuras y tropelías de un pelotón ruso allá por los años ochenta (del siglo pasado), cuando la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas invadió Afganistán. Cierto que es una realidad trufada de misterios, de esos subterfugios de lo incognoscible, de lo irretratable, que se ovillan en los resquicios de la historia, tan antiguos, si no más, como el propio homo sapiens. Pero incluso esa parte misteriosa, esa fantasmagoría liminar, se plasma en primera instancia de forma realista gracias al uso que hacen nuestros protagonistas de ciertas sustancias que tan a mano se tienen por esas tierras y que tan irresistibles resultan en las circunstancias extremas de la guerra.

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Nacido de hombre y mujer y otros relatos espeluznantes, de Richard Matheson

Nacido de hombre y mujer y otros relatos espeluznantesNo recuerdo ya cuántos años hemos esperado para ver este libro a la venta. Por lo menos seis han pasado desde que Gigamesh regalara Los primeros cuentos como ejemplar promocional el día de la lectura. La parsimonia cotidiana en la santa casa. Sea como fuere, hace unos meses llegó a las librerías el primer volumen de los dos destinados a recoger los cuentos fantásticos completos de Richard Matheson, el escritor estadounidense fundamentalmente conocido por las adaptaciones al cine y la televisión de novelas como Soy Leyenda, El increíble hombre menguante o La casa infernal y relatos como “Duelo” o “Pesadilla a 20000 pies”. Una inestimable labor de recuperación ahora mismo solo al alcance de editoriales como esta o, en otro orden, Valdemar; sellos preocupados por invertir en un catálogo con personalidad y mantener una política de edición a la contra de modas y pelotazos puntuales.

Nacido de hombre y mujer y otros relatos espeluznares recoge cuarenta y dos cuentos publicados entre 1950 y 1954, lo que podríamos llamar el primer vuelo de Matheson; unos primeros pasos en el mundo de la escritura profesional en plena burbuja editorial en el mundo de las revistas de relatos de EE.UU.. Una época en la cual había una multitud de cabeceras donde los escritores con un poco de arte podían vender casi cualquier relato que escribieran. En parte, esta circunstancia explica la heterogeneidad de un volumen donde junto a cuentos memorables y otros más normalitos existen varios más que mediocres, cuando no sepulcrales, que podrían haber mejorado con un poco de labor editorial antes de su primera publicación.

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La lluvia amarilla, de Julio Llamazares

La lluvia amarillaEl disputado voto del señor Cayo había sido hasta el momento mi único acercamiento literario al mundo de la despoblación en España. Y si algo recuerdo de aquella novela no es tanto ese tema en concreto sino su manera de representar la fractura entre dos realidades, la rural y la urbana, casi siempre enfrentadas. Sin embargo es un tema por el cual me he sentido cada vez más interesado, sobre todo después de desarrollar la afición a fotografiar lugares abandonados. Mi buen amigo Santiago L. Moreno tiene el proyecto de visitar Ainielle, el pueblo donde Julio Llamazares había situado una de sus obras más conocidas: La lluvia amarilla. Y como la idea es acompañarle, me he zambullido en esta lectura desgarradora que va mucho más allá de ese tema.

La narración tiene la forma de un monólogo: el de Andrés, el último habitante de Ainielle, pueblo del norte de la provincia de Huesca que, como tantos otros del resto de España, padece la despoblación de mediados del siglo XX. Ese testimonio, narrado desde la emoción, el dolor y una cierta locura, sigue el febril sendero de su pensamiento. Un hilo inquieto que atraviesa sus recuerdos de manera vertiginosa para construir un panorama amargo en el cual el recuerdo de sus seres queridos, sus vecinos y diversos momentos arraigados en su memoria dan pie a una abrumadora reflexión sobre la familia, la soledad, el paso del tiempo y la muerte. Estas ideas cobran forma no solo a través de sus facetas más obvias (la muerte de su mujer Sabina, familiares, vecinos) sino también a través de aspectos como el descuido de sus quehaceres, la decadencia de su entorno, las estaciones predominantes a lo largo de sus recuerdos (el otoño y el invierno), o unas relaciones personales ásperas y, ante la hosca personalidad de Andrés, condenadas a desvanecerse o ser guillotinadas sin contemplaciones.

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Ocho quilates II: 1987-1992, de Jaume Esteve Gutiérrez

Ocho Quilates IIComo poseedor de un MSX, recuerdo lo que supuso la bajada del precio de los juegos en cinta en 1987. El paso de tener un puñado de títulos que costaban un cuarto de riñón a disponer de más material y mantenerme al día de las novedades. No sólo por poder adquirir algún título más sino porque podía intercambiar con un par de amigos “sufridores” de los ordenadores del sistema abierto nipón. Esa decisión tomada de manera unilateral por la distribuidora Erbe y, en cierta forma, obligada a ser seguida por el resto de sellos, es el punto en el cual arranca este segundo y último volumen de Ocho quilates. El momento en el cual la industria del videojuego español extendió su penetración en el mercado hasta el punto de minimizar el incipiente mundo de la piratería.

La estructura de este Ocho quilates vol. 2 sigue la línea marcada en la primera entrega, así que no me extenderé más sobre ella; todo lo que escribí hace un par de meses es extensible a este volumen. Sí que, a medida que pasan las páginas y nos aproximamos a los últimos años de la llamada Edad de Oro del software español, la narración se vuelve bastante más ágil y, tengo la sensación, un tanto más pulida en la forma. Aunque no sabría decir si es una impresión subjetiva ayudada por la progresiva simplificación de la historia. Al final de la década de los ochenta, ya pasado el enmarañado nudo de su cenit, el mercado de los 8 bits en España comenzó un lánguido fade out hacia su desaparición un par de años más tarde. Algo que se nota también en unas notas al pie que, tras extenderse y entrar en abundantes detalles en los primeros años, se convierten durante los capítulos finales en algo mucho más exiguo; apenas un conjunto de referencias sin demasiado interés.

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Lektu y su gran desafío

Lektu

Hace apenas tres meses comenzaba a andar Lektu y, por lo tanto, aún es pronto para hacer valoraciones sobre el rumbo de esta plataforma de venta de libros electrónicos. Todavía está en una fase muy inicial y lejos de implementar todas las posibilidades que poco a poco va integrando. Aunque su mascarón de proa está presente desde el primer día: la ausencia de sistema de protección contra copia. El maldito DRM, más una fuente de problemas para el comprador que una solución para el asunto de las descargas gratuitas.

Es interesante escuchar (o ver si se dispone de tiempo), la presentación que hicieron el pasado 20 de Mayo en Madrid tres de sus cuatro socios fundadores: David Fernández, Farid Fleifel y Alejo Cuervo (Cristina Macía no pudo estar presente). Especialmente la primera y la tercera parte, en las que se desvelan las directrices que guían Lektu como, por ejemplo, reducir al máximo los intermediarios entre editor y lector. Tal y como cuentan, el primero no solo tiene un punto de venta para sus productos sino que, a la vez, dispone de todo un arsenal de estadísticas sobre sus compradores, reales o potenciales. Una información inaccesible desde otras plataformas y muy útil para ajustar, por ejemplo, su política de ventas.

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Los diez mil, de Paul Kearney

Los diez milLa anábasis es la obra en la que Jenofonte plasmó su experiencia como parte de Los diez mil, un grupo de mercenarios griegos que participó en una guerra civil en el Imperio Persa a finales del siglo V a.C. Su hazaña es célebre: aunque ganaron en Cunaxa la batalla crucial de la contienda, el sátrapa a cuyas órdenes combatían murió y el ejército del que formaban parte se desintegró. En medio de un imperio hostil, sin línea de suministros y perseguidos por fuerzas más numerosas, emprendieron una retirada hacia el Mar Negro que terminó con éxito. El libro, cuya edición de Cátedra recomiendo encarecidamente, es una de las obras fundamentales de la narrativa épica. En Los diez mil, Paul Kearney reelabora este relato en clave ligeramente fantástica, centrándose en el aspecto bélico de una narración que exuda sangre, sudor y sufrimiento por sus ocho vértices.

Supongo que, si ha llegado hasta aquí, se preguntará cuál es el interés de Kearney a la hora de trasladar esta historia de manera tan fidedigna a un escenario de fantasía. El escritor norirlandés se ha ajustado en los grandes rasgos a Jenofonte, incluyendo los giros que agrandaron la hazaña de aquellos guerreros sin par, pero los elementos de fantasía son mínimos. El más relevante durante gran parte de la novela es separar a los macht (griegos) de los kufr (los habitantes del imperio), una especie con apariencia humana pero con sus particularidades físicas. Una alteración que apenas potencia el extrañamiento entre los mercenarios y los pueblos que se encuentran por el camino, cuyo punto fuerte se mantiene en las facetas social o cultural.

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La urna rota, de Politikon

La urna rotaLa actual crisis económica ha supuesto el despertar de muchas capas de la sociedad española plácidamente adormecidas. Una de las consecuencias más evidentes es cómo la política se ha convertido en uno de los temas centrales de gran cantidad de conversaciones. Sin embargo, al menos por lo que observo a mi alrededor, estas acostumbran a ser de bajo nivel, una mera reproducción de las discusiones en las tertulias políticas televisivas o radiofónicas, casi siempre centradas en el análisis superficial, cuando no sesgado, de la actualidad. El conocimiento del sistema democrático con el que muchos contamos pasa factura y, al final, todo pivota sobre una serie de lugares comunes, contrastados o no, a lo sumo aderezados con lo que se ha leído en tres artículos en prensa o dos posts de algún blog específico. En este contexto la lectura de libros como La urna rota se hace imprescindible.

Politikon es un colectivo formado por siete académicos y profesionales que promueven un análisis científico de la sociedad. Su actividad divulgativa más visible es el blog del mismo nombre, pero sus miembros no se han cerrado a ese ámbito sino que la extienden a los medios de comunicación tradicionales o atractivas tertulias en la red. Hace unas semanas Debate publicó La urna rota, un ensayo escrito de manera colectiva donde abordan un diagnóstico de la crisis de la democracia española y aportan una serie de posibles remedios para sacarla de ella. De ahí que el libro esté dividido en dos partes bien diferenciadas.

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El hombre sin rostro, de Luis Manuel Ruiz

El hombre sin rostro

Estos tiempos de crisis económica, incertidumbre ante el agotamiento de recursos naturales y pérdida de esperanza ante la idea del progreso en todas sus vertientes son el caldo de cultivo perfecto para cierto tipo de ficciones. Ahí está, por ejemplo, el auge de la narración postapocalíptica de la mano de la ya larga epidemia de novelas zombies, los colapsos socioecológicos de Bacigalupi o los relatos de supervivencia después del colapso a lo Cenital. Incluso historias catastróficas tan ajenas a nuestra actualidad, caso del diluvio universal en la película Noe, terminan incorporando un toque admonitorio a través de una serie de escenas que, analizadas en clave de presente, inciden en la fragilidad de ese débil barniz que llamamos civilización. En contraste, junto a estas historias con una mayor o menor desesperanza, están floreciendo toda una serie de obras menos preocupados por el presente y construidas desde la nostalgia de la novela de aventuras clásica. Un género que, mas allá de ejemplos anecdóticos, no tengo claro se cultivara en España antes de los bolsilibros. Esta exaltación de la ficción retro bien se entrega al homenaje por el homenaje en clave anglófila, caso del ciclo de novelas de Félix J. Palma que comienza con El mapa del tiempo, bien traslada a nuestro entorno elementos tomados de otras literaturas, caso de la vibrante La isla de Bowen de César Mallorquí, relatos a lo La Liga de los Hombres Extraordinarios como “Las muchas hazañas de la brigada 13” de José María Faraldo o esta El hombre sin rostro, de Luis Manuel Ruiz, una novela de misterio con fuertes trazas de literatura popular.

Madrid, finales de la primera década del siglo XX. Alguien está matando a insignes científicos españoles y solo un periodista, Elías Arce, parece haberse dado cuenta de ello. Bueno, más que periodista, joven aspirante a redactor de El Planeta. Un voluntarioso don nadie venido de provincias que, a base de esfuerzo, tesón y dar la brasa, ha logrado un puesto para el que no está tan preparado como le gusta creer. El caso alrededor de esos asesinatos parece ser la oportunidad perfecta para dar la campanada y seguir creciendo dentro de la redacción, aunque el asunto resulta mucho más complejo de lo que había imaginado. Por el camino se le unen el científico más brillante del país, Salomón Fo, su hija Irene, el motivo amoroso que no podía faltar en la historia, y su criado Orlok, un supuesto vampiro que promete mucho más de lo que realmente ofrece. Todos ellos obligados a desentrañar la amenaza de un ser misterioso capaz alterar su aspecto a voluntad.

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The Islanders, de Christopher Priest

The IslandersHa pasado una década desde que Saldotauro publicara La separación, la última novela de Christopher Priest traducida al castellano. Desde entonces apenas hemos visto en nuestras librerías varias reediciones de algunos de sus títulos: El prestigio a raíz de su adaptación al cine; El mundo invertido, recientemente saldado por los inefables editores de La Factoría de Ideas;… Esta sequía tiene explicación. Durante casi una década, Priest estuvo enfrascado en la escritura de dos obras aparecidas en 2011 y en 2013. Todavía no he leído la última de ellas, The Adjacent, pero entiendo bien por qué ninguna editorial se ha animado a traducir The Islanders. Al handicap de Priest como escritor en tierra de nadie entre el género y el mainstream, o sus tradicionales bajas ventas en España, se une la particularísima idiosincrasia de The Islanders, una obra tan endémica como endogámica.

Éste es el regreso del autor de El glamour a su Archipiélago del Sueño, un lugar narrativo que, si no me equivoco, no tocaba desde que escribiera La afirmación. En sus páginas Priest se da un impúdico autohomenaje durante el cual toca la mayoría de temas a los que se ha entregado durante sus casi cincuenta años de carrera: su inquietud por la veracidad de los narradores; cómo afectan a la vida las obsesiones y las crisis de identidad; el doble y todas las confusiones asociadas a su figura; la inmigración y el cinismo con el cual se trata en nuestro viejo mundo… Tampoco se limita a retornar a una geografía específica o un trasfondo común a La afirmación o relatos como “La negación”, “Rameras” o “El observado”. A lo largo de toda su extensión, Priest siembra referencias, explícitas e implícitas, a gran parte de su obra hasta el punto de, por ejemplo, presentar una nueva versión de El hombre transportado, el truco de magia central de El prestigio, esta vez con el sobrenombre de “The Lady Vanishes” (a la sazón, una de las películas más divertidas de Hitchcock). No es necesario ser un avezado Priestólogo para apreciar las virtudes de The Islanders. Estamos ante una especie de huevos de pascua que enriquecen las múltiples historias que conforman el conjunto. Pero si apunto estas ideas al comienzo de esta reseña es para dejar claro lo siguiente: solo recomendaría The Islanders a un lector familiarizado con las obras más importantes de este autor.

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