Astronautas, de Stanislaw Lem

AstronautasA finales de los años cuarenta, Stanislaw Lem se encontraba en un momento vital complicado. Por un lado, su novela, El hospital de la transfiguración, no recibía luz verde para ser publicada por culpa de una censura que le exigía continuos cambios, y, por el otro, no se decidía a presentar su tesis de licenciatura en medicina para no acabar destinado como recluta forzoso en una guarnición militar de provincias. Así que los problemas económicos acuciaban a un atribulado Lem. Pero haciendo caso a una sugerencia de un amigo del Consejo de Escritores decide pergeñar a toda velocidad una novela de ciencia ficción, escrita con todas las concesiones posibles para pasar la censura sin problemas y que, inesperadamente, cosecharía un enorme éxito que salvaría la carrera y casi la vida de Lem; Astronautas, la novela que Impedimenta, embarcada en la sagrada misión de traducir y publicar todo Lem en castellano, ha lanzado recientemente en una cuidadísima e impecable edición.

Tal y como las circunstancias en las que fue concebida, escrita y publicada sugieren, Astronautas es una novela que ni de lejos alcanza el nivel de las posteriores obras de Lem, es más, a ratos resulta bastante ladrillo por diversas razones. Pero antes de entrar en materia cerremos rápidamente el trámite de contarles el argumento. En un futuro lejano en el que el mundo ha abrazado el socialismo y la humanidad ha derrotado a la peste, la guerra y el hambre, una sonda extraterrestre se estrella en Tunguska. En su interior los científicos descubren un aparatito que ha estado monitorizando a los seres humanos con aviesas intenciones y se determina que su origen es el planeta Venus. Así que como es mejor prevenir que curar, se envía a Venus la nave interplanetaria Cosmócrator tripulada por una expedición de científicos que determinarán el alcance y la dimensión de la amenaza venusiana y harán algo al respecto (si pueden).

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Aniara, de Harry Martinson

Aniara

Cuando llegó a mi conocimiento la existencia de Aniara supe inmediatamente que tenía que leerla como fuese. Es decir, un cenizo como yo no podía resistirse a un oscuro poema épico existencial sueco ¡de ciencia ficción! Pero una vez comenzada la lectura, llegaron los sudores fríos; ¿cómo iba a reseñar yo esto si soy un ceporro (mal)criado con morralla popular, cuyos conocimientos de alta literatura del siglo XX se reducen a cuatro nociones básicas y un par de lugares comunes? Tras terminar el libro tuve que resignarme a la triste evidencia, si no quería que la crítica pareciese un comentario de Goodreads escrito en cinco minutos, no me quedaba otra que reseñar Aniara desde el único punto de vista del que soy capaz, desde la del lector habitual de ciencia ficción. Más que nada, por no hacer demasiado el ridículo.

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La voz de su amo, de Stanislaw Lem

La voz de su amo

Recientemente, en una de las últimas entrevistas que concedió antes de fallecer, Stanislaw Lem realizó unas declaraciones que no ponían en muy buen lugar la literatura de ciencia ficción. Estas opiniones del gran autor europeo del género, publicadas póstumamente, causaron cierto revuelo en el mundillo. Sin embargo, no eran nada nuevas en él; ya en La voz de su amo, escrita en 1967, Lem había dejado bien clara (a través de su “alter ego” en la novela, el científico Peter E. Hogarth) su postura al respecto:

Empecé a visitar más a menudo al doctor Rappaport, mi vecino, y a veces conversábamos horas enteras. Sobre el código estelar hablábamos rara vez y brevemente. Un día lo encontré en medio de grandes paquetes de los que salían atractivos y brillantes libros en rústica con cubiertas en las que aparecían motivos míticos. Había intentado utilizar como “generadores de ideas” —porque estábamos quedándonos sin ellas— esas obras de literatura fantástica, ese género popular (especialmente en los Estados Unidos) llamado, por persistente error, “ciencia ficción”. Hasta entonces, él nunca había leído este tipo de libros; estaba molesto —e incluso indignado—, porque había esperado variedad y había encontrado monotonía.
—Tienen de todo, salvo fantasía —dijo. Una equivocación, sin duda. Los autores de estos cuentos de hadas pseudocientíficos suministran al público lo que éste quiere: tópicos, clichés, estereotipos, y todo ello lo suficientemente engalanado y vuelto “maravilloso” como para que el lector pueda sumirse en un estado de sorpresa sin riesgos y, al mismo tiempo, no se conmueva la filosofía que tiene de la vida. Si hay progreso en una cultura, dicho progreso es sobre todo conceptual, pero la literatura, y en especial la ciencia ficción, nada tiene que ver con él.
(La voz de su amo, capítulo nueve).

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Fiasco, de Stanislaw Lem

Fiasco

Fiasco

El piloto Parvis aterriza a duras penas en la minúscula base del cráter Roembden de Titán para acabar enterándose de que ha sido obligado a desviarse hasta allí por error, puesto que su cargamento iba destinado a Grial, la otra base del satélite de Saturno. Debido a la deficiente planificación y peor gestión de ambas instalaciones, Parvis, en una acción que aúna el heroísmo un poco inconsciente con la resignación del currito que se ha de comer un complicado marrón laboral, se decide a recorrer la distancia que separa Roembden de Grial con un Digla, un enorme exoesqueleto que recuerda a los megarrobotazos japoneses. Así, Parvis emprende una aventura peligrosa; en ese camino ya han desaparecido seis hombres, incluido el famoso piloto Pirx.

Después de este primer capítulo a modo de prólogo, la acción se traslada un par de siglos en el futuro. Ahora nos encontramos en la nave Eurídice, donde los médicos de abordo se enfrentan al dilema de resucitar únicamente a uno de los dos cuerpos congelados y anónimos que, por una negligencia administrativa, han sido cargados en la nave por las autoridades de Titán. Una vez resuelta la decisión, la Eurídice emprende el camino hacia el planeta Quinta del sistema Zeta Harpyiae, con la misión de establecer contacto con una civilización a punto de superar la “ventana de contacto” (es decir, que comparte un nivel tecnológico semejante a la Tierra; todavía no ha llegado a los más altos niveles de evolución galáctica ni se ha autodestruido). Una vez allí, la Eurídice, cómodamente instalada en los remansos sin tiempo de un agujero negro cercano, envía a Quinta la nave de exploración Hermes que incluye a nuestro conocido resucitado de Titán, rebautizado, amnésico y un poco alienado respecto al resto de la tripulación. Todo está calculado al milímetro por los científicos de la Tierra y el Hermes dispone de una tecnología aparentemente capaz de hacerlo todo, nada puede fallar. Pero ya desde el principio los quintanos desafían todo comportamiento previsto, impermeables a los intentos de contacto de los humanos que, cada vez más desquiciados, acaban enredándose en una peligrosa espiral de consecuencias imprevisibles.

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