El marciano, de Andy Weir, y Marte, según Drew Goddard y Ridley Scott

Marte

Recupero –adecentado para C–, un antiguo texto sobre la adaptación al cine de El marciano, de Andy Weir, aprovechando que se publica la traducción al castellano de Project Hail Mary, su nueva novela. Parafraseando al Rodrigo Fresán de El fondo del cielo, cuando matizaba que la suya no era una novela de ciencia ficción sino con ciencia ficción, podemos decir que Marte no es una historia sobre el planeta rojo, sobre sus características y potencialidades, sino ubicada en Marte. Nada más. De ciencia ficción tiene poco.

Es tanto el rigor, tanta la ciencia que desprenden las páginas de la novela, que lo imaginado no es un descabellado salto al vacío sino los siguientes pasos, muy documentados, de lo que la ciencia actual permitiría. Weir estudió la realidad de nuestro tiempo, el estado de las ciencias duras, llegó hasta el límite mismo de lo posible, y dio sólo un pasito más. Con eso y, sobre todo, con el sorprendente talento que tiene para la recreación literaria de la personalidad humana, consiguió una de las mejores novelas de ciencia ficción dura de lo que llevamos de siglo.

Artemisa, su siguiente novela (auténticamente soporífera), se centraba demasiado en los supuestos enigmas de una trama de contrabando y sabotaje, de corrupción y crímenes, que no acababa de funcionar: era aburrida y las páginas avanzaban sin gracia, salvo, otra vez, por la imantadora personalidad de su personaje principal, Jazz, que era carismática y chispeante. Weir dio un paso más en sus atrevimientos imaginativos, y así como en su ópera prima, como digo, se empapó de la última ciencia puntera y dio el siguiente paso lógico, autorizado por el conocimiento, respaldado por la empírica ciencia de sus estudios, para orquestar su situación de supervivencia en Marte, en Artemisa se atrevió a crear una sociedad lunar, dando así un buen salto imaginativo con respecto a la realidad contrastable.

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Nieve en Marte, de Pablo Tébar

Nieve en MarteEn el interior de Nieve en Marte, premio Minotauro 2017, pugnan entre sí dos novelas. Una de ellas, la más breve y a la postre la más alejada del centro del argumento, se focaliza sobre una pareja de dramas en un planeta Tierra al borde del colapso y en trámite de ser abandonado por unos millones de afortunados, futuros colonos de Marte. Estos relatos de pelea contra la adversidad, de luchas física y psicológica en un escenario que invita a la rendición, funcionan mucho mejor que la otra novela anidada en Nieve en Marte; la más extensa y sobre la cual prioriza sus esfuerzos Pablo Tébar. El descubrimiento en el planeta rojo de un muro con un texto en una lengua similar a las primeras civilizaciones mesopotámicas y la búsqueda en la Tierra de un asesino en serie, El Enterrador, embarcado en una cruzada para exterminar a los nombres más significados con la colonización. Este cúmulo de tramas ligeramente interrelacionadas, más tendentes al guirigay que al patrón armónico, se desarrollan en paralelo mediante el habitual narrador omnisciente de los thrillers. El recurso que empuja el libro con escasas concesiones a nada que escape a su tiranía.

En su primera novela, Tébar marca el ritmo a base de que todo el rato estén pasando cosas. La teniente Lora Walters persigue al Enterrador por varios continentes. El narcotraficante Félix y la joven zombie/emigrante-ilegal Nunú huyen por medio orbe terrestre en pos de una salida a su desesperada situación. El pobre traductor León Miranda tanto investiga la verdad oculta en los textos del muro como revuelve entre los trapos sucios de su patrón, Edgar Edgar, y lo sucedido con el anterior traductor, desaparecido años atrás. Entre el impulso desabrido de este batiburrillo, apenas las fugaces miradas al día a día de la familia de Miranda y su hundimiento en el preapocalipsis planetario, además de pequeños oasis en la relación de Félix y Nunú, imprimen un poco de calma, crean espacio para que surja un poco de intimidad y calen unas gotas de amargura. En su incansable agitación, el resto de relatos traquetean como un tren desbocado y una narración que debiera estar engrasada, trastablilla sin rubor… salvo cuando se abunda en detalles innecesarios en un ejercicio donde predomina el contar sobre el mostrar.

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Dulces dieciséis y otros relatos, de Eduardo Vaquerizo

Dulces dieciséis y otros relartosVivimos un período de reivindicación de la ciencia ficción española y, en concreto, de la generación HispaCon. Entre lo publicado el último año tenemos dos ejemplos evidentes: la primera antología de Los premios Ignotus, que tengo la sensación ha volado por debajo del radar incluso del público más especializado, y la colección Cyberdark presenta, lanzada por el complejo Cyberdark/Alamut/Bibliópolis. Un sello llamado a poner de nuevo en el mapa los mejores relatos de autores surgidos del fandom en las décadas de los 80 y los 90; hasta ahora han aparecido tres libros, aunque en la presentación en la librería Gigamesh en Marzo Luis G. Prado anunciaba la posibilidad de que fueran veintena, incluyendo antologías temáticas. De llevarse a cabo daría forma a la colección más completa a la hora de entender (un parte de) la literatura fantástica hecha en España; ninguna otra ofrecería una radiografía tan exhaustiva de un periodo de tiempo determinado.

En este contexto, el nombre llamado a abrir la iniciativa, Eduardo Vaquerizo, no resulta para nada extraño. Como comenta Juanma Santiago, la mayoría de autores importantes que cultivaron el relato con asiduidad en aquel período ya han visto recogidos los más significativos, en colecciones generalmente aparecidas en editoriales pequeñas. Rodolfo Martínez, Elia Barceló, Daniel Mares, Armando Boix, Rafael Marín, Félix Palma… cuentan con uno o varios volúmenes en su haber. Los más avispados han podido reunir a través de ellos los relatos publicados en una miríada de fanzines, revistas o antologías. Si no me falla la memoria, apenas él y José Antonio Cotrina (del que llevamos más de una década esperando su particular Cotrinomicón) no habían visto un volumen con sus mejores relatos. He aquí la oportunidad de solucionar ese olvido.

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Los últimos, de Juan Carlos Márquez

Los últimosLa nueva novela de Juan Carlos Márquez se titula Los últimos y está encuadrada dentro del subgénero de ciencia ficción postapocalíptica, revitalizado los últimos años tras la repercusión de La carretera. Ya sabéis, historias con individuos andando sobre una Tierra devastada, enfrentados a la naturaleza hostil, la condición humana en su estado salvaje y a sus miedos más profundos.

Estructurada en 35 breves capítulos que abarcan desde unas cuantas líneas a cinco páginas, la novela se lee en apenas dos horas. En las primeras diez líneas llega una ola de fuego procedente del sol y mata a todo ser viviente que no estuviese a resguardo. En los seis días siguientes la vida en la Tierra perece y los contados supervivientes malviven saliendo poco de sus casas y portando incómodas máscaras y bombonas de oxígeno.

Los calamitosos protagonistas son una familia que vive en los habituales suburbios norteamericanos (casita con sótano y jardín). La primera parte de Los últimos narra su periplo en la Tierra, su convivencia con los demás supervivientes, los avances que realiza el ejército para mejorar sus vidas, el enfrentamiento a la soledad, los peligros que surgen, su huída a Disneylandia…; la segunda, menos crepuscular aunque sea el intento de sobrevivir en Marte cuando todo apuntaba a la pronta extinción, cuenta las experiencias de estos personajes en el planeta rojo, sus expediciones, sus nuevos temores, la procreación…

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