Big Hig y Bangley viven en un aeródromo de Colorado. Han sobrevivido a una pandemia que ha diezmado a la humanidad hasta situarla al borde de la extinción. Los escasos supervivientes deambulan en busca de recursos y la mayor parte de las interacciones entre grupos es violenta. Bangley aporta al dúo su determinación y su destreza con las armas mientras que Hig vuela diariamente en su Cessna, rastreando la llegada de merodeadores; merodeadores que, si no atienden a las instrucciones de alejarse en otra dirección, son tratados como hostiles. Sin misericordia. La convivencia entre ambos es tensa; Bangley tiene una personalidad huraña propia de un hombre de la frontera y zahiere a Hig sobre su comportamiento, como si la civilización siguiera existiendo. Unos códigos que saltaron en pedazos con la televisión, los límites de velocidad y las colas de los supermercados. Hig aguanta porque sabe que su vida depende de la mutua colaboración y mantiene el asidero de Jasper, su avejentado perro, fuente de compañía y “calor” imposibles de encontrar en Bangley.
La constelación del perro, de Peter Heller, recoge el testimonio en primera persona de Hig. En pasado, desgrana sus días en el aeródromo, su convivencia con Bangley, su… rutina. Frente a otros libros que cuentan lo mismo, Heller sustenta su aportación en su narrador y cómo construye su relato. Ha pasado cerca de una década desde el fin del mundo y los años en soledad hacen mella. En el narración de Hig destaca su manera no lineal de evocar su vida. En mitad de las acciones que acomete se deslizan recuerdos de otros tiempos, relacionados o no con lo que está contando, que crean un flujo de conciencia dislocado, ideal a la hora de emular la memoria de alguien que llevan mucho tiempo encerrado en sí mismo, atenazado por las pérdidas sufridas, las decisiones tomadas y el peso de los recuerdos. Para redondear la redacción, Heller prescinde de cualquier acotación. Diálogos, descripciones, pensamientos… se suceden de forma continua, con un ritmo endiablado, y potencian la fractura del testimonio.
La intersección entre falta de acotaciones e historia postapocalíptica ha hecho que se haya acudido en demasiadas ocasiones a Cormac McCarthy y La carretera para hablar de este libro, a mi modo de ver en una comparación bastante inadecuada. No ya porque éste se narre en primera persona y el otro en tercera, o la construcción el texto, el uso de los signos de puntuación, la retórica… sean absolutamente diferentes. Mientras que La carretera era una mirada desnuda a lo más horrendo y magnífico de la condición humana, tejida desde la sencillez del escenario y la ausencia de contexto, aquí se aborda algo menos ambicioso donde, a medida que pasan las páginas, el bagaje de los personajes o el mundo que los rodea cobran una sustancia clara, ganando en definición y perdiendo contundencia.
Lo mejor está en su primer capítulo. Una presentación de 50 páginas donde narrador, personajes, escenario e interacciones quedan determinados. Muy especialmente al llegar el final de ese primer acto cuando, tras dar cuenta de un grupo de merodeadores que estaba a punto de entrar en el aeródromo y durante el cuál no pegó ni un solo tiro, Hig se dedica a hacer uno de sus quehaceres cotidianos: obtener los mejores trozos de los caídos para alimentar a su fiel Jasper. Es ahí donde queda claro que Bangley, él y Jasper forman el último reducto de una especie, la que ellos consideran suya, cuya única manera de seguir adelante es mantener a raya al resto de la humanidad: el otro. Un adversario informe del cual han eliminado cualquier rasgo por el que puedan sentir empatía, que bien desea sus recursos, bien les transmitirá el mal del cual han permanecido a salvo. Es aquí donde se establece la tensión entre supervivencia y necesidad de compañía que guía a Hig durante el resto de la novela y que, en cierta forma, pone La constelación del perro en deuda con Soy leyenda, la polisémica novela de Richard Matheson, con un enfoque muy cercano al western ecológico a lo Jeremiah Johnson.
Los paisajes naturales tienen un peso evidente; espacios alterados por la acción del hombre y el nebuloso mal que ha asolado el planeta, pero que se recuperan y cambian siguiendo el lento proceso de siempre. Hig acude a ellos para huir del estrés, relajarse pescando y cazando, conseguir unas latas de refresco que se han convertido en el único momento compartido con Bangley… Es el lugar donde se relacionará con los nuevos nativos, donde vivirá alguna experiencia transformadora en dos o tres pasajes muy hermosos y, para qué negarlo, muchos otros tirando a ñoños. También es donde la novela queda atrapada en una suerte de animación suspendida. Un dilatado impasse durante el cual todo se vuelve previsible, se terminan dando demasiados detalles, los aspectos insustanciales se extienden páginas y páginas y el fiel de la balanza apenas se desplaza porque, más allá de las 50 primeras páginas, apenas avanza hasta llegar a un final tan blandito como feliz.
Estamos pues ante una buena novela con un narrador que da sentido a una primera persona a la que en tantas ocasiones no se le saca partido, y que, cuando logra no caer en lo cursi, es agradable de leer. Cosa que no es baladí pero que puede resultar insatisfactorio si se busca un relato de supervivencia más consistente o un subtexto rico y cargado de significado.
La constelación del perro, de Peter Heller (Blackie Books, 2014)
The Dog Stars (2012)
Trad. Blanca Rodríguez y Marc Jiménez Buzzi
320 pp. Rústica. 23,95€
Ficha en la web de la editorial