Ring Shout, de P. Djèlí Clark

Ring ShoutEn ese parque temático en que se ha convertido el horror lovecraftiano, Territorio Lovecraft ampliaba la superficie del lugar con una serie de “atracciones” orientadas a poner de manifiesto el racismo en los EE.UU. y detrás de sus mitos fundacionales. Concebido como un falso fix-up, el libro de Matt Ruff ponía en su centro a personajes afroamericanos y los horrores a los que se enfrentaban (y todavía se enfrentan) para zambullirlos en las narraciones de Weird Tales, sus temas, sus caracterizaciones, convenientemente reinterpretados. Inevitablemente, al apostar por esta inspiración plantaba en la habituación un elefante problemático: gran parte de su propia cultura, más allá de sus sacrificios y adaptaciones para sobrevivir en la América de Jim Crow, quedaban fuera de la representación. Ring Shout viene a enmendar esto.

P. Djèlí Clark cuenta la historia de un trío de mujeres dedicadas a cazar miembros del KKK en los primeros años de la ley seca. La narradora, Maryse, puede ver a los Ku Kluxes bajo su verdadera forma: unas criaturas provenientes de otra dimensión que han colonizado a miembros del Klan y se alimentan de su odio y su violencia. Su presencia en este mundo se materializó en un ritual cerca de Stone Mountain, Georgia, a mediados de la década anterior y sus filas crecieron aupadas por el éxito de El nacimiento de una nación. La película de D. W. Griffith, con su intensa poética, su sesgo supremacista blanco y, aquí, un poco de ayuda mágica, sedujo a muchos de sus espectadores. Armada con su espada y acompañada de dos camaradas, Maryse recorre el estado de Georgia en busca de miembros del Klan para eliminarlos antes de que linchen a otros afroamericanos.

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Sobre Mastodonia, de Clifford D. Simak

MastodoniaNo hace mucho dije en estas páginas que Clifford D. Simak se parecía a Delibes y a Steinbeck, y sí, claro, sólo hay que leerles, pero la imaginería pastoral o rural de Simak no es sólo un escenario, un sugerente tapiz de fondo sobre el que contrasta, cienciaficcionesca, la historia o argumento principal. Ese tapiz es parte de una aleación final en la que la ciencia ficción y el campo se han entretejido hasta crear una tercera estética nueva. Vale. Pero leída, ahora, Mastodonia, la novela de 1976, veo que hay otro apunte que se puede hacer sobre la obra de Simak. Un apunte que se puede extraer de varias de sus novelas, no sólo de ésta –aclaro– y es el de que en la defensa de lo rural no sólo hay una crítica al capitalismo, sino que, además, en el caso de esta novela, lo que hay o hace Simak es fundir en sus páginas al capitalismo con su hermano siamés, el imperialismo, en un todo indesligable (como es indesligable el baile de la pareja que baila).

Veamos cómo lo hace.

Asistimos en la novela a la formación de ese ente de control y dominio que es toda empresa. Para resumir: en la Wisconsin más rural descubren los protagonistas unos pasajes en el tiempo (creados por Catface, el cauto extraterrestre de facciones gatunas, perdido desde hace siglos en la Tierra, esperando volver a casa). Y así es como Catface, que se comunica telepáticamente, les permite visitar el Cretáceo, y ahí es donde el resorte se dispara: el instinto humano por la depredación despierta, hambriento –como era de esperar–, al ver la oportunidad que les ofrece el pasado no para el estudio, claro, sino para lucrarse con la venta de viajes en el tiempo para cazar dinosaurios.

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El tercer mundo después del sol, selección de Rodrigo Bastidas Pérez

El tercer mundo después del solEste 2022 Minotauro ha reactivado la edición de obras originales en castellano a través del sello Laberinto. Entre los primeros volúmenes de la colección hay previstas cuatro novelasEl tercer mundo después del sol. Esta antología seleccionada por Rodrigo Bastidas Pérez supone un acercamiento a la escritura de ciencia ficción en Latinoamérica en la medida que esto resulta posible: en 250 páginas abarca la escritura en una veintena de países con más de 600 millones de personas. Esta limitación, la monumental tarea de cribado, es uno de los puntales del libro. A través de sus elecciones, Bastidas Pérez afianza las ideas enunciadas en su introducción, una serie de concomitancias que no constriñen la variedad del repertorio. El tercer mundo después del sol expone un panorama rico que invita a ampliarse en una exploración ya personal, bien de los escritores aquí presentados, bien de otros de sus países de origen.

Entre esas ideas compartidas destaca la elegida para abrir el libro. A diferencia de una ciencia ficción surgida de la fusión entre ilustración y romanticismo, en la cual la imaginación estuviera sostenida siempre sobre la idea de la ciencia alumbrada durante la modernidad, por diversos motivos expuestos por Bastidas Pérez, en la mayor parte de Latinoamérica existe una necesidad de conectarla con una serie de rasgos culturales cercenados durante la colonización hasta el punto de borrarlos casi por completo. Esta presencia de los pobladores previos a la llegada de los invasores de la península ibérica, sus religiones perdidas, los seres mitológicos de sus culturas y una magia enfrentada a los “alienígenas” del otro lado del océano es el sustrato de “La conquista mágica de América”, de Jorge Baradit. Una ucronía fantástica en la cual las fuerzas vivas sobrenaturales del Nuevo Continente plantan cara a los agentes místicos de dominación llegados desde Castilla. Esta variación del relato de sometimiento y exterminio funciona muy bien mientras ejerce su capacidad de asombro, en el fondo y en una forma donde se hace muy presente un vocabulario novedoso para mi, con la tradición ejerciendo el papel de la novedad, el impacto, el asombro. También pierde un poco de fuelle en las últimas páginas, agotada su sorpresa.

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La exégesis de Philip K. Dick

Philip K Dick Exegesis

Pocas veces se habrá visto una autoindagación tan exhaustiva en la propia obra como la que lleva a cabo Philip K. Dick en su Exégesis. Es –además de autocrítica literaria de primer orden e introspección filosófica– una fascinante e ilustrativa inmersión en los elementos que espolearon su escritura –lo que está detrás de su ciencia ficción es la realidad tal como la veía, aprendemos, desnuda de todo artificio– y así leer este libro de libros es un viaje a su mente, a su entendimiento lúcido de la vida. Libro torrencial, digresivo, omniabarcador, totalizante, sabio y tan sumamente cargado de pensamiento, de creatividad, de puro genio y de vida, que cuesta encontrar un único cauce por el que empezar a describir estas experiencias de lectura. Y si las menciono en plural es porque todo en la Exégesis es plural; hasta el mundo físico que rodea a su autor esconde otro mundo físico que rodea a su autor que le envía mensajes para que lo descifre y lo redibuje en sus imaginarios de ciencia ficción.

Esta exégesis contiene reflexión y autoanálisis, crítica literaria, filosofía, epistolario, tramos autobiográficos, el habitual sentido del humor de Dick: todo el corpus escriturario del autor, exacerbado. Dick descubre, con las visiones que tuvo en febrero y marzo de 1974 –novelizadas en Valis–, que todo lo aprendido o todo lo que se le reveló en aquellos momentos estaba ya contenido, sutilmente y sin que fuera consciente de ello, en su obra anterior. Es decir: esas visiones vinieron a confirmar lo que en él ya era intuición. Le sirvieron para romper con la representación pactada y espuria de la realidad, esa que nos viene impuesta a todos, y para ver lo que había –hay– detrás, y ponerlo por escrito en sus visiones de ciencia ficción. Le sirvió para ver que llevaba toda la vida intuyendo esas realidades metafísicas. Una inteligencia fuera de lo común, la de Dick, y una valentía especial, la suya, para poner todo eso por escrito. Ver más allá de las apariencias, ver en la luz el tránsito de la luz, está al alcance de pocos, y hacerlo te puede abocar a la soledad y a la incomprensión.

A lo que más se parece una buena parte del océano de estas páginas es a la poesía de san Juan de la Cruz. Porque así como san Juan de la Cruz tuvo experiencias místicas y, para entenderlas y representarlas, acudió al lenguaje profano, desplazó unas pocas, pertinentes palabras del entorno que les era natural y las reubicó en una nueva realidad metafísica, y creó, así, una imaginería distinta que, de repente, contenía un potencial significante capaz de descifrar y eternizar por escrito lo que vio, así también tuvo Dick sus propias visiones metafísicas (con las que reafirmó su entendimiento esencial de la vida) y, para representarlas, acudió al profano entorno de callejones y dependientes y residuos al que asistimos en su narrativa, y desde ahí se atrevió a deshojar la realidad y decir su corazón con palabras también profanas que aludían a lo que trasciende a ese entorno urbano y sucio, con un revestimiento de ciencia ficción, es decir, de doble profanidad, y lo hizo sin la necesidad de la prestigiante piel de un lenguaje codificado y ya preconcebido como intrínsecamente legítimo. Así san Juan de la Cruz y Philip K. Dick vieron lo que hay más allá de las apariencias, reinventaron la profanidad para decir esa realidad metafísica, y, de paso, dignificaron lo que se consideraba indigno. Que es una de las formas de la revolución.

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Marvel vs DC, de Reed Tucker

Marvel vs DCEsta historia del enfrentamiento entre dos editoriales sinónimo de superhéroes ofrece justo lo que promete: da testimonio de una rivalidad iniciada en los años 60 (antes no había combate), extendida durante seis décadas y con un ganador incontestable. Para montar su relato Reed Tucker acude biografías, artículos en diversas publicaciones, entrevistas con los protagonistas, y desmenuza los sucesivos encuentros y, sobre todo, desencuentros entre ambas. Los grandes hitos, los castañazos, las maniobras trapaceras para controlar a la competencia, la contratación de autores, las movidas de la distribución, se describen con detalle justo para el lego. Supongo que los fanes totales hubieran deseado una mayor profundidad, detenerse más en las cuestiones apuntadas, pero entonces habríamos tenido un libro más voluminoso y menos ágil. Dada la deficiente publicación en España de los tebeos de DC en comparación con el universo Marvel durante grandes períodos de tiempo, y la falta de un libro de referencia como Marvel Cómics. La historia jamás contada, de Sean Howe, puede ayudar a completar un paisaje hasta ahora fundamentalmente contado desde uno de los lados. Aquí radica el principal interés del libro: ver la feria desde las oficinas de DC y su diálogo con la historia establecida de Marvel.

Es divertido leer la sorpresa de Mort Weisinger y el resto de su equipo editorial ante el fenómeno Marvel de los 60, un chascarrillo que va y viene durante muchas páginas y ofrece momentos hilarantes. Estaban desbordados por su incomprensión ante el atractivo de unos tebeos plagados de dibujos “feotes”, diseños y colores extravagantes y portadas que iban contra el estándar que habían establecido unos años antes cuando personajes como Flash o Linterna Verde abrieron la Edad de Plata de los superhéroes. Tras dos décadas dominando el mercado, mes tras mes el público joven los abandonaba a cientos. Reed Tucker, además de las ideas habituales (las diferentes concepciones de universos compartidos; la facilidad para conectar cuando el escenario está más cerca de nuestra realidad cotidiana), describe alguna de sus reuniones y la medidas que abordaron para intentar contrarrestar y emular sus logros. Son los primeros ladrillos de una política errática incapaz de seguir el paso marcado primero por Stan Lee y Martin Goodman y, después, por sus diferentes “herederos”. Un sendero que los llevó hasta un segundo puesto en el mercado y multitud de problemas. Algunos de los cuales también han contagiado a Marvel.

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Mis otros cinco libros de ciencia ficción

Los últimos días he estado siguiendo con interés cada artículo de la serie “Mis cinco libros de ciencia ficción”. Si pienso en los títulos y autores que me fueron formando como lector del género, seguramente estén todos o casi todos ahí; la mayoría los leí hace un porrón de años y unos pocos siguen aún en la pila. Encuentro, sin embargo, que estos últimos también están aparcados en la montaña inacabable desde tiempos remotos… ¿por qué? Me pregunto si esto se debe a que el género no ha evolucionado lo suficiente, pero lo descarto de inmediato: rechazo creer que todo quedó definido en una horquilla temporal cuyo punto más próximo se encuentra hace 40 años.

Por lo general, he visto que casi todas las listas se basan en el criterio de “lo que más me impactó / marcó”, etc. Un planteamiento sujeto a muchos condicionantes y quizás capcioso ya que, en mi humilde opinión, lo que tiende a salir son siempre los clásicos, las obras con más recorrido, aquellas que han pasado el filtro de los años y cuyas imágenes se han convertido en referente. Hay algunas excepciones, por supuesto. He contado cinco o seis cosas publicadas en el siglo XXI. En este sentido, quizá el artículo de Adolfina García sea el que más se acerca a nuestros días. Ella, que se define como un garbanzo negro en el fandom, ha hecho una lista valiente.

Este artículo pretende ser una respuesta que huya de los vicios con los que me he topado en la serie. A su vez, se inspira en las mismas ideas, pues se trata de libros que me han marcado profundamente y que reafirman mi fe absoluta en el género. La diferencia es que todos ellos se publicaron en el pasado reciente, ninguno tiene más de quince años. Tampoco los ha seleccionado nadie hasta ahora (por mucho que me pese prescindir de cierta novela). Si se convertirán en futuros clásicos, no lo sé. Pongo en la mano en el fuego por alguno. Quiero mirar hacia delante, no hacia atrás; ni siquiera voy a mencionar a mis autores favoritos de todos los tiempos. Que habrá polémica, eso es seguro. Igual alguien hasta me llama tramposo. Pero no adelantemos acontecimientos, voy directamente al grano: sin ningún orden en particular, estos son mis otros cinco libros de ciencia ficción.

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Fracasando por placer (XXXVII): Ron Goulart

Ron Goulart

Se murió a comienzos de año Ron Goulart. Tenía 89 años, los había cumplido el día antes, estaba en una residencia. No he leído ningún libro suyo y no sabía gran cosa de él. Fue redactor publicitario antes de que su modesto éxito publicando a diestro y siniestro le permitiera convertirse en escritor a tiempo completo, con los sacrificios que eso conlleva si no consigues llegar a ser una estrella. Veo que tenía 180 libros publicados, porque hacía mucho material franquiciero, mucho refrito: tiene unas novelas que se firmó William Shatner pero escribió él, seis de Flash Gordon, siete de Vampirella, seis de una serie en la que Groucho Marx actúa como detective, la novelización de Cleopatra Jones, etcétera. Sólo tiene traducida al castellano la novelización de Capricornio Uno, sobre el guión original de Peter Hyams que dio visibilidad a la conspiranoia lunar. Se le consideraba un experto en general en la cultura popular, y escribió también ensayos.

Leo algunas curiosidades en el obituario de una cierta amplitud que le dedicó el New York Times, reproduzco una de ellas:

Una de las novelas de ciencia ficción más conocidas de Goulart fue After Things Fell Apart (1970), situada en 1995 después del colapso de los Estados Unidos. Cuenta la historia de un detective enviado a investigar los asesinatos cometidos por una organización lesbiana separatista radical llamada Mankill. Los escenarios de la obra incluyen Viena West, una recreación de la Viena de Freud; un motel dirigido por el FBI; y el Festival de Jazz Mecánico de Monterey, que muestra música de pinballs y lavadoras. La novela fue nominada al premio Edgar de la Mystery Writers of America y fue el primero de los cinco libros de una serie llamada “América Fragmentada”, que escribió a lo largo de las siguientes décadas.

La razón por la que decidí escribir sobre él no está ligado a todo esto, que no sabía o no recordaba (sí tengo Capricornio Uno en alguna parte). Es porque el de Ron Goulart era uno de esos nombres poco notorios de la fauna de las revistas de cf que a mí me hacía dar el visto bueno a un ejemplar. Las revistas estadounidenses suelen destacar el título de un contenido en portada (por lo general el más largo o el del autor más conocido, en alguna ocasión un texto que quieren destacar por su calidad), y luego los nombres sueltos de otros escritores destacados del número. No he conseguido dar con ninguna revista en la que el material de Goulart sea considerado el principal, el que merece que se cite su título en portada. Pero su nombre está en incontables ocasiones entre los secundarios. También hay alguna en la que figuran únicamente los nombres en orden de teórica relevancia: he encontrado un The Magazine of Fantasy & Science Fiction que reza simplemente, sin títulos: “Isaac Asimov. Ron Goulart. Wilson Tucker. Evelyn E. Smith”. Y yo, cuando veo una revista así, pienso durante un microsegundo: “Ah, Goulart, bien”. En ese caso, además, “ah, Wilston Tucker y Evelyn Smith. Pero qué bien”. Buenos rellenos. Quizá historias de calidad incluso, sorpresas bienvenidas. No serán contenidos vacíos producidos en el seno de un taller literario, eso fijo. Tendrán un argumento suficiente, estarán bien escritas. Goulart era calificado como camaleónico, quizá como un chiste sobre una de sus series más conocidas, y esa era también mi impresión: si bien una suerte de distopía humorística de baja intensidad era su sello más frecuente, podías encontrarte cualquier cosa en los textos firmados por él, y como mínimo sería profesional y tendría una idea curiosa sobre la que sostenerse.

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Cuando duermo, veo claro. Balbuceos en torno a Twin Peaks

Bienvenidos a Twin Peaks

És quan dormo que hi veig clar.
(Es cuando duermo que veo claro)

J. V. Foix

No sería raro que, ante la ingrata tesitura de tener que decidir cuál es la mejor serie de la historia, muchos fuésemos a lo seguro apelando a la persuasiva autoridad de Los Soprano o The Wire; pero si, pasado el primer alboroto mental por decidir, frenásemos un segundo, también podría ser que, de entre la muchedumbre, facilitando la tarea, se irguiese –precursora e insuperada– Twin Peaks. Muy bien podría ser. Al fin y al cabo, es un pueblo idílico, Twin Peaks: pequeño, acogedor, rodeado de bosques, cataratas y pájaros cantores, tan calmo que uno quisiera vivir ahí para siempre y no preocuparse nunca de nada. Con esas vistas y esa paz. David Lynch y Mark Frost crearon esa atmósfera, en ese mundo, y debajo le pusieron dinamita.

El pueblo es un espacio cercado y Lynch y Frost generan una atmósfera asfixiante y un ritmo de vida familiar pero astillado, que tiene sus pautas visuales en las tomas que se introducen entre escena y escena (árboles agitándose, semáforos en rojo, últimas horas de la tarde, la noche: todo es ominoso en esas estampas). Recrean la vida de la gente que prefiere vivir aislada, con sus costumbres y aficiones previsibles, pero donde también hay fisuras –fracturas abismales–, y es ahí donde la cámara y la historia se adentran. En Twin Peaks hay un contraste frontal entre las apariencias y la realidad, como si hubieran reconcentrado lo irreconciliable hasta límites explosivos. (Utilizando otro lenguaje, otra sintaxis, John Carpenter hizo algo parecido con el imaginario de pueblo en los estados de Nueva Inglaterra).

Pero se da todo en un entorno como bucólico, con una iluminación natural que aviva los colores en la serie. En los exteriores la fotografía es cristalina, con esa luz de primera hora de la mañana que le da a las tomas un aire de frescura y plenitud. La ambientación, la paleta de colores, el vestuario: todo nos trae de golpe el carácter hogareño, cobijado, de la vida ralentizada de un pueblo entre montañas, y también nos trae algo circunstancial que no quiero dejar de mencionar: la pauta visual de los años noventa. Aunque no pueda capturar la plena idiosincrasia de la década, al rodarse muy a principios, sí que anticipa algunos rasgos identificativos de esos años que hacen que revisitar la serie ahora tenga un componente de recuperación nostálgica del imaginario de la infancia o la adolescencia. Pienso en el vestuario, en esos peinados que ya no son los de los ochenta, en los coches y en la decoración de interiores. En la sobreiluminación constante (algo que también se menciona en la muy autoconsciente Scream 5, por cierto, como rasgo destacable del cine de la década).

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Mis cinco libros de ciencia ficción (y 9)

PórticoMe resulta casi imposible seleccionar los cinco mejores libros de ciencia ficción. No se trata solo de que son demasiadas las que subirían al pódium, sino que mi visión actual de lo que es la calidad de una obra literaria es tan compleja y tan dependiente de lo contextual, de lo efímero, que me parece falaz cualquier posición absoluta.

Por este motivo, me he planteado más algo que tenga que ver con mi visión del género. La ciencia ficción para mí debe siempre impactar. Perdón… IMPACTAR.

Me gusta que en este impacto interaccionen dos ideas: una serie de inquietudes humanas socio-políticas, psicológicas, culturales que me hagan leer dos veces lo que acabo de descubrir y, por otra parte, el juego con lo sublime, a ser posible relacionado con lo anterior.

Lo formal importa en todo ello, claro.

Por «sublime» entiendo esa sensación de desbordamiento relacionada con dimensiones (físicas, en general) que superen las expectativas humanas habituales.

Todo ello debe ser plausible científicamente en mi cabeza, no necesariamente en mi realidad actual. Es decir, basta con que se me sugiera que lo que se me describe no tiene origen mágico ni divino en el sentido metafísico habitual del término para que lo sienta como plausible. Comparto, por cierto, con Nacho Illarregui mi hastío ya casi insoportable con todos los que buscan predicciones o augurios en la cf como si el género fuera un oráculo para tontos en vez de un juego ficcional con el presente.

Claro… En este sentido, actualmente mis obras favoritas de cf quizás sean las apariciones de Galactus en los comics Marvel, la trilogía de precuelas de Star Wars, el videojuego Mass Effect o el manga Moonlight Mile, porque además los últimos años he aprendido a valorar la space opera y centro en ella casi todas mis lecturas como jamás había hecho en el pasado. Pero esto va de literatura.

Por todo ello, he decidido rememorar cinco obras que me impactaran mucho, más que ninguna en esa misma época, cuando las leí y que las ondas de ese impacto me lleguen hasta hoy.

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Mis cinco libros de ciencia ficción (8)

NeuromanteEs complicado elaborar la lista de las cinco mejores obras de un género literario tan diverso y amplio, que ya contaba con excelencias antes de que, hace casi un siglo, se le pusiera nombre. La cantidad de libros escritos es ingente y el número de obras maestras elevado. Para colmo, el ser humano y las apreturas nunca se llevan bien (hay personas que se ven incapaces de valorar un libro en una app ciñéndose a un baremo de cinco estrellas, figúrense). Lo mejor que se puede hacer en estos casos es ajustarse a la premisa principal del encargo, así que he configurado esta suerte de top five tratando de ser lo más riguroso posible.

Ninguno de los libros que he incluido aquí están presentes por otro motivo que el de parecerme, realmente, las mejores obras de literatura de ciencia ficción que he leído. No he seguido criterios de utilidad, no he colocado una obra por representación de otras o porque sirva de comodín para explicar todo un movimiento ni por cuota temática. Pueden reunir esas características, por supuesto, ser seminales o resumir todo el género, como ocurre en algún caso, y me referiré a ello en sus apartados correspondientes, pero son virtudes que aluden a la propia obra, no están ahí para dar visibilidad a sus referentes ni, mucho menos, a sus herederos. Estas novelas (pues los cinco libros citados pertenecen a ese género literario) no están en la lista por una labor didáctica, para abarcar lo máximo posible dentro de su género temático, sino porque la calidad intrínseca que poseen, basada en diversos órdenes, me parece superior a la del resto.

Por poner un ejemplo, entre mis elegidos no figura ni una sola de las grandes distopías: La máquina se para, Nosotros, Un mundo feliz, Farenheit 451 o 1984. Todas estas representantes de la falsa utopía, son, a mi parecer, obras mayúsculas. Si hubiera incluido la novela de Orwell, mi preferida entre todas ellas, el subgénero más relevante de la ciencia ficción política, la que más prestigio ha alcanzado, habría quedado representado. No lo he hecho, sencillamente, porque creo que hay cinco novelas de otras temáticas que son mejores que 1984. Sin más. Tampoco he mirado a los autores, por supuesto. Jamás he creído que su sexo, raza, edad, credo, nacionalidad o ideología tengan nada que ver con la calidad de la obra, así que, en una lista basada en esa característica, tanto la biología del autor como su intención pintan, a mi entender, poco o nada.

Como todas las propuestas de este tipo, la lista va a generar una inevitable crítica a las ausencias. En estos tiempos tan amigos de los extremos, que una obra no figure aquí va a significar para unos cuantos mi declaración de que no considero tal o cual libro lo suficientemente bueno. Nada más lejos de la realidad. Detrás de estas cinco podría citar decenas de novelas que me parecen obras maestras, el máximo calificativo que le otorgo a una obra artística. Lo único que señala su ausencia es que las elegidas me parecen mejores. Es mi opinión personal, nada más. Seguro que la gran mayoría de lectores de esta selección tiene preferencias distintas. De hecho, estoy convencido de que habrá pocas coincidencias entre las listas de todos los que participamos, pues el canon, si es que hay alguno, es muy amplio.

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