Me resulta casi imposible seleccionar los cinco mejores libros de ciencia ficción. No se trata solo de que son demasiadas las que subirían al pódium, sino que mi visión actual de lo que es la calidad de una obra literaria es tan compleja y tan dependiente de lo contextual, de lo efímero, que me parece falaz cualquier posición absoluta.
Por este motivo, me he planteado más algo que tenga que ver con mi visión del género. La ciencia ficción para mí debe siempre impactar. Perdón… IMPACTAR.
Me gusta que en este impacto interaccionen dos ideas: una serie de inquietudes humanas socio-políticas, psicológicas, culturales que me hagan leer dos veces lo que acabo de descubrir y, por otra parte, el juego con lo sublime, a ser posible relacionado con lo anterior.
Lo formal importa en todo ello, claro.
Por «sublime» entiendo esa sensación de desbordamiento relacionada con dimensiones (físicas, en general) que superen las expectativas humanas habituales.
Todo ello debe ser plausible científicamente en mi cabeza, no necesariamente en mi realidad actual. Es decir, basta con que se me sugiera que lo que se me describe no tiene origen mágico ni divino en el sentido metafísico habitual del término para que lo sienta como plausible. Comparto, por cierto, con Nacho Illarregui mi hastío ya casi insoportable con todos los que buscan predicciones o augurios en la cf como si el género fuera un oráculo para tontos en vez de un juego ficcional con el presente.
Claro… En este sentido, actualmente mis obras favoritas de cf quizás sean las apariciones de Galactus en los comics Marvel, la trilogía de precuelas de Star Wars, el videojuego Mass Effect o el manga Moonlight Mile, porque además los últimos años he aprendido a valorar la space opera y centro en ella casi todas mis lecturas como jamás había hecho en el pasado. Pero esto va de literatura.
Por todo ello, he decidido rememorar cinco obras que me impactaran mucho, más que ninguna en esa misma época, cuando las leí y que las ondas de ese impacto me lleguen hasta hoy.
No es que haya sido una decisión fácil, pero al menos he podido acotar bastante. Quizás para muchos las mejores novelas de cf sean Solaris o Los desposeídos, y lo entiendo perfectamente, pero no me impactaron tanto como para decir: «Quiero ponerlas en el Olimpo antes que las demás».
Sí, hay un factor subjetivo en todas estas decisiones, pero es que en mi subjetividad están implícitas mis opiniones sobre trabajo de lenguaje, de imaginarios, de interacción entre argumentos y personajes, de relación entre forma y concepto, de ideología… Es decir, cada vez me cuesta más separar entre criterio de calidad y gusto personal. No creo nada en «Es muy mala novela, pero a mí me gusta». Lo que sí considero es que mi criterio de calidad no es universal y no tiene por qué ser compartido, aunque sí se basa tanto en mis experiencias vitales como en mi trabajo académico. ¿Estoy diciendo que relaciono directamente mi gusto con las inexistentes leyes de la literatura? No, pero sí, pero no…
Por qué esos cinco mejores libros, venga, ya.
Me jode mucho no poder incluir así en bruto las sagas de Las máquinas de Dios, de Jack McDevitt, o la saga de La cultura, de Iain Banks. Pocas lecturas me han impactado como estas sagas, pero las novelas de McDevitt, sueltas, no pueden compararse con Dune, ni de lejos, creo. Y de la Cultura ninguna me impresionó como A barlovento, pero me consta que se debe a lo que traía leído de la saga, no solo a las virtudes de la novela.
Tampoco voy a incluir la que más me ha impactado en los últimos tres años: Legado, de Claudia Gray, por tratarse de una obra sobre Leia Organa que tiene mucho que ver con mis estudios sobre la saga de Star Wars. Es todo tan relativo en estética…
Así que ahí va mi lista, dependiente, sin duda, de sus momentos de lectura:
- Crónicas marcianas.
- La mano izquierda de la oscuridad.
- El hombre en el laberinto.
- Pórtico.
- Casa de soles.
No tengo duda de que en las décadas de los 60 y los 70 del siglo XX se dieron una cierta serie de características socio-histórico-culturales que provocaron una intensa y densa producción de cf, con la subsiguiente creación y desarrollo de un desbordante imaginario. Coincidió con la creación del imaginario de cómics Marvel y el desarrollo de la música rock, los dos grandes hitos de la cultura contemporánea occidental. Hoy en día se estudian esas décadas como el último momento de gran creatividad estética, que se debió seguramente a varios factores relevantes:
- La explotación comercial sin precedentes de la cultura popular.
- La aceptación del imaginario pulp como fuente de inspiración para creadores estéticos de todos los ámbitos, con la consecuente fusión de tradiciones canónicas y populares.
- La defensa, en muchos países occidentales, de una fuerte democratización y una lucha por los derechos civiles.
- El desarrollo de la TV como medio de difusión.
- El agotamiento de una enseñanza de elite basada en tradiciones muy rígidas, superada por el autodidactismo colaborativo de grupos de artistas de diferentes ámbitos.
Si todo esto influyó en las grandes cumbres del rock, lo mismo ocurrió con la literatura de cf. En el cómic, en el cine y en la arquitectura, faltaría todavía poco más que una década para un desarrollo similar, aunque las bases del cómic ya habían sido puestas por Jack Kirby, Stan Lee, Roy Thomas y demás creadores. En el cine, serían los años ochenta los que asumirían este tipo de desarrollo estético, aunque obras como 2001, la primera película de Star Wars o Alien ya estaban cruzando ese agujero de gusano hacia el futuro.
La cf del momento bebe de todo esto y es, quizás, mucho más influyente en el rock y en el cómic que lo que se suele creer, puesto que no nos faltan testimonios de grandes figuras como David Bowie o John Byrne que aseguraban leer asiduamente obras del género. Considero que estas circunstancias históricas marcaron de tal modo la cf que no resulta extraño que los cánones siguientes estén saturados de obras de esos años.
¿Es peor la cf posterior? Cada día lo creo menos, como ya explicara Santiago L. Moreno en este mismo medio acerca de las mejores novelas de cf del siglo XXI. Sin embargo, también considero que al llegar el siglo XXI ya había muchísimo desarrollado y era difícil una creación nueva de imaginario de tal envergadura, aunque podamos ver nuevas formas de entender el género en propuestas como las de Kameron Hurley, Ted Chiang, Audrey Niffenegger, Greg Egan o Liu Cixin.
Con todo, las primeras obras que me vinieron a la mente para esta lista eran de las dos décadas mencionadas y solo tras un autoanálisis sobre mis lecturas decidí meter una novela anterior y una posterior. Pensé en meter novelas españolas o hispanoamericanas que me hubieran impactado mucho y a ese nivel solo se me ocurrieron La sonrisa del gato, Mundos en el abismo, La piel fría y Plop. Sin duda, las dos primeras me revelaron lo que podía hacerse en España, impresionándome como pocos libros lo habían conseguido, pero las relecturas no me han impresionado tanto como aquel primer acercamiento, pese a su indudable y desbordante calidad.
En fin, con la explicación de sus motivos por los que me impactaron las incluidas en esta selección, espero que te sirva de herramienta de lectura si decides acercarte (quizás de nuevo) a ellas, que al final es lo único importante: ayudar a disfrutar.
La mano izquierda de la oscuridad (1969), de Ursula K. Le Guin. Leída en torno a 1989, releída varias veces.
Sin duda, el libro de cf que más me ha impactado en toda mi vida, por todo lo que implicaba, diegético (el texto en sí mismo) o extradiegético (implicaciones más allá del texto), ha sido La mano izquierda de la oscuridad.
En aquella primera lectura, encontré hermosísimas palabras que estaban completamente vinculadas con aquello que se narraba. Me educó un padre feminista, pero lo que se me contaba en casa apenas lo encontraba ni en la realidad ni en la literatura. Tampoco lo encontré en esta novela, porque la novela iba mucho más allá de la defensa de la igualdad de derechos, sino de toda la cultura -increíblemente resumida- de un mundo donde no había diferencias de género permanentes, sino que vivían la sexualidad y la identidad de maneras… alienígenas, pero plausibles. No se plasmaba solo por el argumento o las descripciones psicológicas o de acciones. Se plasmaba a través de mitos que en aquel planeta eran universales y poéticos, de intensa poeticidad. Eso me ayudó a entender mejor mi presente. No encontré en ella lo que mi padre me transmitía en casa, sino algo que superaba el debate de la realidad y lo llevaba a lugares aún más importantes.
Crónicas marcianas (1950), de Ray Bradbury. Leída en torno a 1989, releída varias veces.
También fascinado por la armonía de las palabras, me sorprendió Crónicas marcianas. No es ni la novela que más me ha gustado ni la más representativa de la cf (tiene pasajes que contradicen la esencia de la cf, en mi opinión), pero curso tras curso explico en clase a través de ella lo que la construcción de una simbología humanística puede estar tras las connotaciones de las palabras: cómo conceptos como «tiempo», «vejez». «soledad», «empatía», «el Otro», «desconocimiento», «paisaje», «Marte» muestran mucho más su significado al alejarlos de las referencias exactas de las que nacieron. El Marte de Bradbury es, en mi opinión, la atmósfera poética de cf por excelencia: la sensación de encontrarte al mismo tiempo en otro mundo y en el tuyo, a través de las metáforas y la vinculación con el Universo. Crónicas marcianas me revela aún, cuando la leo, la fragilidad de nuestras convenciones, pero con la ternura y la humanidad de quien las acepta como tales.
Casa de soles (2008), de Alastair Reynolds. Leída en torno a 2016.
Casa de soles puede parecer fuera de lugar en esta lista: una novela irregular (como todas las de Reynolds, en mi opinión), con una trama poco innovadora (en cuanto a juegos de conflictos psicológicos trasladados a causalidades) y demasiadas páginas.
Sin embargo, en ninguna novela he sentido con mayor fuerza el paso del tiempo cósmico y la manera en que la inmortalidad (que no es tal en la novela, sino un juego einsteniano) percibiría nuestras efímeras vidas. No solo se trata de una percepción realista y monstruosa de la vida y la muerte de las civilizaciones, sino de la de la ética de quienes son conscientes de ellos. Considero el sentido de lo sublime de la novela solo comparable con el de las novelas más ambiciosas de La Cultura, pero desde una posición mucho más salvaje, que me hizo ver la actual cf de otro modo.
Pórtico (1977), de Frederick Pohl. Leída en torno a 1995, releída varias veces.
¿Qué tiene Pórtico, de Frederick Pohl, que no tiene ninguna otra novela, de cf o de cualquier otro género? Todo. No solo fluye la narración, sino que la finísima línea entre humor negro, exploración espacial, aventuras, profundización psicológica, tragedia y soterrada crítica socio-política crean un texto que parece un género en sí misma, si otra novela fuera capaz de imitarla. Algo imposible. Todo funciona por saturación: los anuncios son extremos, la psicología del protagonista es extrema, los planteamientos del viaje espacial son extremos… Para mí, supera a obras maestras similares del primer contacto con la cultura extraterrestre ausente, como Pícnic junto al camino o Cita con Rama, por su densidad de elementos y de propuestas sintetizadas. No se trata tanto de la proyección de nuestras inquietudes a través de las metáforas directas como de las implicaciones simbólicas de las acciones que narra. Y los Heechee, claro.
El hombre en el laberinto (1969), de Robert Silverberg. Leída en torno a 2013.
Entre Cita con Rama y La guerra interminable, me he quedado finalmente con El hombre en el laberinto, de Robert Silverberg, de quien también podría haber incluido Muero por dentro. Pese a dos últimas páginas olvidables, nada me preparó para la fuerza de esta premisa enloquecida. De nuevo, una novela de artefacto: ese objeto de cultura perdida cuya naturaleza jamás acabo de entender por completo, pero que cambia mi vida. De nuevo, un protagonista al límite. Todo ello, unido en la inmensa metáfora del laberinto, como espacio y como metáfora de la complejidad de la mente humana. Lo extraño desde lo plausible lleva a un enfoque que en cualquier otro género habría sido «surrealista», en la acepción más técnica e histórica del término, pero que aquí se equilibra de manera rigurosa con una trama entretenida y una atmósfera tan cercana como distante. Creo que jamás he sentido una extrañeza tan viva y tan inteligible como leyendo esta novela.
No obstante, como dije, cada vez creo más que el gusto y la calidad son efímeros. Considero que si una obra literaria «envejece bien» es porque los nuevos paradigmas culturales deforman parte de su sentido o porque aún siguen inquietándonos ciertas cuestiones mientras pasamos otras por alto. Hace mucho que no creo en absoluto que el tiempo ponga cada cosa en su sitio (como si el Tiempo fuera el caprichoso y lejano dios cristiano o como si hubiera un proyecto de evolución ajeno al ser humano). Pienso que el caos domina la evolución del ser humano, así que no comparto de ningún modo que las obras que «sobreviven» lo hagan porque sean mejores que otras que se han quedado «obsoletas». Muchas de esas serán quizás, «redescubiertas» dentro de décadas porque de repente vuelven a interesar sus formas o sus fondos o porque de repente un grupo cree haber visto en un autor «lo que nadie vio», como pasa hoy con tantas «descubridores» de las obras de Le Guin o de Philip K. Dick.
Hoy (y es un Hoy muy rotundo) disfruto estos cinco libros. Carpe diem.