Parasyte, de Hitoshi Iwaaki

Aprovechando que Planeta tiene prevista su publicación en castellano para este próximo octubre, es un buen momento como cualquier otro para  recomendar Parasyte, un manga de terror, ciencia ficción y unos cuantos géneros más, que fue serializado desde 1988 a 1995 en la revista para jóvenes adultos Afternoon, y que ha vuelto a gozar de cierta popularidad gracias a una adaptación al anime y otra a imagen real, ambas estrenadas en el 2014. No es de extrañar este redescubrimiento, Parasyte, el manga original, es uno de los tebeos más adictivos que he tenido el placer de echarme al rostro. Y que además no se extiende demasiado, ocho volúmenes en la edición norteamericana de Kodansha del 2011, para una historia perfectamente cerrada que no se estira artificialmente y que siempre va al grano.

Parasyte narra las desventuras de Sinichi Izumi, un adolescente normal y corriente del Japón, con su novia de toda la vida, sus clases de instituto, sus deportes y sus cosas. Hasta que una noche cae sobre la Tierra una extraña lluvia de ADN brillante y Sinichi se despierta de buena mañana con un bicho en el brazo derecho. No exactamente en el brazo, sino en vez del brazo. Resulta que el bicho es un parásito simbionte extraterrestre que, por culpa de unos auriculares, no pudo penetrar en el cerebro de Sinichi a través del oído para hacerse con el dominio completo de su cuerpo, así que tuvo que conformarse con una extremidad, importante, pero extremidad al fin y al cabo. Pero además resulta que el bichín, de nombre Migi (“derecha” en japonés) es extremadamente inteligente, capaz de comunicarse con Sinichi y además le otorga una fuerza y velocidad superior a lo normal. Y muy convenientemente para el buen transcurso de la narración por los cauces que le interesan a Iwaaki, Migi es capaz de tomar forma de mano humana para que la vida normal de Sinichi no se vea afectada. Pero claro, Sinichi no ha sido el único ser humano “poseído” por este ADN extraterrestre y poco a poco se ve envuelto en un pifostio de escala global, una aventura entre la invasión extraterrestre caníbal y las historias de conspiraciones, en la que Sinichi y Migi desarrollan una historia de amistad y aprendizaje mutuo, partiendo cada uno de un hemisferio diferente (Sinichi desde la empatía, Migi desde la fría lógica de la supervivencia) y en la que colaborar será fundamental para sobrevivir.

El resultado es una curiosa combinación de folletín de horror gore, el Amos de títeres de Heinlein, las obsesiones de Cronenberg y el tebeo japonés de estudiantes de instituto. Aunque a medida que avanzaba la historia, se iba instalando en mi cabeza la idea de que estaba leyendo una versión de Spiderman en forma de tebeo de horror y ciencia ficción, cambiando la araña radioactiva por un simpático parásito con una personalidad a medio camino entre el Dr. Spock y Doraemon. Probablemente se trate de una idea sin fundamento, pero me intrigaron algunos rasgos comunes a ambas obras; Shinichi se decide a luchar contra los otros simbiontes por el sentido de la responsabilidad originado en los poderes que posee gracias a Migi, al igual que Peter Parker es un gafe para todo el que tiene la desgracia de cruzarse en su camino, trae a su novia Satomi por el camino de la amargura con sus súbitas desapariciones y su doble vida, y hasta hay momentos que parecen homenajes o comentarios a las aventuras clásicas del arácnido, sobre todo en el caso de los padres de Sinichi o la resolución del triángulo amoroso con otra compañera del instituto, Kana, un personaje muy carismático que parece mismamente un trasunto de Mary Jane Watson. Incluso, en una escena que hizo muchísima gracia, Sinichi pierde la virginidad con su sufrida novia en un tejao, justo antes de afrontar la batalla final, subrayando finamente uno de los temas principales del tebeo que comparte con Spiderman, la llegada a la madurez de Shinichi/Parker.

Es más, el dibujo de Iwaaki recuerda al estilo de Ryoichi Ikegami (dibujante de la versión japonesa de Spiderman) pero en algo tosco, siendo este el único defecto que se le podría reprochar a la serie. No en la narrativa, que el tebeo se lee prácticamente sin querer como ocurre con la mayoría de mangas, pero sí se nota en la rigidez de los personajes o en las escenas más sangrientas y brutales, que aunque resultan muy imaginativas, sorprendentes e incluso humorísticas, la falta de habilidad de Iwaaki nos escatima ese puntillo sublime, incluso sobrecogedor, que alcanzan otros maestros del terror japonés (hay que tener en cuenta que la serie comenzó a publicarse en 1988 y el grafismo se ha quedado un poco de la época). Pero como rezaba la Regla de Oro que aprendí de chaval y que he seguido al pie de la letra durante toda mi vida de lector de tebeos; “mejor un buen guión con un dibujo mediano que un mal guión con un dibujo exquisito”, y en el aspecto argumental Iwaaki va sobradísimo, con un férreo y tremendamente habilidoso control de la intriga mediante el oportuno golpe de efecto (antes que Robert Kirkman estaban los mangakas) y la alternancia de géneros y tonos; ahora batallas superheroicas con oponentes cada vez más tremendos (siguiendo la tradición del tebeo japonés que dice que es la grandeza del enemigo la que da la medida del héroe), ahora un momento gore terrorífico, ahora un interludio en el instituto, ahora un momento romántico, ahora una conversación para definir personajes, ahora un rato de conspiranoia… convirtiendo la lectura, sobre todo en los primeros volúmenes, en un gozoso, y por supuesto, adictivo, placer folletinesco.

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Parasyte (Kiseijū), de Hitoshi Iwaaki.
Kodansha America Inc. (2011/2015). 8 volúmenes. Idioma inglés.
290 pp. 10€ c/u.

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