No hace mucho dije en estas páginas que Clifford D. Simak se parecía a Delibes y a Steinbeck, y sí, claro, sólo hay que leerles, pero la imaginería pastoral o rural de Simak no es sólo un escenario, un sugerente tapiz de fondo sobre el que contrasta, cienciaficcionesca, la historia o argumento principal. Ese tapiz es parte de una aleación final en la que la ciencia ficción y el campo se han entretejido hasta crear una tercera estética nueva. Vale. Pero leída, ahora, Mastodonia, la novela de 1976, veo que hay otro apunte que se puede hacer sobre la obra de Simak. Un apunte que se puede extraer de varias de sus novelas, no sólo de ésta –aclaro– y es el de que en la defensa de lo rural no sólo hay una crítica al capitalismo, sino que, además, en el caso de esta novela, lo que hay o hace Simak es fundir en sus páginas al capitalismo con su hermano siamés, el imperialismo, en un todo indesligable (como es indesligable el baile de la pareja que baila).
Veamos cómo lo hace.
Asistimos en la novela a la formación de ese ente de control y dominio que es toda empresa. Para resumir: en la Wisconsin más rural descubren los protagonistas unos pasajes en el tiempo (creados por Catface, el cauto extraterrestre de facciones gatunas, perdido desde hace siglos en la Tierra, esperando volver a casa). Y así es como Catface, que se comunica telepáticamente, les permite visitar el Cretáceo, y ahí es donde el resorte se dispara: el instinto humano por la depredación despierta, hambriento –como era de esperar–, al ver la oportunidad que les ofrece el pasado no para el estudio, claro, sino para lucrarse con la venta de viajes en el tiempo para cazar dinosaurios.
Antes que las ya conocidas defensas del mundo rural que hace Simak en sus escritos, antes que la crítica a la velocidad de las grandes ciudades, en esta novela tenemos la ejemplificación, paso por paso, de un proceso capitalista-imperialista de aniquilación de la vida para mayor provecho de unas élites determinadas (en este caso, manos privadas del sector turístico que organizan safaris para cazar dinosaurios). La novela es, repito, de 1976. Lo peor (o lo mejor, en realidad, porque es así como van las cosas), es que el protagonista reticente tarda muy poco en soltar sus reticencias y abrazar las promesas del estímulo del lucro.
En Mastodonia vemos por fin el espantoso proceso de gestación de ese ente de control y dominio que es la empresa, como decía, y si lo digo así es porque la única motivación de ser que tiene y que la define es lo que Sánchez Ferlosio llamó el “estímulo del lucro”, en, si no me equivoco, Mientras no cambien los dioses, nada habrá cambiado. La empresa, su lenta gestación y desarrollo, tal como la describe Simak, es imagen misma del capitalismo. Y, sobre todo, imagen misma de una evolución: de cómo el capitalismo es la continuación natural del imperialismo.
Y qué bien lo entiende uno de los personajes: “Queremos enviar safaris. No uno sino muchos. Muchos y pronto, antes de que desaparezca la novedad”. Se representa bien esa dinámica de la inmediatez, de lo efímero que es todo producto y por tanto de lo mucho, y con cuánta prisa, que hay que publicitarlo primero para venderlo después. Y eso lo que significa es que también están creando al consumidor, como a medida, publicidad mediante, seduciéndolo con la épica del trofeo, con el capital social que otorga el haber cazado en el cretáceo (las cabezas de los triceratops traídas de vuelta a casa como trofeos). Así, convierten al pasado, y retomo a Ferlosio, en “un yacimiento de lucro empresarial”. Capitalismo en estado puro.
Y es aquí donde llegamos a la segunda clave de la novela de Simak, una para la que Las venas abiertas de América Latina puede ser una buena lectura complementaria.
En Las venas abiertas de América Latina Eduardo Galeano describe el saqueo indiscriminado de las tierras fértiles de América, la rapacería que demostraron las potencias europeas en sus colonias ultramarinas. La anexión de un país ajeno por parte de un imperio está tutelado por esa avaricia del imperio, que es la misma que la de la empresa, y esa avaricia está disimulada por la telaraña de argumentos que defienden –dándoles otro nombre– los vicios y abusos que se cometen cuando son por el bien (abstracto) del imperio (algo que se ve también en esa pequeña obra maestra que es el episodio “Duet”, de la primera temporada de Star Trek. Deep Space Nine, dirigido por el muy notable James L. Conway, y que he visto hace poco y por eso tengo fresco, en el que se ve cómo la supervivencia del imperio de los Cardassian se usa como justificación para invadir territorios, para robar y enriquecerse a costa del empobrecimiento local. Se usa como justificación del genocidio).
En Mastodonia se anexan el espacio y el tiempo al imperio de la empresa turística.
La secuencia que va del capitalismo al imperialismo, tal como la leemos en la novela de Simak, es la siguiente: encuentro ese ‘yacimiento de empleo’ (Ferlosio en Non Olet), genero la expectativa de la riqueza y el capital social (sigo siempre con Ferlosio) para poder vender, en este caso, la heroicidad del safari prehistórico como atractivo para comprar, y a esos pasos le toma luego el relevo, como en una inversión cronológica de los hechos históricos, el saqueo de la tierra en sí, el sometimiento de esta era a un imperio económico, lobuno, que se beneficia de su empobrecimiento. Así queda expuesta la condición de hermanos siameses del imperialismo y el capitalismo, y se demuestra porque, son tan la misma cosa, que no es tanto que uno suceda al otro, como he dicho antes, sino que se dan siempre a la vez, como fantasmas superpuestos.
Los programas que ofrecen safaris, con partidas de caza incorporadas, son el desvío perverso de la industria turística, que aquí, en ese contexto de colonización capitalista del tiempo y del espacio, son el gran bombón de licor codiciado por las élites que no dudan, carniceras, en colonizar el pasado. Y aunque la novela esté narrada en una primera persona humana (el personaje inicialmente reticente), lo que impregna la lectura con más fuerza y significado es el dolor y la pena de Catface, que es quien pierde más (junto con la era cretácea saqueada), porque su gesto de confianza y necesidad (está perdido y necesita volver a casa), ha sido traicionado por los seres humanos. Para enriquecerse a toda costa.
Citando ahora a Eduardo Galeano, vemos: “Los metales arrebatados a los nuevos dominios coloniales estimularon el desarrollo económico europeo y hasta puede decirse que lo hicieron posible”, donde el espanto está presente por todas partes pero sobre todo, quizá, en ese “arrebatados” que usa el autor. Las colonias, insiste Galeano, fueron “conquistadas y colonizadas dentro del proceso de la expansión del capital comercial”. La moneda financiando la espada. Y aún más: “Las empresas se apoderaban de tierras, aduanas, tesoros y gobiernos”, donde podemos sustituir ‘empresas’ por ‘imperios’ y si vemos que la frase funciona con tan escalofriante exactitud es porque son piezas perfectamente intercambiables en la misma estructura de dominación de la humanidad, estructura que, al ser maleable y abstracta, a veces toma la forma del imperio y a veces la de la empresa. Así, Mastodonia.
La rapacidad de estas pasiones no tiene límites y se ven, claramente dibujadas, en la novela semiolvidada de Clifford D. Simak, en esta historia de ciencia ficción, bonita y triste a la vez, escrita sin mucho aspaviento. Lo digo así porque no tendrá el alcance, seguramente, de algunas de sus otras obras, ni el detalle en el imaginario estará tan logrado como en otras de sus páginas, pero, sin querer ser una gran, gran novela, es una novela redonda, bien trabada, con la aleación equilibrada entre lo rural y el nóvum de nuestro género, y, esta vez, con el añadido de esta crítica atemporal a la incorregible sinrazón humana.
Al privilegiado mundo pasado, al que llegan los personajes por un pasadizo en el tiempo para cazar dinosaurios, le pusieron el nombre de Mastodonia. Que cada empresa privada lleve su nombre y que con él la identifiquemos.
Me interesa muchísimo la idea de fondo que una vez más reflejas aquí, como buena parte de la ciencia ficción clásica aprovechable tiene segundas lecturas que perviven y le dan valor a pesar de lo obsoleto de la imaginería o el estilo. Gracias por la recomendación, no tengo esta novela e intentaré leerla. Simak casi siempre vale la pena, además.
Gracias a ti por la lectura. Simak nunca falla. Y, en el caso concreto de esta novela (que compré por 2 euros en una librería de segunda mano), lo bueno es que tienes lo que ya sabes que te gusta más esa brillante lección de crítica al poder. Plena vigencia en lo que dice.
Dejo por aquí este enlace (por si fuera de interés): https://www.youtube.com/watch?v=wypxHV2nIPY&t=12s
Es una entrevista a Simak, poco antes de publicar “A Choice of Gods”, que me olvidé de enlazar en este texto.