Ego es un ser de apariencia humanoide que despierta en medio de una llanura. Nada sabe de su existencia previa ni del lugar al que ha sido arrojado pero alberga las nociones básicas para comprender la información que le llega a través de sus sentidos. Empujado por un deseo irrefrenable por avanzar en una dirección determinada, la pulsión, recorre un paisaje cuyas formas parecen reducidas a la mínima expresión. Lleno de curiosidad, descubre llamativas estructuras y criaturas cuya imagen está relacionada con la suya. Apenas le retrasan unas inoportunas pérdidas de conciencia que se repiten a intervalos regulares.
¿Quién es Ego? ¿Qué es ese espacio por el cuál se mueve? ¿Cuál es la naturaleza de los seres que salen a su paso? ¿De dónde surge esa afán-guía? La primera mitad de Antrópica alumbra este escenario de textura minimalista mediante los ojos de esta criatura. En su descripción tiene un peso especial la faceta objetiva del paisaje. Los tamaños, las distancias, las cualidades de los materiales, el tiempo entre apagados… se traducen en virtud a las unidades que domina Ego. Fundamentalmente él mismo. Mientras, sus conocimientos sobre la realidad física dan pie a algunas hipótesis cuya viabilidad comprueba por el más elemental proceso empírico. Este enfoque, coherente con la esencia del narrador y su mundo, establece las primeras barreras a superar: conectar con un personaje con un discurso desapasionado, muy apegado a sus percepciones objetivas; disfrutar de su periplo a través de un espacio tan desnudo; la ausencia de conflictos internos. Toda la tensión se fía a las novedades detrás de cada recodo y los daños que sufre o puede sufrir. Porque su cuerpo padece las consecuencias de caídas, golpes, acciones desesperadas y alguna que otra amenaza externa. Al llegar al ecuador, un suceso termina por agotar el punto de vista de Ego y abre Antrópica a dos nuevos planos. Primero uno en el cual dos personajes dialogan entre sí seguido de otro donde uno de ellos retoma la narración en primera persona. Tanto la conversación como el testimonio encadenan las revelaciones pertinentes para desentrañar el gran misterio y conducir la historia en una nueva dirección. Un camino donde esta vez lo emocional se acerca a lo, digamos, intelectual.
Confieso que resulta difícil no caer en el escepticismo cuando aparece un nuevo movimiento literario agitando las aguas del mundillo, parafraseando a Sophia Petrillo; “soy vieja, lo he visto todo. Dos veces”. La historia es muy conocida y no sólo en el ámbito literario. Veamos. Una alegre y jovial muchachada (aunque siempre hay alguno ya talludito) de aspecto estrafalario y pésimos modales irrumpe en los aburguesados salones de sus mayores poniendo de nuevo la rueda en marcha; primero desconcierto y rechazo entre las gentes de orden, luego los intentos de apropiación ( “bah, el cyberpunk lo inventé yo en un fanzine de Cuenca en el 73″), y finalmente asimilación e integración mediante la aparición ritual de los otrora despreciables freaks en las páginas de algún suplemento cultural, informales pero arreglaos, de riguroso negro, despeinados y con un aro en la nariz. El eterno ciclo de la cultura y la civilización, como echar pestes de nuestros contemporáneos o añorar una imaginaria edad de oro. El truco, creo yo, reside en disfrutar de la diversión mientras dure (si la propuesta coincide con nuestra longitud de onda, claro), y saber en qué momento bajarse antes de que la Parodia entre en escena. O metérselo todo hasta el final, que más da, siempre que seamos conscientes de lo que estamos haciendo.