A Choice of Gods, de Clifford D. Simak

A Choice Of GodsBusco, curioseado, en las dos enciclopedias de ciencia ficción que por suerte tengo en casa, y en la de Clute y Nicholls, bien, pero en la de George Mann descubro que le dedican un total de cero páginas a Clifford D. Simak. ¿Cómo puede ser? Busco varias veces por si me equivoco pero el orden alfabético facilita la tarea y aclara cualquier duda que pueda haber. Nada. No está. No lo entiendo.

Bueno. ¡Pues qué le vamos a hacer!

Me fastidia haber dicho ya que a quien más se parece Simak es a Miguel Delibes y, en inglés, a John Steinbeck, porque repetirlo ahora ya no tiene gracia y menos aún la validez de la novedad, pero leyendo A Choice of Gods me reitero: la ciencia ficción rural tuvo a su gran, a su mejor escritor, en Simak. La premisa de la novela recuerda a otros libros suyos (lo que no es tan raro), y a uno, impresionante, de Doris Piserchia: en la Tierra sólo quedan los restos de una humanidad huida a las estrellas, sin que sepamos cómo huyeron ni por qué. Eso y la tecnología, causante directa e indirecta de tanto desastre, son temas ya explorados por el autor (pienso en Herencia de estrellas, por ejemplo), pero lo que vemos ahora son las distintas mentalidades de la gente que se ha quedado. Simak pone el acento en cómo evoluciona la gente en ese mundo más que en la gente huida. Y más que gente huida, es gente que desapareció un día y se fue sin más a las estrellas (rareza que se explica más adelante en la novela y sobre la que no digo nada para no estropear posibles, potenciales lecturas).

Los robots en la novela han desarrollado una especie de religiosidad, y los humanos, los pocos que quedan, han vuelto a una relación pretecnológica con la naturaleza. Más respetuosa y clemente. La dicotomía es clara pero no entre humano y robot sino entre humano ido y humano quedado en Tierra. El que se queda, se queda por miedo o por devoción a un planeta envejecido. Y todos los humanos idos tienen ese llamado, esa profunda llamada de lo salvaje, por usar unas conocidas palabras de London. También los robots.

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Sobre el relato postapocalíptico

The Road

Uno de los subgéneros más encantadores de la ciencia ficción, uno de los que más puede atraer a los no interesados en el género, que puede ser terreno compartido para lectores de todas las sensibilidades y tendencias, es la literatura postapocalítpica. No hace mucho vimos, con La carretera de Cormac McCarthy, un boom del subgénero, un auge explosivo que lo popularizó más allá de sus fronteras, que gustó a todo el mundo y que llegó, de manos de un autor no especializado en el género, a todas las capas del público lector. Creció y se multiplicó (yo creo, por otra parte, que ese libro es uno de los motivos por los que se ha expandido, también, el universo primo hermano de los zombies). Independientemente de los incuestionables valores de la novela, del asombroso talento de McCarthy, creo que la propia naturaleza de lo postapocalíptico contribuyó a extender el subgénero. Pero, ¿por qué llegó tan lejos? ¿Por qué lo postapocalíptico sí y la interacción con alienígenas, por ejemplo, no?

La puesta en escena de la literatura postapocalíptica tiende a ser menos excéntrica que, digamos, la de la space opera o la de los viajes al futuro, que exigen, para ser aceptadas, un poco más de ese entusiasmo innato que siente el freak por las transgresiones de la ciencia ficción. En general, no asistiremos a ese despliegue de imaginario cienciaficcionesco tan exagerado que vemos en la space opera. Por el contrario, veremos tierras arrasadas, edificios abandonados, agrietados y moribundos, todo será ruina, calles invadidas por una vegetación que crece desatada, gente enloquecida, que sobrevive como puede, pequeños, miserables caudillos que se aprovechan de su fuerza para depredar a los más débiles, veremos escenas de una pobreza ilimitada, hambre, dolor, sufrimiento. Mucho frío y mucha soledad. Veremos muerto todo lo que está vivo. Algo con lo que cualquier lector, sea o no aficionado al género, puede identificarse. Lo vemos en la actualidad: siempre pienso en el escenario de después de una guerra, más o menos, y en ese sentido quien lea no tendrá que pedirle a su cerebro el esfuerzo que necesitaría para aceptar las delicias futuristas de lo que me gusta llamar “la ciencia ficción más colorida”. Es un desgarro de la realidad que puede aceptar cualquiera porque no está tan alejado de la realidad común.

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