No soy muy aficionado al género negro, no sé muy bien porqué. Debe ser por culpa de esa media docena de cromosomas que me sobran, que tampoco me permiten disfrutar de un western clásico a la hora de la siesta, como es obligado en un padre cuarentón o contemplar un buen melodramón de llorar sin torcer el morro. Así que llegué a Dog Soldiers a través de William Gibson. Creo recordar que en el foro de su página web alguien le preguntaba, o se quejaba, de que en sus obras más recientes (de Mundo espejo en adelante) los personajes eran hermanitas de la caridad y del buen rollo a diferencia de lo que ocurría en la trilogía del Sprawl, por ejemplo. Yo, personalmente creo que el sufrido fan no se atrevía a reprocharle al ídolo que le veía acomodado, perdido en estructuras argumentales que se repetían de un libro a otro, rematadas por finales blandos y sin contundencia. Gibson respondía amablemente con un “ej lo que hay” y que si quería leer una novela en la que los personajes se hacían cosas muy desagradables unos a otros, y que, además, habían influido mucho en la forma de construir los argumentos de las novelas del Sprawl (sobre todo en Conde cero, añado yo), que se leyese Dog Soldiers de Robert Stone. Y cómo a mí me gusta mucho leer novelas sobre gente que se hace cosas muy desagradables unos a otros, pues para allá que fui.
Sindbad en el país del sueño, de Juan Miguel Aguilera
A Juan Miguel Aguilera, según el agradecimiento final de Sindbad en el país del sueño, le interesaba escribir una novela de fantasía oriental. Y según la dedicatoria inicial siente admiración por Ray Harryhausen… De ahí que esta novela tenga algo de Las mil y una noches y de las películas de Simbad rodadas por el maestro de los efectos especiales. Pero se pueden encontrar más referencias en su interior. Una es a Vathek, de William Beckford, obra gótica-oriental inspirada por la primera traducción occidental de Las mil y una noches presente en el nombre de la ciudad destino de este viaje de Sindbad, y en la atmósfera de toda la narración, aunque por supuesto sin su perversidad. Beckford también usó como personaje a Eblis, trasunto de Lucifer para los musulmanes. Además está, y no es coña, La guerra de las galaxias en la batalla de las alfombras voladoras, en mi opinión subconscientemente (o quien sabe si conscientemente).
Tras la pista que encuentra en el diario de un artesano misteriosamente desaparecido, Sindbad inicia su viaje para colmar su ansia de aventuras y, cómo no, para ayudar a una mujer de escándalo. Curiosamente, y tomando como base lo “avanzado” de la ciencia del mundo árabe en la supuesta época en que se desarrolla, la novela tiene ciertos toques steampunk. Muchas de las referencias a personas reales son de científicos de la antigüedad que al no vivir en la oscura edad media europea elaboraron ideas que no verían su desarrollo hasta la modernidad (como por ejemplo la teoría de la evolución y el uso del vapor como sistema de propulsión).
Para una autopsia de la vida cotidiana, de J. G. Ballard
Para una autopsia de la vida cotidiana es un libro que recoge cuatro entrevistas realizadas a J.G. Ballard entre 1982 y 1991. Ha sido publicado por la editorial argentina Caja Negra y contiene un breve prólogo de Pablo Capanna, que sitúa a J.G. Ballard para aquel que no lo conozca. Los originales aparecieron en revistas inglesas y estadounidenses de temática cultural no especializadas de literatura, más interesadas en la visión del autor que en su obra escrita.
En estas entrevistas encontramos a un autor consagrado (ya ha publicado Crash, Rascacielos, Hola, América y Compañía de sueños ilimitada). Vive solo en los suburbios, interactuando poco con la sociedad, viudo desde hace años y con los tres hijos independizados, afirma sentirse huraño ante reuniones sociales. Con sus comentarios trasmite la impresión de llevar una rutina tranquila: escribe, lee, pasea, cuida el jardín y ve la televisión por la noche. Ballard no parece hablar con emoción, resulta reflexivo y, quizá, desapasionado. Deja clara su falta de interés en convertirse en un personaje público, prefiere disfrutar escribiendo y leyendo las publicaciones médicas y científicas a las que está suscrito.
Algunas ideas tangenciales sobre Terra Nova
Como conviene comenzar por las premisas, debo decir que considero Terra Nova uno de los proyectos más ilusionantes surgidos desde la esfera aficionada a la ciencia ficción en España (ver Nota 1 al final del texto). Hacía años, muchos, que no aparecía una publicación de esta envergadura dispuesta a parchear en la medida de sus posibilidades la brecha creciente en la traducción de relatos anglosajones de entidad. Además con la firme voluntad de editar las mejores obras breves escritas en nuestro idioma. Una combinación que explica el entusiasmo despertado por su primer volumen entre los lectores de base. Como es bien sabido, el título terminó promocionado a una editorial con un cajón de resonancia todavía mayor.
Ok, los lectores amantes de las narraciones breves están de enhorabuena pero ¿qué pasa con los escritores?
Cuando se presentó hace dos años, se abrió una nueva “ventana” para los autores interesados en escribir ciencia ficción. No abundan los espacios para publicar y con Terra Nova resurgió la oportunidad de ser editado en una antología que era algo más que cuatro colegas publicando para los amigos, familiares y blogueros hardcore. El paso a Random-House-Mondadori Penguin-yo-qué-sé-más otorgó un impulso y una capacidad de difusión como no se veía desde hace 30 años. Lo menos.
La aldea de F., de Las Microlocas
Como cuenta Clara Obligado en el prólogo, la idea de La aldea de F. surgió del relato de Juan José Arreola “El guardagujas”; concretamente de un fragmento que narra el naufragio de un tren en un desierto tras el cual los pasajeros crean una comunidad alrededor de los restos. Un acontecimiento de una formidable carga alegórica se convierte en el punto de partida de un universo cincelado mediante un centenar y medio de relatos de entre tres líneas y página y media. Microficciones articuladas alrededor de cuatro núcleos temáticos (la aldea, la muerte, el amor, la infancia) que Eva Díaz Riobello, Isabel González González, Teresa Serván e Isabel Wagemann, Las Microlocas, abordan desde una miríada de ángulos.
En mi desconocimiento de la ficción efímera, La aldea de F. me ha ofrecido una perspectiva que no había probado hasta el momento: un lugar narrativo compartido con un enorme potencial; sus personajes, sus criaturas, sus situaciones… modelan un cosmos exuberante, maravilloso, heterogéneo según la visión y estilo de cada autora. Hay belleza en ese universo parcialmente abigarrado que van componiendo las historias a medida que cada microloca se acerca a temas similares desde sus diferentes formas de componer la literatura, o recogen elementos de historias precedentes para recrearlos según sus particulares códigos creativos.
Terra Nova vol. 2
Un año después del primer Terra Nova nos llegó el segundo volumen, con un claro salto cuantitativo: más páginas, más autores, más traducciones. La principal artífice de este impulso es la nueva editorial bajo la cual se publica: el nuevo sello del conglomerado Penguin Random House Mondadori (¿me olvido de alguien?), Fantascy, que ha apostado por la antología seleccionada por Mariano Villarreal y Luis Pestarini como uno de sus buques insignias. La consecuencia más evidente se puede observar en la edición en papel de la nueva entrega: ha multiplicado su visibilidad varios órdenes de magnitud. Además, respetando el precio anterior, la edición electrónica está por debajo de los 4 euros; un acicate para cualquier lector con ganas de acercarse a la ciencia ficción más actual en formato breve.
Cualitativamente, sin haber leído al completo el primer volumen, me atrevo a decir que también hay una ligera mejora. Echo en falta historias de entidad equiparable a “El zoo de papel” de Ken Liu o “El ciclo de vida de los objetos de software”, pero el nivel medio está más cohesionado. Ayuda que más de la mitad de los once relatos sean extranjeros, además de la relativa “trampa” hecha con el material escrito en nuestro idioma; cuatro de las cinco piezas habían sido publicadas con anterioridad.
Lo mejor de 2013
Una vez que C ha recuperado momentum, retomamos una idea que ya abordamos en los años 2007 y 2008: la habitual lista con los mejores libros de fantasía, ciencia ficción, terror, fantástico, raruno, protopeterpunk, llámelo X… publicados durante el año anterior en España. Hemos preguntado a docena y media de aquilatados lectores por una novedad que mereciera tal privilegio y escribieran un breve comentario. Diez de ellos aceptaron el envite y he aquí reunidas cada una de sus recomendaciones
- Ad Astra – Peter Watts
- Cuentos completos de J. G. Ballard
- Cuentos para Algernon, Año I – Varios autores
- El cerco de la iglesia de la Santa Salvación – Goran Petrovic
- El ladrón cuántico – Hannu Rajaniemi
- La bomba número 6 – Paolo Bacigalupi
- La casa de hojas – Mark Danielewski
- Máscara – Santislaw Lem
- Osama – Lavie Tidhar
- Reyes de aire y agua – Jesús Fernández Lozano
A pesar del limitado número de títulos seleccionados, el listado reproduce a pequeña escala el variado y heterodoxo espectro editorial: colecciones especializadas, proyectos personales amateurs, sellos “generalistas”, iniciativas conjuntas de dos editoriales diferentes, editoriales grandes, editoriales pequeñas… Incluso tenemos un libro publicado originalmente en México. Por otro lado, seis de los diez títulos son colecciones o antologías de relatos. Como se ha visto en otras listas que se han ido publicando, caso de los premios otorgados por La tormenta en un vaso, 2013 ha sido un año especialmente marcado por el género breve. No tengo del todo claro si este entusiasmo de los “especialistas” es compartido por los lectores de base, pero la duda no resta importancia al hecho en sí: los aficionados a las distancias cortas estamos de enhorabuena, esperemos que por mucho tiempo.
Ignacio Illarregui Gárate
Here Comes The Nice, de Jeremy Reed
Mejor lo digo de entrada: nunca me han interesado los sesenta, ni los Stones, ni los Who (admito que no he visto Quadrophenia), tampoco los mods han despertado en ningún momento mi curiosidad, y puede que la sustancia de las de andar por casa que menos me gusta sea el speed. ¿Por qué digo todo esto? Pues porque de esto va Here Comes The Nice, la última novela hasta la fecha del británico Jeremy Reed.
Y lo digo porque me ha enganchado desde el primer párrafo. De acuerdo en que me interesa mucho la música, el devaneo de la cultura popular en general, sus modas, sus tribus, su cuitas y vaivenes, pero lo que quiero dejar claro es que el mérito es exclusivamente del autor, ese maldito enfant terrible de la cosa literaria británica.
Es bastante probable que no hayas oído hablar de él porque se le ningunea de mala manera desde hace décadas. Marginal por los dictados del libre albedrío y del estar a lo que hay que estar, Jeremy Reed escribe como un Ballard extasiado, con una sagacidad que por momentos parece atravesar la realidad de lo descrito, como si las palabras fuesen bisturíes que esgrimiera un William Gibson hasta las cejas de Adderall. Reed es ante todo poeta y le basta con un par de párrafos para sumergirte en su alucinada recreación y sacarte del continuo espacio-temporal en el que como lector estás obligado a subsistir.
Y de eso va también y sobre todo Here Comes The Nice, de viajar en el tiempo, de abstraerse del flujo temporal del presente, de licuarse y filtrarse hasta un tiempo que no es el propio mediante una especie de hibernación lúcida que ralentiza todo lo que no es el organismo.
La guardia de Jonás, de Jack Cady
Estoy un poco cansado de la diatriba etiquetas sí vs etiquetas no; uno de los chascarrillos periódicos en cualquier mesa redonda que lleve por título “Los límites de la literatura fantástica”, “Los géneros al inicio del siglo XXI” o “La hibridación como arma de choque ante la fiebre Z”. Son demasiados años en presentaciones o tertulias de diversa índole escuchando a autores cansados de cargar con esa marca de caín llamada gé-ne-ro. Independientemente de la opinión sobre el tema, hordas de lectores buscan esas referencias meridianas cuando van a comprar cualquier libro. Quieren una historia policíaca, de la revolución francesa, de naves espaciales, de aldeanismo raruno… aunque tienen un peligro…
Tomen como ejemplo La guardia de Jonás, número uno de la nueva colección de terror contemporáneo creada por Valdemar: Insomnia. Supongo que sus lectores, atraídos por la casa, la cubierta, el texto de cubierta trasera, esperan una historia de fantasmas en alta mar; algo relacionado con ese horror insondable que tan bien trabajó W. H. Hogdson o nos deslumbró en esa pedazo antología que lleva por título Mares tenebrosos. Pues bien. Como tantas otras veces, aquí han obtenido o van a obtener otra cosa. Relacionada, tangente, no necesariamente contradictoria, pero en otro sistema de referencias; leer La guardia de Jonás como una novela de terror ofrece los mismos réditos que buscar en Centauros del desierto una historia sobre la guerra de secesión. Tal y como cuenta en la introducción, Jack Cady puso en esta novela una serie de experiencias personales mientras sirvió en la guardia costera de EE.UU. en el litoral de Nueva Inglaterra a mediados del siglo pasado. Esta es una historia de marinos, un canto de amor a un microcosmos, el barco, enfrentado a una de las manifestaciones más hostiles de la naturaleza.
Reina del crimen, de Megan Abbott
No abundan traducciones de novelas criminales norteamericanas protagonizadas por personajes femeninos. Aunque existen contraejemplos, su bajo-mundo parece reservado a machos alfa y/o perdedores con diversos grados de testiculina, en no pocas ocasiones compartiendo páginas con uno de los clichés más arraigados: la femme fatale. Dispuestos a zarandear el tópico, en su clausurada colección de literatura popular junto a Valdemar, Es Pop publicó tres novelas escritas y protagonizadas por mujeres: A la cara, de Christa Faust, Poesía cruel, de Vicky Hendricks, y esta Reina del crimen, de Megan Abbott. La idea era poner en circulación una serie de escritoras olvidadas por las grandes colecciones y, a la vez, ofrecer un punto de vista fresco y novedoso, alejado de los estereotipos en un género a veces excesivamente entregado a ellos.
Es curioso que esta reseña aparezca justo después de la de Alif el Invisible; la historia de Reina del crimen es otro bildungsroman con toques (tardo)juveniles. Su narradora relata su iniciación en el mundillo del hampa de la mano de una superviviente de la época dorada de la mafia de los años 30 y 40: Gloria Denton, la reina del título. En su confesión hay fascinación por el oropel del dinero fácil y los garitos de la aristocracia del crimen, pero también se respira el peligro de quien juega con fuego y al arrepentimiento de quien se introduce en un callejón sin salida.